miércoles, diciembre 22, 2021

Se acaba el año. Resumen internacional

En medio de un disparo de contagios en toda Europa, que ha llegado a España con algo de retardo, y que empieza a asomar en EEUU, la pandemia ha marcado, con sus sube y bajas, la actualidad global, afectando de una u otra manera a las naciones y a los juegos de intereses y de poder entre ellas, pero es verdad que ha sido un factor que, al menos hasta hace poco, se ha ido metabolizando, sin condicionar de manera absoluta lo que ha pasado. No ha sido, en este sentido, un año monotemático como el 2020. Nos empezamos a acostumbrar a vivir en un mundo de restricciones y de aperturas y cierres. Eso es bueno, porque muestra la capacidad de adaptación que poseemos como especie a entornos que imaginaríamos insostenibles.

El acontecimiento del año se produjo en agosto, en ese mes en el que no pasa nada pero que, cuando se pone, se pone. Cayó Kabul, en medio del absoluto fracaso de la inteligencia norteamericana, que preveía que el avance talibán alcanzase la capital avanzado el otoño. El derrumbe del presuntamente nuevo y bien formado ejército afgano fue tan estrepitoso como frustrante, y la situación pilló a todo el mundo de improviso, obligando a desarrollar un plan de evacuación que no era sino una huida descontrolada. Se sucedieron escenas de horror, en las que afganos de todo tipo trataron de escapar del infierno talibán que se les echaba encima subiéndose en las pistas a los aviones que despegaban atestados. No pocos murieron en situaciones similares, horrendas, o en alguno de los crueles atentados que tuvieron lugar en esos días en las inmediaciones de un aeropuerto sitiado. El desastre de Kabul puso en evidencia, ante todo el mundo, la impotencia de EEUU, y por ende del mundo occidental, frente a un problema cronificado que las distintas administraciones norteamericanas, Trump y Biden, coincidieron en abandonar de una manera vergonzosa. Todo el mundo pudo ver que el imperio de EEUU no es tan fiero como lo pintan, y que el compromiso que esa nación hace frente a terceros no tiene la solidez de la palabra escrita en piedra, sino que es volátil, sujeto a los avatares electorales y a la enorme presión de un votante que no quiere recibir a sus seres queridos en un féretro envuelto en la bandera. Esa sensación de que EEUU declina, que ya no es, ni quiere ser el policía del mundo (y según no pocos no puede) ha sido la gran noticia de este año, y el mensaje, sea cierto o no, ha calado entre multitud de analistas, que empiezan a hacerse expertos en el ocaso de esa nación, y desde luego ha sido recogido por otros países que ven su oportunidad para posicionarse en un tablero global que ya no es unipolar, sino que tiende al desorden. China, la gran potencia emergente, ha frenado su desarrollo económico interviniendo en los gigantes tecnológicos y en las empresas inmobiliarias que se encuentran al borde de la quiebra, fruto de años de sobreendeudameinto, pero a la vez ha incrementado la rigidez de su dictadura, entronizando a Xi Jinping como autócrata absoluto, y lanzando cada vez un discurso más agresivo en su entorno de influencia y en lo que considera su territorio, especialmente Taiwan. Rusia, que no pierde una oportunidad para meter el dedo en el ojo de sus vecinos, ha incrementado su retórica belicista en el este de Europa y considera que las promesas norteamericanas de defender a sus aliados en esa zona del mundo pueden ser tan sólidas como el compromiso de no dejar caer Kabul. Y en Washington la administración Biden, que comenzó el año con la fuerza del principiante, va de error en error, y ofrece una sensación de debilidad manifiesta. Las encuestas indican que el fantasma de Carter, el último presidente demócrata que no logró ser reelegido, se le aparece a Biden por los pasillos de la Casa Blanca, mientas que la polarización del país no cesa. No ha sido un buen año para aquella nación, ni por ello para sus presuntos aliados globales, antes llamados OTAN, ahora Aukus, en un club exclusivamente anglosajón mucho más restringido.

El caos en el suministro global, las tensiones en las cadenas logísticas, la sobredemanda por el arranque de la economía y algunas decisiones para acumular reservas estratégicas han disparado los precios en todo el mundo, y resucitado al fantasma de la inflación, a lomos de los productos energéticos. Eso introduce tensiones sociales en todas las naciones que está por ver cómo se van a manifestar. De cara al año que viene, siempre con la sombra pandémica, los escenarios más importantes parecen ser Irán, donde el proceso de enriquecimiento de uranio avanza a la vez que lo hacen las conversaciones para frenarlo y, sobre todo, Taiwan y Ucrania, dos lugares en los que la tensión entre las potencias se incrementa día a día, y con ello los riesgos.

Subo a Elorrio a pasar las navidades y, si no sucede nada extraño, el siguiente artículo debiera ser ya el martes 4 de enero. Cuídense mucho, disfruten estos días en la medida de lo posible, recarguen fuerzas y ánimos, y que el año que viene sea lo mejor posible para todos.

martes, diciembre 21, 2021

Libros del año 2021

Otro año extraño, de olas que van y vienen, de prohibiciones, liberaciones, pasaportes, inyecciones, y sensación de girar y girar en torno a una pandemia omnipresente. Ante ello leer, que nunca ha estado sujeto a restricciones, se ofrece como consuelo y ofrece una vía de entretenimiento y escape de la realidad, más necesaria que nunca. Este año he leído bastante más novela que ensayo, más descentrado respecto a lo que suele ser habitual en mi en todos los sentidos. Y la cosecha me ha dejado satisfecho, aunque más que resolver dudas, me ha planteado muchas más. Quizás eso también sea bueno.

Recuerden que no tienen por qué ser libros editados en este año sino los que más me han gustado de entre los que he leído. Salvo los ganadores de cada categoría, el orden del resto de libros reseñados no indica una mayor o menor calidad, sólo que son los que más destaco.

Mejor libro de ficción. Hamnet, de Maggie O’Farrell, editorial Libros del Asteroide, 352 páginasVolvemos a Shakespeare, el autor anglosajón más influyente de la historia, y cuya vida es un misterio absoluto. En esta novela O’Farrell lo muestra como personaje secundario, que va y viene, dejando todo el protagonismo a Anne Hathaway, su mujer, y a los hijos, que viven en la aldea de Stratford upon Avon. Será la vida y el destino de uno de ellos, Hamnet, el que engarce toda la historia y lleve al bardo a la inmortalidad. O’Farrell escribe con una delicadeza asombrosa, a veces despegada, otras como plañidera que acompaña a sus personajes. Es una novela enorme, que admite muchas lecturas. Imposible ser indiferente ante ella.

  Tiempos recios, de Mario Vargas Llosa, editorial Debolsillo, 360 páginas. Se ha querido comparar esta novela, en fondo y calidad, con “La fiesta del chivo” y, aunque creo que no llega a tan altas cotas, sí estamos ante una obra excelente que, como la citada, sacude al lector en un contexto latinoamericano de enorme pestilencia. En la Guatemala de los cincuenta el golpe que, auspiciado por la CIA, derroca al presidente Árbenz sirve al gran narrador peruano para crear un fresco de personajes sedientos de poder, ambición y miedos. Escenas tremendas y un pulso narrativo de primera, en un texto que entretiene y estremece. Historia de las nefastas, literatura excelente.

  Historia de Shuggie Bain, de Douglas Stuart, editorial Sexto Piso, 516 páginas. Esta es la primera novela del autor, premiada en numerosos certámenes, y le deja a uno pensando en la enorme capacidad que tiene este escritor, novel, que despliega un texto que engancha y desasosiega. Relato de una familia descompuesta en un Glasgow de reconversión industrial pesadillesco (podía ser Barakaldo, Avilés, Ferrol…) con padres que abandonan a sus mujeres y les pegan, madres que tratan de tirar para adelante y beben para olvidar, e hijos, uno de ellos claramente el autor, que intentan crecer y ayudar a las personas que les rodean. La narración es dura, sí, pero está escrita de maravilla.

  Trilogía El problema de los tres cuerpos, de Cixin Liu, editorial Debolsillo. La ciencia ficción china está de moda, como toda aquella potentísima nación. He esperado a que esta trilogía salga en bolsillo para poder ventilármela y sí, merece mucho la pena. Historia larga, compleja, con aspectos de ciencia ficción “dura” muy alejada del estilo y contexto anglosajón. Liu crea un relato absorbente, totalitario, todo un universo histórico futuro alternativo en el que la verosimilitud de lo que se cuenta, increíble, llega a ser escalofriante. Son tres tomos gruesos, exigentes, en los que me hice algo de lío con los nombres chinos de los personajes, pero es una gozada de novela.

  Feria, de Ana Iris Simón, editorial Círculo de Tiza, 240 páginas. Uno de los libros más comentados y polémicos del año, que con su calidad literaria deja a sus críticos como unos pobres resentidos. Ana Iris ha escrito no exactamente una biografía, ni un ensayo, ni una novela, ni una denuncia, ni un homenaje, pero algo de todo esto hay en un texto en el que el lenguaje, usado de una manera excelente, desborda sinceridad, reconocimiento del fracaso, cuando es medido por lo que la sociedad considera éxito, y añoranza de lo que a ella le da felicidad, que está muy lejos de los chabacanos y vacíos “me gusta” de las redes sociales.

   Exhalación de Ted Chiang, editorial Sexto Piso, 348 páginas. Ted Chiang se hace de rogar. Sus libros de relatos son sólo dos, y separados por muchos años unos del otro. En este segundo volumen el escritor chino nos vuelve a llevar por lugares insospechados, donde la inteligencia artificial se cultiva y crece ante los ojos de quienes con ella juegan, los habitantes de otro mundo descubren cómo el aire exhalado hace funcionar sus mentes y les revela cómo será el final de su existencia… sí, es ciencia ficción, pero además es una literatura excelente, poética y que le deja a uno la habitación perdida de preguntas sin posible respuesta.

  La hora violeta, de Sergio del Molino, editorial Debolsillo, 200 páginas. Es esta una novela anterior de Sergio, pero definitoria de toda su carrera, y de su vida. El drama personal que relata se encuadra en la auto ficción, de esas que ahora está tan de moda y que a veces se hunden en el onanismo. Aquí no. Escueta en las descripciones, ausente de regodeos, del Molino relata con parquedad de palabras algo que es casi imposible poner por escrito, entre otras cosas porque nuestro idioma ni recoge una palabra que defina ese suceso. Un texto tan bello como crudo, un relato de puro amor.

