Ayer,
tras nueve días de duras protestas, se alcanzó un acuerdo entre patronal y
sindicatos para desconvocar la huelga general del sector del metal que estaba
paralizando la bahía de Cádiz. Han sido jornadas duras, de mucha violencia
por parte de los piquetes, con cortes de calles y destrucción de mobiliario
urbano. La policía ha respondido con fuerza, bastante menos de la que vemos
cada día en las manifestaciones de negacionistas que se ven en el resto de
Europa, y curiosamente, o no, gran parte de la atención informativa ha estado
centrada no en el problema económico y laboral de fondo, sino en la manera en
la que la policía ha tratado de mantener el orden. Ante un tema muy serio, otra
vez, fijándonos en lo accesorio.
Esta ha sido la primera de muchas protestas que se van a suceder a lo largo del tiempo y del país a medida que la situación laboral y económica se tensa. ¿Por qué? Varios son los factores, pero los dos principales son el cierre de muchos negocios, que han subsistido en la fase más dura de la pandemia gracias a ERTEs y otras líneas de ayuda, pero que ya no pueden hacer frente a las deudas contraídas y, el gran problema, la inflación. La subida de precios de todo, o casi, que comienza en la energía, los suministros y el sistema logístico, y que se filtra poco a poco en todo el entramado productivo, supone un empobrecimiento general de la población, y las nóminas de los trabajadores, que no crecen al ritmo al que lo hace la cesta de la compra, deben escoger entre restringir sus consumos o, simplemente, dejar de hacerlo. El IPC está en máximos desde hace décadas y eso se va a traducir en subidas automatizadas de precios que van a hacer mucho daño. Piense usted, por ejemplo, en los contratos de alquiler, que se actualizan con ese índice de precios y que, sito ahora por encima del 5% supondrán a partir de enero un duro incremento de coste de ineludible pago para todos los inquilinos. Evidentemente esto genera malestar, y broncas crecientes. Los del metal de Cádiz han sido los primeros, pero tras ellos vienen muchos otros sectores y trabajadores afectados de lleno por el alza de precios y la inestabilidad laboral. La anunciada huelga de camioneros para los días prenavideños es una amenaza que está en el horizonte, y es conocida, pero tanto perceptores de rentas garantizadas, pongamos pensionistas, como los que viven de la nómina que pagan sus empleadores o negocios se pueden unir al carro de unas protestas que irán a más. El mundo agrario va subiendo poco a poco el volumen de sus gritos, ahogado por unos precios de venta de sus productos que es impuesto por cadenas de distribución, y que en muchos casos se mantiene fijo desde hace tiempo, al ser un instrumento que esos distribuidores utilizan para usar como gancho atractor de clientes. Pero los costes del campo no dejan de subir, en forma de gasóleo caro, fertilizantes que se encarecen al mismo ritmo al que lo hacen los hidrocarburos de los que, en parte, surgen, y así el sector se enfrenta a una tormenta perfecta. No han salido tanto en la tele, pero ganaderos y agricultores de varias provincias ya se han manifestado frente a las empresas a las que venden sus productos con la esperanza de que sus quejas sean oídas, pero por ahora no han suscitado ni la atención de los del metal ni, que me conste, acuerdo alguno que les de alivio financiero. Y podríamos ir sector a sector viendo sus cuentas y comprobando que la situación es mala, y los motivos de protesta más que evidentes.
Ante esto, la política responde en forma de defensa de su estatus quo. El gobierno cruza los dedos para que estemos ante un repunte de conflictividad que se extinga en breve, y que la cobertura mediática que le protege lo enmascare el tiempo que haga falta. La oposición, que ve en todo lo que sucede una excusa para atacar al gobierno, se une a las protestas, con el alivio de saber que no son contra ellos, pero el temor de que en el futuro, si el gobierno cambia, sí lo sean. Y entre medias el ciudadano observa como la coyuntura económica se estropea al ritmo de la subida de precios y de la incidencia acumulada, empieza a mosquearse y frena su demanda. Esto puede lograr parar la espiral de precios, sí, pero también la recuperación económica. Ante ese dilema estamos.
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