viernes, enero 29, 2021

Guerra a los cortos en Wall Street

Jugar a bolsa “en cortos” es una manera de ganar dinero en el mercado cuando la acción baja, bastante arriesgada, pero que puede dar buenos beneficios. Funciona de la siguiente manera. Supongamos que creo que una acción puede bajar a lo largo de un mes. Acudo a un dueño de las acciones y firmo un contrato para que me las preste, pagando yo una comisión de, pongamos, 1% y me comprometo a devolvérselas en un mes. Nada más tener las acciones en la mano las vendo, cojo el dinero y espero a que la acción baje. Sea que, en efecto, cae un, pongamos, 5%. Recompro las acciones y en el plazo dado se las devuelvo al titular. Tras el pago de la comisión he ganado un 4% en un movimiento de bajada. Todos contentos.

Evidentemente esto permite ganar dinero al inversionista si la acción, en efecto baja. Si a lo largo de ese mes la acción sube un, pongamos, 6%, al final del plazo estaré obligado a comprarlas y pagar la comisión, por lo que perderé un 7%, mal negocio para el apostante. Por eso, pese a que la operativa en corto es legal y aporta beneficios al mercado, se ha visto habitualmente con resquemor, con miedo a que los de los cortos puedan provocar caídas que les beneficien y, en todo caso, operar desde una posición de buitre carroñero, buscando sacar rédito de las bajadas de mercado. Cuando las cosas se ponen feas no son pocos los operadores bursátiles que prohíben la operativa en corto durante un determinado tiempo y, en general, es obligatorio que los fondos que así actúan declaren cuánto están jugando en esta modalidad cuando el capital de la empresa con el que operan supera volúmenes significativos. Una vía por la que, si quisiéramos, el fondo que opera en corto sufriría mucho, es forzar la subida de la acción cuando sabemos que el fondo se ha posicionado corto en ella. Cuanto más hagamos subir el valor más dinero perderá el fondo que opera en corto, y las pérdidas duelen, siempre, mucho. Pues bien, a lo largo de estos días se ha estado desarrollando una fiera batalla en Wall Street entre clásicos fondos de cobertura, hedge funds, que operan en corto, y miles de pequeños inversores millenials usuarios de aplicaciones de inversión, con el objetivo en la mente de estos últimos de arruinar a los hedge funds. Acciones de compañías con poco movimiento y finanzas en estado dudoso, como la cadena de cines AMC o la empresa de videojuegos GameStop han experimentado subidas espectaculares, de más del 100% de su valor en apenas días. ¿Por qué? Esas empresas tenían declaradas posiciones cortas de varios hedge funds, y en estos días, a través de foros de internet como Reddit y mediante aplicaciones de inversión como RobinHood se ha puesto en marcha un movimiento viral de miles de pequeños inversores jóvenes que han intentado quebrar los fondos. La orden era clara, coge tu dinero e inviértelo en esas empresas, chicharros en el argot de la bolsa española, y todos unidos hagamos quebrar a los operadores de corto. Con subidas de varios cientos en porcentaje esos fondos han perdido millones, muchos millones de euros con este movimiento, en lo que algunos han llamado una guerra de inversores idealistas frente a oscuros operadores de mercado, pero que en el fondo no es sino otro episodio de la codicia que se despierta al calor del mercado de valores. Cuando las acciones de GameStop han subido como lo han hecho los primeros “idealistas” se habían forrado al duplicar o triplicar el valor de su inversión, y a medida que más idealistas se sumaban al carro, cada vez más caro, la ganancia que iban a obtener menguaba al ritmo en el que la acción se disparaba. El último de los idealistas ha palmado dinero como lo han hecho los fondos, y el que la acción de GameStop ayer bajase un 44% es indicativo de que muchos de los idealistas han perdido lo que han metido en este juego de una manera distinta, pero igualmente dolorosa, a como lo han hecho los fondos de cobertura tras el conjunto del movimiento. Eso sí, los primeros que se subieron al carro del ataque idealista han hecho el gran negocio, quizás con los ahorros de un fin de semana, quizás con mucho más dinero. A saber.

Lo que ha sucedido esta semana es espectacular, y la SEC, el equivalente norteamericano a la CNMV, ha anunciado investigaciones para determinar quiénes han provocado estos movimientos y si hay acciones ilegales detrás. Lo cierto es que estos días han sido frenéticos, aderezados cada cierto tiempo con tuits de Elon Musk que lo calentaban todo aún más, y con unas cotizaciones que eran el reflejo de una histeria de jugadores, no de nada relacionado con la inversión, convirtiendo por unas horas a Wall Street en el mayor y más peligroso casino del mundo. Seguro que Michael Lewis acabará contando todo esto de una manera magistral en uno de sus libros. Deseando estoy ya de poder leerlo.

jueves, enero 28, 2021

Lucha por las vacunas

Si recuerdan, allá por marzo del año pasado, cuando ya estábamos encerrados, se vivieron días de histeria en el mercado de suministros de productos como mascarillas, EPIs, respiradores y demás. Se pagaban al mejor postor delante de las fábricas chinas que los producían o, directamente, sobre la pista del aeropuerto en el que se empezaban a cargar rumbo a un destino, que muchas veces resultaba ser otro. Historias de intermediaros, codicia, necesidad y dinero, mucho mucho dinero, en efectivo, mostrado en maletas y cajas a quienes se lo iban a quedar a cambio de los productos. Varios vuelos de suministro llegaron a España en esas fechas, más de uno que iba a hacerlo no llegó porque, en esa subasta, alguien nos lo quitó. El salvaje oeste.

A escala, y con notables diferencias de forma, parece que está pasando algo similar en el mercado de vacunas, y en este caso quiero recalcar la palabra “parece” porque no tenemos muy claro qué es lo que está pasando. La Comisión Europea firmó acuerdos con varias farmacéuticas para garantizarse el suministro de vacunas, una vez que éstas fueron autorizadas para su uso en el territorio de la UE. Esos contratos, que son secretos, se supone que estipulaban lo que la UE pagaría a las empresas a cambio de cientos de millones de dosis. Esos términos generales fueron publicitados y pregoneados a finales del año pasado y constituyeron un chute de esperanza para toda la población, porque lo único seguro de esta historia es que son esas vacunas las que nos pueden salvar tanto la vida como la sociedad. El proceso de vacunación empezó de manera simbólica la última semana de 2020 y, de manera real, en España tras los reyes, aunque no es descartable que la cola paralela de gorrones que han usurpado su turno se haya vacunado sin descanso desde el primer día hábil. Desde el principio se dijo que las producciones de las vacunas debían funcionar como un reloj para que los suministros previstos se ajustaran a los compromisos firmados, y durante un par de semanas eso pasó, pero desde hade semana y algo las cosas se han torcido. Problemas técnicos en las plantas de las empresas que han reducido el ritmo de fabricación previsto, la polémica sobre si los contratos de la UE se refieren a dosis, pinchazos, o viales, recipiente en el que se contiene la vacuna que permite varias dosis, el número exacto de dosis que esos viales recogen, en función de la jeringuilla que se use… líos de todo tipo, aderezados con unas estadísticas internacionales en las que los países de la UE no destacan precisamente por la velocidad a la que vacunan a su población, mientras que otros, con Israel a la cabeza, poseen unos datos espectaculares. Se han comenzado a filtrar noticias sobre cuánto paga cada país por las dosis, y el hecho de que Israel y otros países de Oriente Medio estén pagando hasta el doble que la UE por el mismo producto ha hecho sospechar a más de uno que las producciones de las fábricas pueden tener un problema técnico, sí, pero que el producto terminado puede que no se esté entregando como es debido a los países europeos porque otras naciones se están quedando con él gracias al sobreprecio que pagan. Si se fijan, de una manera más sibilina, volvemos a encontrarnos con una situación de subasta internacional, de sociedades que demandan el producto de la vacuna ante la crónica y desesperada situación que viven, vivimos, por la pandemia, y un producto, la vacuna, escaso y que posee un valor que va mucho más allá de su precio. Condiciones perfectas para que puedan surgir mercados negros, comisionistas, influencias oscuras y todo tipo de perversiones que dejen convertidos en poca cosa los secretos y publicitados contratos firmados por los países. El que algunas CCAA españolas anuncien que suspenden el proceso de vacunación por falta de dosis, como hicieron ayer Madrid o Cataluña, demuestra que todos estos problemas se transmiten a lo largo de una tensa y complicada cadena que acaba generando un potencial desastre. Con el virus desatado en la tercera ola, un día de retraso en la vacunación es un día ganado por la enfermedad, un día de muertes futuras que no han podido ser evitadas.

