El pasado viernes 28 se cumplían exactamente los quinientos años desde la muerte de Josquín Des Prez, pero el maldito atentado islamista de Kabul me obligó, si es que se puede decir así, a cambiar el guion previsto y retrasar el homenaje, cosa que trataré de hacer hoy. Seguramente a muchos mencionar el nombre de Josquín Des prez no les suene a nada cuando, paradojas de la vida, pocos han sonado más y mejor a lo largo de la música occidental. Des Prez es la cumbre de la polifonía renacentista y, en mi opinión, uno de los tres mayores compositores de todos los tiempos, junto a Mozart y Beethoven. Todos ellos están algo por detrás de Bach, que es algo más que el mejor compositor de música.
Si les entra la curiosidad y bucean en la vida de Josquín se van a encontrar con un montón de agujeros, empezando porque no está claro ni dónde ni cuándo nace, aunque sí la fecha de su muerte y lugar, una localidad francesa cercana a la frontera belga. Por dudad verán escrito su nombre de múltiuples maneras; Josquín Des Prez, Josquen Despres, combinaciones entre ambos que incluyen Des Pres, un lío. Perteneció a la escuela francoflamenca de polifonía, en la que antes destacaron figuras como Machaut u Ockeghem, y tras él vendrían otros maestros como Combert, de la Rue, Willaert, de Rore, etc, pero Josquín está por encima de ellos. En una época de enormes polifonistas, como los británicos Bird, Tallis o Phillips, o el trío español formado por Morales, Guerrero o Victoria, el arte de conjuntar voces se desarrolla plenamente, la música coral se enrevesa, complica, y convierte los motivos religiosos de obligada composición en ejercicios donde mostrar el genio del creador y las posibilidades del coro del que dispone. La autoría de las obras empieza a ser indiscutida y las figuras maestras, los nombres citados y muchos otros, son disputados por las casas nobles y cortes que pueden pagar un conjunto musical para adornar sus vidas y celebraciones y, desde luego, presumir ante los demás de tener al más valioso de los compositores entre ellos. Josquín fue contratado por varias casas ducales, especialmente por las italianas de Este y Ferrara, donde creo gran parte de su obra. La fama de sus composiciones era enorme, y se puede afirmar que fue el primero de entre los músicos europeos que se convirtió en referencia, en una forma creadora que dictaba patrones y modos que el resto usaban como inspiración y referencia. Sus misas son de una belleza apabullante, pero a la vez muchas de ellas surgen como expansiones de temas profanos, algunos suyos y otros ajenos, que el maestro utiliza como base para crear todo el obligado de la celebración (Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus & Benedictus y Agnus Dei) de una manera unificada. Esto, en el que él es innovador, será una manera de componer para el resto de polifonistas de la historia. Esas misas tienen tanto éxito y son tan admiradas que Josquín se convierte en el primer autor para el que las imprentas venecianas de Ottaviano Petrucci, el mayor editor musical de su tiempo, dedica un volumen en exclusiva, sólo de misas suyas, para que el mundo entero pueda cantarlas sin problema. Es sólo un reflejo del enorme éxito de su obra, que empieza a ser imitada a discreción en un continente rendido a su trabajo. Esto ha hecho que parte de su legado artístico sea dudoso, que algunas obras que se decían que eran suyas no lo fueran, y que otras sigan estando en duda, pero no afecta en lo más mínimo al grueso de su producción, que es indiscutida. Se juntan en ella principalmente obras religiosas, pero también profanas, vocales casi todas, pero también instrumentales, que fueron los absolutos “números uno” de su tiempo. El “Mille Regretz” o canción del emperador, se dice que era la favorita de nuestro Carlos I, el V de Alemania, y fue un tema versioneado y repetido hasta el infinito en todo el continente.
Hay muchas y excelentes versiones grabadas de la obra de Josquín, destacando las interpretaciones vocales que grupos como Tallis Scholars, Huelgas Ensemble, Hilliard ensembre u Oxford Camerata, por nombrar algunos, han llevado al disco. Las misas y motetes constituyen el grueso de la producción, y cualquiera de ellas es un lugar fascinante para sumergirse en un mundo de armonías y complejidades vocales que llevaron al extremo y más allá lo conocido. Sólo Bach pudo superar los límites a los que logro llegar Josquín, pero los Agnus Dei de muchas de sus misas siguen siendo, a día de hoy, obras de una belleza, complejidad y, sí, modernidad, no superadas. Son completamente atemporales, pura belleza musical que desborda. Nadie compuso como Josquín, nadie lo haría con posterioridad de esa manera.
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