Con
la muestra denominada La máquina Magritte
el museo Thyssen ha inaugurado la temporada de exposiciones y la vuelta a la
normalidad prepandémica, con una muestra de gran relevancia y atractivo, que
está pensada, como las de antaño, tanto para difundir el arte como para fomentar
el negocio del museo, tan necesitado como todos de volver a contar con miles de
visitantes que les permitan cuadrar los números. Las aglomeraciones en las
salas no son buenas para el que quiere ver lo allí expuesto, y suscitan críticas
por parte de los que desearían ver las obras en la exclusividad, pero es el
precio a pagar por la accesibilidad. Todo tienen un precio
Magritte
es un autor famoso en todo el mundo no tanto por la calidad de sus pinturas,
que es alta, como por lo que en ellas se muestra, que es chocante. La exposición
plantea distintas fases de su proceso creativo, en las que la complejidad de lo
que nos enseña va creciendo, no tanto porque el dibujo se haga más difícil,
sino porque el autor retuerce hasta el límite el juego visual y el absurdo que
muestra. Al contemplar las obras descubre uno que Magritte es un adelantado a
su tiempo, y que nos plantea retos que, en nuestra época, son tema común en el
día a día de la información que adquirimos. Su cuadro con una pipa dibujada y
la leyenda “esto no es una pipa” es la expresión perfecta de la postverdad que
políticos y dirigentes de todo el mundo tratan de vender en sus discursos,
haciendo creer a los que los escuchan que la realidad que contemplan no es lo
que es, sino lo que ellos quieren hacerles creer. Hechos alternativos, postverdad,
manipulación sin freno, desinformación, todo eso lo resume el creador belga en
una pintura sencilla, pero que resulta ser el colmo de la complejidad y del
cinismo. Es muy rompedora, porque frente a otros autores más o menos contemporáneos,
que se decantan por la abstracción para romper con lo establecido, Magritte no
necesita romper formas, recurrir a la violación de la perspectiva o la
deconstrucción, sino que pinta objetos normales y paisajes cotidianos en los
que, simplemente, pasan cosas imposibles. Sus escenas con señores con bombín
que levitan, llueven como chuzos de punta (redondeada en este caso por el
sombrero) o se desplazan violando las reglas de la física por un paisaje nos sitúan
ante un absurdo que resulta bastante más inquietante que una figuración
abstracta. Muchas veces, ante la abstracción, el espectador no sabe muy bien qué
pensar, su imaginación trabaja para darle sentido, y eso hace que una misma
obra pueda significar cosas muy distintas para cada uno, lo que es un logro,
pero también que no llegue a conectar en lo más mínimo con otros de los que la
contemplan. Magritte es mucho más retorcido. Nos muestra una escena común, un
paisaje familiar, sereno, una campiña o playa, y de repente planta en ella una
roca enorme que levita sobre la que se asienta un castillo. La imagen es real, nítida,
la pintura no tiene nada de abstracto, todo son formas identificables, pero la
escena simplemente no puede ser. El espectador, sea quien sea, identifica todas
las formas y objetos que se le muestran, le son plenamente familiares, pero no
puede cuadrar la escena, le es imposible. Sabe que lo que ve es absurdo, no
tiene sentido, está mal, pero lo tiene ahí delante. No asiste a un ejercicio de
fantasía absoluto en el que todos los elementos son artificiales, oníricos y
por ello no sujetos a reglas, sino que ve delante de sus ojos la ruptura de
convenciones de una manera mucho más retorcida que la simple voladura de la
perspectiva.
Cada
obra del autor pone al espectador ante un reto en el que imaginación y razón
luchan, pero ninguna es capaz de ganar a la otra, porque ambas tienen
argumentos, y eso genera algo de enloquecimiento y, sí, también, fascinación. Juegos
de ventanas que son marcos que son ventanas enmarcadas, perspectivas
imposibles, gravedades alteradas, dimensiones fuera de contexto y lugar (que
gran influencia la de Alicia de Lewis Carroll) Magritte tiene un repertorio
enorme que no deja de sorprender, y si Escher, otro genio de lo aparentemente
imposible, basaba su éxito en el retorcimiento de la matemática y la geometría,
el belga parece comportarse como una especie de primo surrealista, que no
requiere tanta formalización, pero que acaba llegando a mundos igualmente
imposibles. La exposición es excelente.
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