  Lluvia fina, de Luis Landero, editorial Tusquets, 272 páginas. Valor seguro de nuestras letras, las novelas de Landero se van haciendo más breves a medida que avanzan los años, pero su contenido, vacío de artificios, se profundiza. Aprovechando una noticia que leyó el autor, de una reunión familiar que acabó como el rosario de la aurora, el texto nos describe a los personajes de una familia que ya sólo comparte rencores. Es un texto directo, sencillo de leer, pero que pide ir despacio, a medida que la acción se adentra en el cúmulo de reproches que, cada uno, espera lanzar sobre los demás.

  Nada que temer, de Julia Barnes, editorial Anagrama, 304 páginas. Pertenece Barnes a una generación gloriosa de escritores británicos (Amis, McEwan, el Nobel Ishiguro…). En esta novela, semibiografía y recuento de anécdotas, se describen a los padres y otros familiares del autor, su relación mutua entre ellos y un crío, el propio Barnes, que desde pequeño carece de la fe en Dios pero echa de menos a una figura divina que le alivie de la angustia de ser consciente de la mortalidad. Una delicia de texto con una capacidad de introspección tan enorme como la ironía que desprende. Una delicia.

   Tienes que mirar, de Anna Starobinets, editorial Impedimenta, 176 páginas. Starobinets es una joven escritora rusa, con trabajos muy premiados en el campo de la ciencia ficción, de los que, pena, no he leído ninguno. En este texto narra una dura experiencia personal, que le lleva a conocer los entresijos, más bien, infiernos, de la sanidad rusa, y como se ve forzada a huir. La sensación que tiene es la de convertirse ella misma en un personaje de una trama de fantasía y terror, de esas de las que no se puede escapar. Texto directo, duro, que parece increíble de lo angustioso que resulta. Y todo es real.

   Panza de burro, de Andrea Abreu, editorial Barret, 176 páginas. Es también la primera novela de esta escritora canaria, que cuenta el paso de la infancia a la adolescencia de un par de amigas en el monótono y nada idealizado pueblo canario en el que viven, tan alejado del turismo, las playas y el ocio vacacional. Texto difícil, exige mucho al lector dado que se utiliza mucha jerga tanto adolescente como local, pero una vez superado ese problema se adentra uno en una historia mil veces vista, la de la chica tranquila y su adorada pero salvaje amiga, a la que teme tanto como admira, y sigue hasta que la vida les pone al límite. Sí, el argumento es manido, pero la forma de contarlo es tan personal como persuasiva y meritoria.

Mejor libro de no ficción. He estado dudando bastante sobre cuál seleccionar, casi hasta hoy.

El gran sueño de China, de Claudio Rodríguez, editorial Tecnos, 328 páginasHay un montón de libros sobre China, prueba de la importancia del tema y del imparable protagonismo de un actor global que no deja de crecer. En este ensayo, el autor conjuga sus perfiles de ingeniero y economista en un texto que desgrana la estrategia que el régimen de Beijing ha planificado en su camino hacia el poder global y el control interno. El subtítulo “Tecno socialismo y capitalismo de estado” lo dice casi todo. Imprescindible sobre el tema.

           Bajo la sombra del Vesubio, de Daisy Dunn, editorial Siruela, 344 páginas. Plinio el viejo vio que algo pasaba en la bahía de Nápoles y se convirtió en el primer cronista de una erupción volcánica, la del Vesubio. Allí murió, pero su sobrino Plinio, el joven, recopiló sus escritos y añadió muchos otros de su cosecha, porque heredó tanto la curiosidad de su tío como su capacidad narradora. Revisión de la vida de dos personajes apasionantes, del tiempo romano que les tocó vivir y de cómo la historia y arqueología han permitido conocer el legado de una época inolvidable.

  No digas nada, de Patrick Radden Keefe, editorial Reservoir Books, 544 páginas. Este libro fue un gran éxito el año pasado, y debo decir que plenamente merecido. Planteado como un enorme reportaje periodístico, el autor recorre el conflicto de Irlanda del Norte a partir de la desaparición de una madre en la Belfast católica de los setenta. Los paramilitares unionistas, el terrorismo proirlandés del IRA, protestantes y católicos, traidores y conversos, héroes y villanos… el relato narra con pulso el absoluto fracaso de varias generaciones enfrentadas por unos ideales que les llevaron al dolor mutuo. Es el testimonio de una catástrofe social llena de perdedores y no pocos aprovechados.

  Música, una historia subversiva, de Ted Gioia, editorial Turner, 576 páginas. Es este un ensayo sobre música, sí, pero con un contenido muy centrado en la antropología, en el significado de la música como expresión de una cultura y el influjo que esos sonidos producen en sus creadores y oyentes. El hecho de que las tendencias musicales, siempre subversivas en su nacimiento, acaban por ser asimiladas por la sociedad y convertidas en clásicos es una constante en una obra densa y que dedica mucho espacio a las eras arcaicas, en una cronología no muy habitual. Es un trabajo excelente.

  Madrid, de Andrés Trapiello, editorial Destino, 560 páginas. Este es un libro muy especial en la producción de Trapiello, dedicado tanto a la ciudad en la que se ha desarrollado su carrera literaria y vital como a relatar una versión de su biografía, sazonada de calles, barrios y lugares de una ciudad contrahecha, con abundantes parches, que a veces deslumbra en belleza y otras es un adefesio que echa para atrás. Con sus contrastes, Madrid es un lugar muy particular, en el que la vida puede ser plena, si a la urbe sobrevives, y Trapiello lo ha logrado, y lo cuenta como nadie.

   El club de los desayunos filosóficos, de Laura Snyder, editorial Acantilado, 640 páginas. Experta en ensayos históricos sobre la ciencia y sus avances, Snyder nos lleva a la Inglaterra del siglo XIX y nos presenta a cuatro personajes, William Whewell, Charles Babbage, John Herschel y Richard Jones, a través de los cuales se muestra la evolución del improvisado filósofo natural hasta el científico profesional, incluyendo la propia creación del ese término, el de científico. Abarcando varias décadas, el trabajo es excelente a la hora de retratar una época de constantes avances en todas las materias del saber, con Darwin y electromagnetismo apareciendo al final.

  El zapatero y su hija, de Conor O’Cleary, editorial Crítica, 400 páginas. La vida del zapatero Stanislav Suvorov, suegro del autor, sirve de hilo conductor de un libro que relata cómo era la vida en el mundo soviético, desde las posiciones de privilegio en un Gorzny inicialmente pacífico hasta la supervivencia en un destierro siberiano. Del apogeo del imperio hasta su debacle y conversión en un capitalismo de oligarcas y el empobrecimiento absoluto de una población abandonada a su suerte que ya llevaba décadas de privaciones. Excelente combinación de historia y vivencia personal.

  A finales de enero, de Javier Padilla, editorial Tusquets, 400 páginas. La muerte de Enrique Ruano, tras ser detenido por la policía franquista, sirve al autor para realizar un recorrido por el movimiento de protesta que empezó a crecer en España a finales de los sesenta, especialmente en ambientes universitarios acomodados, y que protagonizan un triángulo en el que el propio Ruano y Javier Sauquillo quisieron y cortejaron a Dolores González, auténtica protagonista de la historia y, en su reiterada desgracia, reflejo de las convulsiones de nuestro país. Todo un relato de amor.

  ¡Que los dioses nos ayuden!, de Néstor Marqués, editorial Espasa, 440 páginas. ¿Es Néstor Marqués el mejor divulgador español del mundo clásico? Probablemente sí. Sus libros mezclan erudición a raudales con un estilo directo y una concienzuda voluntad de huir del presentismo a la hora de valorar el pasado. En este último trabajo se adentra en el complejo mundo de la religión romana, de sus personajes, ritos y obligaciones, en su similitud y diferencias respecto al panteón griego, y el improbable pero arrollador triunfo de una creencia monoteísta de origen judaico que, llamada cristianismo, ha modelado los últimos dos milenios del mundo. Y creado, entre otras cosas, la Navidad.

  Contra la España vacía, de Sergio del Molino, editorial Alfaguara, 280 páginas. Sergio del Molino descubrió el concepto de la España vacía, al que después le han salido muchos más padres, apologetas y rebautizadores que habitantes tiene ese territorio. En este ensayo, miscelánea de temas, el autor no se rectifica exactamente, pero sí aborda aspectos ya tratados en su anterior trabajo, desde una óptica crítica y revisionista. Trabajo intelectual a contracorriente de las modas imperantes, huye del aplauso de una parte de la bancada ideológica para mostrarnos valores y carencias de nuestra sociedad desde una perspectiva tan ecuánime (que no equidistante) como mordaz.

   Corazón de Ulises, de Javier Reverte, editorial Debolsillo, 496 páginas. Javier Reverte falleció el año pasado. Había leído poco de él, debo reconocer el error que eso supone, y estoy tratando de arreglarlo. En este libro Reverte viaja a Grecia, la recorre de norte a sur y termina en Ítaca, siguiendo los pasos del Ulises en su odisea. Es un texto bellísimo, de rendida admiración a los clásicos y su legado, en el que se aprende una barbaridad tanto de historia como de literatura, y que supone un fantástico compendio de hedonismo viajero y saber “cultureta”. Una joya.

  El país donde florece el limonero, de Helen Attlee, editorial Acantilado, 320 páginas. ¿Conocer la historia de un país por sus cultivos de cítricos? Un planteamiento curioso pero que funciona muy bien. La autora, experta en jardines, nos lleva a varias regiones de Italia en las que los cítricos forman parte de la cultura y vida desde tiempos inmemoriales. El papel de la mafia en su recolección y comercio en Sicilia, la tecnología antigua necesaria para proteger los árboles en la zona del alto milanesado… un viaje de lo más interesante, dulce y ácido, como el contenido de esos frutos. Incluye recetas.

