viernes, septiembre 28, 2018

El fin de la privacidad


Una de las reflexiones que me han surgido a la luz de las grabaciones de Villarejo es que este sujeto era un adelantado a su tiempo. Ayer cumplió google veinte años, pero antes de eso el presunto comisario se dedicaba a grabar y almacenar vidas, a conocerlas en detalle, como lo hace el querido buscador, y a clasificar esa información por si fuera de interés en el futuro usarla o acceder a ella. Es un sistema muy retorcido de extorsión, sobre todo por el enorme volumen de información que posee el sujeto, y el trabajo que le habrá costado conseguirla y guardarla, pero en cierto modo Villarejo hacía de Google cuando el buscador aún no existía.

Y dado que nuestras vidas hoy en día están tan monitorizadas por las aplicaciones y los servicios de internet que tanto saben de nosotros, y cuentan con nuestra propia disposición a contar intimidades en el caso de que ellas no puedan acceder a ellas, da mucho repelús que esa información pueda ser utilizada no ya por los muchos Villarejos que en el mundo hay, sino directamente por los gobiernos o empresas, cuyos fines y objetivos serán, en muchas ocasiones, distintos de los nuestros. Se ha dicho, y es verdad, que ninguno aguantaríamos el escrutinio público de una charla convencional en una cena de amigos, o de un acto privado en el que nos sabemos resguardados de los ojos ajenos. Esto es así y así debe ser, porque la privacidad es el ámbito de lo íntimo, en todos los sentidos, y debemos saber y ser conscientes de la seguridad de no ser violentados en ese punto. ¿Asistimos a la muerte de la privacidad? En gran parte sí. Quizás sea una de las derivadas más inesperadas e inquietantes del actual progreso tecnológico, que ya ofrece herramientas para monitorizar vidas de una manera que hasta hace poco nos parecía propia de películas de ciencia ficción, de las que pintan un mundo tétrico. El programa de crédito social chino, que otorga puntos y multas a los ciudadanos en función de su comportamiento público, sólo es posible en una sociedad hiperconectada tecnológicamente como la nuestra, y es el primer experimento real de uso y abuso de la total información de los ciudadanos por parte del estado, en este caso poseedor de un componente totalitario que ya se daba antes de que tecnología moderna alguna se implantase en el país del dragón., Este control social es fuente de estabilidad, porque la gente actúa temerosa ante las consecuencias de portarse como no es debido, siendo lo debido lo que el régimen imponga. ¿Posee cosas buenas? Sí, en el sentido de que la paz social que genera será estable y generalizada, pero es una paz falsa, la que se deduce de una sociedad que realiza cada día el teatro de fingir lo que no es para que el poder no le castigue. ¿Acaso hay grandes diferencias con respecto a la distopía orwelliana? No muchas, la verdad. Un desarrollo masivo de este tipo de técnicas crearía sistemas de delación y chivatazo de todo lo que ocurre en la vida íntima de los demás porque, a buen seguro, serían recompensados con puntos canjeables por méritos o bienes. Se podría llegar a la perfección de que el sujeto, incentivado a ello, sea el principal colaborador del sistema de espionaje, y que la tecnología sea el recolector y acumulador de información, pero no el agente dominante que la extraiga. Quizás la peor dictadura es la deseada, la autoimpuesta, y no descarten que algo así se pueda producir no ya en un futuro lejano, sino a la misma vuelta de la esquina. El internet de las cosas y su omnipresencia nos va a colocar dispositivos en todos los puntos de nuestra vida que, queramos o no, nos verán, seguirán y controlarán. A veces por nuestro bien, otras, les aseguro, no tanto.

La autocensura que nos imponemos, conscientes o no, al escribir artículos o tuitear por el miedo a la reacción que pueda suscitar que tan bien denuncia Pérez Reverte es la primera losa de todas las que vendrán en el futuro con la idea de cercenar nuestra libertad, de acotarla, de controlarla hasta el extremo. Llegaremos a esa autocensura perfecta sin que nos demos cuenta y entonces veremos como normal lo que hasta hace pocos años nos parecía un atropello (y lo era) a nuestra libertad de expresión. Y de ahí en adelante, todo lo demás. Y gobiernos y grandes empresas rentabilizando y garantizándose el control del poder. ¿Es esto una pesadilla? No, parece que es simplemente lo que estamos empezando a vivir. De momento nuestras habitaciones en el hogar parecen inviolables, pero créanme, se hará y haremos lo necesario para que dejen de serlo. ¿Les gusta? A mi no.

jueves, septiembre 27, 2018

Una injusta ministra de justicia


Lo que más me asombra de las grabaciones de Villarejo, poseedor de una fonoteca que haría palidecer al añorado Pérez de Arteaga, es que conociendo la calaña del personaje, todos los que con él se reunían hablaban sin cortapisa alguna. Cuando los zapatófonos del superagente 86 eran objetos cotidianos del espionaje Villarejo ya le daba a las grabaciones sofisticadas con micrófonos ocultos. Y la ingenuidad de los presentes hacía el resto. Quizás el mayor mérito del sujeto sea el de lograr que los que con él se reunían se explayasen de esa manera, le contaran intimidades, que a buen seguro mantenían a resguardo de otras mentes. Y todas, para la colección del personaje, para ser usadas cuando hiciera falta.

No creo que Sánchez deje caer a la ministra Delgado por mucha basura que aparezca en las grabaciones de Villarejo porque, parafraseando la granja de Orwell, todos los ministros son iguales, pero unos más que otros. Sanidad o Cultura son un rango menor del gobierno, pero Justicia no, es de los ministerios importantes, y más si como parece el gobierno desea influir (de manera inadecuada) en la instrucción de los juicios del procés. No, Dolores Delgado es caza mayor, de primera división, y su caída sería casi la antesala de una convocatoria electoral. Queda la duda de si el goteo de suciedades ventiladas puede hacer cambiar de posición al presidente, pero sospecho que en este caso aguantará todo lo necesario. Ya era Delgado un personaje conocido por sus movimientos en el fondo de la carrera judicial, íntima de Baltasar Garzón, muy amiga de sus amigos y enemiga de sus enemigos, poseedora de un carácter muy duro y de una ejecutoria digna de un fiscal militar. No se va a ir por propia decisión después de lo mucho que ha batallado para ocupar un puesto como el que ahora desarrolla, y si Villarejo es un tipo duro, ella no lo es menos. Lo que sí es cierto es que esta polémica le deja muy tocada en su imagen pública, y el aviso que lanzó Iglesias sobre su necesidad de retirada, tenga ésta lugar o no, le condicionará durante el resto del tiempo que pase al frente del ministerio. Las grabaciones conocidas, y las que puedan llegar a salir, muestran la imagen de una persona arribista y que sabe moverse por el mundo del poder en el ámbito de su desempeño, lo que no tiene por qué ser estrictamente negativo, pero que referido a un ámbito como el judicial, donde el descreimiento social está tan extendido, supone una losa. La credibilidad de su palabra ha caído muchos enteros a lo largo de los desmentidos, correcciones, rectificaciones y nuevas opiniones que se han recogido en los distintos comunicados de prensa que han salido de su Ministerio, llegado a afirmaciones tan absurdas como que el término maricón no se refería a la condición sexual de nadie, lo que invita a la risa desatada o a la indignación, en función de si uno cree que le están contando un chite o tomando el pelo directamente. Supongo que las asociaciones LGTBI y demás grupos sociales, tan vociferantes en otras ocasiones, deben estar en esta ocasión refrenando sus instintos porque el cuerpo les pedirá protestar con fuerza, pero parece ser que, como denunciaba Javier Marías el pasado domingo en su columna, la indignación moral se expresa con rabia modulada en función de la ideología de quien comete la falta. Si la pillada hubiera sido a un ministro del PP, acusando de maricón a alguien, el linchamiento público habría sido de los que hacen época, y las acusaciones de homofobia, dignas de inquisición. De eso se ha librado Delgado por su presunta ideología, pero no de la sombra de la sospecha, que ya siempre le perseguirá.

