martes, agosto 31, 2021

Dos vidas, en Afganistán

Algo antes de las doce de la noche de ayer 30, en lo que era la madrugada afgana del 31, partía de Kabul el último de los vuelos militares organizados por EEUU para evacuar su personal de la capital afgana. Concluían de esta manera, humillante, casi veinte años de guerra intermitente y presencia continuada de las tropas norteamericanas, y con ellas las del conjunto de socios de la OTAN, en esa nación asiática. Ha sido la guerra más larga de todas aquellas en las que ha combatido el país imperio, no la más cruenta, y está por ver si la más inútil de todas. En su forma de concluir, las comparaciones con el Saigón vietnamita son inevitables, pero está por ver que Afganistán sea, dentro de unas décadas, el país próspero y atrayente que ahora es Vietnam.

Dos imágenes, crueles, y con un estremecedor parecido estético, enmarcan estas dos décadas de intervención. En la primer se ve a personas cayendo de lo alto de las torres gemelas del WTC tras los ataques del 11S. Ciudadanos que horas, minutos antes, desarrollaban su trabajo de oficinista en uno de los edificios más altos y famosos del mundo, y que en ese instante contemplaban acercarse a la muerte, en forma de suelo, a creciente e insoportable velocidad. Nunca sabremos lo que esas personas vivieron, nunca podrán contar su experiencia. Casi veinte años después, algunas personas caen, nuevamente, esta vez de los trenes de aterrizaje y partes del fuselaje de los aviones americanos a los que se han agarrado para, en un intento suicida, tratar de escapar del Kabul talibán. El avión se eleva en el cielo y, en un momento dado, vemos unas sombras, que corresponden a unos cuerpos, que se desprenden del aparato y emprende su lineal y aplastante viaje para acabar estampados en el suelo. Nada une, en contexto vital, pensamiento, experiencia, o en tantas otras facetas de la vida, a los que en 2001 caían de las ventanas de un rascacielos o a los que, hace unos días, se soltaban de aviones que aceleraban con fuerza irresistible. Sin embargo, al menos un aspecto del final de sus vidas si es plenamente común; la desesperación. La absoluta impotencia de lo que están viviendo, el no entender que pasa. Uno se levantó en su piso norteamericano, desayunó y se fue al trabajo esperando, y confiando, en que la jornada laboral no le deparase sorpresas desagradables ni marrones. El otro, desesperado tras la toma talibán del poder, conocedor de cómo se las gastan esos fanáticos, sabedor de la mentira que propagan de puertas para afuera para ocultar las barbaridades que van a hacer de puertas para dentro, corrió una mañana hacia el aeropuerto de Kabul, proviniendo quizás de la ciudad, puede que como última etapa de un largo y peligroso viaje por el interior de su país, con el objeto de escapar de la locura. Es difícil encontrar dos historias vitales más distintas, más separadas en forma y fondo, en preocupaciones y angustias vitales, pero más unida por la tragedia final de sus vidas. En cierto modo la existencia segada, más bien aplastada, del hombre que cae de lo alto del cielo de Manhattan es lo que va a acabar provocando la caída del hombre del avión que despega en Kabul. Hay un hilo finísimo, invisible, pero tenso, que une ambas vidas, y que las arrastra inevitablemente al abismo del que no van a volver. Durante los años anteriores al 11S no es descabellado pensar que el oficinista no supiera nada de un lugar llamado Afganistán, y durante gran parte de la vida del afgano fallecido el 11S y sus consecuencias han sido, probablemente, el acontecimiento que ha determinado su existencia y la de todos los suyos. Pero ni uno ni otro soñaron nunca con que sus vidas concluirían de una manera tan cruel y absurda, tan brutal, destruidas por la ceguera terrorista y la incompetencia militar. Ambos nunca se conocieron, era imposible que llegaran a saber de su existencia mutua el tiempo en el que compartieron vida y amaneceres en este planeta, pero sus destinos, trágicos, enmarcan estas dos décadas de geopolítica e historia.

En medio de estas dos vidas, años y años de esfuerzo, inversión, dispendio, vidas, violencia, estudio, cooperación, trabajo, entrega, proyectos, atentados, escuelas, enseñanza, operaciones, desarrollo, contrainsurgencia, terrorismo, entierros, lutos, nacimientos, y un sinfín más de hechos y experiencias que algún día serán contadas en su integridad en un buen libro, que servirá para enmarcar el fracaso de la misión norteamericana en los pedregales de Afganistán, el desastre que para la OTAN ha supuesto la intervención, el desprestigio que occidente ha, hemos, cosechado con la forma de actuar y, sobre todo de huir, y la sensación de que lo construido en estas dos décadas en la sociedad afgana, que no ha sido poco, puede deshacerse como lo hace un cuerpo cuando, a cientos de kilómetros por hora, se estampa contra el duro suelo.

lunes, agosto 30, 2021

Quinientos años desde la muerte de Josquín

El pasado viernes 28 se cumplían exactamente los quinientos años desde la muerte de Josquín Des Prez, pero el maldito atentado islamista de Kabul me obligó, si es que se puede decir así, a cambiar el guion previsto y retrasar el homenaje, cosa que trataré de hacer hoy. Seguramente a muchos mencionar el nombre de Josquín Des prez no les suene a nada cuando, paradojas de la vida, pocos han sonado más y mejor a lo largo de la música occidental. Des Prez es la cumbre de la polifonía renacentista y, en mi opinión, uno de los tres mayores compositores de todos los tiempos, junto a Mozart y Beethoven. Todos ellos están algo por detrás de Bach, que es algo más que el mejor compositor de música.