Pfizer, Moderna y AstaZeneca, sobre todo esta última, están en el centro de la polémica, y la Comisión Europea está dispuesta, eso afirma, a fiscalizar las exportaciones de estas empresas para contabilizar hasta la última vacuna que sale de las plantas europeas rumbo a naciones no UE y determinar si, realmente, hay un coladero en la producción y los compromisos no se cumplen o qué es lo que está pasando. La polémica con AstraZeneca tiene ribetes aún más ariscos dado que tiene plantas en la UE y en Reino Unido, y es, por así decirlo, la primera gran polémica entre los dos territorios tras el inicio real del Brexit. Más nos vale que todo esto se aclare y que la vacunación coja otra vez ritmo. Sino, la salud y la economía seguirán hundidas en el pozo en el que ahora se encuentran.

miércoles, enero 27, 2021

Tiembla Granada

Estupor y temblores es el título de una de las pequeñas y muy numerosas novelas de la escritora belga Amelie Nothomb, y viene al pelo para describir la sensación que nos deja este mes de enero, al que no le quedan ya muchos días, pero que puede ser capaz de hacer de todo en ellos. Estupor por las noticias internacionales, por el peso de la meteorología, por el desatado devenir de la pandemia, por todo lo que uno pueda ver en las noticias, y temblores metafóricos que se experimentan al sentir la pérdida de control, el miedo ante el avance del virus, el desastre económico que no cesa, la incertidumbre de miles y miles de personas que no saben qué va a ser de sus negocios y vidas. Las novelas de Nothomb siempre tienen toques autobiográficos y reverso sombrío, pero nada de lo que ha escrito se asemeja a todo esto.

Hablaba en el párrafo anterior de temblores figurados, pero es que desde hace unos días en Granada eso no es ninguna sensación, sino la mera descripción de una tierra que se mueve y agita. Varios son los temblores que se llevan produciendo los últimos días en el área cercana a la capital granadina, especialmente en la zona de Santa Fe, y que están siendo percibidos con toda propiedad por los habitantes de la ciudad. Se agolpan como en enjambres, varias sacudidas que se producen en series de seis o siete, acompañados de muchos otros no perceptibles, y luego otra vez la calma. Ayer por la noche se produjo otro evento de este estilo, a lo largo de dos horas, con unos siete temblores de alta intensidad, de hasta cuatro en la escala, que alteraron por completo el sueño y vida de los habitantes de la zona, y un montón de réplicas que no fueron sentidas por la población, pero sí registradas por los instrumentos. Granada es una zona sísmica, de las que más registros generan a lo largo del año en España, siendo el área pirenaica la siguiente, pero a notable distancia. El constante empuje que efectúa la placa africana en su deriva hacia el norte presiona a la placa europea y genera una zona de impacto con un plegamiento bastante visible, como es Sierra Nevada y toda la zona montañosa asociada. A lo largo de la historia no hay constancia de grandes movimientos y enormes destrozos, aunque sí de movimientos significativos y reiterados. De vez en cuando ha sido necesario reparar la Alhambra de grietas y desprendimientos, pero el que siga ahí es una muestra de que en los últimos siglos no se ha producido un terremoto de enorme violencia. De hecho, mirándolo por el lado positivo, el que se produzcan tantas réplicas de intensidad leve moderada es bueno, entendiendo como tal que la energía que se libera en cada uno de esos movimientos no se acumula para el siguiente. En esto de los terremotos es mucho mejor que haya varios medianos que sólo uno que lo libere de todo, por eso en las zonas sísmicas el paso del tiempo sin movimientos no hace sino acumular energía para los siguientes y darles un potencial cada vez más peligroso. Esto, fríamente, es lo que dice la teoría, pero ante la realidad de la sismología estamos inertes, los terremotos y volcanes son caprichosos y pueden actuar cuando les plazca, dejando muy pocas señales antes de que eso ocurra, señales que algunos animales son capaces de detectar con un precioso tiempo de antelación pero que nosotros y nuestra tecnología aún no pueden percibir. Se investiga constantemente la manera de poder predecir terremotos, sobre todo con el objeto de poder alertar a la población para que pueda ponerse a salvo y escapar de posibles derrumbes, pero no nos engañemos, seguimos muy lejos de ese objetivo, y la seguridad activa, ese actuar antes de, sigue en pañales. Se ha avanzado más en seguridad pasiva, para resistir los efectos del sismo una vez sufrido, y de hecho la normativa de construcción en Granda recoge aspectos técnicos que den algo de margen a las estructuras para poder aguantar los movimientos, pero hasta cierto punto.

Ante los temblores de Granada, literalmente, lo único que se puede hacer es esperar y ver. Hace no muchos años vivimos en Lorca la desagradable experiencia de un sismo que causó víctimas mortales y graves daños materiales en la localidad. Tendremos que confiar en la suerte y en el dictamen de los expertos en la materia, que ya están estudiando los movimientos de días pasados, y puedan atisbar qué significan estos movimientos y si se van a producir, en el corto plazo, nuevas réplicas de intensidad. Lo único seguro de esta ciencia es que, donde los ha habido, los habrá, pero el cuándo y de qué intensidad, lo siento, no somos capaces de determinarlo

martes, enero 26, 2021

Illa lo deja

Nunca hay que descartar nada, dado el caótico comportamiento de Sánchez, pero si no hay sorpresas hoy dimitirá Salvador illa como ministro de Sanidad, siendo sustituido por Carolina Darias, hasta ahora ministra de Política Territorial, y en su lugar entraría Miquel Iceta en el ejecutivo para desempeñar ese mismo puesto. Las cuotas de poder en el bigobierno seguirían siendo las mismas y el poder del PSC dentro del PSOE también. Sobre la competencia, idoneidad y capacidad de los salientes, entrantes y rotantes, nada de nada, eso es lo de menos. Lo importante es el poder y que se mantenga en las mismas orgánicas manos.