   El precio de la paz, de Zachary Carter, editorial Paidós, 680 páginas. Una biografía de Keynes que no pretender suplantar el trabajo canónico de Skidelsky, sino ahondar en pasajes no tan centrados en la economía como en lo social o vital. Flaquea algo en su tramo final, pero es excelente el tratamiento que hace de la vida personal de Maynard, su relación con los miembros del grupo de Bloomsbury y con el funcionariado y políticos de un imperio británico en el que creía como el que más. La atención que presta a sus seguidores es también muy interesante.

   The road to conscious machine, de Michael Wooldridge, editoral Penguin, 388 páginas. De propina, un libro en inglés sobre el apasionante tema de la inteligencia artificial, IA. El autor es un experto en el campo y realiza una detallada historia sobre el surgimiento de la IA y las distintas modas, éxitos y decepciones que ha habido en la materia, hasta llegar a nuestros días, dominados por el éxito de los algoritmos, el machine learning y otros avances que ya están cambiando nuestra forma de entender el mundo. No es necesario tener conocimientos previos para leerlo, y supone una guía de referencia sobre el tema, sus posibilidades y, también, riesgos y frustraciones.

Se acaba el año. Resumen nacional

La noticia de ayer del adelanto electoral en Castilla León, haciendo que ya en 2022 tengamos unas primeras elecciones, es un perfecto resumen de lo que ha sido este año en lo político, en la constatación del fracaso de los partidos que dominan la escena nacional, y que en este año nos han ofrecido una buena muestra de hasta qué punto, nulo, les importan los problemas reales de la ciudadanía a la que, en teoría, se deben, y no hacen más que realizar sucios cálculos tácticos sobre cómo hacerse con un voto o escaño adicional. Cálculos, por cierto, realizados por fantoches que iban de gurús y que eran unos fracasados. De mientras tuvieron el poder fueron adulados por pelotas de turno que ahora callan ante las ruinas de nombres que dieron miedo.

Entre subida y bajada de contagios, subida incesante de precios, disparo de los costes de la energía y empleos que vuelven a lomos de una recuperación que parece truncarse, la ganadora política del año tiene nombre de mujer, se llama Isabel, su segundo apellido es Ayuso, y ha sido encumbrada como la lideresa social de gran parte del país no tanto por sus méritos propios, escasos, como por los deméritos de los contrarios, que la convirtieron en estandarte a derribar y ella supo aprovechar una supuesta pira para, como Juana de Arco, elevarse a los cielos, en este caso electorales. La estrategia de mociones de censura que ideó el presunto genio Iván Redondo con la primera pieza murciana generó un tsunami que acabó con el adelanto electoral en la Comunidad de Madrid y la victoria aplastante del PP, más bien de Ayuso, que dejó anonadado tantos a propios como extraños por la dimensión de una victoria que no pocos estudios demoscópicos anticipaban pero que la propaganda mediática eludía, autoengañada. El desastre del PSOE en Madrid fue tan épico que acabó quedando por debajo de Más Madrid, la marca errejonista, que les supero, por poco, en votos. Las consecuencias de lo que pasó en mayo aún se viven, y no sólo entre los derrotados. Ese movimiento costó la cabeza de dos petulantes fracasados, Pablo Iglesias e Iván Redondo, que dejaron ya de engañar a muchos que aún creían en sus figuras y ahora apenas logran ser escuchados por los pocos fieles que cuentan sus decadentes parroquias, no vacías, pero sí al borde de la ruina. Otros parroquianos exaltados, los de Vox, han aguantado el año mejor de lo esperado, lo que es una mala noticia, pero en Madrid su resultado fue malo y siguen en una tierra de nadie, no siendo alternativa, pero sí teniendo la fuerza suficiente como para convertirse en un problema político y el más fiel aliado de Sánchez para impedir que, ley electoral mediante, el PP vuelva al gobierno. Sánchez sigue en la presidencia, y ha atado unos presupuestos nuevos para el año que viene, lo que es un éxito para él. Son unas cuentas vacías, que ya eran increíbles creciendo al 6% vendido por Moncloa pero que ahora, con el frenazo económico que nos viene por ómicron y la inflación serán poco más que un cuento infantil. Dentro de su gobierno le ha crecido a Sánchez un problema de estrategia electoral, llamado Yolanda Díaz, cuya carrera mediática crece a la vez que la vacuidad de su discurso huye de la bronca constante que ejercía el anterior líder supremo de su formación. Es bastante más lista que su exdictador jefe la señora Díaz, aunque está por ver si estamos ante un nuevo fenómeno alimentado desde algunos medios pero con poca base electoral efectiva o una fuerza emergente que sea capaz de hacer la competencia al PSOE. De momento, en casa Sánchez se ve cada vez con más recelo a la vicepresidenta. El tiempo dirá si su ascenso es sólido o no. La marcha del impresentable redondo trajo el ascenso a los altares de Félix Bolaños como ministro y hombre para todo. De perfil más serio, Bolaños ha introducido más tranquilidad en un desgobierno que funciona como dos almas que no se hablan, y que sólo está preocupado por el marketing político. Su gestión es nefasta y, aún así, no le va mal. En el PP, el triunfo arrollador de Ayuso ha despertado el miedo y los celos de Pablo Casado y, sin poder por el que pelearse, ambos líderes se enfrentan en un espectáculo tan inútil como patético, dando alas a un Sánchez que no acaba de creérselo.

Sí, de las cosas reales de la vida ninguno de los antes mencionados, y otros tantos, han hecho nada para que a usted este año le vaya mejor. Sobre las subidas de los precios, el desastre de La Palma, las ayudas a PYMES y autónomos, arrasadas por la crisis covid, la gestión de las relaciones con Marruecos tras su ataque híbrido a Ceuta con miles de inmigrantes usados como armas arrojadizas, el abandono de los ciudadanos por parte de gobiernos autonómicos que, como el catalán, siguen mirando sólo a una parte de la ciudadanía, la que consideran auténtica, despreciando a los que ven como inferiores… sí, de esas y de otras tantas cosas la política se ha desatendido por completo. Y luego se preguntarán sesudos analistas el porqué del desapego.

lunes, diciembre 20, 2021

Contagios disparados

Quizás lo más asfixiante de la situación que vivimos provocada por la pandemia sea la sensación de ser, todos, un grupo de hámster amaestrados que no dejamos de rodar y rodar en una rueda que se repite sin fin y que no lleva a ninguna parte. La sucesión de olas de positividad y su remisión nos hacen volver constantemente a casillas de salida que creíamos haber dejado atrás y, si para cada uno de nosotros resulta ser un gran fastidio, para el devenir de las sociedades introduce un factor de hartazgo que es difícil de medir pero que pesa como una losa. Y genera consecuencias, ninguna de ellas positiva. La paciencia es una virtud de capacidad no infinita.

¿Estamos igual que en olas pasadas? Desde luego que no, pero sólo por uno de los factores, la vacunación. Con incidencias como las presentes, sin vacunas, los fallecimientos serían de varios cientos al día, camino de los muchos cientos, y sin embargo estamos en cifras que son serias, pero muy alejadas de esas, con algunas decenas al día, no llegamos por ahora al muerto por millón de habitantes diario. Eso no es ningún consuelo para los familiares de las víctimas o de los que, ahora mismo, pasan las horas en los hospitales, preocupados por la salud de los suyos, enganchados a respiradores o sometidos a agresivos tratamientos que busque paliar los síntomas que el coronavirus les provoca. Pero el hecho de que, en cada ola, proporcionalmente, muera menos gente es un éxito fruto de la vacunación. Sin embargo, debemos recordar que estas vacunas que tenemos protegen, con un grado de eficacia muy alto, frente a cuadros graves de la enfermedad y la muerte causada por la misma, pero no evitan que si pillamos el virus pasemos una versión atenuada de la enfermedad, y tampoco evita que contagiemos a otros. El vacunado tiene menor carga vírica, pero es un vector de transmisión del contagio, y eso se debe a que estas vacunas no son esterilizantes, es decir, no eliminan la carga viral en quien se las inocula. Una vacuna esterilizante nos protegería y nos eliminaría como vector de transmisión, reduciendo los contagios de una manera efectiva, haciendo que las positividades de cada ola fueran muy a la baja. La efectividad de las vacunas, muy alta, se reduce algo, según parece, en presencia de la variante ómicron, pero la inmunidad celular adquirida por el sistema inmunitario tras la inoculación de las dosis permanece y sí parece ser capaz de atacar a la enfermedad causada por ómicron, por lo que los vacunados no estamos, para nada, indefensos respecto a esta nueva variante. ¿Cuál es el gran problema? Que si su transmisibilidad es tan elevada como parece acabará generando un número elevado de casos aunque sólo sea por la acumulación de los mismos entre un enorme número de contagiados, y de ahí a la saturación de los sistemas sanitarios hay muy poco. En España hemos vacunado mucho y bien, pero este es el único frente de la epidemia que hemos afrontado de manera exitosa, en todos los demás nuestro fracaso es total, y en la actual ola de positivos nos volvemos a encontrar con unos sistemas sanitarios sobre cargados, en los que no se ha invertido nada en todo este año y medio, con unas plantillas desbordadas que fueron reforzadas con contratos de interinidad en los peores tiempos de 2020, pero que vuelven a su escasez crónica tras los despidos realizados por todos los gobiernos autonómicos. El desastre de la sanidad que vivimos tiene un culpable, la falta de inversión, fruto de unas decisiones de diecisiete más uno gobiernos, a los que no les interesa aquello a lo que no pueden sacar rédito electoral. Las vacunas han salvado miles de vidas, la actuación de nuestra dirigencia, ninguna.

¿Qué hacer ante esta ola? En medio del caos, con cada CCAA haciendo lo que le parece, y el gobierno central escondiéndose, la solución pasa por la responsabilidad individual a la hora de las conductas de riesgo y por vacunar a quien no lo esté. No se lave las manos como un poseso, no sirve de nada, mantenga la mascarilla en espacios cerrados y, especialmente, en los de ocio, como bares, restaurantes y lugares privados. Ventile las estancias que carezcan de sistema de filtrado y circulación de aire, no se asuste tanto de las aglomeraciones en la calle pero sí de los encuentros en los que la gente se abraza sin mascarilla ni distancia. Y vacune a sus hijos pequeños si los tiene, y si usted no está vacunado, por favor, inyéctese YA.

viernes, diciembre 17, 2021

Los bancos centrales cambian de rumbo

El final de año nos ha traído la, no por menos esperada, relevante noticia del cambio de rumbo en la política monetaria por parte de los bancos centrales, que siguen en ascuas con lo que pasa en los mercados productivos y con la inflación. El guion del año, en sus inicios, estaba claro. Con la inoculación de las vacunas íbamos al fin de la crisis pandémica, a un rebote económico fuerte y a algunas tensiones fruto de ese crecimiento elevado que se diluirían. Los bancos centrales irían al rumbo que marcasen los datos y, a medida que el crecimiento se consolidara, se empezarían a retirar estímulos diseñados en tiempos de excepción, y todo sería bastante suave.