Si les entra la curiosidad y bucean en la vida de Josquín se van a encontrar con un montón de agujeros, empezando porque no está claro ni dónde ni cuándo nace, aunque sí la fecha de su muerte y lugar, una localidad francesa cercana a la frontera belga. Por dudad verán escrito su nombre de múltiuples maneras; Josquín Des Prez, Josquen Despres, combinaciones entre ambos que incluyen Des Pres, un lío. Perteneció a la escuela francoflamenca de polifonía, en la que antes destacaron figuras como Machaut u Ockeghem, y tras él vendrían otros maestros como Combert, de la Rue, Willaert, de Rore, etc, pero Josquín está por encima de ellos. En una época de enormes polifonistas, como los británicos Bird, Tallis o Phillips, o el trío español formado por Morales, Guerrero o Victoria, el arte de conjuntar voces se desarrolla plenamente, la música coral se enrevesa, complica, y convierte los motivos religiosos de obligada composición en ejercicios donde mostrar el genio del creador y las posibilidades del coro del que dispone. La autoría de las obras empieza a ser indiscutida y las figuras maestras, los nombres citados y muchos otros, son disputados por las casas nobles y cortes que pueden pagar un conjunto musical para adornar sus vidas y celebraciones y, desde luego, presumir ante los demás de tener al más valioso de los compositores entre ellos. Josquín fue contratado por varias casas ducales, especialmente por las italianas de Este y Ferrara, donde creo gran parte de su obra. La fama de sus composiciones era enorme, y se puede afirmar que fue el primero de entre los músicos europeos que se convirtió en referencia, en una forma creadora que dictaba patrones y modos que el resto usaban como inspiración y referencia. Sus misas son de una belleza apabullante, pero a la vez muchas de ellas surgen como expansiones de temas profanos, algunos suyos y otros ajenos, que el maestro utiliza como base para crear todo el obligado de la celebración (Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus & Benedictus y Agnus Dei) de una manera unificada. Esto, en el que él es innovador, será una manera de componer para el resto de polifonistas de la historia. Esas misas tienen tanto éxito y son tan admiradas que Josquín se convierte en el primer autor para el que las imprentas venecianas de Ottaviano Petrucci, el mayor editor musical de su tiempo, dedica un volumen en exclusiva, sólo de misas suyas, para que el mundo entero pueda cantarlas sin problema. Es sólo un reflejo del enorme éxito de su obra, que empieza a ser imitada a discreción en un continente rendido a su trabajo. Esto ha hecho que parte de su legado artístico sea dudoso, que algunas obras que se decían que eran suyas no lo fueran, y que otras sigan estando en duda, pero no afecta en lo más mínimo al grueso de su producción, que es indiscutida. Se juntan en ella principalmente obras religiosas, pero también profanas, vocales casi todas, pero también instrumentales, que fueron los absolutos “números uno” de su tiempo. El “Mille Regretz” o canción del emperador, se dice que era la favorita de nuestro Carlos I, el V de Alemania, y fue un tema versioneado y repetido hasta el infinito en todo el continente.

Hay muchas y excelentes versiones grabadas de la obra de Josquín, destacando las interpretaciones vocales que grupos como Tallis Scholars, Huelgas Ensemble, Hilliard ensembre u Oxford Camerata, por nombrar algunos, han llevado al disco. Las misas y motetes constituyen el grueso de la producción, y cualquiera de ellas es un lugar fascinante para sumergirse en un mundo de armonías y complejidades vocales que llevaron al extremo y más allá lo conocido. Sólo Bach pudo superar los límites a los que logro llegar Josquín, pero los Agnus Dei de muchas de sus misas siguen siendo, a día de hoy, obras de una belleza, complejidad y, sí, modernidad, no superadas. Son completamente atemporales, pura belleza musical que desborda. Nadie compuso como Josquín, nadie lo haría con posterioridad de esa manera.

viernes, agosto 27, 2021

Masacre islamista en Kabul

Ayer les comentaba el enorme riesgo que corrían nuestros efectivos que trabajan sin descanso en la misión de rescate en Kabul, junto con todos los que allí se encuentran, por las tensiones derivadas de las avalanchas en el aeropuerto y la advertencia de atentados o ataques. Es una situación mucho más descontrolada de lo que parece y que podía ser alterada en cualquier momento por una acción criminal. Bastaron horas para que una tragedia de ese estilo se diera, y un doble atentado perpetrado por islamistas de DAESH rama Jorasan (el ISIS –K en anglosajón) sembró la ciudad de cadáveres, de terror a los supervivientes y de urgencia extrema a las evacuaciones, cancelándolas en muchos casos.

Un doble atentado bien diseñado con muchos objetivos. En primer lugar, un suicida se inmoló en una de las puertas de acceso al complejo aeroportuario de la ciudad, con lo que la gran mayoría de los fallecidos son afganos, puede que también algún miembro de la seguridad talibán que controlaba los accesos y de las fuerzas occidentales. Un acto bárbaro, que deja escenas desoladoras de muerte y salvajismo, que busca aterrorizar a los afganos y advertirles de que no traten de huir. En segundo lugar, un coche bomba junto al hotel Baron, cerca del aeropuerto, lugar utilizado sobre todo, aunque no sólo, por Reino Unido y EEUU para concentrar a sus colaboradores y conducirlos así unificados al aeropuerto, un ataque que buscaba tanto a los afganos que han colaborado con las dos principales potencias como al personal militar norteamericano encargado de la tarea de seguridad y retorno a casa. Y los encontraron. A esta hora el balance de estas explosiones aún está abierto, se habla de un centenar de muertos y cientos de heridos, y de todas esas bajas unas trece corresponden a militares norteamericanos, en lo que es uno de los golpes más duros que ha recibido su ejército en bastante tiempo. A última hora de la tarde de ayer los malditos islamistas de DAESH reivindicaron su cruel acción, y aunque no se si en el comunicado hacen referencia al respecto, son obvios los temores a que no sea la última antes de la fecha límite marcada por los talibanes del 31 de agosto. El ataque pone a todas las partes en aviso sobre el profundo deterioro de la situación en aquel país, en el que la milicia talibán, armada hasta los dientes y en poder del armamento dejado por EEUU, controla el territorio pero, obviamente, es incapaz de garantizar la seguridad, y la presencia de grupos de DAESH en el país, grupos que consideran blandos a los talibanes, que no los ven lo suficientemente rigoristas, e incluso que les consideran traidores tras el acuerdo al que llegaron el año pasado con el presidente Trump para regular las condiciones y plazos de la retirada. ¿Se abre desde ya un enfrentamiento interno entre los talibanes y DAESH? Pronto es para asegurar cualquier cosa, pero sin duda algo de eso hay. Ahora mismo ese país es un desbarajuste total en el que, a buen seguro, excombatientes de DAESH y dirigentes, algunos liberados por los talibanes, reorganizan su estrategia y tratan de consolidar una posición desde la que intervenir. DAESH fue derrotado en Siria, pero ni su funesta ideología ni todos sus miembros se erradicaron del mapa. La imagen de los talibanes venciendo al gobierno afgano y provocando la salida, mejor huida, de las tropas norteamericanas, ha debido ser festejada por todos los islamistas del mundo, desde los sitos en las montañas peladas de Afganistán a los que residen en barrios de nuestras ciudades. Es un triunfo clamoroso. Ahora, a partir de la semana que viene, sin presencia de tropas extranjeras en el terreno, con armamento por doquier y ganas de lucha, Afganistán corre el riesgo de sumirse, otra vez, en un mar de enfrentamientos entre facciones islamistas por el control del poder y el rigor doctrinario. Si usted fuera un afgano normal haría todo lo posible por salir de ese infierno. Eso es lo único seguro en toda esta cruel historia.

