Esta semana el gobierno, con el acuerdo de los sindicatos y la oposición de la patronal, ha aprobado un aumento de las cotizaciones sociales, sobre todo las que abona la empresa, para que sirvan de ingreso suplementario al sistema de pensiones y traten de paliar su déficit, crónico y creciente. La fábrica de eufemismos de Moncloa, que no cesa, ha denominado a esta alza de impuestos “factor de equidad intergeneracional”. Hubiera sido curioso contemplar las horas y esfuerzos destinados a crear semejante expresión, y conocer las alternativas que fueron descartadas. Sólo con unos minutos de ese cónclave Les Luthiers tendrían para un par de discos llenos de jocosas canciones y juegos de palabras sin fin. Al menos nos reiríamos un rato.
Subir impuestos es lo único que se le ha ocurrido al gobierno para hacer frente a un problema muy complicado, que excede a este ejecutivo, y que va a prolongarse durante varias décadas. La demografía y el mercado laboral juegan en contra de un sistema de reparto que se basa en que las pensiones presentes se pagan con los impuestos (cotizaciones sociales sobre todo) de los que ahora nos encontramos en activo, y el que los activos estemos pagando nos da derecho a percibir en el futuro una prestación, que será pagada por los que entonces trabajen. Es un complicado acuerdo intergeneracional de muy largo plazo, que es rentable para todos cuando los que pagan, activos, son muchos más que los que cobran, jubilados, y el tiempo de cobro de estos últimos no empieza a exceder la duración de las carreras laborales medias. ¿Qué ocurre hoy en día? Casi todo lo contrario. La demografía es como es, con unas tasas de natalidad que generan crecimiento vegetativo negativo (menos nacimientos que fallecimientos) y sólo la inmigración es capaz de hacer que la población crezca. La esperanza de vida, covid aparte, sigue creciendo y cada vez son más los años que pasan desde que uno se jubila a, pongamos, edad legal, en el entorno de los 65 y fallece, por lo que el tiempo de cobro se expande. La incorporación de los jóvenes al mercado laboral se retrasa y lo hace cada vez en peores condiciones, lo que implica inestabilidad y menor salario, y eso hace que la bolsa de ingresos por cotizaciones por ese lado no crezca con la fuerza con que lo hace el pago de las pensiones, etc etc. Son muchos los factores que se juntan para que el déficit del sistema no deje de crecer, y ante eso los gobiernos tienen varias opciones posibles, todas ellas desagradables. Las más sencillas pasan por hacer lo que ha hecho el actual, tratando de no tocar las rentas de los jubilados, proporción cada vez mayor no sólo entre la población general sino, sobre todo, entre los votantes. Para ello se trata de subir todo lo posible la carga de los actualmente cotizantes, cuyo peso demográfico es decreciente y, sobre todo, son más reticentes a la hora de votar. Políticamente es la solución más sencilla, pero económicamente no es la más viable. Eso, no lo duden, también lo saben los actuales políticos, y los pasados y futuros. Realmente lo sabemos casi todos, pero una cosa son los números y otra la reelección de los candidatos. Un político que presente cifras y diga que va a ser necesario moderar el gasto en pensiones mediante su congelación tiene casi seguro el fin de su carrera en la mano, y no va a llegar a ninguna parte. Los actuales jubilados, y los que están a punto de serlo, creen, con derecho, que llevan pagando cotizaciones, que son impuestos, toda su vida, y que ahora no se les pueden cambiar las reglas que se les prometieron en su momento. Los que entran en el mercado laboral ven como el coste de contratarles, que es mucho mayor que el sueldo que reciben, no deja de crecer, y eso encarece el factor trabajo, haciéndolo menos competitivo. Si usted tiene un negocio contratar a alguien le sale más caro, y eso puede disuadirle a aumentar plantilla. Como verá, las derivadas son muchas y complejas.
De fondo, hay una disputa entre generaciones, las que ya están retiradas y las que a ello se encaminan, con el enorme número de babyboomers en espera, y las generaciones jóvenes, que ven como sus carreras laborales no disputan en medio de una sucesión de grandes crisis que les tienen postrados. Las pensiones son un asunto serio, peliagudo, de enorme inercia, tanto económica como demográfica, que requiere acuerdos de país, y capacidad de sacrificio colectiva. Cargar todo el pago a una de las partes puede acabar por introducir una brecha de deslegitimación en un sistema necesario. Debemos ser muy serios en este asunto y no engañarnos a nosotros mismos. ¿Lo conseguiremos?
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