Como dice Mike Thyson, sí, el boxeador, uno sube al ring con una estrategia, recibe un par de guantazos y, seminoqueado, tras el primer asalto busca rehacerse y cambia de estrategia. A lo largo de 2021 la economía real ha noqueado a muchos de los analistas que creían, yo también, que la inflación no iba ser ni tan intensa ni tan duradera. Estamos ahora en el entorno del 5% en España y EEUU, con disparos espectaculares en algunos bienes, como los energéticos, que se filtran a lo largo de toda la cadena productiva, por lo que, como un bosque que gotea mucho después de que haya dejado de llover, los precios no se moderarán en los bienes de consumo si, milagro, esta tarde la energía y todo lo relacionado con la logística se abaratan. Y no va a haber ese milagro. Las tensiones de precios y el nivel de revolución al que se encuentra la economía norteamericana es aún mayor que la nuestra, por lo que ha sido la FED, su banco central, el primero en mover ficha, y anunció el jueves tanto una reducción de sus volúmenes de compra de deuda como un calendario de subidas de tipos de interés que abarca hasta 2024. La idea que quiso transmitir Jerome Powell, su gobernador, es que la entidad estará vigilante, que considera que la economía ya vuela con demasiada fuerza y que es necesario embridar a la inflación. Las autoridades monetarias no quieren, bajo ningún concepto, que los agentes, tanto familias como empresas, sufran un cambio de expectativas con la inflación y consideren que los niveles bajos no van a volver, y cambien sus pautas de consumo, ahorro e inversión, porque eso generaría un bucle inflacionario bastante peligrosos. Al mostrarse activos y estrictos, el mensaje que se lanza es que se dominará a la inflación, que se hará lo posible para manejarla y que el problema no irá a más. Ayer el BCE europeo se sumó a este mensaje, desde la posición de una Europa en la que el ciclo económico, también en auge, está algo retrasado respecto al norteamericano, por lo que la recuperación no es tan vigorosa pero, ay, la inflación es casi igual de intensa. Lagarde, la gobernadora europea, fue más comedida que Powell, y sólo hizo referencia en lo práctico a la reducción de los volúmenes de compra de deuda, pero dijo expresamente que en 2022 no habrá subida de tipos. Todas estas medidas son perjudiciales para economías endeudadas, y más cuanto más se debe, porque provocarán un encarecimiento de los costes de financiación, y naciones como la nuestra, que ha alcanzado tasas de deuda sobre el PIB del 130% gracias al maldito virus pueden encontrarse con un grave problema si los tipos, la prima de riesgo, comienza a escalar. Desde que el virus llegó a nuestras vidas todo, empezando por los ERTEs, se ha financiado con deuda que ha sido comprada, en mercado secundario, por el BCE, que nos ha salvado. Si poco a poco nos tenemos que hacer con la responsabilidad de cubrir deuda y costes la situación financiera de las arcas públicas se estropeará. Y eso lo saben muy bien los actuales desgobernantes y los que aspiran a desgobernar en vez de ellos.

Hay una posibilidad, no menor, de que estas intenciones restrictivas de las autoridades monetarias no se lleven a cabo, y es que ómicron ponga otra vez contra las cuerdas a nuestras economías y las frene, con lo que la demanda caería y con ella los precios. Es decir, que una crisis tenga lugar. De hecho, la propia inflación desatada y el desbarajuste logístico actúan como un gran freno de la recuperación, que pueden llegar a ahogarla. Pero claro, evitar los problemas de una subida de tipos porque tenemos una recaída económica es como aliviarse de bajar peso porque se sufre una gastroenteritis. Lo cierto es que las previsiones para el año que viene se están volviendo muy inciertas y, en el ring, los banqueros centrales golpean a un monstruo de la inflación que les sigue siendo esquivo, al que no consiguen meter un directo y mandarlo a la lona.

jueves, diciembre 16, 2021

Boris Johnson naufraga

Ayer el parlamento británico aprobó la reimposición de restricción es en Reino Unido con motivo del disparo de contagios que está propiciando la variante ómicron. El resultado de la votación refleja el absurdo en el que se ha convertido la política de aquel país, antaño ejemplo de seriedad, y hoy a un nivel de cutrez similar al que vivimos habitualmente países como el nuestro. La desbandada de diputados conservadores, unos cien, más o menos un tercio del grupo del gobierno, que decidieron no apoyar las medidas del gabinete, hizo que las restricciones fueran aprobadas gracias al voto de la oposición laborista, que ahora mismo encabeza las encuestas de unas muy lejanas elecciones.

Este resultado es el último desastre que ha causado Boris Johnson, un primer ministro cuyo estilo de gobierno se refleja mucho más en su forma de peinarse que en cualquier otro aspecto de su personalidad. La semana ya empezó para él de la manera más horrible, siendo vapuleado ante todos a medida que se desvelaban los detalles de la fiesta navideña que tuvo lugar en sus oficinas de Downing Street el año pasado, cuando estaban prohibidas por estar los contagios, enfermos y demás variables covid en auge. Johnson urgía en esas navidades a sus compatriotas, los que le pagan el sueldo, a no ver a los y a pasar casi en soledad las fiestas para no propagar más el virus y, a los pocos minutos de terminar su alocución, se unía a la fiesta que tenía lugar en la residencia del gobierno, donde las medidas sanitarias eran, seguramente, solo algunas de las que no se cumplían en absoluto. Este episodio ha colmado la paciencia de muchos, y ha sido la causa de las primeras dimisiones reales en el entorno de su núcleo duro, pero no es sino una más en la caótica gestión que se vive, en el día a día, en aquel país. Johnson es un populista de libro, un autor de estrategias llamativas para epatar ante los medios, de discurso bronco, de foto fácil, de mensaje directo. Sabida es su cultura, su capacidad de recitar a los clásicos en las lenguas originales, y que, aunque los tenga muy desordenados, carece de un pelo de tonto, pero es un absoluto inútil para gestionar un gobierno. Fue antieuropeo cuando trabajaba como periodista en Bruselas, luego flirteó con el europeísmo y, en la campaña del Brexit, no se mojó muy claramente a favor de la salida de la UE. Tras el desastre del resultado, se unió con firmeza a las huestes proBrexit y dedicó todas sus fuerzas a hacerse el abanderado de la causa británica, convirtiéndose en una auténtica mosca cojonera de la entonces primera ministra, Theresa May, de su partido, que hacía lo que podía con un Johnson desatado. Consiguió reunir fuerzas para que May renunciara y se convocaron elecciones en las que sacó un resultado arrollador, consiguiendo par el partido conservador una mayoría absoluta inmensa, con triunfos en el llamado cinturón rojo laborista del norte de Inglaterra, donde los conservadores nunca se habían comido una rosca. Johnson llegó al poder por el que tanto había luchado y, desde entonces, su gestión es un ejemplo de impericia, ineptitud y descontrol. La pandemia apareció al poco de que se sentase en su despacho del gobierno, y optó por ignorarla, convirtiéndose en negacionista hasta que el virus le postró en un hospital y vio la luz. Con Trump en el gobierno de EEUU, exaltó su imagen nacionalista británica y se convirtió en un auténtico “Miniyo” de su jefe, ambos provistos de prominentes cabelleras, pero la derrota del populista padre le dejó medio colgado de la brocha. Ha ido aprobando y rectificando normas que, en relación al tratado del Brexit firmado con la UE, han introducido una enorme inseguridad en todos los ámbitos imaginables. La imagen de fiabilidad del Reino Unido bajo la era Johnson se ha diluido por completo.

Esta misma semana ha asistido al nacimiento de su, creo, séptimo hijo, fruto de su actual relación, creo que la tercera conocida. El caos que supone seguir su vida sentimental es el reflejo de un personaje devorado por sí mismo, alguien capaz de sentir en ocasiones con fineza por dónde sopla el viento del electorado para subirse a él y arrasar y que, casi siempre, yerra en lo práctico, sumido en escándalos de financiación relacionados con la decoración de su actual piso en pareja, o la anterior residencia, o cosas por el estilo. Johnson vendió a los suyos un futuro glorioso basado en un Brexit de ensueño. La realidad de su gestión, más allá de ser un fracaso, muestra tintes de patetismo que, realmente, son difíciles de imaginar provenientes de un lugar tan serio como aquel.

miércoles, diciembre 15, 2021

A casi 300 euros el megavatio hora

Hace frío, aún es de noche. El invierno astronómico llega la semana que vine, el meteorológico empezó el 1 de este mes de diciembre, pero el del frío de verdad lo hizo bastante antes, con nevadas ya previas al temporal Barra, que ha cubierto de blanco las montañas del norte y anegado a un montón de comarcas. El consumo eléctrico en invierno se dispara, entre otras cosas por la necesidad de calefacción y la vida que se hace en el interior de hogares y establecimientos, frente al verano, en el que el tiempo que estamos en la calle no necesitamos electricidad. Eso hacía que el máximo de consumo eléctrico de verano fuera bastante inferior respecto al de invierno, pero, ay, el disparo del aire acondicionado ha acercado mucho ambos picos.