De momento, desde ahora hasta el martes que viene, un presidente Biden con aspecto compungido y cansado ha afirmado que los EEUU mantendrán el dispositivo de evacuación, sabiendo que el riesgo de nuevos ataques es extremo. Varios países, como Alemania o Francia, dieron ayer por acabadas sus operaciones tras lo sucedido, y hoy sabremos lo que vamos a hacer nosotros, aunque las apuestas apuntan a que pueda ser este viernes el último día de la operación española. Sobre el terreno, nuestros efectivos viven una situación angustiosa que no deja de complicarse a cada minuto. De momento no fueron afectados por los atentados de ayer, pero el riesgo es altísimo. Pesadilla sin fin en un Kabul que cae en las sombras islamislas.

jueves, agosto 26, 2021

Nuestros héroes en Kabul

Más de cien españoles han muerto en la misión afgana desde que en 2001, la coalición internacional echó a los talibanes del poder tras los atentados del 11S. La mayor parte de los fallecidos tuvieron lugar en el maldito accidente del Yak 42, y el resto en un goteo de atentados, ataques, accidentes y problemas varios. Asentados en su base Qala-I-Naw, las tropas españolas se sabían no queridas, pero eran subsidiarias de la fuerza norteamericana, la que lideraba la conquista y todo lo demás, por lo que hicieron lo debido, tratando de ganarse el afecto de la población local. Es probable que lo consiguieran más que tropas de otras nacionalidades.

Esa base fue traspasada en 2013 al ejército afgano, que desde entonces la regía y utilizaba como infraestructura propia, en lo que fue la retirada del grueso de las tropas españolas del país. Un pequeño grupo de militares y policías se mantenía en Kabul, prestando servicios de seguridad a la embajada y poco más. Ahora mismo, en esa capital, hay un retén de uniformados españoles, pertenecientes al ejército, GEOs y UIP de la Policía que, en su conjunto, no llegarán a la cuarentena, y que están desarrollando una de las misiones más difíciles y peligrosas de su vida, y que a buen seguro no imaginaron que iban a tener que hacer nunca, y menos en estas condiciones. Tratan de filtrar, entre la avalancha que ha invadido el aeropuerto, a los afganos que colaboraron con las tropas españolas durante los años de permanencia en el país, o con personal de nuestro país en estas últimas décadas, lo que les señala como traidores a ojos de los nuevos rectores de la nación. Miles de personas se agolpan en una terminal que apenas es capaz de proporcionar el más mínimo servicio, estando completamente desbordada, y los españoles saben que, fuera del entorno del aeropuerto, miles de talibanes armados esperan y tienen el dedo cerca del gatillo, como una amenaza permanente. En el aeródromo son constantes las avalanchas y los tiros al aire para tratar de controlar a una multitud que está desesperada por huir de un país que se va a sumir en el integrismo. Póngase por un momento en la piel de un afgano que lleva varios años viviendo en un régimen simulado de democracia y derechos y, de repente, la infamia talibán lo derrumba todo. Y póngase en la piel de uno de esos pocos efectivos españoles que contemplan el caos ante si, que saben que su seguridad, en el fondo, depende de lo que decidan los de los turbantes que se encuentran al otro lado de la terminal, y que saben que no podrán completar su misión porque en el caos que es ahora Kabul resulta imposible que todos los colaboradores que están identificados por las autoridades españolas puedan llegar a las pistas. Afirmó hace un par de días el JEMAD que algunos de los efectivos españoles estaban saliendo del recinto aéreo a la búsqueda de los colaboradores, lo que es una misión peligrosísima tanto para ellos como para las personas que buscan, pero lógicamente no dio detalle alguno sobre hasta dónde se están arriesgando los efectivos españoles para buscar a esos colaboradores, cómo los identifican y cómo logran volver al recinto del aeropuerto, en el que las tropas de EEUU, rifle en mano, establecen una disuasión armada que es la que permite que las evacuaciones que vemos estos días se lleven a cabo. Todo lo que está pasando estos días en ese aeropuerto es desolador, en muchos sentidos, y esos pocos españoles que están allí viéndolo en persona deben estar atesorando recuerdos y experiencias de enorme dureza, algunas de las cuales relatarán en el futuro, otras no, y se quedarán para siempre en sus retinas y corazones. Esta misión, condenada desde un principio al fracaso parcial, los marcará para siempre.

El pasado 7 de julio, San Fermín, la que fuera base española de Qala-I-Now fue tomada por los talibanes a las inoperativas tropas afganas, en lo que fue parte de la gran ofensiva talibán de reconquista del país, en la que ciudades, instalaciones y material caían sin cesar en manos de los fanáticos enturbantados. Quedaban cinco semanas para que cayese Kabul, y ninguno éramos ni conscientes de ello ni capaces de imaginarlo. Y en alguna parte de nuestro país, algún policía o militar, unos poquitos, que a saber qué estaban haciendo, quizás disfrutando de sus vacaciones, no podía sospechar que, cinco semanas después, iba a recibir una llamada que le trasladaría a uno de los peores lugares del mundo. Y que, como profesional, allí se iría. Esos son nuestros héroes en Kabul en el momento de la retirada occidental.

miércoles, agosto 25, 2021

El fracaso de Afganistán

Se hace bastante cuesta arriba contemplar en directo, ante nuestros ojos, el fracaso en Afganistán, fracaso no sólo referido a la operación de rescate in extremis que estamos desarrollando ahora mismo, en la que el miedo a la violencia talibán genera histeria en la población y un evidente temor en las fuerzas militares occidentales que tratan de evacuar a los que pueden antes de que venza el plazo del próximo martes 31 de agosto. Resulta bastante obvio saber quién tiene ahora mismo el poder en aquel lugar, y quiénes son los hostigados. Y este fracaso final es el colofón al fracaso general de la intervención en aquel país. Amargura sin límite para contemplar lo hecho y lo no.

