Ayer les comentaba el enorme riesgo que corrían nuestros efectivos que trabajan sin descanso en la misión de rescate en Kabul, junto con todos los que allí se encuentran, por las tensiones derivadas de las avalanchas en el aeropuerto y la advertencia de atentados o ataques. Es una situación mucho más descontrolada de lo que parece y que podía ser alterada en cualquier momento por una acción criminal. Bastaron horas para que una tragedia de ese estilo se diera, y un doble atentado perpetrado por islamistas de DAESH rama Jorasan (el ISIS –K en anglosajón) sembró la ciudad de cadáveres, de terror a los supervivientes y de urgencia extrema a las evacuaciones, cancelándolas en muchos casos.
Un doble atentado bien diseñado con muchos objetivos. En primer lugar, un suicida se inmoló en una de las puertas de acceso al complejo aeroportuario de la ciudad, con lo que la gran mayoría de los fallecidos son afganos, puede que también algún miembro de la seguridad talibán que controlaba los accesos y de las fuerzas occidentales. Un acto bárbaro, que deja escenas desoladoras de muerte y salvajismo, que busca aterrorizar a los afganos y advertirles de que no traten de huir. En segundo lugar, un coche bomba junto al hotel Baron, cerca del aeropuerto, lugar utilizado sobre todo, aunque no sólo, por Reino Unido y EEUU para concentrar a sus colaboradores y conducirlos así unificados al aeropuerto, un ataque que buscaba tanto a los afganos que han colaborado con las dos principales potencias como al personal militar norteamericano encargado de la tarea de seguridad y retorno a casa. Y los encontraron. A esta hora el balance de estas explosiones aún está abierto, se habla de un centenar de muertos y cientos de heridos, y de todas esas bajas unas trece corresponden a militares norteamericanos, en lo que es uno de los golpes más duros que ha recibido su ejército en bastante tiempo. A última hora de la tarde de ayer los malditos islamistas de DAESH reivindicaron su cruel acción, y aunque no se si en el comunicado hacen referencia al respecto, son obvios los temores a que no sea la última antes de la fecha límite marcada por los talibanes del 31 de agosto. El ataque pone a todas las partes en aviso sobre el profundo deterioro de la situación en aquel país, en el que la milicia talibán, armada hasta los dientes y en poder del armamento dejado por EEUU, controla el territorio pero, obviamente, es incapaz de garantizar la seguridad, y la presencia de grupos de DAESH en el país, grupos que consideran blandos a los talibanes, que no los ven lo suficientemente rigoristas, e incluso que les consideran traidores tras el acuerdo al que llegaron el año pasado con el presidente Trump para regular las condiciones y plazos de la retirada. ¿Se abre desde ya un enfrentamiento interno entre los talibanes y DAESH? Pronto es para asegurar cualquier cosa, pero sin duda algo de eso hay. Ahora mismo ese país es un desbarajuste total en el que, a buen seguro, excombatientes de DAESH y dirigentes, algunos liberados por los talibanes, reorganizan su estrategia y tratan de consolidar una posición desde la que intervenir. DAESH fue derrotado en Siria, pero ni su funesta ideología ni todos sus miembros se erradicaron del mapa. La imagen de los talibanes venciendo al gobierno afgano y provocando la salida, mejor huida, de las tropas norteamericanas, ha debido ser festejada por todos los islamistas del mundo, desde los sitos en las montañas peladas de Afganistán a los que residen en barrios de nuestras ciudades. Es un triunfo clamoroso. Ahora, a partir de la semana que viene, sin presencia de tropas extranjeras en el terreno, con armamento por doquier y ganas de lucha, Afganistán corre el riesgo de sumirse, otra vez, en un mar de enfrentamientos entre facciones islamistas por el control del poder y el rigor doctrinario. Si usted fuera un afgano normal haría todo lo posible por salir de ese infierno. Eso es lo único seguro en toda esta cruel historia.
De momento, desde ahora hasta el martes que viene, un presidente Biden con aspecto compungido y cansado ha afirmado que los EEUU mantendrán el dispositivo de evacuación, sabiendo que el riesgo de nuevos ataques es extremo. Varios países, como Alemania o Francia, dieron ayer por acabadas sus operaciones tras lo sucedido, y hoy sabremos lo que vamos a hacer nosotros, aunque las apuestas apuntan a que pueda ser este viernes el último día de la operación española. Sobre el terreno, nuestros efectivos viven una situación angustiosa que no deja de complicarse a cada minuto. De momento no fueron afectados por los atentados de ayer, pero el riesgo es altísimo. Pesadilla sin fin en un Kabul que cae en las sombras islamislas.
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