Los Juego Olímpicos siempre son un asunto político, aunque a veces no lo parezca. Un lugar, en el que un país anfitrión concita la atención de medio mundo, en el que todas las naciones se enfrentan y se establecen clasificaciones de medallas y palmarés es muy tentador para que las naciones exhiban músculo, nunca mejor dicho, y lo que veamos sea fruto de años de inversión para que un país dado se lleve la medalla en la categoría más absurda o prestigiosa. Se analiza por parte de los expertos la evolución de los países y cómo se mantienen en la posición pasada, ascienden o descienden, y lo que ello puede querer decir.
La petición de asilo en la embajada polaca en Tokyo de la atleta bielorrusa Kristsina Tsimanuskaia ha vuelto a poner sobre el tapete la situación en ese país europeo y el uso que las dictaduras, no sólo pero especialmente, hacen del deporte para ofrecer una mejor imagen de las naciones que rigen. El régimen del sátrapa Lukasenko no ha caído, pese a las protestas de gran parte de la población, y en parte debido a la respiración asistida que le ofrece la vecina Rusia, encantada de que la dictadura de ese personaje sujete con mano de hierro un territorio fronterizo con exrepúblicas soviéticas y con zonas de la UE. A cada acto infame cometido por el gobierno de Minsk la UE y otros organismos internacionales han respondido con indignación, pero la respuesta que han obtenido ha sido siempre el desprecio de un régimen que, por ahora, se mantiene muy confiado en su supervivencia. Muy probablemente tendría las horas contadas en caso de que Putin lo abandonase, pero ambos personajes, Lukashenko y Putin, se necesitan, cierto que en un grado muy distinto uno de otro, pero lo suficiente como para defenderse mutuamente y mantenerse en el poder. El caso bielorruso, además, vuelve a demostrar que olimpismo y dictadura se dan demasiadas veces la mano como para considerar inmaculado el fondo en el que se muestran los anillos de la bandera olímpica. El presidente del comité olímpico bielorruso es el hijo del dictador Lukashenko, nada como tener un padre que vele por ti, y a buen seguro tenía ya una opinión muy formada de los componentes de la delegación que ha viajado a Japón, y más aún de los que no lo habrán hecho y penen en prisiones del país. Tsimanuskaia, que al parecer ya antes había hecho declaraciones opuestas al régimen, no ha aguantado más, a buen seguro se ha visto amenazada, y ha optado por la huida en terreno neutral, aprovechando la disputa de los juegos. Ha hecho bien, porque pocas oportunidades reales tendría de salir de su país en condiciones normales y es más que seguro que a la vuelta le esperase un comité de bienvenida con pocas flores y varias porras en la mano de los secuaces del hijo de Lukashenko. El episodio en su conjunto recuerda mucho a la época de la guerra fría, de la que la propia Bielorrusia funciona como un museo del tiempo, en el que atletas del bloque del este caían por goteo mediante peticiones de asilo en cada una de las competiciones internacionales en las que participaban. En aquellos tiempos el control que ejercían los regímenes soviéticos y aliados sobre sus “ciudadanos” era mucho más rígido que el de ahora, y cada delegación viajaba al exterior con tal cantidad de personal de seguridad para evitar fugas y deserciones que todo era mucho más difícil. Eran unos juegos completamente adulterados, en los que participantes de Checoslovaquia, Bulgaria, la RDA o la propia URSS competían completamente hormonados, dopados hasta unos límites inhumanos, pero que eran imposibles de detectar por las consecuencias políticas, y sobre todo militares, que una suspensión hubiera tenido. Los juegos de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984 asistieron a un boicot mutuo respectivamente de los bloques, mostrando hasta el extremo la tensión que se vivía en un mundo siempre con el riesgo de la guerra nuclear al otro extremo de un botón. No, no era una época ideal, aunque ahora nos lo parezca.
Fueron los nazis, en Berlín, en 1936, los maestros a la hora de convertir este espectáculo deportivo en exaltación patriótica y elemento perfecto de propagan de un régimen. Su lección, siniestra, fue magistral. En los tiempos modernos, con otro grado de violencia implícita muy distinta, fue China en 2008 la que aprovechó la oportunidad para presentarse oficialmente como superpotencia al mundo, y desde ahí en adelante no ha hecho nada más que crecer. El olimpismo, un negocio opaco, con muchas comisiones de todo tipo, decisiones arbitrarias, ingresos no declarados y negocios paralelos de ética más que dudosa, siempre estará unido a las disputas entre naciones, y a la lucha de algunos ciudadanos de las mismas por alcanzar su libertad. Ojalá en los siguientes Juegos Bielorrusia sea un país libre.
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