La verdad es que esto del coronavirus está sirviendo para mostrar algunas de las miserias de nuestras sociedades, que afloran ante las crisis de verdad. Todo el mundo es educado y se cede el paso en condiciones normales, pero ante el peligro verdadero, se da la estampida. Y en esta crisis fluctuante, que parecía disolverse pero que vuelve con una segunda parte algo más sibilina, se observan comportamientos que, no por ser extraños, nos ponen ante nuestras contradicciones, y eso no es agradable. Todos somos algo hipócritas, también el que esto les escribe, lejos estoy de ser un angelito, pero quizás el primer paso para corregir esos comportamientos sea el reconocerlos. Que sirva de algo o no también está, sólo, en nuestras manos.
Suráfrica anunció el jueves la secuenciación de la variante luego denominada Ómicron, y la comunidad internacional decidió, en medio del pánico, cancelar en cascada los vuelos con aquel país y sus vecinos, aislándolos. Podría pensar usted que es una medida razonable, pero en un mundo globalizado resulta, cuando menos, poco útil. Poco a poco empieza el goteo de detección de casos de la variante en Europa y el servicio epidemiológico de Países Bajos anuncia ayer que esa variante circulaba por su territorio, al menos, unos diez días antes del anuncio surafricano, sin que deje nada claro si no supo o no quiso comunicarlo en su momento. ¿Se han escuchado algunas voces que pidan restringir los vuelos desde Ámsterdam? ¿Se demanda el bloque lo que antes se llamaba Holanda? La respuesta la sabemos todos, y el corolario de esta historia también. Si un país pobre encuentra una pandemia será sometido a un bloqueo por “seguridad” pero si produce el descubrimiento en un país rico (nosotros entre ellos) no pasará nada de eso. Ahora póngase en la piel de un dirigente de un país pobre y, lógicamente, su primera orden será dejar de secuenciar muestras, o incluso destruir los equipos que lo hacen. Tras la noticia surafricana se incidió en las bajas tasas de vacunación de ese continente y la necesidad de que las naciones que podemos donemos vacunas a las que no, y los medios se llenaron de artículos de rasgadas vestiduras, similares a los escritos en defensa de las mujeres cuando nos escapamos de Afganistán, que denunciaban las pocas dosis que habíamos compartido con otras naciones. A la vez, las autoridades sanitarias occidentales decidían extender las dosis de refuerzo a poblaciones para las que, por su edad, el efecto es muy escaso, y todo por la demanda de una sociedad asustada que, ante la extensión de los contagios, reclama actos, sean efectivos o no. Todas las dosis de refuerzo destinadas a menores de, en condiciones normales de salud, setenta años, podrían ser donadas directamente a naciones con bajas tasas de vacunación, y serían más efectivas para protegernos a todos de posibles variantes, porque reducirían la transmisión global, pero no se hará nada de eso. ¿Por qué? Porque el gobernante que decida eso, con las vacunas compradas con los impuestos que extrae a su sociedad, se enfrentará a toda la opinión pública, indignada por el “derroche de recursos” y asustada por la “inseguridad” producida por el desabastecimiento de vacunas que esa decisión puede propiciar. Creo que ningún dirigente político cuya continuidad dependa de una elección por voto popular adoptaría una medida de ese estilo, porque los destinatarios de, en este caso, las terceras, dosis, son los que SÍ pueden votarle, mientras que los habitantes de las naciones a las que se les donan las vacunas NO votan en las elecciones del país de origen y, por tanto, no pintan nada en el debate político nacional. Medidas que tienen toda la lógica sanitaria global se enfrentan a la realidad de la elección política local, y esto es independiente de ideologías, y lo saben perfectamente tanto los políticos, maestros del doble discurso con el que buscan mantener su voto, como el escritor de artículos rasgados y denunciantes, que limpia su conciencia con el texto impreso pero que, en el fondo, quiere su tercera dosis ya, sin importarle mucho cualquier otra cosa.
¿Es imposible escapar de esta actitud de falsedad colectiva? No, pero casi. Y al menos contamos con la suerte de vivir en una sociedad, la española, que en el tema de la vacunación se ha mostrado bastante más responsable y diligente que la de naciones vecinas y, supuestamente, más avanzadas, donde el negacionismo campa sin muchos frenos. Eso sí, aquí también hay muchos que no querían vacunarse y, ahora, al ver que el pasaporte Covid se extiende, acuden a las colas a pincharse por el mero egoísmo de que sus planes personales se mantengan, no por la necesidad de acrecentar la salud personal y colectiva. Eso son gotas de hipocresía, que acaban llenando el mar. No se autoflagele, es típico del comportamiento humano, somos así, pero saberlo y admitirlo es un paso valiente. El articulista de textos rasgados ni lo ha hecho.
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