lunes, noviembre 22, 2021

Revuelta de los antivacunas

El viernes el gobierno austriaco tomó una decisión tajante y errónea, la de decretar un nuevo confinamiento general a partir de hoy ante el disparo de casos de Covid. A mi entender lo erróneo está en el “general” porque los vacunados no debieran someterse a restricciones de ningún tipo. La decisión, avalada en una situación sanitaria descontrolada, y en unos hospitales que muestran ya saturación extrema, fue recibida con protestas por parte de la población, especialmente de los muchos no vacunados, pero no sólo, y con manifestaciones que se empezaron a producir en aquel país y que a lo largo del fin de semana se han ido extendiendo a otras naciones cercanas, en las que la tasa de vacunación no es tan baja como la suya, pero sí es menor que la nuestra.

Una de esas concentraciones antirestricciones acabó en una dura batalla campal en la noche del viernes en Rotterdam, con la quema de todo tipo de objetos, ataques a la policía y disparos por parte de ésta para tratar de controlar la situación y protegerse. Las escenas de lo vivido esa noche se han repetido, con menor intensidad, en otras convocatorias habidas a lo largo del fin de semana, la última ayer en Bruselas, con nuevos enfrentamientos callejeros, y denotan que la sociedad europea está ya muy harta de restricciones, limitaciones y demás. La fatiga pandémica, que empezó a aflorar ya tras el verano del año 2020, cuando naciones como la nuestra empezaron a sufrir la segunda ola, se ha convertido en una ola de frustración que va a ser muy difícil de manejar por parte de unas autoridades que se enfrentan al absurdo de una pandemia que les vuelve a golpear con fuerza y para la que, en esta ocasión, sí existe un remedio, en forma de vacuna, pero que no es aceptado como tal por amplias capas de la población de sus naciones. En el proceso de vacunación el negacionismo apenas ha tenido incidencia en España, cosa de la que podemos sentirnos orgullosos, y aun así un 10% de nuestra población, un poco más de cuatro millones de personas, que podrían inmunizarse con la estrategia vacunal que tenemos, no se han inyectado. Es un porcentaje bajo, pero significativo, y los datos de los que se encuentran ingresados en hospitales muestran que la gran mayoría de los mismos son, precisamente, de los no vacunados. Si aquí tenemos ese problema, de dimensión menor pero no pequeña, en muchos países del este de Europa se enfrentan a porcentajes de no vacunación posible que rondan el 30%, lo que es suficiente para que la inmunidad de grupo no funcione de ninguna manera y que el virus corra libre por una gran masa de población no inmunizada. Ante este enorme problema, creado por aquellos que se niegan a vacunarse, tengo mis dudas sobre si se debiera extender la obligatoriedad de vacunación a la población general, ninguna para hacerla forzosa en colectivos como el de los sanitarios o empleados de residencias de mayores, por ejemplo, pero sí tengo claro que se debe hacer complicada la vida a los que, de manera consciente, han optado por no protegerse a sí mismos y, factor enorme en este caso, tampoco a los demás. Hay que repetir una, mil, millones de veces, que estamos ante una enfermedad contagiosa, en la que cada uno actuamos como vector de transmisión, querámoslo o no. Las vacunas actuales no impiden la transmisión, pero sí es cierto que reducen la capacidad de contagio de los infectados, por lo que, además de salvar sus vidas, reducen sus posibilidades de transmitir, y eso hace que sálvenla vida de otras personas que, por la razón que sea, no pueden ser vacunadas (alérgicos a los excipientes, sometidos a tratamientos inmunodepresores, etc). Si uno, pudiendo, opta por no vacunarse, debe hacer frente a las consecuencias sociales que su actitud incívica genera. Nos parece natural que sea penalizado alguien que conduce sin carnet, que la policía nos pida los papeles del coche si nos para, y que los enseñemos, porque es la manera de que cumplamos la ley y de que, si hay un accidente, la responsabilidad quede clara, y que se sepa que todos los implicados sabían conducir. ¿Por qué no pedir el certificado de vacunación?.

Exigirlo en bares, restaurantes, centros de trabajo, concentraciones públicas, lugares de viaje, medios de transporte, etc, es algo que se debe empezar a hacer, sobre todo en aquellas naciones con tasas bajas de inoculación, tanto para premiar a los que sí se han vacunado como para, sobre todo, mostrar a los que no lo han hecho que su actitud irresponsable tiene un coste. Por eso la decisión austriaca de confinamiento general me parece injusta para los que sí se han vacunado, y puede estar condenada al fracaso si la sociedad, unos y otros, la ven como inútil. Vacunarse salva vidas, la propia y las de los demás, y el negacionismo no es sino una patraña absurda, falsa y muy peligrosa en la que muchos, uno sería demasiado, han caído. Dado que al discutir con ellos no atienden a razones, que se les trate como es debido.

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