Nunca hay que descartar nada, dado el caótico comportamiento de Sánchez, pero si no hay sorpresas hoy dimitirá Salvador illa como ministro de Sanidad, siendo sustituido por Carolina Darias, hasta ahora ministra de Política Territorial, y en su lugar entraría Miquel Iceta en el ejecutivo para desempeñar ese mismo puesto. Las cuotas de poder en el bigobierno seguirían siendo las mismas y el poder del PSC dentro del PSOE también. Sobre la competencia, idoneidad y capacidad de los salientes, entrantes y rotantes, nada de nada, eso es lo de menos. Lo importante es el poder y que se mantenga en las mismas orgánicas manos.
Illa llegó a un ministerio devaluado y casi sin competencias como cuota del PSC. Proveniente del poder municipal catalán, su nombramiento ni causo sorpresa ni fue llamativo. Sanidad es uno de esos ministerios que se han quedado en las raspas, abandonados a su suerte en la estructura del gobierno. Con pocos funcionarios, menos medios y nula relevancia social y mediática, Illa fue nombrado para cubrir la cuota del PSC que antes comentaba y para ser un enlace más en las negociaciones con el soberanismo catalán. Su toma de posesión, acaecida hace prácticamente un año, se mencionó en los medios de pasada, como la pedrea de un sorteo de poder que nunca ha pasado por la sede de Sanidad, un soberbio edificio del Paseo del Prado en el que, me da, son muchos los huecos. En aquellos días un virus desconocido empezaba a causar problemas en China, pero se veía como algo lejano. Algunos lo seguíamos desde principios de 2020, pero sin sospechar que se acabaría convirtiendo en la pesadilla que ha arrinconado nuestras vidas en el oscuro lugar en el que ahora se encuentran. La explosión del coronavirus colocó a Illa en el centro del mayor huracán que uno pudiera imaginar, y eso ha permitido ver claramente sus capacidades y carencias. A lo largo de un año de elevada exposición, hemos podido contemplar a una persona de amables formas y profundo desconocimiento de la materia. Illa es educado, moderado, no dado a los gritos, al comportamiento altisonante, posee unas formas que no abundan en la política española, y que son de agradecer. Veremos a ver si a lo largo de la campaña que empieza mañana seguirá mostrando ese mismo talante amable. Esas formas, que han sido de lo mejor de la crisis que estamos viviendo, contrastan con la absoluta incompetencia de su gestión ante la crisis, aunque es cierto que, en su descargo, él no es el principal responsable. Como desconocedor absoluto del tema ¿qué decisiones podría tomar en cada momento? Sus opciones siempre han sido escasas, y se ha encontrado, como antes les comentaba, con una estructura hueca, un ministerio vaciado de competencias, profesionales y recursos, que no había realizado una compra de medicamentos centralizada desde que se transfirió la Seguridad Social a las CCAA y que apenas tiene personal para las cuestiones administrativas básicas. Illa ha envuelto en sus formas la inacción, el ir al arrastre de los acontecimientos, y ha tirado mucho del recurso a la opacidad, inventando comités de expertos que no existían, informes de evaluación de criterios desconocidos y resoluciones no aparecidas, y así un largo rosario de momentos en los que Sanidad, con Illa a la cabeza, se ha mostrado completamente desbordado e incapaz. Frente a él, diecisiete Comunidades Autónomas de todo signo político y pelaje que han disputado con fiereza el título de incompetencia particular y de queja perpetua. A lo largo de toda la pandemia la relación del ministerio con los gobiernos autonómicos ha sido una pesadilla en la que ha quedado muy clara la disfuncionalidad administrativa en la que vivimos, que la necedad no distingue de baronías ni de grados de pompa, y que todo el mundo sueña con afianzar su poder a costa de todos los demás, en un juego en el que los que pierden, seguro, son los ciudadanos, voten donde voten, lo hagan o no.
El voto. Illa mintió a sabiendas, negando su candidatura a la Generalitat un día antes de que esta fuera hecha oficial, en un ejercicio de política que le iguala con todos los que han sido y serán. Le vuelve loco el poder, como a todos los que en ese mundo están y a él acuden. LA pandemia, los hospitales, los fallecidos, las crisis económicas…. Esas molestias no le importan ni a él ni a su jefe ni a sus oponentes ni a nadie que se presente a unas elecciones, pongamos las catalanas dentro de, se supone, tres semanas, que son las que realmente quitan el sueño al PSOE, al PP, a ERC, a Cs y a todas las siglas que usted quiera añadir. Sirva eso para valorar la gestión de Illa en su año en el cargo. Un buen hombre que ha sido un nefasto ministro.
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