Supongo
que muchos de ustedes, al igual que yo, pasarían sus momentos de vergüenza a lo
largo de la semana pasada durante la frustrada sesión de investidura de Pedro
Sánchez, contemplando un extraño ejercicio de impostura y teatro por parte de
nuestros representantes políticos, que describen nuestra sociedad en sus
grandezas (escasas) y miserias (abundantes). Teatro de máscaras en las que se
arrojaban acuerdos, promesas, ministerios y cualquier otro tipo de prebenda
para lograr lo que se suponía que era un acuerdo de gobernabilidad y no era
sino una competición de egos a mayor gloria de cada uno de los presentes, y
financiado por todos nosotros.
Ante
un espectáculo como este es fácil deducir que son muchos los culpables, y
cierto es, pero no sirve de argumento para no acusar a algunas cabezas de ser
las propiciatoria de todo lo sucedido, y dado que entre no pactos andaba el
juego es lógico pensar que Sánchez e Iglesias son los principales responsables
de lo sucedido, y si me preguntan no tendré ningún empacho en confesarles que
veo al líder morado como el principal causante de todo lo sucedido. No es el
candidato socialista inocente de nada, dado como ha desperdiciado el tiempo
desde que ganó las elecciones de abril, y cómo ha gestionado todo este proceso
de supuesta negociación. Debió enfocar las cosas de otra manera, tratar desde
las elecciones municipales de consensuar un programa de gobierno, una
estrategia para cuatro años, pero no lo hizo. Desde el primer momento actuó con
un cesarismo al que el personaje se ha acostumbrado desde un principio y ejerce
con todas las de la ley, tenga más o menos escaños en la cámara. Frente a él ha
estado iglesias en todo momento, el líder absoluto y mesiánico de una formación
que poco a poco se va diluyendo, víctima del infinito ego que su líder proclama
en cada palabra, gesto y andar. Iglesias aspira, sobre todo, al dominio
absoluto sobre el PSOE, quiere derrotar a esa ideología socialdemócrata que considera
caduca, degenerada, traidora, frente a la vanguardia comunista leninista que
anida en su interior. Él es un revolucionario, un creador de mundos, un
visionario de la liberación de los pueblos. Se cree el mensaje con el que
fueron engañadas varias generaciones del pasado por parte de unos dictadores que
fueron lo suficientemente listos como para envolver sus ropajes autoritarios en
formas y consignas de atractivo casi inmediato. Sigue Iglesias pensando en el
asalto a los cielos, y para ello es imposible un acuerdo de gobierno. Es necesario
poder, poder puro, sin cortapisas. Nada de cogobernar o ejercer el cargo de
algunos ministerios, no, sino ser la vanguardia. Nada de permanecer bajo la
coordinación de un presidente del gobierno al que acatar y seguir sus
instrucciones. Nada ni nadie puede mandar sobre Iglesias, como bien lo saben
los que conforman su partido, que cada dos por tres son expulsados del mismo
por osar hacer sombra a la luz perpetua que ilumina a todos desde la dacha de
Galapagar. Esa visión es la que ha mantenido en firme desde su meteórico
ascenso político, y es la que probablemente le va a llevar al desastre electoral
en las siguientes elecciones, sean cuando sean. Por no ser capaz de moderar su
ego y su irrefrenable afán de acceso al poder Iglesias ha frustrado, por
segunda vez, un gobierno socialista, lo que ya es mérito suficiente para pasar a
los anales de la historia política española y ser considerado como benefactor
del centro derecha. Desde luego ha hecho por esa ideología más que muchos que
de ella se proclaman defensores.
El
espectáculo en el Congreso, mostrándose supuestas actas negociadoras,
trilerismo entre departamentos, direcciones y ministerios y llamadas de quita y
pon fue realmente triste. El gesto teatral en la tribuna de Iglesias,
renunciando al Ministerio de trabajo a cambio de una competencia que está
transferida a las Comunidades Autónomas sobre la que el gobierno central apenas
puede hacer otra cosa que aconsejar y coordinar fue la última muestra de cómo
algunos que se creen dioses no son capaces de hacer casi nada y lo desconocen
casi todo. Y esta vez delante de todo el mundo. El
relato de lo que pasó antes y en esa misma sesión pone a todos ante sus vergüenzas
y nos muestra un panorama político tan calamitoso como inquietante. ¿En
manos de quiénes estamos?
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