Cierto es que estas dos décadas de intervención han conseguido fundar los pilares, en parte de la sociedad afgana, de un estilo de vida y valores occidentales, con derechos para todos y acceso a la educación. Y han sido las mujeres afganas las grandes beneficiadas de las conquistas sociales y culturales que se han logrado, dado que partían de la nada, de su consideración como meros animales reproductivos sin estatus propiamente humano. Todo esto ahora no es que esté en peligro, sino que literalmente puede ser barrido de la mano de los barbudos armados, y esa es la dimensión global del fracaso, el no haber sido capaces de crear un sustrato social que pueda y quiera defenderse ante el retorno a la barbarie que imponen partes de su sociedad. Los talibanes son parte de Afganistán, ineludible, inextirpable, pero no por ello dominante, no están predestinados a dominar al resto. Pero sí son los que empuñan las armas con fe y convicción, y eso les da un poder enorme. Frente a ellos, el estado afgano creado en estas dos décadas se ha mostrado no ya pusilánime, sino simplemente inexistente. Ha mostrado ser un cascarón vacío, una tramoya en la que algunos personajes secundarios ejercían el teatro del poder en un Kabul nada representativo del resto del país, poder que no llegaba mucho más allá de algunas manzanas de distancia de los palacios presidenciales. Las tropas de los EEUU y el resto de contingentes internacionales le otorgaban al gobierno afgano un cierto aire de control del territorio y sociedad, pero su marcha le ha dejado completamente desnudo. El ejército afgano, formado y dotado con los mejores elementos de la técnica norteamericana, en el que se han invertido miles de millones de dólares, ha sido un patético ejemplo de hasta qué punto la falta de convicciones y la inexistencia del estado era total. Ahora todo ese material militar ha caído, como un regalo de Alá, en manos de los talibanes, que se encuentran así con la perfecta conjunción de armamento y moral para imponer sus designios al resto de la población. El peor de los escenarios posibles es lo que ahora se vive en Kabul. El intento de crear un estado desde arriba, sin contar con las particularidades de la sociedad afgana, sin llegar a entenderla en ningún momento, y controlado por fuerzas extranjeras que eran vistas por muchos afganos como invasoras de su nación, ha resultado ser un fracaso absoluto, y frente a las tesis de algunos analistas occidentales, que aseguraban que estaban plantadas las semillas de una sociedad abierta y plural, la cruda realidad ha demostrado que bastaba el soplo de los talibanes para convertir, otra vez, al crudo suelo afgano en un lugar yermo, lleno de miedo y ausente de derechos y libertades.

Esta viene a ser la tesis de Daron Acemogú, coautor de dos excelentes libros “Por qué fracasan los países” y “El pasillo estrecho” en su último artículo publicado en la web, (gracias JLRC) en el que incide en que los EEUU estaban condenados, por la manera en la que han actuado, a conseguir el resultado que vemos en lo que hace al desmoronamiento del estado afgano, independientemente de la forma en la que se hubiera ejecutado la saluda del país. Hacerla como la estamos viendo ahora viene a ser el colofón final del desastre. Creo que Acemoglu tiene bastante razón, aunque es cierto que bastaban unos pocos miles de efectivos en el país y el no anuncio de salida para mantener la situación aparentemente bajo control, pero desde luego su tesis es una patada en sus partes a muchos pensadores, militares y ejecutantes de políticas que, sí, han fracasado. Todos los occidentales hemos fracasado en Afganistán

martes, agosto 24, 2021

El día en que cayó Kabul

Kabul cayó en poder de los talibanes un 15 de agosto, uno de los días más tontos de occidente, ni les cuento en España. Festivo casi global, vacacional extremo, con calores habituales que en nuestro país se tradujeron en una ola soporífera de sofoco que asfixió a casi todas las regiones, excepto las de la cornisa cantábrica, asomadas a un balcón de otoño en verano. Casi nadie estaba atento, en el chiringuito o en la eterna modorra del día, a lo que pasaba en Afganistán, pese a que los informativos llevaban narrando desde hace unos días una realidad que distaba mucho de ser la esperada, menos la prevista.

El día en que cayó Kabul los oficiales y servicios de inteligencia del mundo occidental esperaban que los talibanes estuvieran a cientos de kilómetros de ahí, a muchas provincias de distancia. Esperaban que se hicieran con el poder, pero mucho más tarde. Las lumbreras que trabajan en esos puestos, que saben mucho más que yo y ni les cuento la diferencia respecto a los sueldos, preveían hace un par de meses que los talibanes se harían con el poder en un año, y a principios de agosto ya daban por caída Kabul en torno al otoño avanzado. En apenas siete días de la segunda semana de agosto el ejército afgano, entrenado y suministrado por EEUU y el resto de países occidentales, poseedor de un armamento de última generación valorado en decenas de miles de millones de dólares, se deshizo a la misma velocidad con la que cayeron las torres gemelas hace ahora veinte años, con la diferencia que ella fueron abatidas tras cruentos ataques, y esa formación militar de la nación afgana apenas ha mostrado resistencia alguna y la “blitzkrieg” realizada por los talibanes se ha desarrollado en terreno yermo de enemigos. A tres días de la caída de la capital nadie, en las cancillerías europeas y menos en Washinton, quería saber nada sobre un escenario de derrota y desplome, porque directamente ni se contemplaba, mientras que los fanáticos de los turbantes y barbas sí que contemplaban, literalmente, los arrabales de una ciudad que ya acogía a miles de refugiados del resto del país, que huían de las zonas en las que el islamismo sádico ya había reconquistado el poder. Mientras en despachos de agencias y comandancias se seguía viviendo en una ilusión, los talibanes decidieron entrar en Kabul y dar por terminada su reconquista del poder, de una manera tan aplastante como ridícula para sus presuntos oponentes, ausentes por completo. El hasta entonces presidente Ghani, que dese hacía semanas negaba la peligrosidad del avance talibán, y desde hacía días se ofrecía a negociar con ellos un reparto del poder, huía del país de una manera tan cobarde como pocas veces se ha visto, demostrando entre otras cosas que poder, lo que se dice poder, tenía bien poco, más allá de la periferia de la ciudad que es la capital de ese presunto país, nido de tribus y grupúsculos en los que décadas de presencia occidental apenas han sido capaces ni de entender y menos unificar. Con el calor a plomo cayendo, muy por encima de los cuarenta, en el 15 de agosto español, es casi seguro que en Kabul hacía más fresco que en algunas de nuestras capitales de provincia, pero donde sí que se estaba fresquito era en las suntuosas salas de los palacios presidenciales de la capital afgana, donde empezaban a deambular sujetos enturbantados que hacían la competencia en extravagancia y miradas perdidas a algunos de los farsantes que asaltaron el Capitolio el pasado día de Reyes Magos, con la diferencia de que los de las barbas y rifles al hombro sabían que venían para quedarse, mientas que los payasos de los cuernos y las teorías conspiratorias hacían su propio tour turístico por el edificio de Washington antes de que la razón se impusiera y les desalojara. Pocas escenas tienen tan poco que ver y, sin embargo, poseen parecidos estéticos y un mismo significado, el fracaso del omnímodo poder norteamericano.

