Ayer el parlamento británico aprobó la reimposición de restricción es en Reino Unido con motivo del disparo de contagios que está propiciando la variante ómicron. El resultado de la votación refleja el absurdo en el que se ha convertido la política de aquel país, antaño ejemplo de seriedad, y hoy a un nivel de cutrez similar al que vivimos habitualmente países como el nuestro. La desbandada de diputados conservadores, unos cien, más o menos un tercio del grupo del gobierno, que decidieron no apoyar las medidas del gabinete, hizo que las restricciones fueran aprobadas gracias al voto de la oposición laborista, que ahora mismo encabeza las encuestas de unas muy lejanas elecciones.
Este resultado es el último desastre que ha causado Boris Johnson, un primer ministro cuyo estilo de gobierno se refleja mucho más en su forma de peinarse que en cualquier otro aspecto de su personalidad. La semana ya empezó para él de la manera más horrible, siendo vapuleado ante todos a medida que se desvelaban los detalles de la fiesta navideña que tuvo lugar en sus oficinas de Downing Street el año pasado, cuando estaban prohibidas por estar los contagios, enfermos y demás variables covid en auge. Johnson urgía en esas navidades a sus compatriotas, los que le pagan el sueldo, a no ver a los y a pasar casi en soledad las fiestas para no propagar más el virus y, a los pocos minutos de terminar su alocución, se unía a la fiesta que tenía lugar en la residencia del gobierno, donde las medidas sanitarias eran, seguramente, solo algunas de las que no se cumplían en absoluto. Este episodio ha colmado la paciencia de muchos, y ha sido la causa de las primeras dimisiones reales en el entorno de su núcleo duro, pero no es sino una más en la caótica gestión que se vive, en el día a día, en aquel país. Johnson es un populista de libro, un autor de estrategias llamativas para epatar ante los medios, de discurso bronco, de foto fácil, de mensaje directo. Sabida es su cultura, su capacidad de recitar a los clásicos en las lenguas originales, y que, aunque los tenga muy desordenados, carece de un pelo de tonto, pero es un absoluto inútil para gestionar un gobierno. Fue antieuropeo cuando trabajaba como periodista en Bruselas, luego flirteó con el europeísmo y, en la campaña del Brexit, no se mojó muy claramente a favor de la salida de la UE. Tras el desastre del resultado, se unió con firmeza a las huestes proBrexit y dedicó todas sus fuerzas a hacerse el abanderado de la causa británica, convirtiéndose en una auténtica mosca cojonera de la entonces primera ministra, Theresa May, de su partido, que hacía lo que podía con un Johnson desatado. Consiguió reunir fuerzas para que May renunciara y se convocaron elecciones en las que sacó un resultado arrollador, consiguiendo par el partido conservador una mayoría absoluta inmensa, con triunfos en el llamado cinturón rojo laborista del norte de Inglaterra, donde los conservadores nunca se habían comido una rosca. Johnson llegó al poder por el que tanto había luchado y, desde entonces, su gestión es un ejemplo de impericia, ineptitud y descontrol. La pandemia apareció al poco de que se sentase en su despacho del gobierno, y optó por ignorarla, convirtiéndose en negacionista hasta que el virus le postró en un hospital y vio la luz. Con Trump en el gobierno de EEUU, exaltó su imagen nacionalista británica y se convirtió en un auténtico “Miniyo” de su jefe, ambos provistos de prominentes cabelleras, pero la derrota del populista padre le dejó medio colgado de la brocha. Ha ido aprobando y rectificando normas que, en relación al tratado del Brexit firmado con la UE, han introducido una enorme inseguridad en todos los ámbitos imaginables. La imagen de fiabilidad del Reino Unido bajo la era Johnson se ha diluido por completo.
Esta misma semana ha asistido al nacimiento de su, creo, séptimo hijo, fruto de su actual relación, creo que la tercera conocida. El caos que supone seguir su vida sentimental es el reflejo de un personaje devorado por sí mismo, alguien capaz de sentir en ocasiones con fineza por dónde sopla el viento del electorado para subirse a él y arrasar y que, casi siempre, yerra en lo práctico, sumido en escándalos de financiación relacionados con la decoración de su actual piso en pareja, o la anterior residencia, o cosas por el estilo. Johnson vendió a los suyos un futuro glorioso basado en un Brexit de ensueño. La realidad de su gestión, más allá de ser un fracaso, muestra tintes de patetismo que, realmente, son difíciles de imaginar provenientes de un lugar tan serio como aquel.
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