Illa llegó a un ministerio devaluado y casi sin competencias como cuota del PSC. Proveniente del poder municipal catalán, su nombramiento ni causo sorpresa ni fue llamativo. Sanidad es uno de esos ministerios que se han quedado en las raspas, abandonados a su suerte en la estructura del gobierno. Con pocos funcionarios, menos medios y nula relevancia social y mediática, Illa fue nombrado para cubrir la cuota del PSC que antes comentaba y para ser un enlace más en las negociaciones con el soberanismo catalán. Su toma de posesión, acaecida hace prácticamente un año, se mencionó en los medios de pasada, como la pedrea de un sorteo de poder que nunca ha pasado por la sede de Sanidad, un soberbio edificio del Paseo del Prado en el que, me da, son muchos los huecos. En aquellos días un virus desconocido empezaba a causar problemas en China, pero se veía como algo lejano. Algunos lo seguíamos desde principios de 2020, pero sin sospechar que se acabaría convirtiendo en la pesadilla que ha arrinconado nuestras vidas en el oscuro lugar en el que ahora se encuentran. La explosión del coronavirus colocó a Illa en el centro del mayor huracán que uno pudiera imaginar, y eso ha permitido ver claramente sus capacidades y carencias. A lo largo de un año de elevada exposición, hemos podido contemplar a una persona de amables formas y profundo desconocimiento de la materia. Illa es educado, moderado, no dado a los gritos, al comportamiento altisonante, posee unas formas que no abundan en la política española, y que son de agradecer. Veremos a ver si a lo largo de la campaña que empieza mañana seguirá mostrando ese mismo talante amable. Esas formas, que han sido de lo mejor de la crisis que estamos viviendo, contrastan con la absoluta incompetencia de su gestión ante la crisis, aunque es cierto que, en su descargo, él no es el principal responsable. Como desconocedor absoluto del tema ¿qué decisiones podría tomar en cada momento? Sus opciones siempre han sido escasas, y se ha encontrado, como antes les comentaba, con una estructura hueca, un ministerio vaciado de competencias, profesionales y recursos, que no había realizado una compra de medicamentos centralizada desde que se transfirió la Seguridad Social a las CCAA y que apenas tiene personal para las cuestiones administrativas básicas. Illa ha envuelto en sus formas la inacción, el ir al arrastre de los acontecimientos, y ha tirado mucho del recurso a la opacidad, inventando comités de expertos que no existían, informes de evaluación de criterios desconocidos y resoluciones no aparecidas, y así un largo rosario de momentos en los que Sanidad, con Illa a la cabeza, se ha mostrado completamente desbordado e incapaz. Frente a él, diecisiete Comunidades Autónomas de todo signo político y pelaje que han disputado con fiereza el título de incompetencia particular y de queja perpetua. A lo largo de toda la pandemia la relación del ministerio con los gobiernos autonómicos ha sido una pesadilla en la que ha quedado muy clara la disfuncionalidad administrativa en la que vivimos, que la necedad no distingue de baronías ni de grados de pompa, y que todo el mundo sueña con afianzar su poder a costa de todos los demás, en un juego en el que los que pierden, seguro, son los ciudadanos, voten donde voten, lo hagan o no.

El voto. Illa mintió a sabiendas, negando su candidatura a la Generalitat un día antes de que esta fuera hecha oficial, en un ejercicio de política que le iguala con todos los que han sido y serán. Le vuelve loco el poder, como a todos los que en ese mundo están y a él acuden. LA pandemia, los hospitales, los fallecidos, las crisis económicas…. Esas molestias no le importan ni a él ni a su jefe ni a sus oponentes ni a nadie que se presente a unas elecciones, pongamos las catalanas dentro de, se supone, tres semanas, que son las que realmente quitan el sueño al PSOE, al PP, a ERC, a Cs y a todas las siglas que usted quiera añadir. Sirva eso para valorar la gestión de Illa en su año en el cargo. Un buen hombre que ha sido un nefasto ministro.

lunes, enero 25, 2021

Larry King, periodista

El maldito coronavirus se lleva a miles de personas anónimas y también a algunos rostros conocidos, que sucumben a la enfermedad con un grado de aleatoriedad digno de estudio. En la primera ola, que inició el mundo en el que ahora vivimos, Jose María Calleja, periodistas, fue uno de los famosos que falleció víctima de la enfermedad. De larga trayectoria y honestidad literalmente a prueba de bombas, ya se echa de menos su voz y clarividencia a la hora de analizar la desquiciada actualidad que vivimos. A buen seguro, de estar con nosotros, sentiría el mismo dolor que padecemos ante las cifras diarias y, en lo político, la decepción por los que ahora nos rigen, por los que gestionan el partido al que más unido se sentía. Estaría triste, seguro.

Este fin de semana, a los 88 años, ha fallecido en un hospital californiano Larry King. A muchos entre nosotros ese nombre no les sonará, pero en EEUU era una institución, como en todo el mundo del periodismo. Larry King era sinónimo de entrevista, era el maestro del género y el único capaz de llamar a quien quisiera para que se sentase delante de él y conseguirlo. Poseedor de una biografía personal apabullante, con ocho matrimonios con siete mujeres entre otros muchos detalles, ya realizaba entrevistas radiofónicas bastante antes de que Ted Turner se fijara en él para darle un espacio fijo la noche de los domingos en la cadena de noticias que iba a crear allá por los ochenta, de nombre CNN. King comenzó su presencia televisiva con las emisiones de esa cadena y siguió ahí hasta hace no muchos años, cuando su salud, ya deteriorada, no le dejaba trabajar como quería. Cultivó una imagen estética propia, a sabiendas de que tenía que tener un sello distintivo que lo separase de los demás. Con su micrófono vetusto, de los tiempos de la radio, sus gafas cuadradas panorámicas, repeinado, casi permanente pose de codos encima de la mesa y tirantes siempre llamativos, la estética de King era inconfundible, su fama arrolladora, y su programa, de lo más visto en la cadena durante décadas. Se convirtió en una celebridad, y era habitual que, en muchas películas, insertaran fragmentos de entrevistas suyas simulando ser atrezzo de realidad para dar aún más imagen de verosimilitud a la cosa. Sin ir más lejos, este fin de semana han vuelto a echar “Contact” en la tele (fantástica película) y sale dos veces. Más allá de su estética, King era un periodista de primera división, un profesional del medio y del formato, y sabía que el protagonista de una entrevista es la persona a la que se le pregunta, no el que hace las preguntas. Eso lo tenía muy claro, tanto como el hecho de que él no era experto en casi nada, y que el entrevistado sabía más del tema concreto al que se dedica que el periodista que tiene en frente. Buscaba la verdad, sí, obviamente, y trataba de sacar al entrevistado la información que necesitaba o quería, pero no planteaba sus encuentros como una especie de tercer grado policial en el que el entrevistado es un acusado al que se debe despellejar y el periodista es el protagonista de la noticia. Siempre con buenas formas con todo aquel al que se enfrentase, en sus muchos años de carrera King nunca dejó clara cuál era su ideología política, cosa que hoy en día nos puede parecer asombroso, pero que me parece, en sí mismo, motivo para levantarle un monumento. En tiempos en los que el sectarismo político ha invadido los medios y los ha convertido en extensiones de la prensa deportiva, demostrando un “forofismo” hacia los suyos que echa para atrás a cualquier mente con dos dedos de frente, King no hubiera sido contratado por cadena alguna, porque no sería el perfecto militante de la causa que se dejaría la piel para defender y excusar los males de los propios y asediar con saña infinita los males ajenos. Sus entrevistas permitían conocer la opinión del personaje que acudía y luego el espectador se formaba un juicio, sin que el conductor del programa le dictase qué es lo que tenía que pensar.

¿Muere con King este tipo de periodismo? Quizás. Como antes señalaba, vivimos tiempos de trincheras mediáticas, aderezadas con el fuego graneado que día tras día se lanza desde las redes sociales. Hay algunos profesionales de los medios en España que tratan de seguir el ejemplo de King, pero saben que eso es penar y sufrir ante directivas que, parece, reciben argumentarios a diario sobre lo que deben de opinar en función de la ideología del partido al que pertenecen. Con la precariedad de sueldos y carrera profesional que se vive actualmente en el periodismo las opciones de resistirse a estas presiones son cada vez menores. Figuras consagradas como King podían evitarlas, pero era una excepción. Su pérdida deja un vacío muy difícil de cubrir, en lo profesional y, como ven, en el estilo.

viernes, enero 22, 2021

Vacunas y los botes del Titanic

Gracias a las películas aprende uno que en primero de apocalipsis se asaltan los supermercados con pasamontañas y bates de béisbol, arramplando con las estanterías y dejándolo todo perdido. En marzo, cuando ir al súper se convirtió en odiseas dignas de ser contadas, nos saltamos esa lección y el civismo parecía imperar. Quizás en alguna esquina existieran traficantes de papel higiénico, reconvertidos luego en harineros, pero en general ni hubo problemas de abastecimiento ni conductas reprochables. Superamos aquella prueba y dejamos para la ficción las escenas de violencia y botes arrojados por doquier. Eso, quizás sólo eso, salió bien.