El día en que cayó Kabul no podías imaginar que los medios te iban a empezar a mostrar imágenes de un remoto aeropuerto asaltado por una turba de desesperados que trataban de huir de un régimen de pesadilla del que muchos, por edad, sólo habían conocido de oídas y por lo que habían leído, pero que su mera imaginación les producía el mismo miedo que a los que lo vivieron, mejor dicho, sobrevivieron, hace dos décadas, cuando su efímero reinado de poder sumió al país en lo más oscuro del medievo. No podías imaginar que la caída de Kabul se iba a dar, ni que sería de una manera tan humillante, no sabías nada de lo que iba a pasar a partir de entonces. En eso, no en sapiencia y sueldo, estabas tan anonadado como los más sesudos analistas de las agencias de inteligencia y seguridad occidentales. E igual de fracasado.

viernes, agosto 06, 2021

Las vacunas sí pueden contra la variante delta

Quizás recuerden aquella última previsión de Fernando Simón en la que el epidemiólogo aseguraba que los casos de la variante delta no serían dominantes y, de serlo, no supondrían un cambio de fase en la pandemia que vivimos. Como ha sido habitual a lo largo de este año y medio, la realidad le ha llevado siempre la contraria a las afirmaciones de un experto que ha ido viendo como su credibilidad se deshacía a golpe de ola y medida no impulsada por él. Delta es ahora mayoritaria en gran parte de las naciones del mundo y entre nosotros provoca, más o menos, cuatro quintas partes de los contagios. Acabará por ser casi la absoluta dominante dada su alta capacidad de contagio.

¿Delta cambia el panorama pandémico? Sí y no, dependiendo principalmente del porcentaje de personas vacunadas que tengamos en la población. La relación es sencilla, a más vacunados, el efecto de cada ola en la mortalidad será menor, y con la inmunidad de rebaño, que delta coloca en el entorno del 90 – 95% de inoculados con pauta completa, la mortalidad no debiera responder de manera significativa a olas de contagios. En los países que tenemos elevados porcentajes de vacunación. España está entre los primeros del mundo, las curvas muestran claramente como se ha roto la correlación entre positivos y mortalidad, de tal manera que esta quinta ola europea es tan abrupta como las pasadas, o más, en positividad, pero muy liviana, perceptible pero muy suave, en mortalidad, y eso se debe a que las vacunas funcionan. Recordemos que las vacunas no impiden que te contagies, ni impiden que contagies a otros, pero te otorgan una muy elevada protección frente a la enfermedad, que de eso se trata al final, y hacen que, con un porcentaje elevadísimo, el Covid se convierta para el vacunado en un catarro. Las vacunas no están pensadas para erradicar la enfermedad, eso va a ser imposible, sino para convivir con ella, para que no suponga el freno a la vida que ha sido ni degenere en colapsos sanitarios y morgues llenas. Es así de fácil y de crudo, más vacunados, menos efectos. El inverso es igualmente cierto, y por eso tiene sentido que organismos como el CDC, el encargado para el control de enfermedades en EEUU, lancen señales de alerta en su nación, porque allí el proceso de vacunación, que empezó muy deprisa, se ha frenado bruscamente. Hay enormes sectores de la población a los que la vacuna no ha llegado y otros que se niegan a ponérsela, y la llegada de delta a esos grupos de población puede causar estragos. De hecho, los contagios en estados como Florida o Luisiana están disparados, pero lo peor es que UCIs y morgues empiezan a notar que crecen como antaño. Eso es una nefasta noticia, porque como señalan varios medios norteamericanos, cunde la decepción, el cansancio, y hasta la ira, en la población del país. Algunos porque están ya hartos de todo lo relacionado con esta enfermedad, otros, los vacunados, porque ven como la vida no se normaliza por el enorme grupo de no vacunados que persisten en estar así, y estos últimos, muchos negacionistas, indignados contra lo que ellos creen que es el mal, que no lo asocian al virus, sino a oscuras teorías carentes de sentido en las que siguen creyendo. Visto en su conjunto, el caos no deja de ser tan intenso como peligroso, y lo que se suponía que iba a ser, para aquel país, el verano de la liberación del Covid se está convirtiendo en una época frustrante, con restricciones crecientes, con pagos monetarios por vacunarse para vencer resistencias y negocios que pensaban hacer su agosto pero que ahora comprueban que las cuentas amarillean antes de llegar al otoño. Si aquí, con tasas más altas de vacunados, tenemos una cierta sensación de “gatillazo” de verano, piensen cómo deben estar al otro lado del charco.

Pese a ello, nuestras autoridades, que ya fracasaron en la gestión de las cuatro olas anteriores y han vuelto a mostrar su dejadez absoluta en esta quinta (todavía hay “responsables” que tienen el morro de decir que no se podía saber que un multitudinario festival de música iba a causar miles de contagios) ya se han puesto a correr para relajar restricciones de cara a organizar una sexta en un par de meses, mostrando otra vez al mundo en qué ineptas manos estamos de cara a gestionar un problema de salud, economía y sociedad como el que nos atenaza desde hace año y medio. Nada se podía saber según unos irresponsables que saben, seguro, que seguirán cobrando mes a mes. Vacúnense, es la única manera de protegerse de la enfermedad y la estupidez.

