Lo que hizo ayer el presidente bielorruso es un farol, una amenaza chulesca con poco contenido real, pero que dice mucho del personaje y de lo que estaría dispuesto a hacer si pudiera. Sus gritos diciendo que a lo mejor corta el gas a Europa si las sanciones económicas a su país aumentan son una bravata que no puede hacer realidad porque el gas que pasa por su país es ruso, no bielorruso, y solo Putin es capaz de decidir lo que va o no por esas tuberías. ¿Hablaba el dictador por boca de su amo o era un calentón? ¿Amenazaba a sabiendas de algo que quizás sí puede acabar sucediendo? ¿Cuánto daño es capaz de infringirnos Bielorrusia si se lo propone? ¿Y hasta dónde le acompañaría Rusia en esa intención?
Lo que está pasando en esa frontera del este vuelve a reavivar el debate eterno de la autonomía estratégica de la UE, que se suscita en cada crisis de este tipo y se vuelve a dormir aplastado por la velocidad de los hechos del día a día. Si recuerdan ya hablamos de esto en agosto, durante la huida de Afganistán, y algo se avanzó en los discursos políticos al respecto, pero estamos a finales de año, con una nueva crisis geopolítica, esta a las puertas de casa, y no hay realidades sobre inversión e intenciones comunitarias. La recuperación económica, que se está frenando, y el disparo de precios, especialmente los energéticos, copan el debate del día a día europeo, y las apelaciones a la creación de una fuerza de intervención común, aunque sea de tamaño reducido, vuelven a ser opacadas en medio de una sociedad que ni tienen una sensación de peligro, aunque esté rodeada por ellos, ni ganas de soltar el dinero que requiere algo así. Este año ha supuesto poner sobre la mesa, de la manera más cruda posible, la amarga realidad de que la UE está sola en el mundo geopolítico en lo que hace a defensa. El pacto Aukus firmado por anglosajonia nos ha dejado de lado, el escenario del Pacífico, en el que se dirime la rivalidad EEUU China nos queda muy lejos y la sensación de ser periferia crece en las cancillerías de un continente, el europeo, que es visto desde hace siglos desde Moscú como una península que se extiende más allá de sus dominios. Creo que fue Robert Kagan el que acuño la expresión de que Europa era un herbívoro en un mundo en el que los carnívoros acechan, y estos últimos años de desmoronamiento del orden internacional han dado carta libre a que algunos carnívoros locales no se corten demasiado a la hora de intimidar a lo que consideran sus presas. Vivimos buenos tiempos para las autocracias, los regímenes duros, de hombres fuertes. La entronización de Xi Jinping al frente de China es un paso más en la involución de ese régimen, no por esperado menos preocupante, y desde Beijing, huelga decirlo, no van a soplar vientos democráticos por el mundo, sino simples intereses económicos y escasos escrúpulos sobre lo que hagan los regímenes de terceros países con derechos y libertades siempre que sus actos sean beneficiosos para los negocios chinos. Rusia, un actor global en decadencia, aparenta ser más de lo que realmente es porque no se corta a la hora de recurrir a tácticas de violencia explícita o disimulada, combinando intervenciones militares duras con actos de desestabilización cibernético en medio mundo y, en general, apoyo financiero a terceros que puedan socavar la estabilidad de naciones vistas como rivales (los independentistas catalanes entre otros muchos también han recibido ayudas desde Moscú), la situación se tensa en el Magreb con Marruecos y Argelia escalando verbalmente en una zona en la que la inversión en armamento es creciente por parte de ambas naciones desde hace varios años, y podríamos seguir viendo un panorama global que no es que apunte a desestabilización general, pero sí a movimientos descoordinados, de cada uno por libre, sin que haya ningún tipo de liderazgo de seguridad que evite frenar conflictos locales de, potencialmente, peligrosa capacidad de expansión.
Y frente a todo esto estamos los europeos, que seguimos utilizando herramientas de presión eficaces pero blandas, como las sanciones económicas y la condena moral, que son efectivas en la medida de que son dictadas por un actor que cuenta con un respaldo duro por detrás. Ese papel, que hasta ahora ejercía de facto EEUU, se está diluyendo y eso debilita poco a poco nuestra posición. Más allá de invertir en defensa seria, lo que es un gran esfuerzo económico que se debe realizar durante un plazo largo de años, no está nada claro cómo hacernos valer frente a personajes como Lukashenko y, a corto plazo, su juego de bravatas sí supone un riesgo real para la integridad y futuro de la UE. Queramos verlo o no, así es.
Me cojo dos días de ocio y subo a Elorrio. El siguiente artículo será, si no pasa nada raro, el miércoles 17. Cuídense mucho
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