En medio de un disparo de contagios en toda Europa, que ha llegado a España con algo de retardo, y que empieza a asomar en EEUU, la pandemia ha marcado, con sus sube y bajas, la actualidad global, afectando de una u otra manera a las naciones y a los juegos de intereses y de poder entre ellas, pero es verdad que ha sido un factor que, al menos hasta hace poco, se ha ido metabolizando, sin condicionar de manera absoluta lo que ha pasado. No ha sido, en este sentido, un año monotemático como el 2020. Nos empezamos a acostumbrar a vivir en un mundo de restricciones y de aperturas y cierres. Eso es bueno, porque muestra la capacidad de adaptación que poseemos como especie a entornos que imaginaríamos insostenibles.
El acontecimiento del año se produjo en agosto, en ese mes en el que no pasa nada pero que, cuando se pone, se pone. Cayó Kabul, en medio del absoluto fracaso de la inteligencia norteamericana, que preveía que el avance talibán alcanzase la capital avanzado el otoño. El derrumbe del presuntamente nuevo y bien formado ejército afgano fue tan estrepitoso como frustrante, y la situación pilló a todo el mundo de improviso, obligando a desarrollar un plan de evacuación que no era sino una huida descontrolada. Se sucedieron escenas de horror, en las que afganos de todo tipo trataron de escapar del infierno talibán que se les echaba encima subiéndose en las pistas a los aviones que despegaban atestados. No pocos murieron en situaciones similares, horrendas, o en alguno de los crueles atentados que tuvieron lugar en esos días en las inmediaciones de un aeropuerto sitiado. El desastre de Kabul puso en evidencia, ante todo el mundo, la impotencia de EEUU, y por ende del mundo occidental, frente a un problema cronificado que las distintas administraciones norteamericanas, Trump y Biden, coincidieron en abandonar de una manera vergonzosa. Todo el mundo pudo ver que el imperio de EEUU no es tan fiero como lo pintan, y que el compromiso que esa nación hace frente a terceros no tiene la solidez de la palabra escrita en piedra, sino que es volátil, sujeto a los avatares electorales y a la enorme presión de un votante que no quiere recibir a sus seres queridos en un féretro envuelto en la bandera. Esa sensación de que EEUU declina, que ya no es, ni quiere ser el policía del mundo (y según no pocos no puede) ha sido la gran noticia de este año, y el mensaje, sea cierto o no, ha calado entre multitud de analistas, que empiezan a hacerse expertos en el ocaso de esa nación, y desde luego ha sido recogido por otros países que ven su oportunidad para posicionarse en un tablero global que ya no es unipolar, sino que tiende al desorden. China, la gran potencia emergente, ha frenado su desarrollo económico interviniendo en los gigantes tecnológicos y en las empresas inmobiliarias que se encuentran al borde de la quiebra, fruto de años de sobreendeudameinto, pero a la vez ha incrementado la rigidez de su dictadura, entronizando a Xi Jinping como autócrata absoluto, y lanzando cada vez un discurso más agresivo en su entorno de influencia y en lo que considera su territorio, especialmente Taiwan. Rusia, que no pierde una oportunidad para meter el dedo en el ojo de sus vecinos, ha incrementado su retórica belicista en el este de Europa y considera que las promesas norteamericanas de defender a sus aliados en esa zona del mundo pueden ser tan sólidas como el compromiso de no dejar caer Kabul. Y en Washington la administración Biden, que comenzó el año con la fuerza del principiante, va de error en error, y ofrece una sensación de debilidad manifiesta. Las encuestas indican que el fantasma de Carter, el último presidente demócrata que no logró ser reelegido, se le aparece a Biden por los pasillos de la Casa Blanca, mientas que la polarización del país no cesa. No ha sido un buen año para aquella nación, ni por ello para sus presuntos aliados globales, antes llamados OTAN, ahora Aukus, en un club exclusivamente anglosajón mucho más restringido.
El caos en el suministro global, las tensiones en las cadenas logísticas, la sobredemanda por el arranque de la economía y algunas decisiones para acumular reservas estratégicas han disparado los precios en todo el mundo, y resucitado al fantasma de la inflación, a lomos de los productos energéticos. Eso introduce tensiones sociales en todas las naciones que está por ver cómo se van a manifestar. De cara al año que viene, siempre con la sombra pandémica, los escenarios más importantes parecen ser Irán, donde el proceso de enriquecimiento de uranio avanza a la vez que lo hacen las conversaciones para frenarlo y, sobre todo, Taiwan y Ucrania, dos lugares en los que la tensión entre las potencias se incrementa día a día, y con ello los riesgos.
Subo a Elorrio a pasar las navidades y, si no sucede nada extraño, el siguiente artículo debiera ser ya el martes 4 de enero. Cuídense mucho, disfruten estos días en la medida de lo posible, recarguen fuerzas y ánimos, y que el año que viene sea lo mejor posible para todos.
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