martes, diciembre 07, 2021

Llenazo en Madrid

Antes de la pandemia, este puente de la Inmaculada Constitución era el de la gran marabunta de compras navideñas. Por su proximidad con las navidades, lo suelo pasar aquí desde hace mucho, y la pauta se repetía. Enormes atascos en la salida de Madrid de los que se lo cogían e iban de vacaciones y grandes retenciones en las entradas por parte de los que venían a disfrutar de los festivos a la capital: El resultado solía ser que las calles lucían abarrotadas, se supone que más de foráneos, pero era indistinguible. Marabuntas de gente que obligaban a cerrar temporalmente estaciones de metro y hacer de único sentidos calles peatonales. El acabose.

El año pasado, por ahora el más raro de nuestra existencia, no fue así, al menos en la densidad, y las calles no se llenaron de la misma manera. Los cierres perimetrales de varias comunidades contribuyeron a que las localidades de la sierra madrileña rebosasen de capitalinos, pero faltaban los visitantes del resto del país y, desde luego, los extranjeros. Un año después, y millones de vacunas inoculadas mediante, el panorama que uno podía ver si se asomaba al centro de la ciudad en este pasado fin de semana largo era una versión casi equivalente a la que recordaba antes de que el maldito virus llegase a nuestras vidas. Si exceptuamos el hecho de que algunos de los viandantes llevaban mascarilla, más o menos según zonas, podía uno haberse dormido en la nochebuena del año 2019 y despertarse el pasado viernes cinco de diciembre y no notar diferencia alguna. Sí le resultaría raro ver esas mascarillas, que antaño sólo algún oriental portaba, hecho por el que era objeto de burla, a veces no disimulada, por parte de no pocos. Lo demás, al gran dormilón al que me refería, le hubiera resultado similar. Masas y masas de personas invadiendo aceras, locales y calles, convertidas en peatonales forzosas, simulando los atascos que se dan día a día en las entradas y salidas de la ciudad, pero con vehículos en forma de cuerpos, sin ruedas ni faros. Tiendas abarrotadas, luces a los que miles y miles de dispositivos móviles enfocaban sin cesar y árboles navideños, cada vez más altos y luminosos, donde las bolas empiezan a tener el tamaño de cabezas humanas en los que se decantan por el estilo tradicional y los enrejados se elevan a lo alto en las versiones cónicas que ganan de largo en la calle, ideales para su montaje y estabilidad ante las inclemencias meteorológicas. La sensación que le daba a uno paseando por esas calles y momentos era, en primer lugar, de imposibilidad de pasear, porque había zonas en las que moverse resultaba realmente imposible, dadas las avalanchas de gente. Conociendo algunas zonas se podían evitar puntos calientes, que se observaban desde la distancia y la conmiseración a los que allí estaban prensados, pero de vez en cuando un tapón sorpresivo le pillaba a uno y dejaba convertido su itinerario exploratorio en el parón que trataba de evitar. La otra sensación era la de alegría, no quiero decir eso del espíritu navideño, pero sí el desenfreno habitual en estas fechas, de ganas de juerga y compras. La sensación de que los locales del centro estaban facturando mucho era obvia, sólo apreciando la cantidad de gente que los abarrotaba. Si un pequeño número de ellos ha hecho compras o consumiciones la caja de este puente ha podido ser espectacular. No se percibía ni un agobio ante la escalada de precios que nos aflige ni, desde luego, a los posibles contagios en pleno repunte de los mismos. Bolsas por doquier llevadas a pares y tríos por miles de manos daban la señal de una economía que, al menos en ese sentido, va a todo trapo. Es evidente que hay un sector de la población que tiene ahorros y ganas de gastar, y eso, en la zona comercial del centro, es vida, sangre fresca.

El buen tiempo, gélido, pero con ausencia total de precipitaciones, sin duda ha contribuido a que este desenfreno de ocio consumista se haya dado. Habrá que esperar a que se publiquen cifras que comparen lo facturado estos días con lo que se registró en 2019, dado que 2020 es la anomalía perpetua en la estadística, pero la sensación que transmitía la calle era de normalidad a la antigua, es decir, de normalidad a secas. También habrá que esperar a que las cifras de contagio revelen el efecto de tanta movilidad, o no, aunque si se han disparado será por el ocio en locales cerrados que se habrá dado, sospecho que a lo loco, estos días, y no tanto por aglomeraciones en espacios abiertos en los que corría un viento frío que, por momentos, cortaba.

1 comentario:

Alex dijo...

gracias por vuestro blog!
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