Pero en los últimos cursos de apocalipsis, empezando a vislumbrarse la posibilidad de obtener el graduado, estamos cayendo de cabeza en los vicios que tanto han recreado guionistas de todo tipo, vicios que salen de nuestro egoísmo e instinto de supervivencia. Primero eran casos anecdóticos, sueltos, pero poco a poco el goteo se está convirtiendo en una avalancha de personajes de todo tipo, muchos de ellos representantes oficiales, adscritos a partidos políticos de uno y otro signo, que se están colando a la hora de obtener las dosis de la vacuna. Ha sido sonado esta semana el caso del Consejero de Sanidad de Murcia, del PP, que ya ha sido cesado, o los de los alcaldes del PSC PSOE que han sido suspendidos de militancia, pero que no han dejado sus puestos, o los de los gerentes de hospitales en Bilbao, que tomaron su dosis antes que ninguno de los empleados de sus centros o sus pacientes, o el Consejero de Sanidad de Ceuta, del PP, que además de aprovechado usa como excusa que es antivacunas, o…. la lista crece y crece y crece, y siempre muestra lo mismo. Personas que ocupan puestos de responsabilidad en lo suyo, que poseen autoridad entre otros, y usan ese poder para saltarse los criterios establecidos y obtener un beneficio, en forma de dosis, que aún no les corresponde. Se habla, como excusa, de que sobran dosis en los viales y que sería un desperdicio desaprovecharlas, y a mi se me ocurre que hay millones de personas ancianas en este país que aún no han sido vacunadas, seguro que más de una cerca de los lugares de trabajo de todos estos individuos, y que debieran recibir esa dosis “que sobra” antes que las decenas, cientos, de usurpadores que se les han adelantado. Lo que estamos viendo me recuerda mucho a las escenas de evacuación del Titanic, donde la regla de “las mujeres y los niños primero” fue suplantada por “los más ricos de primera” a la hora de llenar, y no mucho, los botes salvavidas. De mientras los que tiraban de privilegios salvaban su pescuezo y no se apretaban mucho en los botes el pasaje se condenaba a naufragar en las gélidas aguas del Atlántico con poquísimas esperanzas de supervivencia. ¿Qué denotan estos comportamientos? Lo ya sabido. Ante situaciones tensas en las que la supervivencia está en juego aparecen muchos sentimientos y comportamientos instintivos, e igual que los hay que se sacrifican por los demás están los que se aprovechan de lo que sea y de quién sea para salvar su pellejo. En muchos casos ambas actitudes se producen de manera automática, no pensada, surgen del interior de cada uno, donde se mantienen escondidas, a veces hasta para el propio individuo. La corrupción, que no es otra cosa que lo que vemos con las vacunas, funciona de esta misma manera. Ante la tentación algunos se resisten, acudiendo a motivos morales o personales, pero muchos caen. Pongámonos ahora en el pellejo de estos sujetos, supongamos que tenemos acceso a poder vacunarnos y, a sabiendas de que está mal, podemos. ¿Qué haría usted? No responda, cállese la respuesta. Sabemos todos cuál es el juicio moral que merecería su comportamiento en caso de aceptar la vacuna, pero quédese con la respuesta.

Ha comentado Ximo Puig, presidente de la Generalitat Valenciana, enfadado con toda la razón, que los que se han saltado el turno no debieran recibir la segunda dosis, perdiendo por ello la posibilidad de la inmunización. No estoy de acuerdo, dado que han recibido la primera, que reciban la segunda. Y tras ello, mi propuesta es que les metan una multa equivalente a unos dos años de su sueldo, y que, por su puesto, se pasen una temporada en las UCIs y hospitales de su región, limpiando baños, fregando pasillos, reponiendo suministros… haciendo, a ser posible, las tareas más ingratas, menos reconocidas, tan necesarias como todas las demás, que sin dudas ellos desprecian hasta el extremo. Que sea esa su pena. ¿Qué apostamos a que ningún partido los castigará?

jueves, enero 21, 2021

Fatalidad en Madrid

Creo que fue el año pasado cuando se produjo un suceso que ejemplifica lo que, si existe, es la mala suerte. Un accidente en una industria química del polo de Tarragona provocó una explosión y que una tapa metálica de grandes dimensiones saliera disparada. Tras un vuelo de cerca de tres kilómetros llegó hasta una zona de pisos y se estrelló contra la ventana del salón de uno de ellos, destruyéndolo y matando a la persona que en ese momento se encontraba ahí. Era prácticamente imposible prever la trayectoria errática de ese objeto y las posibilidades de que algo así sucediera eran, en la práctica, nulas, pero pasó, y una persona falleció en un suceso que es el colmo de la mala suerte, la definición de fatalidad.

Llevamos en Madrid una temporada en la que la fatalidad parece haberle cogido el gustillo a pasearse por las calles y plazas de la villa. Compartimos con el resto del país y del mundo la desgracia de la pandemia, insertos en una devastadora tercera ola que va a dejar nuestra paciencia tan vacía como llenas las morgues, y hace un par de fines de semana Filomena llegó para dejar sobre la ciudad la mayor nevada que se recuerda, con espesores propios de estaciones de esquí nórdicas y colapso urbano digno de una película de catástrofes. Tras la nieve ayer empezó a llegar la anunciada lluvia, que venía precedida de todo tipo de augurios negativos, pero, fina y suave, no me consta que haya causado problema alguno. Floja empezaba la tercera semana de apocalipsis del año, rezaba un tuit ingenioso el lunes, tratando de sacar una sonrisa de todo este conjunto de situaciones intensas y negativas, pero quiere la realidad que el madrileño no tenga descanso, que sus autoridades no puedan estar un día sin tener que hacer declaraciones teñidas de tensión y zozobra, y la desgracia ayer se expresó en forma de explosión de gas en un edificio propiedad de la parroquia de la Virgen de la Paloma, sito en la calle Toledo, muy cerca de la puerta del mismo nombre, en lo que se conoce como la almendra central de la ciudad, al sur de la Plaza Mayor. Pasadas las tres de la tarde los “urgentes” de medios y aplicaciones avisaban de que se había producido una explosión en esa zona y que el edificio, que echaba humo, estaba parcialmente derruido, con las paredes reventadas y con la calle regada de cascotes. Heridos tanto entre los viandantes que en ese momento se encontraban por allí como entre residentes del barrio y usuarios de las instalaciones locales, y dudas sobre un balance de fallecidos que, vistas las primeras imágenes, era difícil que fuese nulo. Otra vez la escaleta de los informativos de la tarde quedaba hecha añicos por un suceso que lo alteraba todo, y las crónicas se llenaban de testimonios de gente cercana y de profesionales de los medios que, residiendo en las proximidades, se acercaban para contar lo que pasaba. No tardó mucho el alcalde Martínez Almeida, uno de los hombres sometidos a más estrés desde que se hizo con su cargo hace año y medio, en comparecer para dar información, tranquilizar a los familiares de la residencia de ancianos y colegio cercanos, que en ningún caso se habían visto afectados, apuntar a una explosión de gas como la causa más probable de lo sucedido y dar una primera estimación de heridos y fallecidos, que luego no fue muy corregida por la realidad a medida que se iban conociendo los detalles. Finalmente, el balance es de tres muertos y unos once heridos de diversa consideración, y viendo cómo quedó el edificio y los alrededores uno se puede dar un canto en los dientes pensando en que la tragedia, significativa, pudo ser mucho peor. Entre otras cosas, gracias a la nieve, que llenaba el patio del colegio y lo hacía impracticable, ninguno de los niños y profesores que estaban en las instalaciones, tras semana y media de cierre escolar, se han visto afectados. Ahí la suerte, si eso existe, jugó a favor.

