Una de las consecuencias que van a quedar para el recuerdo imborrable de lo sucedido el año pasado va a ser la pérdida de escala de todas las gráficas que registren variables económicas. El derrumbe que vivimos tras el confinamiento no tiene comparación en la historia reciente, y en el caso español nos obliga a remontarnos a los años de la guerra civil para encontrar un nivel de destrucción económica semejante. Ese desplome, abisal, convierte a los años 2008 o 2012 2013 en pequeños baches, cuando sus datos representaban con certeza la crudeza de la crisis que en ellos se vivió. Nada es comparable a lo que paso en 2020.
Era de esperar que, tras ese desastre, viniera un rebote, y más en este verano, que empezó con las expectativas por todo lo alto pero que la variante delta y el efecto de la dura quinta ola han hecho que se vaya desinflando, tanto en la expectativa nacional como la del turismo extranjero. Nos prometíamos una invasión de turistas europeos, dado por sentado que el resto de mercados internacionales no volverán hasta que todo esto se acabe, pero la situación se ha ido enfriando con los rebrotes de contagios aquí y en las naciones de origen de nuestros turistas. En todo caso, junio y julio fueron meses esperanzadores, y eso se refleja en cifras como la conocida ayer, en la que el SEPE informó que el paro baja en 197.841 personas en julio, el mayor descenso de la serie histórica. Otro dato para enmarcar como inaudito, y esta vez en positivo. Prácticamente doscientas mil personas encontraron un trabajo en el pasado mes al calor de la reactivación del sector turístico, con hostelería, alojamientos y demás actividades asociadas a la cabeza de los sectores que demandan mano de obra. Podrá usted pensar, si es malvado, que el dato esconde una precariedad evidente y una reiteración del modelo productivo del que vivía España antes del desastre, y que bien poco han cambiado las cosas en ese aspecto. Y tendrá razón, pero lo cierto es que esperar que un país cambie de modelo de negocio de la noche a la mañana es tan ingenuo como soñar que saldríamos mejores de esta pesadilla. No, la infraestructura y todo lo que soporta la economía del país se sostiene alrededor del ocio del verano y de las divisas que los turistas nos aportan, en unas cifras que, antes de la pandemia, eran colosales. Es el primer sector en empleo de mano de obra y, nos guste o no, así es. Me da que la mayor parte de los que tuitean enfurecidos en contra del turismo y sus peajes lo hacen mientras toman algo en una terraza en su ciudad o en la de sus vacaciones, lo que mostraría sin duda la hipocresía profunda que, no pocas veces, caracteriza a nuestra sociedad. Parte de estos empleos se perderán con el final del verano, como ha pasado siempre en otras temporadas estivales, pero quienes los han tenido durante estos meses han conseguido unos ingresos que les han venido muy bien, y han conseguido olvidar el pozo del paro en el que llevaban tiempo, arrojados algunos por la pandemia y otros sitos en él desde antes. Son casi doscientas mil historias bonitas, relatos de personas que han conseguido una ocupación, un sueldo, una oportunidad, una opción, que puede que dure sólo unos meses, o no, y sea la puerta para un empleo sostenido y futuro que alivie su situación vital. Casi doscientas mil personas tienen este mes ingresos propios que les permiten respirar, hacer frente a costes y gastos, previstos y no, afrontar los enormes agujeros que les ha creado esta maldita crisis en sus economías y vidas. Crear empleo siempre es la mejor política social, la que más iguala, la que más posibilidades crea a hombres y mujeres para desarrollar sus vidas como deseen, y pese a ello no se sigue viendo así por parte de muchos que, cobrando sueldos fijos en empleos seguros, protegidos ante las crisis, pontifican sobre la calidad de los trabajos que otros logran mientras ellos no tienen que hacer nada para buscar. Lo que les comentaba de la hipocresía social, elevada a la enésima potencia. En julio ha habido doscientas mil historias felices que son motivo de celebración.
No se ha acabado la crisis del coronavirus en lo sanitario, por lo que menos aún en lo económico. Más de trescientas mil personas siguen sujetas a un ERTE que les mantiene con vida económica pero no despeja incertidumbres, las cuentas públicas están arrasadas y, cuando la vacunación permita reactivar la economía de manera plena, descubriremos los daños causados por una injusta plaga que a algunos habrá arruinado y a otros les habrá permitido ahorrar como nunca, sin que en ninguno de los casos se haya hecho nada para merecer premio o castigo, todo fruto de la aleatoriedad de un maldito virus. La economía nacional despertará, y algunos de sus problemas endémicos seguirán ahí, otros se agudizarán y puede que haya alguno que se alivie. Veremos. De momento, doscientos mil festejos, que no son pocos.
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