Ayer hizo Mariano Rajoy el acto de presentación de su último libro “Política para adultos” que no he leído, más allá de algunos extractos que han sido adelantados por la prensa. El título está bien, y uno podría pensar qué es lo que hace a los expolíticos tener el raciocinio que no mostraron cuando ejercían el cargo. En general, son dos las causas. Una es que, en activo, para el político lo único importante es cosechar votos y llegar al poder, y eso le obliga a hacer cosas absurdas. La otra es que, en ese periodo, todos los demás políticos son rivales frente al único objetivo antes señalado, y el mismo lo es para los demás. Eso genera celos, odios y acciones irresponsables.
Viendo el panorama en el que nos encontramos, es evidente que algunos leerán el libro de Rajoy, pero van a tardar mucho en hacerlo con ojos de adulto. La situación está, más o menos, así. El coronavirus crece por Europa y, gracias a nuestra tasa de vacunación, lo hace en menor manera en España, pero empieza a agrietar el escenario de una Navidad segura y confiada, que muchos esperábamos. La inflación está desatada y la cesta de la compra de la clase media y los bienes intermedios cuestan mucho más que hace no demasiados meses, con el daño que eso provoca a las rentas de familias y empresas. Las restricciones que proliferan en el resto de Europa amenazan con debilitar el rebote turístico que tanto necesitamos, especialmente en la temporada de invierno, con destinos como las Islas Canarias, que sobreviven con la llegada de extranjeros y, en general, el caos de suministros globales y la extraña situación económica internacional están provocando que las perspectivas de crecimiento que se tenían para este año, muy elevadas, se estén desinflando a toda velocidad. Todos lo vemos menos, claro, el gobierno, que lo sabe igual que usted y yo, pero no lo reconoce. Y ante este panorama, lleno de problemas de gran dimensión, ¿cuál es nuestra gobernanza y alternativa? Esta semana, el desgobierno que nos rige está teniendo largas y detalladas reuniones no sobre ninguno de estos temas, sino sobre si Netflix debe subtitular en catalán, gallego o euskera, a cuenta del órdago lanzado por ERC. La competencia de cualquier norma que se imponga en España al respecto poco influye, jurídicamente, a empresas radicadas en el extranjero, pero se ve que esto es mucho más importante que un 5% de inflación o un megavatio hora que vive siempre por encima de los 200 euros. Quizás lo que ocurre es que Rufián, ese hombre al que su apellido tan bien define, y el resto de sus amigos, quieren tener tarifa plana para ver todas las plataformas, porque como hacía su correligionario Iglesias, ni trabajan ni lo van a hacer, porque trabajar es de pringados (lo digo Pablo Manuel) y ellos, encantados de salir mucho en la tele, quieren pasarse todo el día frente a ella. ¿Es tan vergonzoso como suena? Creo que aún más. Podría encontrar consuelo uno en la otra orilla política, pero allí las cosas son como un reality televisivo, lleno de bronca, caspa y cutrerío. La batalla larvada entre facciones del PP se ha transformado en una lucha de egos entre una Ayuso que está en la cresta de la ola y que, de presentarse ante su electorado, sacaría el 130% de los votos y un Casado que es el líder orgánico del partido pero que sabe que su tirón electoral entre los propios es menor que el de su rival madrileña. Podría pensar uno que es absurdo que, sin poder alguno, se peguen por quién va a disputarlo cuando el llegar a lo alto no depende tanto de ellos sino del resto de alternativas, y el PSOE y sus socios siguen pegando fuerte en las encuestas, pero ante el cruel IPC y el desatado megavatio que antes les comentaba, desde Génova, en la que no figura un cartel de Se Vende, se habla de todo menos de eso, y la comidilla interna corroe al partido. Bonita alternativa, ¿eh?
De hecho el morbo del acto de presentación de ayer era intentar pillar una imagen en la que Casado y Ayuso estuvieran juntos, después de estar jugando constantemente con sus agendas para buscar excusas y no coincidir. No les debe preocupar demasiado el problema global de suministros ni alguno de estos temas tan importantes, salvo que cada uno de ellos haya pedido lanzas y puñales para arrojárselos al contrario y, como muchas otras cosas, se encuentren bloqueadas en un contenedor en a saber qué puerto. Creo que ni el gobierno ni la oposición leerán el libro de Rajoy, pero no por fobias políticas al personaje. Empiezo a pensar que, literalmente, no saben ni leer.
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