Imagino que habrá heridos que paseaban en ese momento por la calle, o iban a alguna parte, y recibieron impactos de cascotes lanzados en todas direcciones tras el reventón. Hoy muchos de ellos pueden contarlo, pero no serán capaces de explicar lo que pasó, seguramente en un instante en el que no pudieron ser conscientes de nada. Era imposible que evitasen lo que se les venía encima porque era imposible preverlo, y la fatalidad jugó en su contra en lo que, hasta un instante antes, era una transitada calle del centro antiguo de Madrid en un cubierto día de enero, todavía con manchones de la recalcitrante nieve que sigue ahí. Esa suerte, mala, que les alcanzó en forma de fragmento es inexplicable.

miércoles, enero 20, 2021

Washington, tomado

En la antigua república romana existía la tradición de que las tropas de los ejércitos de conquista romana no penetrasen en el territorio de la ciudad. Podían deambular por ella, pero no en formación ni haciendo gala de sus armas. La ciudad era territorio libre y la guerra, que desde ella se comandaba en todo momento, no podía herirla. Cuando las huestes de Julio César cruzan el Rubicón, un río que delimitaba esa zona libre, rompe esa tradición y sume a la ciudad en sus primeros disturbios militares en siglos. La llegada al poder de César y su caída serán seguidas de años de guerra civil, y que acabarán con la entronización de Augusto como emperador y con el fin de la república romana. Y todo comenzó, simbólicamente, con el cruzar de un río.

Hoy, 20 de enero, el día en el que cada cuatro años se produce la jura del cargo de la presidencia de los EEUU, Washington DC amanece completamente tomada por el ejército en un despliegue que recuerda mucho más a la toma de Bagdad en 2003 que a nada que se haya vivido en el interior de aquella nación. Lo sucedido hace un par de semanas con el infame asalto al Capitolio ha despertado a los servicios de seguridad federales, que han decidido que la toma de posesión de Biden como presidente sea la más segura, sometida a vigilancia y aislada de la historia. Sin duda la ciudad está rara, acostumbrada a que por sus amplias avenidas cruce el aire y la gente deambulando, ahora es un festín de vallas, controles de seguridad, puestos de identificación y mucha parafernalia militar. Escenas similares se viven, aunque a menor escala, en las capitales de los cincuenta estados del país, frente a los capitolios locales en los que se encuentra la sede legislativa de esos estados, tratando de anticiparse a posibles incidentes violentos que puedan ser llevados a cabo por seguidores de Trump y, en general, por cualquiera de los grupos violentos amalgamados en torno a su figura. Con semejante despliegue de seguridad, que intimida viéndolo por la tele, es poco probable que hoy veamos sucesos violentos, aunque en esta vida ya nada es descartable, y que, añadido a todo esto, las medidas de profilaxis ante la pandemia nos dejen una ceremonia fría, desangelada, solitaria y que pasará a la historia por todo lo que en ella ocurra, y por lo que no. Será la primera vez en más de un siglo que el presidente saliente no está para dar el relevo, lo que es algo más que una muestra de mala educación. Es, sobre todo, un símbolo del rechazo del traspaso de poderes, de la renuncia a dejar el poder, ese acto en el que alguien lo cede a otro es la base profunda de los sistemas democráticos, en los que se sobreentiende que el poder no está en manos de una persona, sino de la colectividad, que se expresa en las urnas con regularidad y elige, depone o mantiene a sus representantes, que ocupan un poder que les es cedido, que no es posesión suya. Esta idea profunda es la que permite a las sociedades democráticas serlo, y es una de las principales distinciones, en el fondo la mayor, frente a los regímenes autoritarios, en los que el poder se encarna en una persona, o junta, que sí lo considera propio y en exclusiva suyo, que no tiene componente alguno para ser compartido con nadie más, y que se ejerce de manera despótica. En esos regímenes no hay traspasos de poder, sino sucesión ordenada entre los que lo detentan o usurpación por parte de otros que lo buscan. Por eso actos como el de hoy son tan importantes. Desde el momento en el que se proclamó a Biden como candidato el poder que representa la presidencia del país ha ido abandonando a Trump y llegando a su nuevo titular, en un proceso imparable pese a todas las trabas y marrullerías que el a partir de hoy expresidente ha llevado a cabo. Desde las 12 horas de hoy, horario de la costa este norteamericana, Biden será el cuadragésimo sexto presidente de los EEUU, el país más poderoso del mundo.

Siguiendo con la metáfora romana, Trump, que a partir de hoy empieza a ser historia, ha cruzado un Rubicón con la manera en la que ha ejercido el poder estos años, con su insolencia tras el resultado electoral y con su apoyo a los asaltantes que hace un par de semanas violaron la sede del legislativo de aquella nación. Está por ver si el movimiento que ha creado va a ir a más y será capaz de determinar el devenir de la nación, pero la herencia que deja es muy envenenada, y si dentro de unos años EEUU mira hacia atrás y ve los pasados como una época de temor y decadencia, podrá determinar cuándo, en qué momento, un autócrata intentó romper la tradición que regía a la república, buscando el poder absoluto que ansiaba, por encima de todo.

martes, enero 19, 2021

Curva descontrolada

Si no fuera porque el patetismo que suponen, sería hasta cómico observar cómo, casi un año después y con decenas de miles de muertos acumulados, las diferentes autoridades del país se siguen peleando como niños a cuenta de sus errores en la gestión de la pandemia. Por un lado, un Ministerio de Sanidad obsesionado sólo por las elecciones catalanas, con el efecto Illa diluyéndose tras su retraso y el ministro provisional sin haber dimitido aún de su cargo en ejercicio de irresponsabilidad bochornoso. Por otro lado, unas CCAA, todas, que sólo saben quejarse sea cual sea la situación en la que estén, y que ni tienen medios ni competencias ni presupuesto ni capacidad para hacer frente a este desastre.

Decía Simón ayer, en unas declaraciones que eran de chiste, que ve el pico de esta tercera ola ya casi consumado, pero hemos visto a lo largo de estos meses que la capacidad predictiva de este hombre es casi nula. Su palabra se ha devaluado de la misma manera como lo hizo la de los economistas que, en la crisis de 2008, y en todas las que han sido, se han mostrado incapaces de preverla y de afrontarla. No, no estamos en el pico de esta curva. Aún queda por subir. El descontrol de las fiestas navideñas, que debieron ser suspendidas en toda Europa, unido al efecto de la cepa británica, igual de letal pero mucho más contagiosa, está generando un cóctel explosivo en forma de disparo de contagios, de una manera salvaje. A un ritmo que supera los 30.000 diarios de media eso nos llevará a tasas de mortalidad esperadas de 600 personas al día dentro de unas tres semanas, convirtiendo febrero en un camposanto, así de simple. La curva de crecimiento de casos que se observa en España es casi paralela a la que vivió Reino Unido semanas antes de decretar el confinamiento estricto, y tiene esa misma pendiente imposible de sostener. Esa curva de positivos se traslada, a las pocas semanas, a hospitalizaciones y UCIs, saturando el sistema sanitario en días, algo que ya vemos que empieza a suceder en nuestras CCAA. Valencia es un caso claro, con cerca de la mitad de las camas UCI disponibles ya ocupadas por pacientes Covid. Eso no es sostenible, y genera un disparo en la mortalidad derivada del propio coronavirus y, desde luego, en la de otras patologías que dejan de poder ser atendidas al convertirse los hospitales, otra vez, en lugares de guerra. Eso provoca que aunque la mortalidad real del virus pueda situarse algo por encima del 1% los datos reales tiendan al 2%, porque un sistema estresado y sometido a tensión no puede responder como debe, y más tras el desgaste que están sufriendo los profesionales sanitarios. Ellos, en todos los sentidos, se están llevando palizas que el resto no somos capaces ni de imaginar. Moral, mental y físicamente están agotados, desesperados, tanto por las condiciones de trabajo por lo que ven de irresponsabilidad social, política y personal. Ante los datos, ha comenzado una carrera por aumentar la duración de los toques de queda, que se ha convertido en la última batalla política basura de nuestra basura de vida política. Esos toques de queda acabarán ampliándose, pero no será suficiente. En no muchos días tendremos otra batalla de política basura respecto a los confinamientos domiciliarios restringidos, empezando por municipios, zonas, provincias o CCAA en su integridad. Veremos el mismo debate inútil entre pagados de un partido político y otro en función de qué partido de qué administración lo solicite, y así seguiremos perdiendo esfuerzos y tiempo, y cosecharemos más y más muertos que podrían ser evitables. Y todo irá a peor en medio de nuestra necedad. Eso sí, los fanáticos de cada sigla política encantados con su ejercicio de onanismo, el resto, todos los demás, con poco erotismo, pero sí muy jodidos, valga el chiste malo y rudo.

