Parece que las bolsas occidentales, tras un rebote intenso en la primavera, han entrado en lo que se llama un movimiento lateral, que ni sube ni baja, un compás de espera hasta saber, quizás, qué efectos puede causar la variante delta en las economías globales o cómo va a ser el proceso de retirada de estímulos en EEUU. Curiosamente, la bolsa china no lleva ese camino. Si uno mira la evolución anual de sus índices se encuentra con una caída sostenida, algo que parece contra intuitivo. China nunca ha cerrado su economía como las nuestras en plena pandemia, y se ha forrado vendiendo suministros al exterior, ¿A qué se debe esa caída?
Como siempre, en estos casos, es difícil encontrar las causas, y más en el caso chino, donde nunca sabemos todo lo que sucede en aquel país, pero por lo que he leído, el origen principal del descenso es la retirada de inversiones extranjeras de los mercados chinos por la inseguridad jurídica provocada por las decisiones del gobierno de Beijing. Este es un asunto interesante. No debemos olvidar nunca que China es un estado autoritario, un régimen dictatorial de partido único en el que la dirigencia que mantiene el poder busca el desarrollo económico y toda suerte de objetivos, pero siempre con la mirada puesta en mantenerse al control del país. Si es necesario todo se supeditará a mantener el poder sujeto. Y los jerarcas chinos llevaban tiempo viendo con disgusto como figuras del mundo empresarial, surgidas al calor de la explosión de valor y poder de las empresas chinas, empezaban a hacerles la competencia. A los que les interesan estas cosas empezaba a no sorprenderles que un determinado dueño de una empresa “desapareciera” por un tiempo para, al cabo de unos meses, aparecer detenido y confesando diversos delitos. Esta táctica de cloacas para eliminar rivales se convirtió en algo noticioso a nivel global cuando el “desaparecido” fue Jack Ma, el creador y presidente del grupo Ali Baba, el Amazon chino, uno de los más ricos del país, y figura muy conocida en occidente. Ma también dejó de aparecer, de la noche a la mañana, en conferencias y todo tipo de actos a los que estaba invitado, y aunque no consta que haya sido detenido en todo este tiempo, sí parece que sus relaciones con los servicios de seguridad del estado son muy “próximas”. Junto a estas medidas, aderezadas con suspensiones de salidas a bolsa y, en conjunto, torpedeos a estrategias empresariales que para el poder se considerasen futuros rivales, hay otra idea, muy sugerente, sobre lo que está haciendo el gobierno chino con determinadas grandes empresas de internet, las que dan soporte a servicios de ocio en la red, y es curiosa y llamativa. Hace un par de días las cotizaciones de las empresas de videojuegos chinas se hundieron porque el gobierno calificó a estos productos como de “opio espiritual” y mencionar el opio en China retrotrae a las humillantes guerras del siglo XIX y a fantasmas de ese pasado. La idea de fondo afirma que el gobierno chino se ha cansado de que las inversiones tecnológicas se centren en empresas que no dejan de fabricar distracciones que reducen la productividad del trabajador y lo dispersan. Los conglomerados chinos como WeChat, su Facebook, Weibo, su Twitter o similares empiezan a ser vistos con malos ojos por el poder, porque se considera que no hacen sino ocupar el tiempo de la gente en actividades improductivas, llevarse a los mejores ingenieros para hacer productos de nulo valor añadido y consumir recursos que no se destinan a proyectos mucho más innovadores y, sobre todo, capaces de espolear la economía real. ¿Cree el gobierno chino, como dicen muchos pedagogos occidentales, que la distracción provocada por la saturación de pantallas es mala para su sociedad, e intereses, y está empezando a combatirla? En la línea de algunos gurús de Silicon Valley, que no dejan a sus hijos dispositivos tecnológicos, ¿está el gobierno chino tratando de recuperar las capacidades de sus ciudadanos, atontados por las pantallas?
Más allá de lo sugerente que es esta hipótesis y de sus implicaciones, lo cierto es que los inversores internacionales se encuentran, cada vez más, con un mercado chino intervenido en el que la seguridad jurídica brilla por su ausencia y el dinero metido en las acciones de una empresa se puede convertir en nada si a un gerifalte del partido le da por ver con malos ojos a ese sector o a sus directivos. Lo lógico, en estos casos, es replegar velas, sacar el dinero, esperar y ver. Y sin conseguir ser un mercado financiero pujante y fiable China no podrá destacar en el mundo global de las inversiones ni su moneda convertirse en referente. Interesante dilema el que aparece en el horizonte del gigante global.
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