Suele decirse que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Error. Somos la especie que, reiteradamente, no deja de darse castañazos con los obstáculos conocidos porque cree, verbo muy peligroso, que esta vez será diferente, que en esta ocasión lo que se interpone en el camino será franqueado porque, siendo tan listo como soy, no me pillará por sorpresa y lo evitaré. Viviendo la quinta ola del coronavirus en nuestro país, y reiterando todos los errores que hemos cometido en las anteriores, viendo que nada hemos aprendido, la sociedad demuestra otra vez su ciega cabezonería, pero los individuos también erramos así.
Hace un año hice un disparate en bici, una vuelta de esas por la sierra en las que las fuerzas se agotaron y llegué a casa en un estado físico indigno hasta de pedir en el metro. No es que calculase mal el recorrido, es que simplemente no era capaz de llevarlo a cabo ni estando en forma ni de ninguna otra manera. A los pocos días de aquella paliza me juré que no iba a repetir algo así, que había cometido un error y que tuve suerte que, sin caída y otras incidencias, las cosas no fueran a más. Pero ya se sabe, pasan los meses fríos, llega el tiempo de coger la bici y uno se vuelve a animar a dar vueltas, y a medida que se coge algo de forma se vuelve a mirar a las montañas de la sierra con una sensación de “esta vez sí” ya verás cómo esta vez sí. Y el gusanillo crece. Este viernes subo a Elorrio a pasar dos semanas de vacaciones, lo que entre otras cosas, y por motivos varios, se traduce en tres fines de semana sin coger la bici, la forma se irá perdiendo, por lo que era ahora o nunca la oportunidad de volver a la montaña. Estos dos fines de semana me he aventurado a ello con resultados contrapuestos, igualmente dolorosos. En ambos llegando hasta Cercedilla en cercanías de RENFE, y volviendo desde allí, me he planteado recorridos que combinaban dos grandes puertos, pero a sabiendas de que, en caso de fracasar, el retorno estaba mucho más cerca que en el infausto recorrido del año pasado, sin posibilidades reales de llegar hasta el cercanías hasta muchos kilómetros después de la última cima. La semana pasada subí a Navacerrada, conseguí hacerlo del tirón, y tras un descanso arriba lo intenté con la bola del mundo, la subida hormigonada que lleva hasta las antenas de la estación. Ahí no pude llegar hasta el final en la bici, y con todo el desarrollo metido, la cuesta era excesiva y el músculo dijo basta. El último tramo lo hice andando, pero al menos desde esa cima hasta el tren de vuelta casi todo el recorrido es cuesta abajo, por lo que, molido, regresé, pero no en el estado infame de hace un año. Ayer, eludiendo el frío y tormentas del sábado, volví a Cercedilla, esta vez con otro recorrido en mente. Subí el puerto de la Fuenfría por la llamada carretera de la república, una pista forestal que remonta el valle, y de ahí bajé por esa misma pista hasta Valsaín, Segovia, con la intención de ascender Navacerrada por su cara norte y así regresar a casa. Como era de esperar hubo un momento, a algo más de dos kilómetros del final de la subida del puerto, en el que el músculo hizo plof, dijo basta, y como ya es una tradición, tuve que hacer el resto de la ascensión andando. Lo malo es que en esta excursión, de la manera más tonta, en un lugar poco peligroso, me caí, subiendo las primeras rampas del último puerto. Iba despacio, cogí el botellín para beber y me desequilibré, gracias a mi torpeza, metí la rueda en el arcén, fuera de la zona asfaltada, patiné y no me dio tiempo a sacar el pedal izquierdo de su enganche, y me caí con la rodilla como rueda de aterrizaje. Sangre y daño, superficial pero aparatosa herida, que me acompaño hasta la subida sin que apenas me molestase ni la sintiera en la bajada, pero que fue molestando a medida que el tren de vuelta llevaba mis despojos rumbo a Madrid.
Llegué tarde a casa, deshecho, con aspecto de venir de un frente de guerra. Alguna señora mayor que me vio en el metro puso cara de repulsión al ver mi aspecto y rodilla, y quizás incluso pensó en arrojarme algunas monedas, no se si hubiera sido capaz de agacharme a por ellas. Tarde de jabón y de soplar en las heridas, que supongo se irán cubriendo a lo largo de la semana, y mañana de molestias para venir al trabajo, especialmente para bajar escaleras, aderezadas con dolores en el resto del cuerpo fruto de la paliza de ayer. Sí, les digo hoy que el año que viene no volveré a hacer cosas como estas, pero se que a lo mejor me estoy mintiendo a mi mismo. Al menos, mientras la rodilla moleste, la bicicleta sólo será un objeto decorativo del salón de casa.
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