¿Vamos hacia el confinamiento domiciliario nacional? Debiéramos, pero el gobierno central no quiere porque la quiebra del país sería total y ya no hay recursos para sufragarla. Es así de simple, no es tanto un debate entre salud y economía como decidir cuántos muertos soportamos a cambio de no ir a la ruina. La mala gestión de las navidades y la negación constante de la realidad, Simón es el perfecto exponente de lo que es estrellarse una y otra vez contra la curva, han generado un cóctel perfecto y muy peligroso. Mi consejo, pasen de las autoridades, que por el último que se preocupan es por la salud de usted. Si puede, autoconfínese, y si puede, trate de que todos los que le rodean así lo hagan. La vacunación avanza, pero será lenta. Debe ser usted el que vigile por su propia salud. Enciérrese hasta finales de marzo.

lunes, enero 18, 2021

Navalny en la boca del lobo

Apenas minutos. Fue llegar al control de pasaportes, una vez aterrizado el avión en el que viajaba, y la policía rusa detuvo al opositor Alexei Navalny en su regreso a Moscú. Había mucha expectación por si, finalmente, Navalny subiría al avión, como había anunciado que haría, y cuando entró en la cabina de pasajeros los decenas de periodistas que estaban en el interior le asediaron a preguntas y flashes, conscientes quizás de la arriesgada maniobra que empezaba en la pista de despegue de Berlín. El opositor citó a sus seguidores en las afueras de uno de los grandes aeropuertos rusos, pero el avión acabó aterrizando en otro. No habría masas para defenderle.

No entiendo la jugada de Navalny, se me escapa. O es un loco o un inconsciente. Han pasado cinco meses desde que un envenenamiento con Novichoc, una sustancia química de origen militar, le llevó al borde de la muerte. Atacado con ella en Siberia, tras unos días ingresado en un hospital local, fue trasladado por su familia y allegados a Berlín, donde se ha recuperado de un ataque que bien pudo costarle la vida. No es el único, pero ahora mismo quizás sea el opositor a Putin con más prestigio y relevancia internacional, y eso hace que esté siempre en la mira del dictador ruso, que bien sabemos que no se corta a la hora de eliminar a sus rivales, empezando por el uso del término “eliminar” en su significado más directo y cruel. La posición de Navalny en Berlín era segura, o todo lo que se pueda afirmar en este sentido dado el poder de las redes mafiosas de Putin en el extranjero, pero desde luego tenía un altavoz propio, gozaba de libertad de movimientos y la consciencia de que gobiernos, hasta cierto punto, y opiniones públicas, mayoritarias, le respaldaban. Tenía cobertura para, desde allí, denunciar las acciones del sátrapa ruso y de su banda de socios mafiosos. ¿Por qué ha decidido volver? Una posible respuesta, la idealista, es que cree que su campaña contra Putin debe desarrollarse en Rusia, pase lo que pase, y que no tiene sentido ejercerla como un exiliado, que eso le restaría legitimidad. Otra respuesta, algo más pragmática, se puede basar en que, tras lo sucedido, su imagen internacional ha adquirido una enorme relevancia y eso le convierte en intocable para Putin, porque volver a intentar matarle sería una afrenta global que dejaría más que retratado al régimen ruso. Todo eso es cierto, y le da una posición de fortaleza para afrontar lo que ocurra, pero también es verdad que a Putin le importa poco lo que piense el mundo de él, lo único que le importa es él y lo que él piensa de los demás. Si usáramos una película del oeste como símil, tras haber sido gravemente herido y sanado, el débil vuelve a la aldea en la que el sheriff corrupto mantiene el control de todos los negocios, y pese a todo ha decidido volver a presentarse en el “saloon” y plantarle cara al que maneja todos los hilos. Solo ante el peligro, Navalny encarna el papel de un Gary Cooper que espera que con su actitud el resto de la oposición rusa pierda el miedo atroz que generan los actos terroristas de Putin y se levante contra el régimen. Está por ver que eso suceda, y ahora mismo tengo serias dudas de que Navalny, que será sometido a un proceso judicial por presuntos casos de fraude económico, sobreviva a su nueva estancia moscovita. Quizás Putin decida no matarlo ahora, pero puede encerrarle en el sótano más oscuro de la más recóndita prisión rusa, que ya es decir, y que allí se pudra, mandando otro mensaje a los opositores, del estilo de “ya sabéis lo que pasa si lo volvéis a intentar”. En todo caso, ahora mismo hay un duelo en la calle de Moscú, virtual, pero tenso hasta el infinito, entre dos hombres que parecen estar más allá del miedo y el valor.

Contrasta la actitud de Navalny, suicida a simple vista, con la de, por ejemplo, la líder de la oposición bielorrusa, Svetlana Tijanovskaya, que huyó a Lituania cuando vio que el presidente bielorruso Lukashenko no cedería el poder a pesar de haber sido pillado cometiendo fraude electoral. Conocedora de los métodos de la seguridad bielorrusa, Tijanovskaya optó por huir y encontrar un refugio desde el que poder seguir denunciando al régimen, pero manteniendo una cierta seguridad vital. El tiempo dirá cuál de las dos tácticas es más acertada, pero si yo fuera el protagonista de esta historia, no se lo niego, la viviría en el exilio, tratando de salvar el pellejo, sin callarme, pero buscando la seguridad de la distancia respecto a la represora dictadura.

viernes, enero 15, 2021

El final de Trump, no de su era

Esta semana que se acaba es la última completa del mandato presidencial de Donald trump en EEUU. El próximo miércoles 20 un muy mayor Joe Biden jurará el cargo y se convertirá en presidente, en un Washington tomado por reservistas, policía y demás cuerpos de seguridad, para evitar todo tipo de incidentes o ataques. Las medidas de seguridad de este acto, el Presidential Day como allí lo llaman, siempre han sido elevadas, pero esta vez es lógico que sean directamente disparatadas tras lo que pudimos contemplar hace unos días en el edificio sede del legislativo de aquel país, que servirá de marco a la ceremonia.

Trump se va, lo echó el pueblo en una elección, que es como se revalidan cargos ejecutivos y se pierden. Su presidencia ha sido un caos constante, una muestra de ira, infantilismo, nepotismo y todos los “-ismo” que quieran ustedes añadir a una lista interminable de despropósitos. Durante estos cuatro años, que pasarán a la historia de aquel país envueltos en negras sombras, su labor ha sido, casi en exclusiva la de alimentar su infinito ego, a costa de la imagen de su nación y del bienestar de sus ciudadanos. La economía del país funcionó durante gran parte de su mandato, y eso permitió eludir a muchos el tener que enfrentarse a la realidad de que el cargo más poderoso de aquella nación estuviera ocupado por un infantil egocéntrico. Pero la llegada de la pandemia, su nefasta gestión al respecto y las consecuencias derivadas hicieron que a muchos se les cayera el velo de ignorancia que cubría sus ojos. No a todos, no, porque el poder, que detenta hasta las 12 horas del día 20, es el mejor compravoluntades que existe, y los hay que no quieren ver ni aunque se les ponga la realidad por delante. Quizás degeneración sea un buen término para describir estos cuatro años de mandato, en un constante despeñamiento hacia el desastre, culminado, de momento, por el gravísimo asalto al Capitolio de Washington protagonizado por seguidores de Trump, enardecidos aún más de lo que lo están casi siempre tras la arenga que el presidente les dio a pocos metros de la Casa Blanca y de la sede legislativa. Animados por él, jaleados por él, respaldados por él, una turba de algunos friquis y de muchos elementos peligrosos protagonizó un acto de sedición que debiera ser condenado con penas de cárcel gravísimas. La imagen de las hordas entrando en el edificio, violando su integridad, vejando las instituciones y destruyendo cosas, mientras que el presidente del país estaba a no muchos metros, en su mansión, viéndolo en televisión, ejemplifica lo que ha sido el mandato de Trump, un regalo para los enemigos de EEUU, de la democracia y de la libertad, un regalo para los movimientos ultras, para los violentos, para los que no respetan otra ley que la que se impone por su propia fuerza, un regalo, en definitiva, a tiempos oscuros en los que la libertad no existía en aquella nación ni en la mayoría de las del mundo. Desde nuestras democracias, con EEUU a la cabeza, amenazadas por el populismo de, presuntamente, ideologías opuestas, pero mismo objetivo totalizador, Trump ha sido el ancla en el que muchos movimientos a lo largo del mundo se han apoyado para alentar sus discursos y ataques a la libertad y la ley. Nada separa al sedicioso Trump de Puigdemont o Torra, dado que los tres alentaron desde su poder una revuelta contra instituciones y el derecho. A ser Trump aspiran, en España, personajes como Iglesias o Abascal, que se basan en sus turbas tuiteras para proclamarse representantes de un “pueblo” al que dicen “amar” cuando sólo quieren el poder absoluto y el ejercicio totalitario del mismo. Trump ha sido la reencarnación de esos generales romanos que vieron en la república un molesto freno a sus ambiciones sin límite, la recreación de emperadores que dilapidaron fortuna y poder para saciar su ego y provocaron desastres en la ciudad que tenía el templo de Júpiter en la colina capitolina.