Hoy es un día de pesadilla para el mercado eléctrico, para la producción y los consumidores. Tenemos un enorme anticiclón sito en Centroeuropa que abarca toda España, lo que originará, como ayer, cielos despejados, quietos y sosos durante toda la jornada, excepto donde se asienten las nieblas. No va a soplar apenas viento, por lo que la producción eléctrica eólica va a ser muy escasa. Las nieblas no serán tan extensas como las de ayer, pero donde se produzcan, las placas fotovoltaicas apenas generarán corriente y no aportarán al sistema. Todas las instalaciones fotovoltaicas, de hecho, están en sus peores días del año, porque con el solsticio de invierno de la semana que viene alcanzamos el mínimo de luz solar en nuestro hemisferio. Y sí, las placas solares no producen de noche, nada, cero. ¿De dónde tiramos para producir la electricidad de hoy, al que estamos consumiendo ahora mismo? Del ciclo combinado. Si acude usted a la web de Red Eléctrica y ve la composición de la producción, estos son datos de las ocho de la mañana de hoy, el ciclo combinado de gas supone el 36% de la producción en este instante, siendo la fuente principal, seguida por la nuclear e hidráulica, con un 15% cada una, y al eólica, con casi un 13%. ¿Cuál es el problema de esta composición? Si observan la curva de consumo estimada de hoy verán que ya estamos en la cuesta arriba de cada día, hemos superado el mínimo nocturno y nos encaminamos a el primer máximo local del día, que suele situarse en torno a las 11 de la mañana. Tras él el consumo estimado gotea a la baja y vuelve a subir al segundo máximo, en este caso el absoluto, que suele estar en el entorno de las 21 horas, más o menos. Es decir, desde este momento cada vez vamos a consumir más electricidad a lo largo del día, y ciertas fuentes, como la nuclear, son constantes, no van a dar más, y otras como la eólica hoy no tendrán un día muy elegante. La solar, como les comentaba, hoy rendirá poco, porque el Sol no estará mucho tiempo en el cielo, y desde luego su aportación será nula a la hora de la cena. Es por ello que será el ciclo combinado de gas el que vaya siendo, a medida que avance el día, la fuente que lidere, cada vez con mayor ventaja, el llamado mix productivo. Hubo algunos días de la semana pasada en los que, en plena borrasca Barra, algo más de la mitad de la producción eléctrica nacional era eólica, gracias a los vendavales del norte, pero eso no se va a dar ni hoy ni el resto de la semana. Estos días de anticiclón de invierno son de lo peor para el sistema generador renovable, y eso se traduce en el encendido, a lo largo del día, de cada vez más centrales de gas para abastecer la demanda. Y eso provoca que sea esa tecnología, la del combustible más caro, la que dicte el precio y domine la ponderación del mismo. Si se produce poco con gas, de precio alto, el precio final de la electricidad será alto, pero lo será mucho más cuanto mayor sea el porcentaje de producción representado por el gas. Y hoy el gas va a pesar mucho y, por ello, el precio va a ser enorme. Si acuden a la web donde se recoge la evolución del precio horario de hoy verán que la gráfica tiene la misma forma que la de la curva de demanda esperada, con sus dos máximos, y obviamente esto no es casualidad. A esta hora, ocho de la mañana, el precio marginal español es de 299 euros el megavatio hora, o 0,29 céntimos el kilovatio hora, que seguramente el contrato de usted en su casa, querido lector, se mida en esa unidad más pequeña. Eso determina que el precio final de la factura que se pague este mes tenga, en lo que hace a costes del kilovatio, un empujón muy serio en el día de hoy. Para el máximo nocturno, a las 21 horas, se alcanzarán los 317 euros megavatio hora, y el precio medio del día no superará los 300 pero se queda muy cerca, rompiendo otro máximo histórico.

El gas está caro por la demanda global, el consumo específico que de él se hace en invierno, el creciente coste de los derechos de emisión de CO2 del mercado europeo, que le afecta, menos que a otras fuentes contaminantes, pero, claro, infinitamente más que a las renovables, por el cierre de gaseoductos como el magrebí y el recurso al licuado, y por las tensiones en el este de Europa con Rusia, que hace que la cotización internacional del gas responda con subidones. Si hoy quiere pagar menos electricidad póngase dos jerseys en casa y no encienda muchas luces, y no cocine, pero pocas alternativas le quedan. Y desde luego no confíe para nada en los anuncios de este gobierno, ni de otros, que en nada aliviarán su factura.

martes, diciembre 14, 2021

Tornado devastador en EEUU

Más de una vez se ha utilizado la expresión “dedo de Dios” para referirse al efecto del paso de un tornado por un lugar, con esa forma que adopta su destrucción de un trazado en el suelo, como si un gran pico hubiera sido arrastrado sin piedad por un ser gigantesco, destruyendo a su paso y dejando las cosas más o menos intocables a no demasiados metros de distancia. Es un juego de casualidades en el que la fortuna o desgracia son puro azar, en el que los hombres no pintamos nada. Frente a fenómenos adversos como inundaciones o sequías, de amplia extensión y virulencia relativa, véase la crecida del Ebro de estos días, un tornado es una concentración de fuerza y destrucción como no la hay en el mundo meteorológico.

Si uno contempla las imágenes que nos llegan desde Mayfield, al oeste de Kentucky, poco más puede hacer que expresar asombro y pena. La ciudad, de dimensiones modestas, era el típico lugar del interior de EEUU donde nunca pasa nada, con un trazado de estricta cuadrícula de edificios bajos y casitas residenciales con jardín, en el que algunos pabellones industriales y, sobre todo, infraestructuras agrarias, llenaban la zona y servían de sustento y ocupación a sus residentes. Un lugar bastante normal. Ahora mismo la ciudad es reconocible porque las cuadrículas que formaban sus calles siguen estando ahí, pero en las manzanas que esas vías delimitaban, donde se situaban las construcciones, ahora no hay nada. Bueno, mejor dicho, hay montañas de escombros y ruinas, fruto del paso de un tornado colosal que podía haber transcurrido perfectamente por las afueras de la localidad, pero que quiso el maldito azar que no fuera así, y la golpeara de pleno. Todo sucedió durante la noche del viernes al sábado, por lo que apenas hay imágenes del propio tornado más allá de algunos vídeos en los que se intuye una tuba negra que puede apreciarse por el contraste que se produce al descargar rayos en su entorno, poco más hay de los momentos concretos del desastre. Al ser de noche pilló a la mayor parte de la gente en sus casas y los avisos, que llevaban días advirtiendo de la posibilidad de que se desatasen tormentas fuertes, permitieron que muchos encontrasen refugio en sótanos y otros lugares interiores de sus propiedades, pero viendo el nivel de destrucción alcanzado por la tormenta uno se hace a la idea que los balances de muertos y heridos tardarán en concretarse. No creo que haya una sola infraestructura que funcione, y eso incluye a todos los servicios de telefonía e internet, por lo que los desaparecidos tardarán en ser encontrados, sea cual sea su estado, y nada se va a poder hacer para comunicarse con ellos hasta su hallazgo físico. Uno podría pensar que las casas de la zona, mayoritariamente de madera, son frágiles y que no es necesaria una gran tormenta para provocar un desastre similar, pero esa es una impresión errónea. Los vientos que se alcanzan en el entorno de la columna de un tornado superan con facilidad los 300 kilómetros por hora, y la capacidad de succión de la baja en torno a la que giran es capaz de levantar objetos muy pesados. No consta que se hayan dado intensidades de 5 en la escala de Fujta, la que mide este tipo de fenómenos, pero viendo los efectos en las edificaciones, de madera o ladrillo, u observando como coches, camiones o vagones de tren han sido aplastados y arrojados como si de juguetes se tratara la posibilidad de que hayamos estado ante un evento de esa magnitud es posible. Piense usted no sólo el impacto mismo de la columna de aire demoniaca, girando a esa inimaginable velocidad, sino también los escombros arrojados por la misma, despedido a cientos de kilómetros por hora, que actúan como letal metralla contra todo lo que tengan cerca. Nuestros edificios, de cemento y ladrillo, probablemente aguantarían en su estructura, pero los daños serían de un nivel de destrucción prácticamente total en lo que hace a puertas, ventanas, marcos, tejados, alféizares y demás elementos. Por nada del mundo me gustaría que algo así pasase cerca de un piso mío, por nada del mundo.

El tornado de Mayfield, sólo por los daños y víctimas generados, ya ha pasado a la historia, pero además tiene ciertas características que lo hacen especial. Se ha dado en diciembre, lejos de la temporada habitual de tornados, en el mes de menos actividad para estos fenómenos, y se produjo en una tormenta que recorrió en esa noche unos 900 kilómetros, afectando a seis estados, lo que es un registro muy poco usual. Habrá que estudiar a fondo los datos que se tenían en la tarde noche de ese viernes para analizarlo, cosa que ya ha empezado a hacerse, y determinar qué causas estuvieron detrás de este monstruo, causas locales y globales.

lunes, diciembre 13, 2021

El nacionalismo sectario acosa a un niño

Se llama la ley de la selva, de manera figurada, al régimen en el que es la fuerza la que dirime quién manda y cómo lo hace. El ejercicio de la fuerza está en manos de aquellos que la poseen, en general con brazos más grandes, puños más duros o más armas, y así amedrentan a los que no tienen esas ventajas, naturales o compradas. La ley, el estado de derecho, busca salvar a los que no pueden recurrir al uso de la fuerza para defenderse y permite que pringados, como yo, no sean avasallados por otros más grandes. Hacer que la ley sea igual para todos requiere que un tercero, el estado, lo imponga, ejercite la violencia si es necesario para ello, y es la garantía de la democracia en las sociedades en las que ese concepto, glorioso, ha arraigado.