En mi modesta opinión, delgado debió dimitir, mejor dicho, ser cesada, cuando directamente escogió no ayudar al juez Llarena frente al acoso independentista. Cuando determinó que la defensa de Llarena, servidor público, no correspondía al gobierno, delgado traicionó a la justicia y mostró nuevamente, una visión de progresismo que se asocia, de manera absurda, con el nacionalismo sectario, lo más carca y antiprogesista que existe en España y Europa (y trumpilandia). Por eso debió ser cesada. Estas grabaciones que ahora conocemos muestran una realidad sucia, que no nos gusta, pero que no nos debe extrañar. Lo otro, que fue decisión razonada por su parte, es para mi lo que más la inhabilita.

lunes, septiembre 24, 2018

Próximo artículo, jueves 27

Se me olvidó anotar que he cogido tres días de vacaciones y estoy en Elorrio. La próxima entrada será el jueves 27. Disculpas

viernes, septiembre 21, 2018

Tres homenajes. Hawking, Tolkien y Chaves Nogales


No era el objetivo primordial del viaje, pero creí que la oportunidad me permitía poder rendir un homenaje póstumo a tres genios muy diferentes que reposan en suelo británico. El lunes pasado pagué la (muy cara) entrada a la abadía de Westminster, que ya visité hace bastantes años, para contemplar la última de las lápidas puestas en su interior, dedicada a Stephen Hawking. Una losa oscura no muy grande, en la que figura la leyenda “Here lies what was mortal of” ”(aquí yace lo que fue mortal de) junto a su nombre y sus fechas de referencia, 1942 – 2018, y la recreación de un agujero negro y la fórmula de la radiación de Hawking, que él descubrió. Reposa junto a Maxwell, Faraday, Newton, Herschel y Darwin.

Los otros dos homenajes que realicé fue a escritores, muy distintos, y de trayectorias opuestas en todo. Oxford es la cuna de grandes creadores, y es Tolkien uno de los más recordados y superventas de todos ellos. Aúna el maestro la capacidad de crear mundos fantásticos con un dominio de la narrativa y la lingüística que le permite generar idiomas con enorme facilidad.
Tolkien escribió fantasía de manera fantásticamente buena. Y el día en el que visite la ciudad en la que impartió clases, creó y vivió durante gran parte de su vida, aproveché y me desplacé hasta el cementerio de Wolvercote, sito a unos cinco kilómetros al norte del centro urbano, para visitar su lecho. Es un cementerio bello, tranquilo, de muchas lápidas pétreas que ofrecen un aspecto curiosamente acogedor a la par que siniestro. La tumba de Tolkien se encuentra entre otras muchas, sin distinciones que le permitan destacar ente ellas. Un pedazo de tierra rodado de un rodapié de granito blanquecino enmarca el lugar de enterramiento, y en la lápida están inscritos su nombre y el de su mujer, Edith. Ella en primer lugar, fallecida en 1971, y posteriormente él, muerto en1973. Los nombres de Luthien y Beren acompañan respectivamente a cada uno de ellos. Son los personajes de una de las baladas que se narran en el Silmarillion, una precioso canto de amor entre el mortal Beren y la medio elfa Luthien, uno de esos relatos que aúna belleza, capacidad de conmover y fantasía envueltos en la mágica prosa de Tolkien. Si sólo hubiera escrito ese texto ya se habría ganado el autor un lugar en el mundo de la literatura, pero fue capaz de mucho más, y hoy millones de personas lo mantenemos vivo en el recuerdo gracias a sus historias. El otro homenaje a escritor me llevó desde la luz de la fantasía y el reconocimiento a la crudeza del periodismo y a la sombra del olvido absoluto. El domingo visité los Kew gardens, pero antes acudí al cementerio de fulham, un camposanto de aspecto similar el de Wolvercote, sito en el oeste de Londres, surcado constantemente por aviones que cogen la aproximación para las pistas del no muy lejano aeropuerto de Heathrow. Entre todas las tumbas buscaba una sin nombre, sin lápida ni apenas marcación. Sabía, tras buscar en internet, las coordenadas de la parcela en la que se encontraba, y tras llegar a ella, previa pregunta a algún empleado del lugar, me puse a dar vueltas hasta que encontré el objetivo de mi presencia.
Sobre un pedazo de césped, entre formas tumularias enmarcadas con lápidas oscuras, yacía un palo de madera, un simple listón cortado de algo más de un metro de largo, tirado en el suelo, con pinta de llevar varios meses a la intemperie. En la parte superior del palo estaba escrito en un papel, de tamaño de una servilleta pequeña, con rotulador azul y letras mayúsculas, el nombre de Manuel Chaves Nogales, y un plástico cubría el papel y daba vueltas en torno al madero para evitar que la frecuente lluvia londinense borrara las letras y disolviera el soporte. Cronista de actualidad, autor de grandes libros de reportajes periodísticos y reconocidos periodista, Chaces Nogales vivió el inicio de la guerra civil como lo que fue, el fracaso de nuestro país. Hundido y desolado, huyó de los bandos, que veía como monstruos que devoraban a la nación, y perseguido por ambos, se escapó a Londres, donde murió al poco de empezar la segunda guerra mundial. Sólo, abandonado, y frustrada su carrera y triste, Cháves Nogales se apagó en la indiferencia absoluta.


