martes, noviembre 30, 2021

Ómicron

Puede que esta palabra griega sea la más pronunciada en todo el mundo desde que, el viernes, la OMS la utilizó para denominar a la variante B.1.1.529 detectada por primera vez de manera oficial en Suráfrica. He leído por ahí como que no era esa la letra que le correspondía, dentro del alfabeto griego, y que la OMS se ha saltado, al menos, la Ni, pero a saber si eso es real o no. En todo caso la palabra le pone nombre a una amenaza, la identifica, y eso nos ayuda, conceptualmente, a enfrentarnos a ella. Como también he leído, el que el nombre tenga reminiscencias a malvado de serie de superhéroes puede hacerlo también más fácil de cara a concertar esfuerzos para vencerlo.

Más allá del pánico que se produjo el viernes, el derrumbe de bolsas y activos, y la sensación de vuelta atrás que cunde en muchas naciones, creo que, con lo que sabemos, la reacción a Ómicron resulta ser bastante exagerada. El principal problema con esta nueva variante es que es tan nueva que no sabemos muchas cosas, y eso alienta especulaciones de todo tipo. Las certezas, de momento, parecen estar en que es más transmisible que variantes anteriores, lo que entra dentro de la lógica, porque si se dan cuenta cada una de las que hemos conocido, empezando por la británica, llamada Alfa, a la india, llamada Delta, han ido ganando a la anterior en capacidad de propagación, convirtiéndose en predominantes en un periodo de tiempo relativamente rápido. Si Ómicron es más contagiosa que las demás, las ganará y se hará la mayoritaria en el mundo en pocos meses, por lo que el goteo de casos que vemos que aparecen en distintos países no es sino la constatación de que las variantes son imparables en su extensión salvo en situaciones de bloqueo de comunicaciones globales como las que vivimos en marzo de 2020. También parece constatado que Ómicron tiene decenas de mutaciones en la espícula, la proteína S, que es la que permite al virus acceder a nuestras células e infectarlas. Hay que estudiar esas variaciones y que implican. Es fácil que algunas de ellas se relacionen con la transmisibilidad que antes comentaba y, lo más importante, se trata de saber cuáles, si existen, son capaces de alterar la respuesta inmunitaria que generan las vacunas, reduciéndola. Por así decirlo, y en bruto, las vacunas actuales permiten que el cuerpo sea capaz de reconocer la espícula y bloquearla, pero claro, si la espícula se altera, esa capacidad de reconocimiento puede verse mermada, la efectividad de la vacuna puede verse mermada. Imagínese a una amiga suya que conoce de vista, y un día se cambia el peinado, la seguiría reconociendo, otro se hace una ligera cirugía y altera parte de su rostro, le sigue sonando pero se le antoja un poco rara, y en un determinado momento se hace un tratamiento intensivo de bótox, y entonces ya no le suena de nada. Sigue siendo ella, pero claro, para usted no es la misma. El ejemplo es burdo, lo se, pero la situación de la vacuna y el sistema inmunitario frente a la espícula es bastante similar, un cierto número y tipo de modificaciones pueden no generar alteraciones significativas, pero cuando son muchas las probabilidades de que esos cambios provoquen la elusión de las defensas. ¿Cómo las mutaciones de Ómicron alteran este escenario y son, por tanto, peligrosas? Aún no lo sabemos, y este es uno de los puntos más importantes de esta historia. Ahora mismo técnicos de todo el mundo están estrujando a la variante para testar cómo se comporta la nueva espícula, qué forma tiene y cómo responde. Si el resultado de los estudios es que la respuesta inmune se mantiene, la situación sería muy similar a la actual, sólo con mayor capacidad de transmisión, lo que tiene sus problemas, sí, pero no supondría un cambio radical de escenario. Si las mutaciones generan una reducción de la efectividad la situación sería peor, habiendo grados de empeoramiento en función de la reducción generada. El peor escenario posible, una nula reacción de la vacuna, es el menos improbable. Recordemos que en todo esto las certezas son difíciles pero lo cierto es que las probabilidades son las que son. Es casi seguro que Ómicron nos ponga en una tesitura peor que la presente, pero entre eso y el apocalipsis pregonado por muchos hay un mundo.

Algunas declaraciones de especialistas surafricanos han resaltado que los pacientes de Ómicron ya tratados presentan sintomatologías leves, y eso, en principio, sin saber mucho más, es esperanzador. Dice la teoría que una especie vírica va mutando con el tiempo de tal manera que se hace más transmisible pero atenúa su letalidad, en un proceso de adaptación a la especie a la que ataca, en este caso nosotros. Si nos fijamos la virulencia de las variantes Alfa y Delta no es mayor que la originaria de China. Su problema es que acumulan más enfermos, y las tasas de mortalidad crecen por llegar antes a la saturación del sistema sanitario, no porque los que a él llegan estén en peor estado. ¿Será Ómicron así? Lo sabremos dentro de no demasiados días. Hasta entonces prudencia, investigación y cabeza fría.

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