Pero mantener el estado de la ley requiere un trabajo constante por parte del legislador y del poder del estado, porque las tentaciones del uso de la fuerza son constantes. Lo vemos a diario en nuestras sociedades, donde hombres con fuerza abusan de ella y matan a mujeres o violan a niños, que requieren una protección especial. Más allá de los individuos, el mayor riesgo para una sociedad es que una parte de ella se emancipe de la legalidad y se constituya en una fuerza opresora, que haga uso de la violencia de manera efectiva e imponga un régimen de terror. Más allá de los golpes de estado y las dictaduras, donde la democracia y la ley ya no existen, el caso perfecto de lo anterior es la mafia que, en algunas zonas de Italia, por ejemplo, es un poder paralelo al estado y actúa de manera independiente, casi soberana. En España hemos vivido durante décadas un subproducto similar, con la mafia etarra enseñoreándose de la vida y destinos de los ciudadanos del País Vasco, en una engrasada maquinaria política, militar y social que amedrentaba, chantajeaba y, cuando así lo requería, asesinaba. Costó décadas someter y derrotar a la bestia terrorista, aunque aún subsiste en parte de esa sociedad el cáncer que ella alimentó y el sentimiento de desprecio de algunos de sus ciudadanos sobre otros. En Cataluña no se ha llegado a algo similar, afortunadamente, pero sí ha habido una concienzuda y premeditada siembra de odio por parte de políticos irresponsables, que han azuzado al nacionalismo sectario para establecer dos comunidades; ellos, la elegida, y los demás, los inferiores, y no desaprovechan ninguna oportunidad para abusar de los que consideran menospreciables, de los que, para sus ojos, son menos, o no son nada. Estos comportamientos, en los que el racismo es la base fundamental sobre la que se asientan, violentan la ley, los derechos humanos, la racionalidad y cualquier otro tipo de norma o criterio creado por el humanismo a lo largo de la historia, y deben ser perseguidos por parte de las autoridades cuando, en un momento dado, comienzan a expresarse, para que no logren calar en las mentes y, sobre todo, sentimientos de parte de la población. El problema, como bien nos enseña la historia, se da cuando son precisamente las administraciones las que alientan estas conductas sectarias e irresponsables, las que desde sus privilegiados púlpitos alientan a unos ciudadanos contra otros, señalan a los que son impuros, apoyan a las hordas que insultan y financian actos y aquelarres en los que el sentimiento exaltado de superioridad racista exhala un aroma tan nauseabundo como aterrador. Nos produce asco ver esos documentales del segregacionismo surafricano, o norteamericano, cuando gobernadores elegidos ejecutaban normas de segregación y discriminación que implicaban tratar a los negros como una subespecie, peor que los animales, mucho peor que las mascotas de los blancos. ¿Por qué no nos da la misma repugnancia cuando algo similar se empieza a dar, se quiere hacer, en nuestro propio país?

Un niño de cinco años de Canet de Mar, Barcelona, y su familia, llevan siendo señalados y acosados desde hace varios días por parte de los separatistas por exigir su derecho a recibir las clases en castellano que dicta la ley. A ese acoso se ha sumado gran parte de la población del pueblo, con el constante y decidido apoyo del ayuntamiento, la Generalitat de Cataluña y el silencio consentidor del gobierno nacional. Este caso, flagrante violación de los derechos del niño abuso totalitario por parte de la sociedad, prevaricación completa de las administraciones y, en definitiva, infame ejercicio de acoso mafioso, es contemplado con condescendencia por parte de la clase política nacional, y sus votantes. Y todo eso es, sí, un síntoma de que la democracia, allí, está gravemente herida y, en el conjunto del país, dañada. Ese niño y familia cuentan con todo mi apoyo, el de un pringado que, gracias a la ley, puede desarrollar su vida.

viernes, diciembre 10, 2021

¿Daría usted su vida por Kiev?

Uno de los hechos trascendentales de este año, y que generará efectos en los posteriores, es el desastre de agosto en Afganistán, la huida del ejército norteamericano de Kabul y, con ellos, las comparsas occidentales que allí estábamos. Fuga a la carreara, abandono de los locales, varios de ellos empleados durante años de los contingentes militares aliados, olvido de la población civil, ni les cuento de las mujeres… esa fuga fuer argumentada por la Casa Blanca de un derrotado Biden como la única alternativa para acabar con años sin fin de guerra en la zona y ante el hartazgo de los norteamericanos. Las vidas de los afganos ya no valían mucho para ellos.

Todo el mundo tomó nota de lo que allí pasó, de lo volátil que es el compromiso de la hiperpotencia norteamericana cuando cambian sus intereses, y del constante cálculo de riesgo y beneficio que se ejecuta en Washington sobre las acciones exteriores y sus consecuencias. No seamos hipócritas, todas las naciones actúan de la misma manera, como lo hacemos en el día a día cada uno de nosotros, pero se supone que la defensa de los valores de la libertad que encarna occidente requiere sacrificios adicionales. Pues no. La lección que se dejó impresa en las pistas de Kabul, usando para ello sangre de infelices que se enganchaban a trenes de aterrizaje de aviones norteamericanos, era nítida. El apoyo de EEUU a las causas no es fiable, es muy volátil, y tan pronto como te promete algo te puede abandonar. La opinión pública del país y los factores internos importan mucho más que los principios en los que se basan las democracias, y los derechos se condicionan al beneficio económico que se pueda llegar a perder si se reclaman. EEUU no es ya el gendarme del mundo, no quiere ejercer ese papel y, aunque militarmente es capaz de ello, no quiere asumir los costes que eso implica. El mundo se desordena, y eso da opciones a terceros para jugar por su cuenta y testar hasta qué punto son capaces de romper el equilibro existente en su zona de influencia para obtener un beneficio, sin que ello suponga que marines norteamericanos les vayan a amenazar. Varios son los escenarios en los que el actual equilibro corre el riesgo de romperse con graves consecuencias para todo el mundo. La mayoría están en Asia, con Irán, Corea del Norte y, sobre todo, Taiwan, como principales puntos de disputa, pero el ucraniano nos pilla más cerca y también tiene capacidad para ser desestabilizador hasta un punto difícil de imaginar. Nadie contempla como escenario más realista el que se produzca una invasión convencional de Rusia a aquella nación, todos lo ven como el menos de los probable, pero ya nadie lo descarta, y eso ha hecho que la percepción del problema haya cambiado sustancialmente, y a peor. En este sentido Putin ya ha ganado una primera batalla sin pegar un tiro, porque, aunque lo niegue, ha lanzado una amenaza creíble que ha puesto de los nervios a todos. El resto de actores considera que sería un disparate una ofensiva militar rusa que tratara de hacerse con Ucrania, pero lo ve posible, y cree que Putin es capaz de dar una orden así, y eso lo convierte en algo muy peligroso. La reunión de esta semana entre Biden y el dictador ruso ha servido para poner sobre la mesa ese riesgo de manera real, asumir que las posibilidades de que se de no son nulas y contemplar una invasión como una de las opciones futuras, ante la que hay que tomar partido y empezar a pensar en cómo responder. Las naciones de la UE se están poniendo, nos estamos poniendo, cada vez más nerviosas ante una posible guerra en el este, y es obvio que no poseemos capacidad militar disuasoria para hacerle frente, ni para enarbolar como amenaza para evitar que se produzca. Sólo EEUU es capaz de lanzar una amenaza creíble que haga temblar el pulso que ahora mismo Putin nos ha lanzado. Antes de agosto de este año la posición militar global de EEUU tenía una credibilidad mucho mayor, y lo que desde Washington se prometía era tomado como amenaza real por terceros. Desde lo de Kabul, parte de ese prestigio, basado obviamente en el miedo, se ha perdido.

La pregunta que nos debemos hacer los occidentales es si, llegado el caso, estaríamos dispuestos a dar nuestra vida por la libertad de Ucrania, si apoyaríamos que compatriotas nuestros la perdieran para salvar a los que allí viven. Si consideramos a los ucranianos como los últimos eslabones de una sociedad libre, que hacen frontera con la dictadura rusa, o no nos importa su destino, y creemos que esa frontera de la libertad empieza no tan en el este, sino más cerca de nuestras ciudades. En Madrid, Bruselas, Praga, Chicago, Alburquerque de aquí y del otro lado del Atlántico… ahí es donde debemos hacernos esa pregunta y, sin hipocresías, contestarnos. En Moscú también se la hacen, y puede que ya tengan respuesta.

jueves, diciembre 09, 2021

Ucrania, en la frontera

La imagen de la cumbre virtual que tuvo lugar el lunes pasado entre Biden y Putin sobre Ucrania ya dice bastante de la forma de ser de ambos personajes y sus regímenes. Aparece Biden presidiendo una mesa no muy grande, rodeado con asesores, creo que cuatro o cinco, y al fondo, un televisor de buen tamaño, en el que aparece el líder ruso. La sala es baja, funcional, oscura, probablemente en la “situation room” que en tantas películas y series ha aparecido. Putin, por su parte, está solo, en el extremo de una mesa de similar tamaño, pero bastante más brillante. La sala es más luminosa, se intuyen cenefas y decoración. El monitor se encuentra, también, al fondo de la mesa, pero nada ni nadie se interpone entre la imagen de Biden y el cuerpo de Putin.

Desde 2015, tras el estallido de la revolución naranja que derrocó al régimen prorruso de Kiev, se produce una intervención militar alentada desde Moscú que, en ese mismo año, desgajó a la península de Crimea de la soberanía ucraniana, para reconvertirla en rusa, y generó una guerra fronteriza de intensidad variable que, desde entonces, permanece abierta. Las provincias de Donestk y Lugansk, en el extremo este del país, son campo de batalla entre separatistas financiados y dotados por Rusia y el ejército ucranaiano, con una población civil que ha optado por la huida o el aguante. La mayor parte de las infraestructuras de la zona están destruidas o son inservibles y la soberanía del terreno, legalmente ucraniana, es difusa y, en la práctica, dependiente del bando armado que en ese momento patrulle por la calle en disputa. Rusia no ha cesado en sus intentos de influir en la política ucraniana y en todo lo que tenga que ver con la estabilidad de aquella nación, sita en un lugar estratégico, como puente entre la estepa antaño soviética y el este de la UE. El Kremlim ha dejado claro que nunca consentiría que su antigua parte del país, en la era de la extinta URSS, se incorpore al antaño gran club militar occidental, la OTAN, y que lo que sucede en Kiev es algo que le compete, afecta e importa. Los países de la UE han mostrado siempre su apoyo al gobierno de Kiev, una vez que la revolución naranja triunfó y el régimen se convirtió en una presidencia electiva, carcomida por la corrupción, pero respetuosa de los estándares democráticos elementales. Ese apoyo, sin embargo, y dadas las características de la UE, ha sido siempre mucho más de palabra y, si me apuran, de dinero, que de fuerza. La incapacidad militar y estratégica de Europa como conjunto es sabida en todo el mundo, y eso hace que posiciones tajantes expresadas en Bruselas sobre el futuro de la soberanía de Ucrania, sea en su totalidad o de algunas de sus regiones, sean poco más que discursos sin mucho valor, y como tales son tenidos en cuenta en un Moscú que, en decadencia, sostiene aún un formidable aparato militar que asusta a cualquiera que tenga la sensación de que le va a hacer una visita. A lo largo de estos años Putin ha podido entrenar sus fuerzas en conflictos reales, como el de Siria, probando armamentos y mostrando hasta qué punto carece, como todo dirigente militar que se precie cuando está en el combate, escrúpulos y remilgos, que tanto abundan en nuestras sociedades. En tiempos líquidos, de un nivel postmoderno casi insuperable, Rusia sigue siendo una nación basada en estructuras antiguas, ejercicios de poder duro clásico y exhibiciones de fuerza, en las que la imagen cuenta poco, la opinión pública menos, las expresiones de libertad son algo que es cercenado sin miramientos y el poder se ejerce de manera cruda. El ejercicio del poder de Putin es el propio del autócrata que elimina a sus enemigos sin que le tiemble mucho el pulso, y que somete a su propia población y a las naciones vecinas a una presión constante, fruto de su concepción del mando como un medio para ejercer su absoluta voluntad. Envuelto en un discurso patriótico, nacionalista eslavo añorante de la gran Rusia y de los gloriosos tiempos de la URSS como dominante global, Putin se basta para controlar la situación y modularla. Eso es lo que transmitía su imagen de soledad en el encuentro con Biden.