Trump se va, pero no seamos ingenuos, el trumpismo se queda. Más de setenta millones de norteamericanos lo respaldaron en las elecciones y decenas de ellos idolatran su figura y mensaje. Sea liderado por él, por alguien de su familia o por otro, el movimiento que ha creado Trump ha venido para quedarse, la fractura que ha provocado en la sociedad norteamericana es enorme y la división del partido republicano, en riesgo existencial, es sólo un reflejo de lo que se vive en instituciones y el conjunto de la sociedad de aquel país, siempre unido, y que muestra peligrosas grietas. Por egoísmo nos conviene que EEUU no se adentre en un marasmo, o algo peor, pero en aquella nación ya se ha cultivado el virus del odio, y vencer a esa enfermedad es difícil, mucho. Bien lo sabemos aquí. 

jueves, enero 14, 2021

Curvas desatadas

Con la poca gente que he hablado durante estas navidades, a distancia y con medidas de seguridad, el maldito coronavirus era el tema dominante, no podía ser de otra manera, y la sensación común era que las navidades nos iban a salir caras. La falta de coraje de los gobiernos a la hora de imponer medidas restrictivas y el incumplimiento de algunos de las que se habían decretado auguraban una cuesta de enero muy dura. Es sorprendente como, con esta idea generalizada, no se actúa a sabiendas de lo que va a pasar. Los comportamientos sociales que estamos viviendo son complejos, y paradójicos. Anticipan los errores que estamos cometiendo, pero no los evitan. Ven el muro de frente, pero siguen, seguimos, corriendo hacia él.

La actualización de datos de ayer de Sanidad, con una calidad siempre bastante mala, refleja un disparo en todas las variables que nos coloca al borde de los peores días de la segunda ola, a mediados de noviembre. Si recuerdan, desde entonces vivimos un proceso de bajada en contagios y en alivio posterior de hospitales y UCIs, lo que fue recibido por todos como una buena noticia y por casi todos como la excusa perfecta para celebrar una Navidad que, este año, debió posponerse. Algunas voces clamaban por la suspensión de las fiestas y las restricciones, sobre todo en el ámbito social, que es donde el virus corre como la pólvora, pero la mayor parte de la sociedad y de su (no) dirigencia optaron por un mensaje que mezclaba la prudencia con el deseo de celebración. ¿Empezamos a ver las consecuencias de este cóctel? Eso parece. Ayer, con más de 30.000 nuevos positivos, fue el día de mayor detección de esta pesadilla desde que tenemos registros, con unas tasas de incidencia acumulada a 14 días que vuelven a acercarse, en el conjunto de España, al nivel de los quinientos por cien mil, y con las CCAA envueltas en una carrera de restricciones que saben insuficientes ante un desmadre de contagios. En los hospitales ven cómo se acerca esta tercera ola sin que se haya acabado, ni mucho menos, el efecto de la segunda, y lo que allí se vive es una mezcla entre miedo, rabia, frustración y un agotamiento que se me hace imposible de imaginar. Sume usted a esto el efecto de los traumatismos en lugares como Madrid y otras zonas afectadas por el hielo de Filomena y verá como nuestros hospitales se han convertido en el lugar perfecto para relatar una moderna secuencia de plagas bíblicas que no dejan de abatirse sobre ellos. ¿Cómo va a evolucionar la curva de contagios? No lo se, pero tengo miedo. Las autoridades dicen que el efecto entre nosotros de la cepa británica, mucho más contagiosa, será muy pequeño, por lo que es probable que esta cepa ya esté disparando los casos y se convierta en la prevalente en pocos días. Su tasa de letalidad es muy similar a la conocida, pero claro, si hace que los contagios se multipliquen por X, el número de ingresos también lo hará y con ello el número de fallecidos. Logrará que se saturen los servicios médicos mucho antes y matará con ganas, aunque sea por el bruto método de infectar más. Si Reino Unido es el espejo en el que nos debemos mirar para saber qué es lo que nos espera, sinceramente, dan ganas de morder la manzana envenenada y echarse. Ayer ese país batió su triste record de muerte diarias con 1.500 fallcidos, una cifra salvaje, que para un país de algo más de sesenta millones de habitantes equivale a que nosotros superásemos, por poco, el millar. Esa maldita cifra de cuatro dígitos no llegamos a alcanzarla en las estadísticas oficiales en ningún día del pasado marzo abril, pero es seguro que sí se produjo en la realidad. La mera idea de que en un par de semanas nos encontremos con algo por el estilo aterra, pero debemos tener en mente esa posibilidad. Ojalá no sea así, pero es posible, y tanto las (no) autoridades como cada uno de nosotros tenemos que tener muy claro que esto se nos puede ir de las manos, si es que no se nos ha ido ya, y convertirse en una pesadilla absoluta.

¿Soluciones? Más allá de la prudencia de cada uno, hay dos, una a corto plazo y otra a medio. La del corto es el confinamiento estricto, como el decretado en las islas británicas, que puede apaciguar los contagios y frenar la curva, pero que es letal para la economía. Para una nación pobre como la nuestra, endeudada hasta las cejas tras los primeros embates, sería el desastre financiero total, y por eso el gobierno no quiere ejecutarlo. Quizás las cifras de muertos le obliguen a ello. La solución a medio es, claro, la vacunación, en la que debemos poner TODOS nuestros esfuerzos. Es probable que ella consiga que la tercera sea la última hora, pero es muy difícil que evite que sea muy cruel.

miércoles, enero 13, 2021

Andar en la nieve

Las distancias son relativas. A veces recorrer mil kilómetros se convierte en apenas un suspiro cuando estamos subidos a un avión, pero recorrer apenas doscientos metros sobre nieve congelada para llegar al portal de casa puede convertirse en un reto que no está al alcance de todos. En estos días en los que Madrid se ha disfrazado de capital de Siberia las distancias se convierten en nada si uno viaje en metro e insalvables si las pretende hacer andando. Se encuentra con trampas en forma de pasillos helados que brillan tentadores para que los pises y caigas, y montañas de nieve que impiden cualquier paso. La geografía urbana se ha alterado,