Su obra se ha ido recuperando estos últimos años, gracias entre otros al trabajo de Andrés Trapiello, Arturo Pérez reverte o Carlos Alsina. Todos sus libros son muy recomendables, pero “A sangre y Fuego” crónicas de episodios de la guerra civil, es además necesario. Su prólogo debiera estudiarse en todas las escuelas y, quizás, grabarse en algún monumento visible que en nuestro país sirva de recuerdo a su memoria y obra. Su tumba, la imagen pura del abandono, es reflejo de como nuestro país trata a sus hijos, de la consideración que nos merecen los autores y la cultura, y de la falta de diligencia del gobierno y la sociedad civil para con los que en el pasado fueron algo e hicieron algo por nosotros. Era obligado rendirle homenaje, ante un triste palo de madera.

jueves, septiembre 20, 2018

El caos del brexit fractura el Reino Unido


Pese a lo que les comentaba ayer sobre la pujanza de Londres, bastaba con poner unos pocos minutos los informativos en televisión o echar un vistazo a los periódicos para constatar que el brexit sigue siendo el gran problema interno del país, que ha logrado fracturar todos los estamentos y estructuras y que, a medida que se acerca el plazo para consumarlo, genera una división y enfrentamientos cada vez mayores. Si la economía de la city es pujante, el marasmo político es tan inmenso como las nuevas torres que flanquean las callejuelas financieras. Y si estas segundas parecen sólidas, está por ver si lo primero las hará rentables y llenará de actividad.

Básicamente hay tres grupos de opinión en el país sobre qué es lo que debe suceder. Uno es el de los anti brexit, que engloba a gran parte de las clases urbanas, empleados de servicios y representantes de finanzas, comercio y sectores modernos. Siguen desesperados por el resultado del referéndum y claman porque UK se dé la vuelta, solicitando incluso la convocatoria de un segundo referéndum para volver a ser Europa en condiciones. Políticamente esta postura la encabezan figuras como el actual alcalde de Londres, Sadiq Khan, que ha manifestado públicamente la necesidad de esa nueva consulta. Khan es laborista, pero no representa el sentimiento común de su partido, liderado por un Jeremy Corbyn que nada entre dos aguas y que no es capaz de poner el europeísmo en la agenda de su partido porque tampoco cree en él. Envuelto en polémicas antisemitas y caracterizado por una visión política más propia del trasnochado izquierdismo de los ochenta, Corbyn no parece estar más cerca de las tesis del brexit blanco. Esta es la segunda corriente, que parece de momento la dominante, y que es la que rige en el gobierno que encabeza la conservadora May. Los blandos, por así llamarlos, quieren acceder a un brexit de menú de desayuno de hotel, que les permita separarse de la UE pero quedándose en el mercado único. Buscan disfrutar de las ventajas del club europeo sin ser parte de él ni cargar con los costes de su día a día. Es una posición que, vista desde fuera, resulta algo egoísta y teñida de un componente de ingenuidad muy elevado. Las propuestas que está elaborando el gobierno a este respecto son ambiguas, queriendo quedarse en la tierra de nadie, y desde Bruselas se insiste que así no se va a ninguna parte. No son partidarios de un segundo referéndum y tratan de descafeinar en lo posible las consecuencias del primero. El tercer grupo, el de los duros, es el de los partidarios del Brexit sin complejos, de la salida casi total del concepto de Europa. Su postura en la negociación es la de pedir unos máximos en derechos y casi nada en compensaciones, no teniendo miedo alguno a que no se llegue a un acuerdo en la fecha límite, 29 de marzo del año que viene. Sus ataques, curiosamente, no se dirigen tanto a la propia UE como a las facciones conservadoras que defienden la postura blanda. Encabezados por parte del partido conservador, y algunos laboristas infiltrados, atacan día tras día a May y a su gobierno, acusándolos de cobardes y de traicionar el espíritu del referéndum. Son quizás la fracción más ruidosa de las tres, aunque probablemente la más numerosa, y no cesan en sembrar rumores sobre la posibilidad de hacerse con el gobierno y descabezar a May, de una manera similar a como aquí Sánchez echó a Rajoy. Poseen cabeceras de prensa influyente, sensacionalistas en muchos casos, que les sirven de altavoz para pregonar su discurso y se muestran convencidos y combativos. Entre estas tres posturas se posiciona el debate, que como vemos ha fragmentado a los tradicionales grandes partidos británicos, y que amenaza incluso con generar escisiones en algunos de ellos.

Poner la tele y seguir las noticias sobre el brexit en Reino Unido supone, en la práctica, asistir a un escenario de división absoluta y total enfrentamiento rentre posturas irreconciliables, que muestran un marasmo político de primer orden. Entre advertencias de los costes económicos del proceso y de lo que supone el cierre de mercados o su encarecimiento para un país que importa el 40% de la comida que consume, día tras día se producen debates, entrevistas y encuentros que acaban sin acuerdo alguno y que recuerdan, en parte, a nuestro caótico escenario político. El país se encuentra sumido en un marasmo político y social al respecto y no tengo ni idea de cómo va a acabar todo esto. Yo me apuntaría a la segunda consulta y a que los proeuropeos la ganásemos, pero creo que es el escenario que cuenta con menos probabilidades. A saber.

miércoles, septiembre 19, 2018

Londres imparable


Uno lee cosas sobre lo que sucede en el exterior y se crea imágenes que pueden resultar ciertas o no, ya que al llegar a los sitios de los que ha leído es cuando comprueba hasta qué punto le leído se ajusta a la realidad. También la impresión del observador puede ser distorsionada, porque siempre se aprecia una pequeña parte de la realidad, pero la imagen general que se obtiene debe cuadrar con lo que se supone que se sabe para que no haya una sensación de distorsión, de chirrido, de grietas que no debieran estar y que se hacen más grandes a medida que el contraste avanza. Esas grietas han crecido cada día que he pasado en Londres.

En teoría el Brexit nos va a hacer daño a todos, a nosotros menos y a los británicos más. Y llega uno a Londres y encuentra una ciudad desatada, descontrolada, poblada de grúas por todas partes que no dejan de levantar nuevas torres de oficinas o de carísimos apartamentos. No hay zona de la ciudad que no posea un nuevo desarrollo inmobiliario en progreso que, sumado a los que ya se han concluido, han trasformado por completo el perfil de una ciudad que ya es inabarcable a lo plano y que empieza a serlo a lo alto. Complejos como la City o el Cannary Wharf, que hasta hace poco exhibían rascacielos en número manejable se han convertido en auténticos cogollos, minimanhattans en los que una nueva torre suplanta a la anterior como la más alta y donde la última joya apenas ya es visible oculta por todas las demás. El capital que alimenta todos estos proyectos es enorme, tanto como el número y dimensión de los mismos, y tiene pinta de que la ciudad se ha convertido en el destino de muchos ahorros de millonarios asiáticos y árabes, que son los principales promotores de estos complejos. Apartamentos que empiezan sus ventas en precios en millón de libras, y que suben hasta varios millones a medida que los metros, tampoco exagerados, y la altura del piso, envidiable, crecen y crecen. ¿Quién puede comprar todo eso ¿ No parece que sean accesibles al trabajador de a pie, al que forma parte de la mítica y mayoritaria clase media británica. Barrios como Chelsea o Mayfair, hasta hace poco lugares de exclusividad para los ricos de la ciudad, se han extendido, no en dimensión ni en edificaciones, pero sí en concepto, para albergar a clases pudientes de medio mundo que han encontrado en Londres su lugar de residencia, trabajo y, desde luego, ocio. Y al calor de todas esas inversiones, desarrollos y capitales entrantes, la actividad comercial y de negocio de la ciudad no deja de crecer. Las riadas de gente que cada día entran y salen de la urbe son tan enormes como asombrosas, y muestran el dinamismo de una economía local que sigue a su rollo, ajena a ese temor del brexit que sobrevuela conversaciones y noticias sin cesar, y que se ve capaz de superar lo que le echen, como ya lo hizo en décadas pasadas. El “commuter” ese residente que vive en las afueras de la ciudad y que va y vuelve todos los días de su casa al trabajo, es un invento británico, según creo, y el concepto está en plena forma. Ayudado por el despiadado mercado inmobiliario de la ciudad, que hace inaccesibles la compra y el alquiler, los extraradios de Londres crecen sin cesar a lo largo del Támesis y sus orillas, creando una ciudad gigantesca que, a kilómetros de alcanzar su corazón, se convierte ya en una trama desordenada de calles, casas, tiendas, comercios y, ocasionalmente, torres de pisos. Y al fondo, la perspectiva de los cogollos centrales de la ciudad, que cada vez son visibles desde zonas más distantes dada sus dimensiones. La sensación que da la ciudad es de actividad intensa, de trabajo sin fin y de crecimiento económico.