¿Es tan fuerte la posición rusa como parece? No, el país está en un proceso de envejecimiento, decadencia social y económica sin freno, pero eso no lo convierte, ni mucho menos, en alguien más débil sino, por el contrario, en más peligroso, al disponer cada vez de menos opciones para ejercer su poder fuera del ámbito militar. Maestros en el ejercicio de la guerra híbrida, Ucrania ha sido un banco de ensayo perfecto en el que se han mezclado tiros, muertos, propaganda, desinformación, ataques informáticos y acciones de desestabilización encubiertas. La sensación de que el peso militar de Rusia en esta partida sigue creciendo alarma en medio mundo, sobre todo en Europa, y la mera imagen de tanques rusos atravesando la frontera rumbo a Kiev pone los pelos de punta hasta al más aburrido burócrata de Bruselas. ¿Qué va a hacer Putin?

martes, diciembre 07, 2021

Llenazo en Madrid

Antes de la pandemia, este puente de la Inmaculada Constitución era el de la gran marabunta de compras navideñas. Por su proximidad con las navidades, lo suelo pasar aquí desde hace mucho, y la pauta se repetía. Enormes atascos en la salida de Madrid de los que se lo cogían e iban de vacaciones y grandes retenciones en las entradas por parte de los que venían a disfrutar de los festivos a la capital: El resultado solía ser que las calles lucían abarrotadas, se supone que más de foráneos, pero era indistinguible. Marabuntas de gente que obligaban a cerrar temporalmente estaciones de metro y hacer de único sentidos calles peatonales. El acabose.

El año pasado, por ahora el más raro de nuestra existencia, no fue así, al menos en la densidad, y las calles no se llenaron de la misma manera. Los cierres perimetrales de varias comunidades contribuyeron a que las localidades de la sierra madrileña rebosasen de capitalinos, pero faltaban los visitantes del resto del país y, desde luego, los extranjeros. Un año después, y millones de vacunas inoculadas mediante, el panorama que uno podía ver si se asomaba al centro de la ciudad en este pasado fin de semana largo era una versión casi equivalente a la que recordaba antes de que el maldito virus llegase a nuestras vidas. Si exceptuamos el hecho de que algunos de los viandantes llevaban mascarilla, más o menos según zonas, podía uno haberse dormido en la nochebuena del año 2019 y despertarse el pasado viernes cinco de diciembre y no notar diferencia alguna. Sí le resultaría raro ver esas mascarillas, que antaño sólo algún oriental portaba, hecho por el que era objeto de burla, a veces no disimulada, por parte de no pocos. Lo demás, al gran dormilón al que me refería, le hubiera resultado similar. Masas y masas de personas invadiendo aceras, locales y calles, convertidas en peatonales forzosas, simulando los atascos que se dan día a día en las entradas y salidas de la ciudad, pero con vehículos en forma de cuerpos, sin ruedas ni faros. Tiendas abarrotadas, luces a los que miles y miles de dispositivos móviles enfocaban sin cesar y árboles navideños, cada vez más altos y luminosos, donde las bolas empiezan a tener el tamaño de cabezas humanas en los que se decantan por el estilo tradicional y los enrejados se elevan a lo alto en las versiones cónicas que ganan de largo en la calle, ideales para su montaje y estabilidad ante las inclemencias meteorológicas. La sensación que le daba a uno paseando por esas calles y momentos era, en primer lugar, de imposibilidad de pasear, porque había zonas en las que moverse resultaba realmente imposible, dadas las avalanchas de gente. Conociendo algunas zonas se podían evitar puntos calientes, que se observaban desde la distancia y la conmiseración a los que allí estaban prensados, pero de vez en cuando un tapón sorpresivo le pillaba a uno y dejaba convertido su itinerario exploratorio en el parón que trataba de evitar. La otra sensación era la de alegría, no quiero decir eso del espíritu navideño, pero sí el desenfreno habitual en estas fechas, de ganas de juerga y compras. La sensación de que los locales del centro estaban facturando mucho era obvia, sólo apreciando la cantidad de gente que los abarrotaba. Si un pequeño número de ellos ha hecho compras o consumiciones la caja de este puente ha podido ser espectacular. No se percibía ni un agobio ante la escalada de precios que nos aflige ni, desde luego, a los posibles contagios en pleno repunte de los mismos. Bolsas por doquier llevadas a pares y tríos por miles de manos daban la señal de una economía que, al menos en ese sentido, va a todo trapo. Es evidente que hay un sector de la población que tiene ahorros y ganas de gastar, y eso, en la zona comercial del centro, es vida, sangre fresca.

El buen tiempo, gélido, pero con ausencia total de precipitaciones, sin duda ha contribuido a que este desenfreno de ocio consumista se haya dado. Habrá que esperar a que se publiquen cifras que comparen lo facturado estos días con lo que se registró en 2019, dado que 2020 es la anomalía perpetua en la estadística, pero la sensación que transmitía la calle era de normalidad a la antigua, es decir, de normalidad a secas. También habrá que esperar a que las cifras de contagio revelen el efecto de tanta movilidad, o no, aunque si se han disparado será por el ocio en locales cerrados que se habrá dado, sospecho que a lo loco, estos días, y no tanto por aglomeraciones en espacios abiertos en los que corría un viento frío que, por momentos, cortaba.

viernes, diciembre 03, 2021

Peng Shuai, secuestrada

Desde hace unas semanas la tenista china Peng Shuai, que al parecer está en la élite del tenis mundial, está desaparecida tras haber denunciado que un altísimo cargo del polit buró del partido comunista chino, y por tanto alto poder del gobierno de aquel país, abusó de ella, rozando lo que entenderíamos como violación. Peng colgó su testimonio y denuncia en una red social china estilo Facebook, pero el mensaje duró pocos minutos en la red, hasta que fue detectado por los servicios de seguridad del gobierno, que rastrean la red sin cesar buscando y censurando sin piedad. Peng estaba en China en ese momento y el borrado de su mensaje coincidió, y no es casualidad, con el borrado público de la persona, que dejó de responder a terceros y, como tantos otros allí, desapareció.

Si les comentaba la semana pasada que el coronavirus ha revelado comportamientos hipócritas, lo que sucede con respecto a China y nuestras reacciones alcanza niveles de sonrojo insoportables. Al poco de que Peng desapareciera comenzaron las movilizaciones en las redes, ese activismo de sofá tan útil para blanquear conciencias del que los occidentales no dejamos de tirar, y se pusieron a circular hastags, etiquetas, en Twitter y otras redes denunciando la desaparición de Peng. El movimiento feminista global vio una oportunidad, aquí es completamente cierta, de denunciar el abuso de poder sobre una mujer víctima por parte de un abusador y un régimen, y comenzó a hacer ruido, pero como esos bizcochos que no están muy bien mezclados y empiezan a subir sin fuerza para derrumbarse, las protestas duraron poco, y el ruido en las redes se topó con la realidad de la dictadura china, y ahí se acabaron las bromas. Me daba una vergüenza enorme ver cómo en medios de comunicación se publicitaba una etiqueta que, en inglés, se preguntaba “dónde está Peng”, cuando todos sabíamos que la respuesta era “encerrada en algún lugar de reclusión por el gobierno chino” y esos medios, al día siguiente, seguían comentando la “inquietud” de muchos por la falta de noticias sobre la tenista. Hace no muchos días se produjo una videollamada entre Tomas Bach, el presidente del COI, y la tenista china, que aparecía sonriente en un lugar neutro, como queriendo aportar una prueba de que la mujer está bien. La escena parecía el típico montaje organizado por el captor, las autoridades chinas, y que usa al COI, una de las instituciones más corruptas del mundo, para seguir manteniendo la ficción de que la tenista se dedica a descansar en su país tras una temporada de partidos en el extranjero. Esta semana la WTA, asociación internacional de tenistas, ha pedido boicotear los torneos que vayan a tener lugar en aquel país, y muchos miran a los próximos juegos de invierno, que se van a celebrar en Beijing en febrero de 2022, en apenas dos meses. El COI, nuevamente, aparece como uno de los grandes beneficiados de la financiación que, sin muchas restricciones, aporta el gobierno chino, y no esperen de ese grupo de corruptos internacionales muchas declaraciones y actos que vayan a poner en cuestión su supervivencia financiera. Lo más divertido del caso de Peng es que es la última de una ya larga cadena de “desapariciones” que son de lo más normal en aquel país, y uso las comillas en la palabra porque ante lo que estamos son realmente secuestros organizados por la dictadura china, que actúa sin reparos ante aquellos que se atrevan a disentir de los designios del gobierno único. Da igual que una sea tenista, al to ejecutivo, militar de graduación, millonario o lo que sea. Nada pasa en Beijing sin el permiso del gobierno, y quien discrepa abiertamente de él se arriesga a ser “desaparecido” durante un tiempo, al cabo del cual vuelve a la luz con un mensaje distinto al que mantenía antaño, alabando al régimen, abjurando de sus antiguos pensamientos y declarando su amor incondicional a la madre patria y al padre Xi Jinping y el partido. Y entre medias, sin duda, chantajes y torturas para plegar voluntades, cuerpos y mentalidades.

