Con permiso de ómicron, hoy hay que dedicarle el artículo a dos creadores que este fin de semana han fallecido en Madrid. Dos personas de trayectorias vitales opuestas, casi imposible que lo fueran más, pero que tenían en común algo muy especial y profundo, que es vivir inmersos en su capacidad de creación, en dedicar todo su tiempo y esfuerzos a hacer cosas que no existían, que sólo eran una presencia en su imaginación, pero que su esfuerzo las ha convertido en realidades palpables, ciertas, influyentes de verdad. Una era escritora, el otro un albañil, creo que no llegaron a conocerse nunca, pero su final los ha unido en este gélido noviembre.
El sábado, a los sesenta y un años, fallecía Almudena Grandes, una de las escritoras españolas de más éxito, creadora de novelas llevadas a la pantalla y de otras muchas que han tenido un enorme éxito, tanto en ventas como por parte de la crítica. La he leído muy poco, por lo que mi opinión personal sobre su obra carece de relevancia, pero la veía todos los años en la Feria del Libro, y sus colas eran una constante. Expansiva, de voz sonora, era tan conocida por su labor literaria como por su compromiso político, lo que la granjeó grandes amistades y aún mayores odios, cosa que nunca logré entender, porque la obra de un creador es una parte de su persona, pero que no debe ser influenciada por lo que el resto de la personalidad haga. Grandes formaba parte de un grupo de intelectuales afines a la izquierda de toda la vida, militantes hasta el extremo, y no eran pocos los que se lo reprochaban. A mi eso me da igual, cada cual es libre de tener las ideas que quiera y defenderlas por las vías legítimas que existen. Cometió el error, creo, de dejar que ese perfil político comiera su personalidad, y opacara parte de su obra, que era tildada por muchos de manera despectiva antes de conocerla. Por eso es de enorme valor el obituario que ayer le dedicó Jose Antonio Zarzalejos en El Confidencial, porque relataba la relación de confianza y cariño que existía entre ambos, separados por fosos en lo ideológico, unidos por la admiración de la obra y porque eran dos personas con sentimientos que se caían bien. En tiempos de sesgos vulgares, donde etiquetar personas, como si fueran objetos, las cataloga para siempre, el texto de Zarzalejos vuelve a mostrarnos que el alma humana es mucho más de lo que vemos y creemos ver, y que ella es lo importante, no unas presuntas ideas. Ayer domingo, cuando arreciaba el viento frío, falleció Justo Gallego, con más de noventa años. El nombre, así, dice poco, pero era una de las personas más conocidas de este país. Quijote sin montura, pero con manos, sufrió una enfermedad, creo que neumonía, hace ya muchas décadas, y prometió que si se recuperaba erigiría una catedral para honrar al Dios que le había salvado. Se curó, y empezó a llevar a la práctica su promesa, y en su pueblo, Mejorada del Campo, al este de Madrid, levanto en una explanada un templo, que fue creciendo de la nada, sólo con su esfuerzo, sus ideas y los materiales que iba recogiendo de vertederos y escombreras abandonadas. Justo nunca dejó de trabajar en su obra, y con los años la envergadura de su construcción empezó a alcanzar, sí, proporciones catedralicias. El boca a boca hablaba de un viejo que estaba construyendo una locura, y un anuncio de televisión de una bebida isotónica le lanzó a la fama global. Estuve hace años en Mejorada, vi las obras de ese edificio, y me pareció algo tan absurdo como impactante. Había un anciano merodeando por allí con unos hierros, y sí, era él. Huesudo, fibroso, ágil, con la determinación de quien tiene una meta y lo da todo por lograrla. Era un ejemplo de hasta dónde puede llegar la determinación humana.
Bach murió en 1750 escribiendo las últimas piezas de El Arte de la fuga, BWV 1080, una de las cuales está inconclusa, se corta, porque ahí la mano del maestro dejó de escribir. Murió. Almudena Grandes ha dejado sin terminar su serie de episodios de una guerra interminable, inspirados en las obras de Galdós, y el templo de Justo hoy verá salir el sol frío, pero no le tendrá para colocar nuevos ladrillos o revocos. Ambos dejan un trabajo inconcluso, pero una obra enorme a sus espaldas, por la que serán recordados y admirados por los que en este mundo seguimos y por bastantes de las generaciones futuras. Es curioso, y triste, que haya sido el momento de la muerte de ambos, tan distintos, lo que les haya unido. ¿Se estarán conociendo, por primera vez, en otro lugar?
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