El maldito coronavirus se lleva a miles de personas anónimas y también a algunos rostros conocidos, que sucumben a la enfermedad con un grado de aleatoriedad digno de estudio. En la primera ola, que inició el mundo en el que ahora vivimos, Jose María Calleja, periodistas, fue uno de los famosos que falleció víctima de la enfermedad. De larga trayectoria y honestidad literalmente a prueba de bombas, ya se echa de menos su voz y clarividencia a la hora de analizar la desquiciada actualidad que vivimos. A buen seguro, de estar con nosotros, sentiría el mismo dolor que padecemos ante las cifras diarias y, en lo político, la decepción por los que ahora nos rigen, por los que gestionan el partido al que más unido se sentía. Estaría triste, seguro.
Este fin de semana, a los 88 años, ha fallecido en un hospital californiano Larry King. A muchos entre nosotros ese nombre no les sonará, pero en EEUU era una institución, como en todo el mundo del periodismo. Larry King era sinónimo de entrevista, era el maestro del género y el único capaz de llamar a quien quisiera para que se sentase delante de él y conseguirlo. Poseedor de una biografía personal apabullante, con ocho matrimonios con siete mujeres entre otros muchos detalles, ya realizaba entrevistas radiofónicas bastante antes de que Ted Turner se fijara en él para darle un espacio fijo la noche de los domingos en la cadena de noticias que iba a crear allá por los ochenta, de nombre CNN. King comenzó su presencia televisiva con las emisiones de esa cadena y siguió ahí hasta hace no muchos años, cuando su salud, ya deteriorada, no le dejaba trabajar como quería. Cultivó una imagen estética propia, a sabiendas de que tenía que tener un sello distintivo que lo separase de los demás. Con su micrófono vetusto, de los tiempos de la radio, sus gafas cuadradas panorámicas, repeinado, casi permanente pose de codos encima de la mesa y tirantes siempre llamativos, la estética de King era inconfundible, su fama arrolladora, y su programa, de lo más visto en la cadena durante décadas. Se convirtió en una celebridad, y era habitual que, en muchas películas, insertaran fragmentos de entrevistas suyas simulando ser atrezzo de realidad para dar aún más imagen de verosimilitud a la cosa. Sin ir más lejos, este fin de semana han vuelto a echar “Contact” en la tele (fantástica película) y sale dos veces. Más allá de su estética, King era un periodista de primera división, un profesional del medio y del formato, y sabía que el protagonista de una entrevista es la persona a la que se le pregunta, no el que hace las preguntas. Eso lo tenía muy claro, tanto como el hecho de que él no era experto en casi nada, y que el entrevistado sabía más del tema concreto al que se dedica que el periodista que tiene en frente. Buscaba la verdad, sí, obviamente, y trataba de sacar al entrevistado la información que necesitaba o quería, pero no planteaba sus encuentros como una especie de tercer grado policial en el que el entrevistado es un acusado al que se debe despellejar y el periodista es el protagonista de la noticia. Siempre con buenas formas con todo aquel al que se enfrentase, en sus muchos años de carrera King nunca dejó clara cuál era su ideología política, cosa que hoy en día nos puede parecer asombroso, pero que me parece, en sí mismo, motivo para levantarle un monumento. En tiempos en los que el sectarismo político ha invadido los medios y los ha convertido en extensiones de la prensa deportiva, demostrando un “forofismo” hacia los suyos que echa para atrás a cualquier mente con dos dedos de frente, King no hubiera sido contratado por cadena alguna, porque no sería el perfecto militante de la causa que se dejaría la piel para defender y excusar los males de los propios y asediar con saña infinita los males ajenos. Sus entrevistas permitían conocer la opinión del personaje que acudía y luego el espectador se formaba un juicio, sin que el conductor del programa le dictase qué es lo que tenía que pensar.
¿Muere con King este tipo de periodismo? Quizás. Como antes señalaba, vivimos tiempos de trincheras mediáticas, aderezadas con el fuego graneado que día tras día se lanza desde las redes sociales. Hay algunos profesionales de los medios en España que tratan de seguir el ejemplo de King, pero saben que eso es penar y sufrir ante directivas que, parece, reciben argumentarios a diario sobre lo que deben de opinar en función de la ideología del partido al que pertenecen. Con la precariedad de sueldos y carrera profesional que se vive actualmente en el periodismo las opciones de resistirse a estas presiones son cada vez menores. Figuras consagradas como King podían evitarlas, pero era una excepción. Su pérdida deja un vacío muy difícil de cubrir, en lo profesional y, como ven, en el estilo.
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