Lo que sucede ante el caso Peng es de una hipocresía y un cinismo atroz. Todo el mundo sabe lo que pasa, y las feministas, que no dudan en atizar con saña a quien creen que está en su contra, callan ante el régimen que, ahora mismo, estará torturando a Peng. Pero no sólo callan ellas, desde luego. El poder político, económico y geoestratégico que ha alcanzado China es tal que muy pocos son los que, realmente, alzan la voz para denunciar lo que pasa allí, a sabiendas de los enormes costes económicos que, para sus intereses, eso puede suponer. Enfrentarse al gobierno chino es muy caro y arriesgado, y si los gigantes de internet como Google o Apple se han rendido ante la censura local cómo no lo va a hacer cualquier otro. Todos sabemos por qué Peng no aparece. Al menos no hagamos el payaso preguntándonoslo.

No me cojo superpuente, así que el martes 7 dos gatos y medio, ni siquiera cuatro, nos leeremos aquí

jueves, diciembre 02, 2021

Sin adultos, con opciones de poder, en la sala

Ayer hizo Mariano Rajoy el acto de presentación de su último libro “Política para adultos” que no he leído, más allá de algunos extractos que han sido adelantados por la prensa. El título está bien, y uno podría pensar qué es lo que hace a los expolíticos tener el raciocinio que no mostraron cuando ejercían el cargo. En general, son dos las causas. Una es que, en activo, para el político lo único importante es cosechar votos y llegar al poder, y eso le obliga a hacer cosas absurdas. La otra es que, en ese periodo, todos los demás políticos son rivales frente al único objetivo antes señalado, y el mismo lo es para los demás. Eso genera celos, odios y acciones irresponsables.

Viendo el panorama en el que nos encontramos, es evidente que algunos leerán el libro de Rajoy, pero van a tardar mucho en hacerlo con ojos de adulto. La situación está, más o menos, así. El coronavirus crece por Europa y, gracias a nuestra tasa de vacunación, lo hace en menor manera en España, pero empieza a agrietar el escenario de una Navidad segura y confiada, que muchos esperábamos. La inflación está desatada y la cesta de la compra de la clase media y los bienes intermedios cuestan mucho más que hace no demasiados meses, con el daño que eso provoca a las rentas de familias y empresas. Las restricciones que proliferan en el resto de Europa amenazan con debilitar el rebote turístico que tanto necesitamos, especialmente en la temporada de invierno, con destinos como las Islas Canarias, que sobreviven con la llegada de extranjeros y, en general, el caos de suministros globales y la extraña situación económica internacional están provocando que las perspectivas de crecimiento que se tenían para este año, muy elevadas, se estén desinflando a toda velocidad. Todos lo vemos menos, claro, el gobierno, que lo sabe igual que usted y yo, pero no lo reconoce. Y ante este panorama, lleno de problemas de gran dimensión, ¿cuál es nuestra gobernanza y alternativa? Esta semana, el desgobierno que nos rige está teniendo largas y detalladas reuniones no sobre ninguno de estos temas, sino sobre si Netflix debe subtitular en catalán, gallego o euskera, a cuenta del órdago lanzado por ERC. La competencia de cualquier norma que se imponga en España al respecto poco influye, jurídicamente, a empresas radicadas en el extranjero, pero se ve que esto es mucho más importante que un 5% de inflación o un megavatio hora que vive siempre por encima de los 200 euros. Quizás lo que ocurre es que Rufián, ese hombre al que su apellido tan bien define, y el resto de sus amigos, quieren tener tarifa plana para ver todas las plataformas, porque como hacía su correligionario Iglesias, ni trabajan ni lo van a hacer, porque trabajar es de pringados (lo digo Pablo Manuel) y ellos, encantados de salir mucho en la tele, quieren pasarse todo el día frente a ella. ¿Es tan vergonzoso como suena? Creo que aún más. Podría encontrar consuelo uno en la otra orilla política, pero allí las cosas son como un reality televisivo, lleno de bronca, caspa y cutrerío. La batalla larvada entre facciones del PP se ha transformado en una lucha de egos entre una Ayuso que está en la cresta de la ola y que, de presentarse ante su electorado, sacaría el 130% de los votos y un Casado que es el líder orgánico del partido pero que sabe que su tirón electoral entre los propios es menor que el de su rival madrileña. Podría pensar uno que es absurdo que, sin poder alguno, se peguen por quién va a disputarlo cuando el llegar a lo alto no depende tanto de ellos sino del resto de alternativas, y el PSOE y sus socios siguen pegando fuerte en las encuestas, pero ante el cruel IPC y el desatado megavatio que antes les comentaba, desde Génova, en la que no figura un cartel de Se Vende, se habla de todo menos de eso, y la comidilla interna corroe al partido. Bonita alternativa, ¿eh?

De hecho el morbo del acto de presentación de ayer era intentar pillar una imagen en la que Casado y Ayuso estuvieran juntos, después de estar jugando constantemente con sus agendas para buscar excusas y no coincidir. No les debe preocupar demasiado el problema global de suministros ni alguno de estos temas tan importantes, salvo que cada uno de ellos haya pedido lanzas y puñales para arrojárselos al contrario y, como muchas otras cosas, se encuentren bloqueadas en un contenedor en a saber qué puerto. Creo que ni el gobierno ni la oposición leerán el libro de Rajoy, pero no por fobias políticas al personaje. Empiezo a pensar que, literalmente, no saben ni leer.

miércoles, diciembre 01, 2021

Coronavirus e hipocresías

La verdad es que esto del coronavirus está sirviendo para mostrar algunas de las miserias de nuestras sociedades, que afloran ante las crisis de verdad. Todo el mundo es educado y se cede el paso en condiciones normales, pero ante el peligro verdadero, se da la estampida. Y en esta crisis fluctuante, que parecía disolverse pero que vuelve con una segunda parte algo más sibilina, se observan comportamientos que, no por ser extraños, nos ponen ante nuestras contradicciones, y eso no es agradable. Todos somos algo hipócritas, también el que esto les escribe, lejos estoy de ser un angelito, pero quizás el primer paso para corregir esos comportamientos sea el reconocerlos. Que sirva de algo o no también está, sólo, en nuestras manos.

Suráfrica anunció el jueves la secuenciación de la variante luego denominada Ómicron, y la comunidad internacional decidió, en medio del pánico, cancelar en cascada los vuelos con aquel país y sus vecinos, aislándolos. Podría pensar usted que es una medida razonable, pero en un mundo globalizado resulta, cuando menos, poco útil. Poco a poco empieza el goteo de detección de casos de la variante en Europa y el servicio epidemiológico de Países Bajos anuncia ayer que esa variante circulaba por su territorio, al menos, unos diez días antes del anuncio surafricano, sin que deje nada claro si no supo o no quiso comunicarlo en su momento. ¿Se han escuchado algunas voces que pidan restringir los vuelos desde Ámsterdam? ¿Se demanda el bloque lo que antes se llamaba Holanda? La respuesta la sabemos todos, y el corolario de esta historia también. Si un país pobre encuentra una pandemia será sometido a un bloqueo por “seguridad” pero si produce el descubrimiento en un país rico (nosotros entre ellos) no pasará nada de eso. Ahora póngase en la piel de un dirigente de un país pobre y, lógicamente, su primera orden será dejar de secuenciar muestras, o incluso destruir los equipos que lo hacen. Tras la noticia surafricana se incidió en las bajas tasas de vacunación de ese continente y la necesidad de que las naciones que podemos donemos vacunas a las que no, y los medios se llenaron de artículos de rasgadas vestiduras, similares a los escritos en defensa de las mujeres cuando nos escapamos de Afganistán, que denunciaban las pocas dosis que habíamos compartido con otras naciones. A la vez, las autoridades sanitarias occidentales decidían extender las dosis de refuerzo a poblaciones para las que, por su edad, el efecto es muy escaso, y todo por la demanda de una sociedad asustada que, ante la extensión de los contagios, reclama actos, sean efectivos o no. Todas las dosis de refuerzo destinadas a menores de, en condiciones normales de salud, setenta años, podrían ser donadas directamente a naciones con bajas tasas de vacunación, y serían más efectivas para protegernos a todos de posibles variantes, porque reducirían la transmisión global, pero no se hará nada de eso. ¿Por qué? Porque el gobernante que decida eso, con las vacunas compradas con los impuestos que extrae a su sociedad, se enfrentará a toda la opinión pública, indignada por el “derroche de recursos” y asustada por la “inseguridad” producida por el desabastecimiento de vacunas que esa decisión puede propiciar. Creo que ningún dirigente político cuya continuidad dependa de una elección por voto popular adoptaría una medida de ese estilo, porque los destinatarios de, en este caso, las terceras, dosis, son los que SÍ pueden votarle, mientras que los habitantes de las naciones a las que se les donan las vacunas NO votan en las elecciones del país de origen y, por tanto, no pintan nada en el debate político nacional. Medidas que tienen toda la lógica sanitaria global se enfrentan a la realidad de la elección política local, y esto es independiente de ideologías, y lo saben perfectamente tanto los políticos, maestros del doble discurso con el que buscan mantener su voto, como el escritor de artículos rasgados y denunciantes, que limpia su conciencia con el texto impreso pero que, en el fondo, quiere su tercera dosis ya, sin importarle mucho cualquier otra cosa.

¿Es imposible escapar de esta actitud de falsedad colectiva? No, pero casi. Y al menos contamos con la suerte de vivir en una sociedad, la española, que en el tema de la vacunación se ha mostrado bastante más responsable y diligente que la de naciones vecinas y, supuestamente, más avanzadas, donde el negacionismo campa sin muchos frenos. Eso sí, aquí también hay muchos que no querían vacunarse y, ahora, al ver que el pasaporte Covid se extiende, acuden a las colas a pincharse por el mero egoísmo de que sus planes personales se mantengan, no por la necesidad de acrecentar la salud personal y colectiva. Eso son gotas de hipocresía, que acaban llenando el mar. No se autoflagele, es típico del comportamiento humano, somos así, pero saberlo y admitirlo es un paso valiente. El articulista de textos rasgados ni lo ha hecho.