Desde hace unas semanas la tenista china Peng Shuai, que al parecer está en la élite del tenis mundial, está desaparecida tras haber denunciado que un altísimo cargo del polit buró del partido comunista chino, y por tanto alto poder del gobierno de aquel país, abusó de ella, rozando lo que entenderíamos como violación. Peng colgó su testimonio y denuncia en una red social china estilo Facebook, pero el mensaje duró pocos minutos en la red, hasta que fue detectado por los servicios de seguridad del gobierno, que rastrean la red sin cesar buscando y censurando sin piedad. Peng estaba en China en ese momento y el borrado de su mensaje coincidió, y no es casualidad, con el borrado público de la persona, que dejó de responder a terceros y, como tantos otros allí, desapareció.
Si les comentaba la semana pasada que el coronavirus ha revelado comportamientos hipócritas, lo que sucede con respecto a China y nuestras reacciones alcanza niveles de sonrojo insoportables. Al poco de que Peng desapareciera comenzaron las movilizaciones en las redes, ese activismo de sofá tan útil para blanquear conciencias del que los occidentales no dejamos de tirar, y se pusieron a circular hastags, etiquetas, en Twitter y otras redes denunciando la desaparición de Peng. El movimiento feminista global vio una oportunidad, aquí es completamente cierta, de denunciar el abuso de poder sobre una mujer víctima por parte de un abusador y un régimen, y comenzó a hacer ruido, pero como esos bizcochos que no están muy bien mezclados y empiezan a subir sin fuerza para derrumbarse, las protestas duraron poco, y el ruido en las redes se topó con la realidad de la dictadura china, y ahí se acabaron las bromas. Me daba una vergüenza enorme ver cómo en medios de comunicación se publicitaba una etiqueta que, en inglés, se preguntaba “dónde está Peng”, cuando todos sabíamos que la respuesta era “encerrada en algún lugar de reclusión por el gobierno chino” y esos medios, al día siguiente, seguían comentando la “inquietud” de muchos por la falta de noticias sobre la tenista. Hace no muchos días se produjo una videollamada entre Tomas Bach, el presidente del COI, y la tenista china, que aparecía sonriente en un lugar neutro, como queriendo aportar una prueba de que la mujer está bien. La escena parecía el típico montaje organizado por el captor, las autoridades chinas, y que usa al COI, una de las instituciones más corruptas del mundo, para seguir manteniendo la ficción de que la tenista se dedica a descansar en su país tras una temporada de partidos en el extranjero. Esta semana la WTA, asociación internacional de tenistas, ha pedido boicotear los torneos que vayan a tener lugar en aquel país, y muchos miran a los próximos juegos de invierno, que se van a celebrar en Beijing en febrero de 2022, en apenas dos meses. El COI, nuevamente, aparece como uno de los grandes beneficiados de la financiación que, sin muchas restricciones, aporta el gobierno chino, y no esperen de ese grupo de corruptos internacionales muchas declaraciones y actos que vayan a poner en cuestión su supervivencia financiera. Lo más divertido del caso de Peng es que es la última de una ya larga cadena de “desapariciones” que son de lo más normal en aquel país, y uso las comillas en la palabra porque ante lo que estamos son realmente secuestros organizados por la dictadura china, que actúa sin reparos ante aquellos que se atrevan a disentir de los designios del gobierno único. Da igual que una sea tenista, al to ejecutivo, militar de graduación, millonario o lo que sea. Nada pasa en Beijing sin el permiso del gobierno, y quien discrepa abiertamente de él se arriesga a ser “desaparecido” durante un tiempo, al cabo del cual vuelve a la luz con un mensaje distinto al que mantenía antaño, alabando al régimen, abjurando de sus antiguos pensamientos y declarando su amor incondicional a la madre patria y al padre Xi Jinping y el partido. Y entre medias, sin duda, chantajes y torturas para plegar voluntades, cuerpos y mentalidades.
Lo que sucede ante el caso Peng es de una hipocresía y un cinismo atroz. Todo el mundo sabe lo que pasa, y las feministas, que no dudan en atizar con saña a quien creen que está en su contra, callan ante el régimen que, ahora mismo, estará torturando a Peng. Pero no sólo callan ellas, desde luego. El poder político, económico y geoestratégico que ha alcanzado China es tal que muy pocos son los que, realmente, alzan la voz para denunciar lo que pasa allí, a sabiendas de los enormes costes económicos que, para sus intereses, eso puede suponer. Enfrentarse al gobierno chino es muy caro y arriesgado, y si los gigantes de internet como Google o Apple se han rendido ante la censura local cómo no lo va a hacer cualquier otro. Todos sabemos por qué Peng no aparece. Al menos no hagamos el payaso preguntándonoslo.
No me cojo superpuente, así que el martes 7 dos gatos y medio, ni siquiera cuatro, nos leeremos aquí
No hay comentarios:
Publicar un comentario