Subo a Elorrio dos semanas y un día de vacaciones, a hacer poca cosa, a vegetar en formato jubilado, a descansar. Si todo va bien el próximo artículo será el martes 24. Cuídense y vacúnense si aún no lo han hecho

jueves, agosto 05, 2021

La caída de la bolsa china

Parece que las bolsas occidentales, tras un rebote intenso en la primavera, han entrado en lo que se llama un movimiento lateral, que ni sube ni baja, un compás de espera hasta saber, quizás, qué efectos puede causar la variante delta en las economías globales o cómo va a ser el proceso de retirada de estímulos en EEUU. Curiosamente, la bolsa china no lleva ese camino. Si uno mira la evolución anual de sus índices se encuentra con una caída sostenida, algo que parece contra intuitivo. China nunca ha cerrado su economía como las nuestras en plena pandemia, y se ha forrado vendiendo suministros al exterior, ¿A qué se debe esa caída?

Como siempre, en estos casos, es difícil encontrar las causas, y más en el caso chino, donde nunca sabemos todo lo que sucede en aquel país, pero por lo que he leído, el origen principal del descenso es la retirada de inversiones extranjeras de los mercados chinos por la inseguridad jurídica provocada por las decisiones del gobierno de Beijing. Este es un asunto interesante. No debemos olvidar nunca que China es un estado autoritario, un régimen dictatorial de partido único en el que la dirigencia que mantiene el poder busca el desarrollo económico y toda suerte de objetivos, pero siempre con la mirada puesta en mantenerse al control del país. Si es necesario todo se supeditará a mantener el poder sujeto. Y los jerarcas chinos llevaban tiempo viendo con disgusto como figuras del mundo empresarial, surgidas al calor de la explosión de valor y poder de las empresas chinas, empezaban a hacerles la competencia. A los que les interesan estas cosas empezaba a no sorprenderles que un determinado dueño de una empresa “desapareciera” por un tiempo para, al cabo de unos meses, aparecer detenido y confesando diversos delitos. Esta táctica de cloacas para eliminar rivales se convirtió en algo noticioso a nivel global cuando el “desaparecido” fue Jack Ma, el creador y presidente del grupo Ali Baba, el Amazon chino, uno de los más ricos del país, y figura muy conocida en occidente. Ma también dejó de aparecer, de la noche a la mañana, en conferencias y todo tipo de actos a los que estaba invitado, y aunque no consta que haya sido detenido en todo este tiempo, sí parece que sus relaciones con los servicios de seguridad del estado son muy “próximas”. Junto a estas medidas, aderezadas con suspensiones de salidas a bolsa y, en conjunto, torpedeos a estrategias empresariales que para el poder se considerasen futuros rivales, hay otra idea, muy sugerente, sobre lo que está haciendo el gobierno chino con determinadas grandes empresas de internet, las que dan soporte a servicios de ocio en la red, y es curiosa y llamativa. Hace un par de días las cotizaciones de las empresas de videojuegos chinas se hundieron porque el gobierno calificó a estos productos como de “opio espiritual” y mencionar el opio en China retrotrae a las humillantes guerras del siglo XIX y a fantasmas de ese pasado. La idea de fondo afirma que el gobierno chino se ha cansado de que las inversiones tecnológicas se centren en empresas que no dejan de fabricar distracciones que reducen la productividad del trabajador y lo dispersan. Los conglomerados chinos como WeChat, su Facebook, Weibo, su Twitter o similares empiezan a ser vistos con malos ojos por el poder, porque se considera que no hacen sino ocupar el tiempo de la gente en actividades improductivas, llevarse a los mejores ingenieros para hacer productos de nulo valor añadido y consumir recursos que no se destinan a proyectos mucho más innovadores y, sobre todo, capaces de espolear la economía real. ¿Cree el gobierno chino, como dicen muchos pedagogos occidentales, que la distracción provocada por la saturación de pantallas es mala para su sociedad, e intereses, y está empezando a combatirla? En la línea de algunos gurús de Silicon Valley, que no dejan a sus hijos dispositivos tecnológicos, ¿está el gobierno chino tratando de recuperar las capacidades de sus ciudadanos, atontados por las pantallas?

Más allá de lo sugerente que es esta hipótesis y de sus implicaciones, lo cierto es que los inversores internacionales se encuentran, cada vez más, con un mercado chino intervenido en el que la seguridad jurídica brilla por su ausencia y el dinero metido en las acciones de una empresa se puede convertir en nada si a un gerifalte del partido le da por ver con malos ojos a ese sector o a sus directivos. Lo lógico, en estos casos, es replegar velas, sacar el dinero, esperar y ver. Y sin conseguir ser un mercado financiero pujante y fiable China no podrá destacar en el mundo global de las inversiones ni su moneda convertirse en referente. Interesante dilema el que aparece en el horizonte del gigante global.

miércoles, agosto 04, 2021

Gran creación de empleo en Julio

Una de las consecuencias que van a quedar para el recuerdo imborrable de lo sucedido el año pasado va a ser la pérdida de escala de todas las gráficas que registren variables económicas. El derrumbe que vivimos tras el confinamiento no tiene comparación en la historia reciente, y en el caso español nos obliga a remontarnos a los años de la guerra civil para encontrar un nivel de destrucción económica semejante. Ese desplome, abisal, convierte a los años 2008 o 2012 2013 en pequeños baches, cuando sus datos representaban con certeza la crudeza de la crisis que en ellos se vivió. Nada es comparable a lo que paso en 2020.

