La luz es clara, esperada y necesitada. Es el aval que ha dado la Agencia Europea del Medicamento a la vacuna de Pfizer para niños entre cinco y once años, por lo que la inmunización de los mismos puede empezar desde hoy mismo. Las dosis requeridas, dos, son cada una un tercio de la que recibimos los adultos, no generan contraindicaciones significativas y ayudarán a cortar las cadenas de transmisión que proliferan en los colegios, donde el índice de contagios es muy elevado. Recordemos que los niños apenas sufren por la infección, pero son transmisores a terceros que sí pueden padecer enfermedad grave y actúan como reservorio, propiciando la aparición de variantes. Deben ser inmunizados.
La sombra es difusa, oscura y, de momento, especulativa. Ayer por la tarde saltó en los medios la noticia de la detección de una nueva variante, en Suráfrica, uno de los lugares en los que ya se han dado variantes anteriormente. Con elevada tasa de contagio y bajo nivel de vacunación, es una de las naciones en las que se producen las condiciones necesarias para que, con alta replicación, haya mala suerte y una copia nos salga peligrosa. Por ahora la variante se denomina B.1.1.529, nombre técnico que puede ser sustituido en el futuro por una letra griega si se comprueba su estabilidad, importancia y difusión. Lo poco que se sabe por ahora de ella no es agradable. Tiene una capacidad de contagio bastante mayor que la Delta, que recordemos es la que ha logrado dominar el mundo precisamente por su alta capacidad de expansión (“creced y multiplicaros” sigue siendo un lema que, en biología, es sinónimo de éxito). Las vacunas funcionan frente a Delta, pero un disparo de casos siempre hará que el porcentaje pequeño de personas que desarrollan una dolencia grave estando vacunados sea mayor que en un escenario de menor transmisibilidad, y por ello es una variante más peligrosa. Si esta variante de nombre extraño es más contagiosa, puede generar más problemas. La gran pregunta es si las vacunas son también efectivas frente a ella, y para tener una respuesta tendremos que esperar. Se estima que la variante tiene unas treinta mutaciones en la proteína S, que es la maldita espícula que, situada en la carcasa que protege al virus, le permite al condenado penetrar en nuestras células y lograr convertirlas en incubadoras suyas, destruyéndolas de paso. Las vacunas de ARN mensajero enseñan a nuestro cuerpo a fabricar esa espícula, sóla, sin la carga viral asociada, y así el sistema inmunitario aprende a reconocerla y enfrentarse a ella de una manera leve, logrando que, en presencia de la espícula y el virus, sea capaz de rechazar a ambos. Ese es el principio que nos ha salvado. Todas las variantes conocidas poseen, o bien mayor capacidad de contagio o alteraciones en la espícula, o ambas cosas, pero los cambios en esa proteína S detectados hasta ahora no la alteran lo suficiente como para que las vacunas diseñadas ante una versión anterior de S dejen de ser efectivas. Ahora se trata de ver, ante esta nueva variante, si su S asociada sigue siendo lo suficientemente parecida a las actuales y, con ello, la efectividad vacunal se mantendría o, por el contrario, los cambios que presenta son suficientes como para que logre escapar en parte de esa cobertura. En el primer escenario nos encontraríamos ante una variante que, aunque poseyera letra, sería una versión más contagiosa de la Delta, por lo que el problema, aunque serio, estaría dentro del escenario en el que nos estamos moviendo desde que la vacunación comenzó. En el segundo caso, una S que eludiría a las vacunas, la situación sería bastante más grave, porque retrocederíamos a las navidades del año 2020, con nula inmunización provocada, a excepción de los que ya han superado la enfermedad, y las cosas se volverían muy feas. De darse algo así habría que estudiar cual sería la efectividad real de la vacuna ante la variante, que bajaría frente a las coberturas actuales del entorno del 90% – 95%. Cuanto mayor sería el descenso de la efectividad más grave sería la situación. Por ello, la noticia es importante, hay que seguirla con atención y ver lo que los científicos, otra vez a contrarreloj, nos pueden decir.
Por de pronto el Reino Unido e Israel ya han suspendido los vuelos con Suráfrica y han lanzado un aviso de que, potencialmente, podemos estar ante una variante peligrosa. Una de las grandes ventajas de las vacunas de ARN es que se pueden reprogramar, es decir, reconfigurar para que, si la S ha cambiado, el código ARN que se inocula genere una nueva S y la inmunización sería plena, por lo que, en el peor de los escenarios, sabríamos volver a crear una vacuna efectiva, y en un plazo de tiempo no muy elevado, pero mientras tanto la enfermedad correría sin mucho control más allá del de la distancia, mascarillas y reclusiones. Ojalá la cosa no llegue a ese punto.
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