Las distancias son relativas. A veces recorrer mil kilómetros se convierte en apenas un suspiro cuando estamos subidos a un avión, pero recorrer apenas doscientos metros sobre nieve congelada para llegar al portal de casa puede convertirse en un reto que no está al alcance de todos. En estos días en los que Madrid se ha disfrazado de capital de Siberia las distancias se convierten en nada si uno viaje en metro e insalvables si las pretende hacer andando. Se encuentra con trampas en forma de pasillos helados que brillan tentadores para que los pises y caigas, y montañas de nieve que impiden cualquier paso. La geografía urbana se ha alterado,
En el viaje de ayer por la mañana, en tren, el paisaje ya iba advirtiendo que lo que esperaba era duro, más de lo que veía al salir de un Bilbao en el que el tiempo ha dado una tregua desde reyes, donde han visto caer agua en navidades y fin de año como no está escrito pero que con la llegada del roscón se abrió un rosco soleado en el cielo que parecía tan falso como algunas de las frutas escarchadas que decoran el regio postre. Filomena pasó de refilón por el norte, llegó a nevar en Elorrio la noche del sábado 9, y blanqueó campas y tejados, pero no causó problemas mayores, al no llegar a cubrir las carreteras. Las montañas, cargadas como están de nieve como en muchos años no se ha visto, recogieron un poco más, pero no era significativo para ellas. En el trayecto que lleva a Orduña, el límite geográfico de la costa y el inicio de la meseta, todo estaba verde, frondoso, empapado tras el exceso de agua caída. A medida que el tren se enroscaba por el puerto, en una vía de más de un siglo que fue una proeza en su momento y hoy merece ser monumento, la nieve empezaba a asomar en los arcenes, enseñando que el frío era algo asentado en lo alto. Legar a Izarra era empezar a contemplar un paisaje blanco, con algunas protuberancias de tierra y verde, pero en general dominado por la nieve. Así se mantuvo hasta Burgos, ciudad tras la cual, curiosamente, la nieve se mostró en franca retirada. Esperaba uno ver Castilla gélida, pero el trayecto de Burgos a Valladolid apenas dejaba contemplar copos en el suelo, y sólo se atisbaban en las montañas del fondo. Valladolid ofrecía una estampa de normalidad, vista desde la ventanilla, que asombraba. Solo algunos coches despistados portando finas capas de nieve en su parte superior atestiguaban que allí habían caído copos. ¿Tanta es la diferencia con lo que ha pasado en Madrid? Me preguntaba en el tiempo de la parada. La respuesta llegó a medida que, ya arrancados, abandonamos la capital castellano leonesa rumbo a Segovia Guadarrama, porque a los pocos kilómetros aparecía ya un fino manto blanco que empezaba a cubrirlo todo, similar al que dominaba en los alrededores de Miranda de Ebro, pero a medida que el tren avanzaba el manto se iba espesando, los árboles empezaban a aparecer cubiertos de él y la escena se iba tornando más y más gélida, y atemorizante. Bajo un Sol radiante podía contemplar uno por la ventana un paisaje digno de la estepa siberiana, que no conozco pero que es así como se relata. Infinito, inabarcable, blanco y helado. El tren se movía, pero no podía dejar de pensar en la pesadilla que podía ser, por la causa que fuera, estar ahí, en el exterior, sometido al frío e intemperie, y con el miedo de que la noche en invierno cae rápida y las temperaturas le acompañan en su desplome. Atravesar el túnel de Guadarrama y entrar en la Comunidad de Madrid fue como hacerlo a un territorio de película, con masas de nieve apelmazadas que habían limado las diferencias del terreno, suavizándolo como media móvil, y árboles aplastados, muchos tronchados, por una forma blanca que lo dominaba todo. Madrid, sus calles, el entorno del trabajo, eran pasillos donde poder caminar en fila de a uno, surcos en medio de una capa de muchos centímetros de nieve y, esporádicamente, montañas acumuladas.
En mi barrio el escenario es similar, con las calles principales abiertas con un carril por sentido, pero con casi todos los coches rodeados por infranqueables capas de nieve helada, que los convierte en trastos inútiles, y aceras abiertas de manera irregular, peligrosa, con tramos en los que se puede andar normal y otros en los que la pericia es necesaria. La situación, cuatro días después de la gran nevada, sigue siendo anómala, peligrosa y difícil. Tardarán aún varios días en fundirse todo lo que domina las calles, y será el Sol del mediodía el que más efecto tenga, porque duras noches como las de hoy, con -7 a las 7 en mi zona, no ayudan en nada. Paciencia y precaución hasta el extremo.
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