Era de esperar que, tras ese desastre, viniera un rebote, y más en este verano, que empezó con las expectativas por todo lo alto pero que la variante delta y el efecto de la dura quinta ola han hecho que se vaya desinflando, tanto en la expectativa nacional como la del turismo extranjero. Nos prometíamos una invasión de turistas europeos, dado por sentado que el resto de mercados internacionales no volverán hasta que todo esto se acabe, pero la situación se ha ido enfriando con los rebrotes de contagios aquí y en las naciones de origen de nuestros turistas. En todo caso, junio y julio fueron meses esperanzadores, y eso se refleja en cifras como la conocida ayer, en la que el SEPE informó que el paro baja en 197.841 personas en julio, el mayor descenso de la serie histórica. Otro dato para enmarcar como inaudito, y esta vez en positivo. Prácticamente doscientas mil personas encontraron un trabajo en el pasado mes al calor de la reactivación del sector turístico, con hostelería, alojamientos y demás actividades asociadas a la cabeza de los sectores que demandan mano de obra. Podrá usted pensar, si es malvado, que el dato esconde una precariedad evidente y una reiteración del modelo productivo del que vivía España antes del desastre, y que bien poco han cambiado las cosas en ese aspecto. Y tendrá razón, pero lo cierto es que esperar que un país cambie de modelo de negocio de la noche a la mañana es tan ingenuo como soñar que saldríamos mejores de esta pesadilla. No, la infraestructura y todo lo que soporta la economía del país se sostiene alrededor del ocio del verano y de las divisas que los turistas nos aportan, en unas cifras que, antes de la pandemia, eran colosales. Es el primer sector en empleo de mano de obra y, nos guste o no, así es. Me da que la mayor parte de los que tuitean enfurecidos en contra del turismo y sus peajes lo hacen mientras toman algo en una terraza en su ciudad o en la de sus vacaciones, lo que mostraría sin duda la hipocresía profunda que, no pocas veces, caracteriza a nuestra sociedad. Parte de estos empleos se perderán con el final del verano, como ha pasado siempre en otras temporadas estivales, pero quienes los han tenido durante estos meses han conseguido unos ingresos que les han venido muy bien, y han conseguido olvidar el pozo del paro en el que llevaban tiempo, arrojados algunos por la pandemia y otros sitos en él desde antes. Son casi doscientas mil historias bonitas, relatos de personas que han conseguido una ocupación, un sueldo, una oportunidad, una opción, que puede que dure sólo unos meses, o no, y sea la puerta para un empleo sostenido y futuro que alivie su situación vital. Casi doscientas mil personas tienen este mes ingresos propios que les permiten respirar, hacer frente a costes y gastos, previstos y no, afrontar los enormes agujeros que les ha creado esta maldita crisis en sus economías y vidas. Crear empleo siempre es la mejor política social, la que más iguala, la que más posibilidades crea a hombres y mujeres para desarrollar sus vidas como deseen, y pese a ello no se sigue viendo así por parte de muchos que, cobrando sueldos fijos en empleos seguros, protegidos ante las crisis, pontifican sobre la calidad de los trabajos que otros logran mientras ellos no tienen que hacer nada para buscar. Lo que les comentaba de la hipocresía social, elevada a la enésima potencia. En julio ha habido doscientas mil historias felices que son motivo de celebración.

No se ha acabado la crisis del coronavirus en lo sanitario, por lo que menos aún en lo económico. Más de trescientas mil personas siguen sujetas a un ERTE que les mantiene con vida económica pero no despeja incertidumbres, las cuentas públicas están arrasadas y, cuando la vacunación permita reactivar la economía de manera plena, descubriremos los daños causados por una injusta plaga que a algunos habrá arruinado y a otros les habrá permitido ahorrar como nunca, sin que en ninguno de los casos se haya hecho nada para merecer premio o castigo, todo fruto de la aleatoriedad de un maldito virus. La economía nacional despertará, y algunos de sus problemas endémicos seguirán ahí, otros se agudizarán y puede que haya alguno que se alivie. Veremos. De momento, doscientos mil festejos, que no son pocos.

martes, agosto 03, 2021

Asilo político en los Juegos

Los Juego Olímpicos siempre son un asunto político, aunque a veces no lo parezca. Un lugar, en el que un país anfitrión concita la atención de medio mundo, en el que todas las naciones se enfrentan y se establecen clasificaciones de medallas y palmarés es muy tentador para que las naciones exhiban músculo, nunca mejor dicho, y lo que veamos sea fruto de años de inversión para que un país dado se lleve la medalla en la categoría más absurda o prestigiosa. Se analiza por parte de los expertos la evolución de los países y cómo se mantienen en la posición pasada, ascienden o descienden, y lo que ello puede querer decir.

La petición de asilo en la embajada polaca en Tokyo de la atleta bielorrusa Kristsina Tsimanuskaia ha vuelto a poner sobre el tapete la situación en ese país europeo y el uso que las dictaduras, no sólo pero especialmente, hacen del deporte para ofrecer una mejor imagen de las naciones que rigen. El régimen del sátrapa Lukasenko no ha caído, pese a las protestas de gran parte de la población, y en parte debido a la respiración asistida que le ofrece la vecina Rusia, encantada de que la dictadura de ese personaje sujete con mano de hierro un territorio fronterizo con exrepúblicas soviéticas y con zonas de la UE. A cada acto infame cometido por el gobierno de Minsk la UE y otros organismos internacionales han respondido con indignación, pero la respuesta que han obtenido ha sido siempre el desprecio de un régimen que, por ahora, se mantiene muy confiado en su supervivencia. Muy probablemente tendría las horas contadas en caso de que Putin lo abandonase, pero ambos personajes, Lukashenko y Putin, se necesitan, cierto que en un grado muy distinto uno de otro, pero lo suficiente como para defenderse mutuamente y mantenerse en el poder. El caso bielorruso, además, vuelve a demostrar que olimpismo y dictadura se dan demasiadas veces la mano como para considerar inmaculado el fondo en el que se muestran los anillos de la bandera olímpica. El presidente del comité olímpico bielorruso es el hijo del dictador Lukashenko, nada como tener un padre que vele por ti, y a buen seguro tenía ya una opinión muy formada de los componentes de la delegación que ha viajado a Japón, y más aún de los que no lo habrán hecho y penen en prisiones del país. Tsimanuskaia, que al parecer ya antes había hecho declaraciones opuestas al régimen, no ha aguantado más, a buen seguro se ha visto amenazada, y ha optado por la huida en terreno neutral, aprovechando la disputa de los juegos. Ha hecho bien, porque pocas oportunidades reales tendría de salir de su país en condiciones normales y es más que seguro que a la vuelta le esperase un comité de bienvenida con pocas flores y varias porras en la mano de los secuaces del hijo de Lukashenko. El episodio en su conjunto recuerda mucho a la época de la guerra fría, de la que la propia Bielorrusia funciona como un museo del tiempo, en el que atletas del bloque del este caían por goteo mediante peticiones de asilo en cada una de las competiciones internacionales en las que participaban. En aquellos tiempos el control que ejercían los regímenes soviéticos y aliados sobre sus “ciudadanos” era mucho más rígido que el de ahora, y cada delegación viajaba al exterior con tal cantidad de personal de seguridad para evitar fugas y deserciones que todo era mucho más difícil. Eran unos juegos completamente adulterados, en los que participantes de Checoslovaquia, Bulgaria, la RDA o la propia URSS competían completamente hormonados, dopados hasta unos límites inhumanos, pero que eran imposibles de detectar por las consecuencias políticas, y sobre todo militares, que una suspensión hubiera tenido. Los juegos de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984 asistieron a un boicot mutuo respectivamente de los bloques, mostrando hasta el extremo la tensión que se vivía en un mundo siempre con el riesgo de la guerra nuclear al otro extremo de un botón. No, no era una época ideal, aunque ahora nos lo parezca.

