Una de las leyes que mejor funcionan en la política es que la unidad suma votos y la desunión los resta. Las formaciones que aparecen enfrentadas de cara al electorado son penalizadas, porque siembran división entre los propios y hacen que nadie que no lo sea esté tentado de apoyarles. Esa necesidad de unión, demasiadas veces, se traduce en liderazgos cesaristas que exigen sometimiento, y eso crea otro tipo de problemas, pero de cara a una votación, estar unidos es lo más efectivo. El último ejemplo nos lo han dado los demócratas en EEUU. Ahora se carcomen entre visiones políticas irreconciliables, pero que acudieron juntos como una piña a las elecciones contra Trump con una idea lógica. Sólo nos pegaremos sobre qué hacer con el poder si lo logramos.
En el PP, no sólo en Madrid, pero sobre todo ahí, existe una disputa sobre qué estrategia seguir de cara a las elecciones generales. Esta semana se cumplen dos años de las últimas y el gobierno hará todo lo que esté en su mano para que las próximas sean dentro de dos. Sin poder nacional, con la gestión de algunas CCAA como principal baza para exhibir, el PP cuenta con una dirección que no ha ganado elecciones y unas baronías que sí, y eso descompensa su estructura interna. Las constantes referencias a la lealtad entre todos esconden un problema, que es que si Casado no gana las próximas elecciones su futuro será, y hasta entonces los barones con poder sí pueden hacer gala de tenerlo. La lucha por la organización en Madrid es una perfecta muestra de los miedos que atenazan a la dirección del partido, la ambición de los dirigentes locales y la necesidad de, para eso son políticos, controlar el poder. Génova, sede que lo sigue siendo tras condenas y promesas de venta, no quiere que Ayuso sea la presidenta de la formación en Madrid, y está alentando una disputa en la que involucra a Almeida, el actual alcalde, para tratar de rebajar el poder que acumula la sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid. Tras los espectaculares resultados de las elecciones de mayo, en caso de que se hiciera una consulta, Ayuso saldría escogida por aclamación por una militancia que es bastante más combativa que la media del PP nacional, y eso le otorgaría poder orgánico en la formación, cosa que ahora no tiene. No deja de reiterar Ayuso que está colmada con ser presidenta de Madrid, que no ambiciona más, pero ya se sabe que las promesas de un político son tan sólidas como el caluroso aire del verano. Son ambiciosos, todos ellos, por eso están ahí, y se visten de corderitos cuando en el fondo quieren degollar a los que les rodean para ser ellos los que lideren la manda…. esto, el partido. Sabe Casado que todo lo que sea el crecimiento de Ayuso supondrá una tutela sobre su figura y, sobre todo, una cuenta atrás a su permanencia en la dirigencia nacional del partido si, llegado el día de las elecciones, no logra aspirar a la presidencia del gobierno. Sólo le quedaría una oportunidad, y Casado, que no es un gran estudiante, no acostumbra a aprobar las cosas a la primera. ¿Solución? Tratar de segar la hierba debajo de los pies de Ayuso tanto para dejarle claro quién manda ahí como para tratar de garantizarse su propia seguridad. No es esto que vemos algo muy distinto a peleas anteriores, aunque hay un matiz distinto, y es que en la época de trifulcas entre Esperanza y Gallardón, también en Madrid, el PP tuvo el poder nacional durante algunos de esos años de broncas, y ambos contendientes ansiaban destrozar al otro, en una guerra total de perfiles y estrategias. Ahora las cosas son más complicadas. El PP no manda en la nación y en un escenario pluripartidista que llegue a la Moncloa se ha complicado mucho. La derecha está fragmentada y las corrientes duras ya han tomado partido por Ayuso frente a Casado y los suyos, y elevan el tono de sus insultos a quien lo quiera oír, supongo que un masoquista con ganas de pasarlo mal. Turbio panorama.
Aquí, como siempre, la lógica indica que lo primero sería el partido, y luego los que lo gestionan. Lo más inteligente para el PP sería encumbrar a Ayuso en Madrid y utilizarla como baza, a buen seguro que con alguien de la dirección guardando los errores para cuando sea necesario utilizarlos, y aunar todo su voto de cara a unas generales que, cada día que pasa, se acercan. Y si luego las ganan, bien para ellos, y si las pierden, malo. Este guion, que es sencillo, se estrella contra los miedos y ambiciones personales, que todo lo ciegan, y llevan a las formaciones políticas, ahora al PP, a cometer enormes y estúpidos errores que les lastran. No me apasiona el tema, pero creo que va para largo, y cuanto más sea así, peor para ellos.
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