En la antigua república romana existía la tradición de que las tropas de los ejércitos de conquista romana no penetrasen en el territorio de la ciudad. Podían deambular por ella, pero no en formación ni haciendo gala de sus armas. La ciudad era territorio libre y la guerra, que desde ella se comandaba en todo momento, no podía herirla. Cuando las huestes de Julio César cruzan el Rubicón, un río que delimitaba esa zona libre, rompe esa tradición y sume a la ciudad en sus primeros disturbios militares en siglos. La llegada al poder de César y su caída serán seguidas de años de guerra civil, y que acabarán con la entronización de Augusto como emperador y con el fin de la república romana. Y todo comenzó, simbólicamente, con el cruzar de un río.
Hoy, 20 de enero, el día en el que cada cuatro años se produce la jura del cargo de la presidencia de los EEUU, Washington DC amanece completamente tomada por el ejército en un despliegue que recuerda mucho más a la toma de Bagdad en 2003 que a nada que se haya vivido en el interior de aquella nación. Lo sucedido hace un par de semanas con el infame asalto al Capitolio ha despertado a los servicios de seguridad federales, que han decidido que la toma de posesión de Biden como presidente sea la más segura, sometida a vigilancia y aislada de la historia. Sin duda la ciudad está rara, acostumbrada a que por sus amplias avenidas cruce el aire y la gente deambulando, ahora es un festín de vallas, controles de seguridad, puestos de identificación y mucha parafernalia militar. Escenas similares se viven, aunque a menor escala, en las capitales de los cincuenta estados del país, frente a los capitolios locales en los que se encuentra la sede legislativa de esos estados, tratando de anticiparse a posibles incidentes violentos que puedan ser llevados a cabo por seguidores de Trump y, en general, por cualquiera de los grupos violentos amalgamados en torno a su figura. Con semejante despliegue de seguridad, que intimida viéndolo por la tele, es poco probable que hoy veamos sucesos violentos, aunque en esta vida ya nada es descartable, y que, añadido a todo esto, las medidas de profilaxis ante la pandemia nos dejen una ceremonia fría, desangelada, solitaria y que pasará a la historia por todo lo que en ella ocurra, y por lo que no. Será la primera vez en más de un siglo que el presidente saliente no está para dar el relevo, lo que es algo más que una muestra de mala educación. Es, sobre todo, un símbolo del rechazo del traspaso de poderes, de la renuncia a dejar el poder, ese acto en el que alguien lo cede a otro es la base profunda de los sistemas democráticos, en los que se sobreentiende que el poder no está en manos de una persona, sino de la colectividad, que se expresa en las urnas con regularidad y elige, depone o mantiene a sus representantes, que ocupan un poder que les es cedido, que no es posesión suya. Esta idea profunda es la que permite a las sociedades democráticas serlo, y es una de las principales distinciones, en el fondo la mayor, frente a los regímenes autoritarios, en los que el poder se encarna en una persona, o junta, que sí lo considera propio y en exclusiva suyo, que no tiene componente alguno para ser compartido con nadie más, y que se ejerce de manera despótica. En esos regímenes no hay traspasos de poder, sino sucesión ordenada entre los que lo detentan o usurpación por parte de otros que lo buscan. Por eso actos como el de hoy son tan importantes. Desde el momento en el que se proclamó a Biden como candidato el poder que representa la presidencia del país ha ido abandonando a Trump y llegando a su nuevo titular, en un proceso imparable pese a todas las trabas y marrullerías que el a partir de hoy expresidente ha llevado a cabo. Desde las 12 horas de hoy, horario de la costa este norteamericana, Biden será el cuadragésimo sexto presidente de los EEUU, el país más poderoso del mundo.
Siguiendo con la metáfora romana, Trump, que a partir de hoy empieza a ser historia, ha cruzado un Rubicón con la manera en la que ha ejercido el poder estos años, con su insolencia tras el resultado electoral y con su apoyo a los asaltantes que hace un par de semanas violaron la sede del legislativo de aquella nación. Está por ver si el movimiento que ha creado va a ir a más y será capaz de determinar el devenir de la nación, pero la herencia que deja es muy envenenada, y si dentro de unos años EEUU mira hacia atrás y ve los pasados como una época de temor y decadencia, podrá determinar cuándo, en qué momento, un autócrata intentó romper la tradición que regía a la república, buscando el poder absoluto que ansiaba, por encima de todo.
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