¿Es cierta esa imagen? ¿Es una parte de la historia peo oculta otra? Probablemente, por lo que he oído, lo que sucede fuera de Londres es distinto, y la actividad del resto del país está mucho más alicaída. Y en la propia ciudad las desigualdades han crecido a la par que lo han hecho esas moles que reflejan inversiones calientes y, a veces, muy ajenas a la idiosincrasia local. Pero es evidente que, paseando por sus calles, se observa un bullicio y agitación en la que, sí, hay turistas, pero también locales, en una trama urbana llena de oportunidades. Dura y competitiva como pocas, Londres ofrece ahora mismo una imagen de pujanza que llama la atención al visitante, y la sitúa entre las ciudades más dinámicas e importantes del mundo. Como pensaba una tarde en un descanso de mis paseos, París está hecha para gastar dinero, pero Londres es donde ese dinero se crea. Y se nota.

miércoles, septiembre 12, 2018

Un montón de falsos másteres


Todavía no me había aprendido sin fisuras el nombre de la ministra de sanidad, Carmen Montón, y su dimisión hará que, quizás, no vaya a olvidarlo. Pillada de pleno en una serie de renuncios y falsedades, no tanto en sus declaraciones, como en los méritos que acreditaba para obtener el máster que lucía, su caída era obligada, y el tiempo que ayer transcurrió sin que sucediera fue uno de gran desgaste para el gobierno entero. Su renuncia, leída en una comparecencia sin preguntas, en la que presumía de lo hecho y no admitía fallo alguno, fue una perfecta lección de que, como puso alguien en redes sociales, ni dimitir sabía. Su gestión en estos días ha sido desastrosa.

Con todo, el que cometió ayer un grave error no fue ella, que estaba vendida a los caballos y trató de resistir de manera desesperada, sino su jefe, el presidente del gobierno, que la respaldó públicamente un par de horas antes de que supiéramos que copiando y pegando de la Wikipedia uno puede hacer un trabajo válido para ser convalidado como título de postgrado. Sánchez debió aprovechar ese asalto de periodista en el Senado por la tarde para anunciar la dimisión de la ministra, para defenderla si quería, pero para dejarla caer, y que así el problema no le afectara. Suena duro, pero la política es así. Si subes, subes acompañado, si bajas, bajas sólo. A lo largo del día se produjo una divertidísima puesta en escena por parte del PSOE y del PP para señalar las diferencias entre los casos propios y ajenos de másteres falsos (en lo mollar, ninguna, todos son unos tramposos pillados) y lo que para los acusados de la propia formación no era sino irregularidades por demostrar se convertía en enormes fallas y delictivas conductas en el caso de los acusados de la formación contraria. Era ridículo ver a Adriana Lastra y a otros portavoces del PSOE defender a Montón y acusar a Cifuentes o Casado a la vez que portavoces del PP exculpaban a los suyos y veían en Montón la encarnación de la corruptela administrativa. A lo largo del día el crédito de la ya ex ministra iba bajando y voces del PSOE empezaban a asumir que su caída era necesaria, pero el respaldo de Sánchez la protegió nuevamente. De poco sirvió, porque la experiencia nos demuestra que en estos másteres del Instituto de Derecho Público de la Universidad Rey Juan Carlos todo es torcido. Trabajos, asistencia, notas, expedientes… todo es manipulable, ocultable, falsificable, con tal de que el instituto universitario cobre sus emolumentos, que no serán baratos, y que el político o cargo público en ejercicio favorezca, a buen seguro que es así, a los que le han regalado la titulación. Un vulgar trato corrupto en el que no hay obra pública ni contratos amañados ni comisiones, que es lo que nos hemos hartado de ver en años y años, sino algo más relacionado con el prestigio y la carrera profesional, pero igualmente falso. ¿Cuándo la justicia va a disolver ese mafioso instituto universitario y encausar a los responsables de semejante aparto de corrupción? Podría decretarse, directamente, la nulidad de todos los títulos expedidos por ese instituto, o sino la publicación íntegra de todos los trabajos y expedientes de los alumnos que por ese lugar han pasado (en teoría) para ver quiénes son, cuántos son políticos, si hay algún partido que se libra y si, entre todos ellos, como en Sodoma y Gomorra, hubo alguno que sí fue a clase, sí hizo exámenes y escribió un trabajo en el que empleó algo más de tiempo del que, por ejemplo, me lleva a mi escribir este pobre artículo. Carmen Montón es el último de una serie demasiado larga de nombres que ensucian la marca de esa universidad, destruyen el prestigio que puedan tener sus licenciados y enerva a padres que pagan matrículas y docentes que hacen su trabajo, y que nada tienen que ver con comportamientos mafiosos como los que vemos. ¿Se hará algo finalmente? Apuesten a que hay un consenso entre, al menos, PP y PSOE, para que todo siga igual

Liquidado el tema Montón, apenas quedan parapetos en los que se pueda esconder Pablo Casado. Durante estos dos días ha adoptado un perfil bajo a sabiendas de que todo lo que dijera se iba a volver en su con razón, y han sido otros portavoces del PP los que han cargado contra la exministra. Su caso está judicializado y probablemente opte por mirar hacia otro lado hasta que haya algunas decisiones de los tribunales. Pero en la esencia del tema, su situación es igual de indefendible que la de Montón o Cifuentes, o de algunos otros que en el futuro probablemente descubramos que hicieron lo mismo. Esta táctica de elusión le emparenta, cosa que le hará rabiar, con el marianismo más puro. Ayer Sánchez también se vistió de Mariano por unas horas, pero sólo el original gestionaba bien con su estilo estas situaciones. El resto son advenedizos.