En el viaje de ayer por la mañana, en tren, el paisaje ya iba advirtiendo que lo que esperaba era duro, más de lo que veía al salir de un Bilbao en el que el tiempo ha dado una tregua desde reyes, donde han visto caer agua en navidades y fin de año como no está escrito pero que con la llegada del roscón se abrió un rosco soleado en el cielo que parecía tan falso como algunas de las frutas escarchadas que decoran el regio postre. Filomena pasó de refilón por el norte, llegó a nevar en Elorrio la noche del sábado 9, y blanqueó campas y tejados, pero no causó problemas mayores, al no llegar a cubrir las carreteras. Las montañas, cargadas como están de nieve como en muchos años no se ha visto, recogieron un poco más, pero no era significativo para ellas. En el trayecto que lleva a Orduña, el límite geográfico de la costa y el inicio de la meseta, todo estaba verde, frondoso, empapado tras el exceso de agua caída. A medida que el tren se enroscaba por el puerto, en una vía de más de un siglo que fue una proeza en su momento y hoy merece ser monumento, la nieve empezaba a asomar en los arcenes, enseñando que el frío era algo asentado en lo alto. Legar a Izarra era empezar a contemplar un paisaje blanco, con algunas protuberancias de tierra y verde, pero en general dominado por la nieve. Así se mantuvo hasta Burgos, ciudad tras la cual, curiosamente, la nieve se mostró en franca retirada. Esperaba uno ver Castilla gélida, pero el trayecto de Burgos a Valladolid apenas dejaba contemplar copos en el suelo, y sólo se atisbaban en las montañas del fondo. Valladolid ofrecía una estampa de normalidad, vista desde la ventanilla, que asombraba. Solo algunos coches despistados portando finas capas de nieve en su parte superior atestiguaban que allí habían caído copos. ¿Tanta es la diferencia con lo que ha pasado en Madrid? Me preguntaba en el tiempo de la parada. La respuesta llegó a medida que, ya arrancados, abandonamos la capital castellano leonesa rumbo a Segovia Guadarrama, porque a los pocos kilómetros aparecía ya un fino manto blanco que empezaba a cubrirlo todo, similar al que dominaba en los alrededores de Miranda de Ebro, pero a medida que el tren avanzaba el manto se iba espesando, los árboles empezaban a aparecer cubiertos de él y la escena se iba tornando más y más gélida, y atemorizante. Bajo un Sol radiante podía contemplar uno por la ventana un paisaje digno de la estepa siberiana, que no conozco pero que es así como se relata. Infinito, inabarcable, blanco y helado. El tren se movía, pero no podía dejar de pensar en la pesadilla que podía ser, por la causa que fuera, estar ahí, en el exterior, sometido al frío e intemperie, y con el miedo de que la noche en invierno cae rápida y las temperaturas le acompañan en su desplome. Atravesar el túnel de Guadarrama y entrar en la Comunidad de Madrid fue como hacerlo a un territorio de película, con masas de nieve apelmazadas que habían limado las diferencias del terreno, suavizándolo como media móvil, y árboles aplastados, muchos tronchados, por una forma blanca que lo dominaba todo. Madrid, sus calles, el entorno del trabajo, eran pasillos donde poder caminar en fila de a uno, surcos en medio de una capa de muchos centímetros de nieve y, esporádicamente, montañas acumuladas.

En mi barrio el escenario es similar, con las calles principales abiertas con un carril por sentido, pero con casi todos los coches rodeados por infranqueables capas de nieve helada, que los convierte en trastos inútiles, y aceras abiertas de manera irregular, peligrosa, con tramos en los que se puede andar normal y otros en los que la pericia es necesaria. La situación, cuatro días después de la gran nevada, sigue siendo anómala, peligrosa y difícil. Tardarán aún varios días en fundirse todo lo que domina las calles, y será el Sol del mediodía el que más efecto tenga, porque duras noches como las de hoy, con -7 a las 7 en mi zona, no ayudan en nada. Paciencia y precaución hasta el extremo.

lunes, enero 11, 2021

Mañana, martes 12

Mañana, martes 12, muy probablemente, no haya artículo en el blog. Viajo a Madrid durante gran parte del día

Loco inicio de año

Les decía el pasado 23 de diciembre que hoy, lunes 11, sería el primer artículo del año, si todo iba con la normalidad que había carecido el ya pasado 2020. Cierto es que, parece, seré capaz de cumplir esta promesa, y si leen esto así habrá sido, pero parece que el recién nacido 2021 ha venido con envidia de su predecesor, ha salido con fuerza de un cascarón en el que los años, como velociraptores de película, rompen el huevo con rudos picotazos, nada de agrietarlo poco a poco hasta conseguir abrirlo con dulzura. Y lo primero que ha hecho este ejercicio al empezar es gritar, desgañitarse hasta dejarnos a todos con la sensación de no haber cambiado.

En ni dos semanas del año tenemos la aceleración de la pandemia en Europa de una manera que da mucho miedo, con una Reino Unido a la cabeza en datos, en hospitalizaciones, en muertos, con unas cifras que ahora mismo en aquel país son peores que las registradas en los pasados y aciagos marzo y abril, y con la sensación de que el resto de países, desde luego también el nuestro, vamos a empezar a pagar en cajas y lloros la apertura de una Navidad que no ha sido tal. NI en dos semanas del año, a nueve días del final de su aciago mandato, hemos visto en EEUU como una horda de violentos, alentados por el presidente Trump, asaltaba la sede de la soberanía nacional mientras el instigador se quedaba en su palacete de la Casa Blanca, deshonrándolo hasta el extremo, mostrando que es tan cobarde como sedicioso, viendo a la vez, junto con el asombrado resto del mundo, como el remake del 23F elaborado desde la nación norteamericana contaba con mucho presupuesto en extras, maquillaje y vestuario, y desbordante imaginación en friquismo visual. Y ni en dos semanas de este año la meteorología ha querido sumarse al carrusel de acontecimientos relevantes, envidiosa quizás ella de todo lo que pasaba a ras de suelo, y ha decidido hacerse con el control de las portadas y medios de comunicación en España durante unos días. Hartos de que, con razón, los madrileños y los que allí vivimos nos quejemos de que cuando nieva en la capital a veces es como una caricatura, las nubes se han cebado con el centro del país y han convertido a la gran ciudad en una imagen de postal vista desde lejos, mucho menos amable si uno se fija en los detalles concretos. Filomena, que era el nombre otorgado por AEMET a la borrasca que se gestó en las proximidades de Canarias hace una semana, ha seguido con precisión milimétrica la trayectoria que indicaban los modelos meteorológicos y se estrelló el viernes contra nosotros, sepultando Toledo, el interior de Castellón, gran parte de la Mancha, Aragón e interior de Cataluña y, sobre todo, Madrid. Me gustaría poder contarles de primera mano cómo se ve la ciudad desde lo alto de mi oficina, qué aspecto ofrecen los tejados y azoteas de la urbe y cómo son los surcos de tráfico que empiezan a aparecer en las avenidas principales, pero no puedo decirles nada al respecto, porque les escribo desde mi elorriano cuarto, desde el piso de mi madre en el pueblo. Ayer por la tarde debiera haber viajado a Madrid en autobús, pero como bien entenderán eso era imposible, y en otra de esas jugadas del destino al que nos tiene acostumbrados últimamente, me veo aquí, ante otro teclado y pantalla, muchísimo más pequeño, intentando escribir esta nota diaria que debiera estar destinada a desearles a todos un feliz año nuevo, pero que apenas trascurridos diez días, los dedos de la mano, la actualidad ha convertido esa común expresión de celebración en una frase con muy poco contenido. La “demo” que llevamos vivida de este año ya nos deja exhaustos, con ganas de darle carpetazo al ejercicio. Como tarde, viajaré a Madrid el jueves por la mañana.

Entre los muchos memes y frases que han invadido twitter este fin de semana de avalancha nivosa, una de ellas rezaba la hartura de quien la escribía de vivir sucesos que no se habían dado nunca. Llevamos un tiempo soportando experiencias inéditas, y no precisamente para bien, y tanta excepcionalidad cansa, Ver una película, o serie, en la que los guionistas no dejan de innovar y crear tramas cada vez más disparatadas acaba por expulsar al espectador, que se satura ante lo que contempla y ya no le da verosimilitud. Vivirlo es, obviamente, peor, porque no hay guionista al que poder echarle la culpa ni manera de “apagar” para dejar de ver. ¡Cuándo podremos vivir unas semanas de expresionismo francés, de aburrida contemplación en la que nada pase! Ojalá pronto, y durante muchos muchos episodios.