Fueron los nazis, en Berlín, en 1936, los maestros a la hora de convertir este espectáculo deportivo en exaltación patriótica y elemento perfecto de propagan de un régimen. Su lección, siniestra, fue magistral. En los tiempos modernos, con otro grado de violencia implícita muy distinta, fue China en 2008 la que aprovechó la oportunidad para presentarse oficialmente como superpotencia al mundo, y desde ahí en adelante no ha hecho nada más que crecer. El olimpismo, un negocio opaco, con muchas comisiones de todo tipo, decisiones arbitrarias, ingresos no declarados y negocios paralelos de ética más que dudosa, siempre estará unido a las disputas entre naciones, y a la lucha de algunos ciudadanos de las mismas por alcanzar su libertad. Ojalá en los siguientes Juegos Bielorrusia sea un país libre.

lunes, agosto 02, 2021

Otro disparate en bici

Suele decirse que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Error. Somos la especie que, reiteradamente, no deja de darse castañazos con los obstáculos conocidos porque cree, verbo muy peligroso, que esta vez será diferente, que en esta ocasión lo que se interpone en el camino será franqueado porque, siendo tan listo como soy, no me pillará por sorpresa y lo evitaré. Viviendo la quinta ola del coronavirus en nuestro país, y reiterando todos los errores que hemos cometido en las anteriores, viendo que nada hemos aprendido, la sociedad demuestra otra vez su ciega cabezonería, pero los individuos también erramos así.

Hace un año hice un disparate en bici, una vuelta de esas por la sierra en las que las fuerzas se agotaron y llegué a casa en un estado físico indigno hasta de pedir en el metro. No es que calculase mal el recorrido, es que simplemente no era capaz de llevarlo a cabo ni estando en forma ni de ninguna otra manera. A los pocos días de aquella paliza me juré que no iba a repetir algo así, que había cometido un error y que tuve suerte que, sin caída y otras incidencias, las cosas no fueran a más. Pero ya se sabe, pasan los meses fríos, llega el tiempo de coger la bici y uno se vuelve a animar a dar vueltas, y a medida que se coge algo de forma se vuelve a mirar a las montañas de la sierra con una sensación de “esta vez sí” ya verás cómo esta vez sí. Y el gusanillo crece. Este viernes subo a Elorrio a pasar dos semanas de vacaciones, lo que entre otras cosas, y por motivos varios, se traduce en tres fines de semana sin coger la bici, la forma se irá perdiendo, por lo que era ahora o nunca la oportunidad de volver a la montaña. Estos dos fines de semana me he aventurado a ello con resultados contrapuestos, igualmente dolorosos. En ambos llegando hasta Cercedilla en cercanías de RENFE, y volviendo desde allí, me he planteado recorridos que combinaban dos grandes puertos, pero a sabiendas de que, en caso de fracasar, el retorno estaba mucho más cerca que en el infausto recorrido del año pasado, sin posibilidades reales de llegar hasta el cercanías hasta muchos kilómetros después de la última cima. La semana pasada subí a Navacerrada, conseguí hacerlo del tirón, y tras un descanso arriba lo intenté con la bola del mundo, la subida hormigonada que lleva hasta las antenas de la estación. Ahí no pude llegar hasta el final en la bici, y con todo el desarrollo metido, la cuesta era excesiva y el músculo dijo basta. El último tramo lo hice andando, pero al menos desde esa cima hasta el tren de vuelta casi todo el recorrido es cuesta abajo, por lo que, molido, regresé, pero no en el estado infame de hace un año. Ayer, eludiendo el frío y tormentas del sábado, volví a Cercedilla, esta vez con otro recorrido en mente. Subí el puerto de la Fuenfría por la llamada carretera de la república, una pista forestal que remonta el valle, y de ahí bajé por esa misma pista hasta Valsaín, Segovia, con la intención de ascender Navacerrada por su cara norte y así regresar a casa. Como era de esperar hubo un momento, a algo más de dos kilómetros del final de la subida del puerto, en el que el músculo hizo plof, dijo basta, y como ya es una tradición, tuve que hacer el resto de la ascensión andando. Lo malo es que en esta excursión, de la manera más tonta, en un lugar poco peligroso, me caí, subiendo las primeras rampas del último puerto. Iba despacio, cogí el botellín para beber y me desequilibré, gracias a mi torpeza, metí la rueda en el arcén, fuera de la zona asfaltada, patiné y no me dio tiempo a sacar el pedal izquierdo de su enganche, y me caí con la rodilla como rueda de aterrizaje. Sangre y daño, superficial pero aparatosa herida, que me acompaño hasta la subida sin que apenas me molestase ni la sintiera en la bajada, pero que fue molestando a medida que el tren de vuelta llevaba mis despojos rumbo a Madrid.

Llegué tarde a casa, deshecho, con aspecto de venir de un frente de guerra. Alguna señora mayor que me vio en el metro puso cara de repulsión al ver mi aspecto y rodilla, y quizás incluso pensó en arrojarme algunas monedas, no se si hubiera sido capaz de agacharme a por ellas. Tarde de jabón y de soplar en las heridas, que supongo se irán cubriendo a lo largo de la semana, y mañana de molestias para venir al trabajo, especialmente para bajar escaleras, aderezadas con dolores en el resto del cuerpo fruto de la paliza de ayer. Sí, les digo hoy que el año que viene no volveré a hacer cosas como estas, pero se que a lo mejor me estoy mintiendo a mi mismo. Al menos, mientras la rodilla moleste, la bicicleta sólo será un objeto decorativo del salón de casa.