Me cojo unos días de vacaciones, y haré un pequeño viaje al Reino Unido. Si todo va bien nos leemos nuevamente el miércoles 19 de septiembre.

martes, septiembre 11, 2018

11S, diecisiete años después


Hoy, 11 de septiembre, se cumple el decimoséptimo aniversario del sádico atentado que destruyó en 2001 las torres gemelas del WTC de Nueva York, y que también atacó el Pentágono y provocó la caída de un avión en las llanuras de Pensilvania. Muchos son ya los años transcurridos desde esa infamia, pero siguen apareciendo nuevos vídeos y testimonios de lo que fue aquel día, un ejemplo perfecto del horror desatado por personas que, iguales que usted y yo, planificaron aquella matanza tan espectacular como efectiva para atacar y matar a personas, iguales que usted y yo. Sea este día de recuerdo para las víctimas del atentado, de consuelo para sus familiares, y por extensión, de homenaje a las víctimas que el terrorismo fanático crea a lo largo de todo el mundo. Su mal no cesa, nuestro combate contra él tampoco. Nuestro corazón y pensamiento, siempre con los que lo han sufrido.

lunes, septiembre 10, 2018

La lección que nos dan Germán y José


Germán y José aparecen en el vídeo con un envidiable aspecto para haber superado ambos los cien años. En un paraje campestre, sereno, con una suave y anodina música de fondo, ambos cuentan cómo les va la vida ahora, como si fueran unos jubilados más de este país, que es lo que realmente son. En su pasado está la causa de que aparezcan, en la horrible experiencia de la guerra civil, que pasó por ellos alistándolos en bandos opuestos y llevándoles a las trincheras en la batalla del Ebro, la última gran escaramuza militar de la guerra. En ese combate uno y otro se miraban desde trincheras opuestas, y pudieron haberse matado mutuamente. Sin conocerse.

En cualquier día de esa batalla Germán y José vivieron escenas y momentos de una crueldad y dureza que ninguno de nosotros, párvulos residentes en el jardín de infancia de nuestras actuales vidas, somos capaces de imaginar. Ambos conocieron la muerte de cerca, no la accidental, sino la provocada. El asesinato, la carnicería que ocasiona una bomba cuando cae, el vecino de trinchera que es abatido por un disparo certero que sale desde la posición contraria, el polvo que lo llena todo cuando los proyectiles estallan a tu alrededor, el caos y el ruido que hacen que se corra sin dirección, sólo buscando salvar la vida pero sin tener idea alguna de lo que hacer para lograrlo…. Escenas horripilantes que hemos visto muchas veces en el cine, pero que para ellos fueron completamente reales, sin butacas ni sistemas modernos de proyección o sonido. A veces contemplar imágenes de esas nos revuelve las tripas, incluso cuando sabemos que forman parte de una ficción. ¿Cuántos soportaríamos unos instantes en medio de una batalla cruel y real como aquella? ¿Cómo lo son todas? Muy probablemente Germán y José acudieron a ese enfrentamiento por salvar sus vidas, se enrolaron en los ejércitos que llevaban como divisa porque anteriormente otras tropas tomaron sus pueblos, y su única opción de supervivencia era la de apuntar al bando ganador, o al menos al que había ganado en su territorio, que para el caso es lo mismo. ¿Sentimiento? ¿Convencimiento? ¿Ardor por la causa? No, no. Miedo, angustia, terror e instinto de supervivencia ante todo para poder salir adelante. En una guerra normal, y más en la civil, no son muchos los que forman parte de los que, convencidos, se enfrentan, y son inmensa mayoría los reclutados que acuden al frente a sabiendas de que cada día puede ser el último de sus vidas, y la lucha que domina esas horas, ganadas al destino con ardor, suele ser más una batalla por la supervivencia que por conseguir una victoria para uno de los bandos. Imaginamos la guerra como algo con nobleza, arrojo y valor, y la simulamos demasiadas veces desde una de nuestras plataformas de videojuego, pensando que eso de las vidas que tenemos como contador también pasa en la realidad. Pero no. Aunque hay episodios de heroísmo, la guerra sobre todo es crueldad, horror y desesperanza. La valentía se mide por la supervivencia y lo que sucede allí, y lo que contemplan los que vuelven les hace sentir en muchos casos destrozados para siempre. Los vemos como afortunados supervivientes, ocasionalmente ganadores, pero muchos hubieran preferido no volver, quedarse en aquel cerro o páramo con los que durante unas horas fueron sus compañeros. Morir para no tener que vivir el resto de sus vidas con el recuerdo de lo que hicieron, vieron o sufrieron. Por eso tantos callan, por eso niegan a generaciones posteriores el relato de los hechos, porque esos hechos son de una crueldad y horror tal que no son capaces de revivirlos y, en muchos casos, emplearán el resto de sus días para tratar de sepultarlos y que no sean capaces de arrastrarles, como espectros, a un mundo de sombras y dolor.

Libros como “A sangre y fuego” de Chaves Nogales, “Sin novedad en el frente” de Remarke, “Morir en primavera” de Rothmann o cualquiera de los de testimonios que ha publicado Svetlana Alexievich reiteran este comportamiento interior, escondido, que trata de sobreponerse al horror imaginable. Quienes, desde el rencor y la ignorancia, han criticado el vídeo de Germán y José sólo exhiben su desconocimiento de la realidad, su visión sesgada y, afortunadamente para ellos, la nula experiencia del dolor. Esos dos viejecitos nos dan miles, millones de vueltas, a cada uno de nosotros respecto a lo que es la vida y vivirla. Sufrieron en carne propia el mayor fracaso de nuestro país en el siglo XX, y hoy en día, con más de cien años, viven, se hablan y abrazan. Ojalá seamos capaces de aprender algo de sus vidas, y que nunca nos toque pasar nada parecido.

viernes, septiembre 07, 2018

“Garganta profunda” en La Casa Blanca contra Trump


¿Será el de esta semana el escándalo definitivo que arruine la presidencia de Trump y le haga abandonar el cargo? Antes de que alguno descorche el champán que largamente está conservado, aconsejo prudencia. El de “esta semana” es el último de una serie de escándalos, polémicas y revelaciones que, en cualquier otro caso, hubieran bastado y sobrado para derribar la figura presidencial, pero si algo demuestra Trump es que también es anómalo en este sentido. Ya lo dijo en campaña, “podría ahora ponerme a disparar a la multitud en Times Square y me votarían igualmente”. Quizá, al paso que vamos, algún día lo hará, y entonces comprobaremos si ni siquiera eso es suficiente para que su mandato expire.

El artículo anónimo del New York Times no revela nada que no se supiera de antemano. Si se ha leído “Ruido y furia, de Michael Wolff podrá asistir a revelaciones similares noveladas de una manera profesional, y recuerden que aquel momento fue considerado como muchos el final de la presidencia, y desde entonces varios han sido los escándalos que se han sucedido. Sin embargo, dos son las novedades que, a mi entender, aporta el texto, que afectan a las dos instituciones que libran este pulso. Por una parte, en este caso no se puede acusar al autor del libro, Wolff entonces, Boodward ahora en un nuevo texto de muy reciente publicación, de distorsionar las palabras de los testigos y ser el creador del relato, dado que el testimonio es, en este caso, escrito directamente por la fuente, que trabaja en la Casa Blanca. Por lo tanto, todas las historias que hemos escuchado de funcionarios y personal de aquel centro de poder que asisten, atónitos, a su demolición y desprestigio, y tratan de evitarlo, cobran plena verosimilitud en boca, mejor dicho texto, de uno de ellos. No estamos ante una novela o ensayo, sino ante el testimonio directo de una fuente. El otro factor diferencial es el papel que adopta el periódico al publicar un texto anónimo, cuya fuente se supone es conocida y creíble, dado que se juega mucho si finalmente esto no es así. Afirma el NYT que no va a revelar quién es el confidente que cuenta esta historia, en lo que está llamado a ser un nuevo episodio de “garganta profunda”, la anónima fuente que en su momento resultó esencial para desvelar la trama del caso Watergate. Muchos años después supimos quién era el autor de aquellas revelaciones, y la prensa, en su derecho, mantuvo el secreto mientras la fuente así se lo solicitó. Es una actitud habitual de los medios, a la que tienen derecho, y posee su lógica, pero les pone en un serio brete al hacerles defender argumentos sin que puedan explicitarlos hasta el final. Y todo en un contexto muy distinto al del caso de Nixon, no porque este presidente sea mucho más querido (más bien lo contrario) sino por la debilidad en la que viven hoy en día los medios impresos, tanto por la revolución tecnológica como la posición financiera en la que han quedado y, desde luego, por el ataque constante, fiero e implacable que sufren desde la propia presidencia de Trump. Hubiera sido inaudito que Nixon cargase contra los medios un día sí y otro también y les acusara de falsos, mentirosos, traidores y otras lindezas por el estilo, pero es lo que hace desde antes de llegar a la presidencia. La guerra que viven ahora mismo la prensa y la Casa blanca debilita a ambos, y no me queda muy claro cuál de las dos partes es más vulnerable. En el escenario de polarización absoluta que se vive en EEUU, y también en nuestros países, el votante de Trump tiene tanta fe en él como odio a los que le atacan, y ve al NYT y otros medios como traidores a la patria, opositores enmascarados y sembradores de mentiras. Así, en un ambiente cada vez más tóxico, es probable que de estos enfrentamientos sólo salgan perdedores, de mayor o menor grado, pero todos dejándose algo en una batalla que no parecen poder ganar.

Lo único que realmente puede hacer perder poder real a Trump son las elecciones de mitad de mandato, que se celebrarán en dos meses. Ahora mismo los republicanos controlan ambas cámaras y eso hace que todo lo que firme Trump sea respaldado y entre en vigor. Si pierden una de ellas la presidencia quedará tocada, y ya vimos que los últimos años de Obama, con ambas cámaras perdidas, fueron ejercicios baldíos. Pero las cámaras se pierden en las elecciones, y no en los editoriales. ¿Seguirán los votantes de Trump votándole, aunque esté a punto de ponerse a disparar contra ellos? Esa es la pregunta trascendente, y de momento, según señalan las encuestas, el sí gana al no.

jueves, septiembre 06, 2018

Una de espías entre Reino Unido y Rusia


Theresa May aguanta al frente del Reino Unido sin que muchos tengan claro aún cómo lo logra. Asediada desde fuera y, sobre todo, desde dentro de su propio partido, parece estar cada vez más sola y perder poder a cada minuto que pasa, pero ahí sigue. Y ayer osó atacar al oso ruso, que actúa en las islas británicas sin mucha consideración y ninguna prudencia. Acusó formalmente al GRU (el villano favorito) de estar detrás del intento de asesinato de Skripal y su hija, y de la muerte accidental de una ciudadana británica al entrar en contacto con el veneno que los servicios secretos rusos usaron en el primer, y finalmente fallido, ataque.

Las caras de los presuntos agentes rusos que ilustran la noticia que les enlazo bien podrían encontrarse en las portada o solapas de cualquier buena novela de espionaje de Le Carré, pero no estamos ante ninguna trama inventada, sino ante un serio asunto, que se repite tras lo sucedido hace años con Litvinenko, y que muestra tanto el vengativo comportamiento del gobierno de Putin respecto a aquellos a los que considera traidores como la impunidad con la que sus servicios secretos se mueven fuera del país, especialmente en un Reino Unido que parece estar lleno de ellos. Muchos son los oligarcas rusos que han encontrado en las islas británicas, especialmente en Londres, acomodo a sus fortunas y vía de escape de la garra de Putin, por lo que este tipo de actuaciones vengativas, puramente mafiosas, dirigidas en principio hacia ex agentes rusos, son un buen toque de atención que el Kremlin manda a todos esos millonarios que han abandonado su patria y las obligaciones con ella (con las de la  mafia “putina” en primer lugar). “Os tenemos controlados”, “os vemos” viene a ser el mensaje que se obtiene de estos actos, y la absoluta impunidad con la que se realizan refuerza notablemente esta idea. Impunidad derivada del poder real, duro, que Rusia ejerce sin cortapisas, dado que no tiene por qué someterse a opiniones públicas, medios de comunicación u oposiciones políticas. Para la autocracia rusa todo es más sencillo que para las regladas democracias occidentales, y si se considera que a un opositor o periodista crítico se le debe eliminar, se le elimina y punto. ¿Qué puede hacer Reino Unido ante este caso? Más bien poco. El conjunto de la UE apenas es capaz de mantener las sanciones que promulgó contra Rusia tras la invasión de Crimea, y los largos brazos del gas ruso son capaces de forjar alianzas en el este y Centroeuropa que debilitan una posición común para aumentarlas. Países como los del grupo de Visegrado contienen una poco disimulada envidia no de Rusia, que les ha oprimido a lo largo de décadas, pero sí de Putin como hombre fuerte y la forma en la que rige los destinos de su nación. Orban y compañía ven en Putin un modelo autocrático, la imagen de lo que quieren ser, el líder fuerte, carismático y respetado por su pueblo (al que oprime para que eso siga siendo así) y en el fondo seguro que no ven mal que actúe con fuerza frente a aquellos que considera traidores a su régimen. Si ellos no estuvieran limitados por cosas absurdas como constituciones, estados de derecho, responsabilidad pública o separación de poderes, por citar algunas, quizás estarían tentados en imitarle, no hasta las últimas consecuencias del asesinato, pero pudiera ser que el encarcelamiento y la represión de opositores entrasen en sus planes. Por ahí Putin sólo tiene inconscientes enamorados de su imagen. Y de otras naciones como Francia poco parece que se puede esperar en la práctica. Para estas cuestiones España ni cuenta ni existe, dado que para los asuntos internacionales seguimos mostrando la misma pereza y ausencia de los últimos siglos, que nos ha condenado a ser una mera comparsa.

Por eso, quizás, la única opción posible que le quedaba a May era hacer pública la información, divulgarla a los cuatro vientos, mostrar las caras de los presuntos atacantes y que algo de vergüenza global caiga sobre un Kremlin al que eso poco le importa, pero que tampoco le viene bien: Sabe además Reino Unido que, en todo lo que tenga que ver con Rusia, ya no cuenta con la colaboración del amigo americano, porque en la Casa Blanca se sienta, quizás, el mayor admirador de Putin fuera de las murallas de la fortaleza moscovita, y quién sabe si el hombre que más en deuda está con el sátrapa ruso por su presunta ayuda para ganar las elecciones de 2016. Sí, Londres está sola, May lo sabe, y poco más puede hacer que gritar que un par de asesinos están sueltos por ahí, y señalar a quien les paga y manda.

miércoles, septiembre 05, 2018

Descalabro del empleo en agosto


Durante el pasado fin de semana era una constante en todos los medios de comunicación la reiterada llamada a la angustia derivada de la vuelta al trabajo tras las vacaciones. Tristeza, resignación, caras largas y una especie de nube melancólica llenaba crónicas y artículos relatando la presunta penitencia de volver a las obligaciones, a la rutina, al esfuerzo diario. Me enfadan mucho este tipo de informaciones y su simplismo, dado que puede haber gente amargada en su trabajo y no, pero las vacaciones se definen por oposición a trabajo, y si no se posee empleo no se puede volver de unas vacaciones eternas, horrendas, llamadas paro. Eso sí es un problema que puede ser angustioso. Mucho o muchísimo.

Cuéntele el cuento de su depresión postvacacional (cómo inventamos cosas para tratarlas y generar negocios, es increíble) a los miles de personas que fueron despedidas el 31 de agosto, a un ritmo nunca visto en España. Quince mil despidos a la hora durante las 24, para totalizar algo más de 350.000 personas que vieron cómo se acababan sus contratos de verano y no tenían “rutina” a la que volver el lunes 3 de septiembre. Algunos de ellos, sin duda, serían estudiantes o personas que habían buscado una ocupación para los meses de la temporada turística alta y una vez pasada ya no querían trabajar, pero seguro que habría otros que trabajaban porque lo necesitaban, y que el lunes de esta semana tienen un serio problema. ¿Cuántos hipotecados habrá en ese enorme conjunto de personas? ¿o alquilados que pagan las actuales rentas, módicas y asequibles donde las haya (ironía)? Muchos, sin duda, y este lunes todos ellos, poseedores de vidas, circunstancias, cargas y deseos distintos, están unidos por el desempleo. La cifra es la de los habitantes de una ciudad como Bilbao, un disparate. ¿Es esta cifra un reflejo de que la economía se frena? Agosto suele acabar mal tradicionalmente en el mercado de trabajo por el fin de esa temporada alta turística, pero los datos de este año son especialmente peores. Aumenta la contratación indefinida, sí, pero sigue representando muy poco sobre el total, y que se produzca tal volumen de despidos en una sola jornada indica que algo no funciona bien ni en nuestro mercado de trabajo ni en el sistema de contratación. Los años del PP en el gobierno no han servido para modificar en serio ninguno de estos dos marcos, dado que sus medidas han servido para pulir algunas de las aristas y aumentar otras de sus divergencias, pero se han mantenido prácticamente igual: Es un mercado segmentado, de fijos muy protegidos y temporales completamente a la intemperie, en una estructura económica procíclica que crea mucho empleo cuando la economía tira y lo destruye a la misma exagerada velocidad cuando la economía cae. Ahora que gobierna, es un decir, el PSOE, nada va a hacer al respecto, de primeras por la ausencia de capacidad legislativa de su exigua minoría, y de segundas porque en gobiernos socialistas precedentes se ha tendido a aumentar los sesgos del mercado laboral, creciendo las protecciones a los ya resguardados y reduciendo aún más las coberturas a los que apenas las poseen. Los únicos que presentan un programa alternativo para el mercado de trabajo son los de Ciudadanos, que encabezan su propuesta con el contrato único de indemnización creciente, una figura frente a la cual se han posicionado en contra tanto PP como PSOE, por lo que algo bueno tendrá. No sería demasiado útil alterar sólo el sistema de contratación, dejando sin tocar la estructura económica el país, tano en sectores como en dimensión empresarial, con una sobreabundancia de autónomos y PYMEs sobre el conjunto del sector productivo, y la ausencia de grandes empresas en sectores punteros (Vestas, que ahora quiere cerrar en León, es danesa, y es allí donde toma sus decisiones, acertadas o erróneas) pero todos los expertos coindicen en que el mercado laboral español es tan ineficiente como injusto. ¿Por qué no probar e implantar la propuesta de Ciudadanos?

El temor de fondo que me surge tras ver las cifras de agosto es que puede ser otra gota en el vaso del frenazo económico que se empieza a intuir, y eso es un problema muy serio. Las tendencias económicas suelen ser de fondo y tardan algunos trimestres en manifestarse. Algunos factores coyunturales han hecho mella en la temporada turística, como el buen tiempo europeo y la recuperación de destinos de competencia, como Egipto o Turquía. Habrá que ver si los malos datos de agosto son flor marchita de un mes o grano picado de una temporada que se avecina mala (es lo que me temo) y eso condicionará las vidas y esperanzas de muchos de los cientos de miles de despedidos del pasado viernes. Seguro que tampoco les hizo ninguna gracia vera los “deprimidos por la vuelta al trabajo”.

martes, septiembre 04, 2018

Locura en el mercado de coches


La información, eso tan etéreo, es una de los condicionantes principales a la hora de que un mercado económico sea más o menos eficiente. Correcta información, que circula entre todos los agentes garantiza transacciones más justas. Falsa información, o asimetrías en torno a quién la posee y no genera enormes distorsiones con ganadores y perdedores, o simplemente perdedores en distinto grado. Stiglitz ganó su Nobel por estudios sobre mercados en los que, por definición, una de las partes sabe algo que la otra no, y cómo eso distorsiona precios. El ejemplo clásico son los seguros, donde (de momento) el particular que los contrata sabe más de los riesgos que corre que la empresa que los vende.

Este agosto ha sido una locura en el mercado de coches en España, y todo por cuestiones de información. Dos han sido las variables fundamentales que lo han condicionado. Por un lado, ya con cierto recorrido, al demonización del diésel y los constantes mensajes penalizadores sobre su uso. El diésel antiguo es un combustible tóxico, sí, pero los vehículos diésel nuevos son tan limpios, o sucios si lo prefieren, como los gasolina equivalentes, pero el concepto diésel está herido y eso influye en las decisiones de compra. Eso ha espoleado las ventas de los últimos y la retirada creciente de los primeros. Por otro lado, y de forma coyuntural, este pasado sábado 1 de septiembre entraba en vigor el nuevo protocolo de anticontaminación europeo, conocido por las siglas WLTP, de tal manera que no se pueden matricular vehículos que no lo cumplan. Esto ha hecho que los concesionarios, que tienen muchos coches en stock, tuvieran a lo largo de agosto que desprenderse de los que ya no iban a poder vender a partir de septiembre ¿Cómo? Dos vías. Una, prematricularlos en el pasado mes para desde el día 1 poder venderlos como vehículos de kilómetro cero, que no deja de ser un segmento d segunda mano, y otra, regalándolos. Ofertas de descuento del 40% o 50% se han visto a lo largo de las últimas semanas en una campaña muy agresiva con tal de quitarse de en medio los coches invendibles que, recordemos, eran nuevos. ¿Consecuencias? Este ha sido el agosto con mayores ventas desde hace muchos años, quizás el mayor del registro histórico, con una cifra que supera con margen los cien mil vehículos. Un dato asombroso. En la serie de ventas anuales agosto va a aparecer como un pico salvaje, precedido de meses que no fueron malos, pero que se mostraron algo más fríos de lo previsto, y seguido más que probablemente por un septiembre de ventas muy inferiores a la media, dado que salvo las necesidades de reposición muchas de las ventas previstas e anticiparon al mes pasado. La distorsión de la serie de ventas es evidente, y en primer lugar les va a causar quebraderos de cabeza a los analistas de datos, que se van a encontrar con unos registros sucios, que esconden un efecto derivado de una serie de informaciones que han distorsionado el mercado. Lo malo es que este hecho puntual de agosto no sería muy grave si no fuera porque los errores de información respecto al diésel, que siguen, como se pudo ver ayer en el episodio del globo sonda del impuesto, están generando un auténtico problema industrial en el sector de la automoción. El desplome de ventas de esa motorización ha cogido por sorpresa a unas fábricas de montaje que, siendo una de las industrias más complejas y eficientes de las que existen, requiere tiempo para realizar ajustes. Varias plantas españolas, como la navarra de Volkswagen, han tenido que cerrar líneas este mes de septiembre y mandar empleados a casa con un ERE temporal porque no tienen motores gasolina para poder montar los vehículos que demanda el mercado. Estas distorsiones bruscas generan costes, profundos, que se transmiten en la cadena productiva al conjunto de proveedores, y que, obviamente, son negativos.

Como he señalado varias veces, el mundo de la automoción está inmerso en una revolución, la de la movilidad, que puede cambiar por completo su forma de trabajar, ser y existir, sin que a día de hoy esté nada claro cuál va a ser el resultado final, ni de las tecnologías que triunfen ni las que logren mantenerse, pero es evidente que un sector tan importante para todas las economías, y ni les cuento para la nuestra, siendo España uno de los principales (y mejores) ensambladores de coches del mundo, requiere una cierta estabilidad y una mirada a largo plazo. Las inversiones que realiza el sector son enormes, en tiempo y volumen financiero, y cambiarlas es complicado y muy costoso. La distorsión de agosto puede ser algo anecdótica con el tiempo, pero es otra señal de un mar de fondo en el mundo del automóvil que no deja de agitarse.

lunes, septiembre 03, 2018

Si, cambiemos la hora, volvamos a Greenwich


Son la 07:54 de la mañana en Madrid en el momento en el que escribo esto y, tras la tosmenta de la pasada noche, algunas nubes se mueven por un cielo que en Madrid es aún más oscuridad que amanecer. Perdemos más de un minuto de luz tanto en la salida como en la puesta del sol, y si hace unas semanas llegaba a esta hora a la oficina a pleno sol ahora la cosa es bien distinta, y dentro de unas pocas lo haré en la más absoluta oscuridad del otoño ya entrado. Alcanzaremos el mínimo de horas de luz natural en el solsticio de invierno, aunque ya saben que el amanecer más tardío y el anochecer más temprano no tienen por qué coincidir exactamente con esa jornada.

La Comisión Europea ha tirado de televoto para declarar algo que ya era bastante sabido, que es la irrelevancia económica del proceso de cambio horario que se realiza en la UE, y no sólo, desde hace décadas. Recordemos que esta medida se implantó para ahorrar dinero, porque con la crisis del petróleo de los años setenta el coste de la energía se disparó. Los sistemas de iluminación de entonces y, sobre todo, la existencia de horarios de trabajo mucho más rígidos, hacía que tuviera sentido, y efecto, una medida como esta. Con el paso de los años la tecnología ha avanzado mucho, se ha reducido nuestra dependencia del crudo y la complejidad del sector servicios, el dominante en nuestras economías, hace que la hora de entrada y (me temo que sobre todo) salida del trabajo sea algo flexible. Año a año el pretendido ahorro es menor, y crecientes han sido las voces que abogaban por dejar de hacer esa rutina del cambio de manecillas o dígitos. La Comisión se apunta a esta idea y propone, en efecto, eliminarla, dejando a cada país que sea el que decida con qué horario se queda, si con el de verano o el de invierno. Los países más septentrionales tienen querencia por el de verano, porque así al menos durante una parte del año tienen tardes largas que compensar sus cortísimos días de invierno, sea cual sea el horario con el que se midan. A medida que nos desplazamos al sur la distorsión entre el día de verano e invierno es menor, por lo que debiera ser el criterio natural el que predominase, entendiendo como natural el de escoger la hora más cercana al meridiano que nos toca. En España es sabido que, por decisión franquista, se adelantó la hora que teníamos desde que se establecieron los husos horarios para acompasarla con el llamado horario central europeo, que rige en París o Berlín. Hasta entonces teníamos el de Londres, que es una hora menor que el central europeo, que está marcado por el meridiano de Greenwich, que pasa por el este de nuestro país. Esa decisión de cambio de hora era política, y luego, tras el final de la II Guerra Mundial, se decidió no tocar lo establecido aunque eso supusiera que íbamos con la hora de un Berlín que, o era territorio aliado o comunista, ambos enemigos acérrimos del franquismo. Así hasta ahora. Por ello, en el llamado horario de inviernos vamos con una hora de desfase sobre el horario natural que nos corresponde, y cuando cambiamos al de verano, la distorsión se duplica, siendo de dos horas. Amanece tarde y anochece tardísimo, hasta llegar a casos como Galicia, donde pasadas las 22:30 de la noche puede ser pleno día en verano, algo absurdo. Por ello, en el debate abierto sobre si tenemos que quedarnos con el horario de verano o de invierno, resultado que en la práctica deberá determinarse dentro de uno o dos años, lo lógico sería decantarse por el de invierno, porque la distorsión es menor, pero lo mejor sería retrasar dos horas el reloj respecto a lo que marca ahora mismo, a 3 de septiembre, y que nuestra hora fuera la de Reino Unido, Portugal o Canarias, que es la que nos toca por posición, siendo una menos que la que señalaría en París, Bruselas, Roma o Berlín. Como ven, es una decisión que también tiene su lectura política en clave europea

Una vez abierto el debate, hay argumentos para todos los gustos, y opiniones a favor y en contra de uno u otro horario. Dado el peso del turismo y la hostelería en nuestro país existe mucha presión para mantener el horario de verano, que distorsiona las tardes, en la idea de que se facturará más cuanto más en la terraza o chiringuito cuanto más larga sea la tarde, idea que no resalta el hecho de que, haciendo calor, es por la noche cuando más llenos están esos establecimientos. En fin, nos espera un acalorado debate al respecto, en el que como siempre, dentro de nuestro sinsentido, se producirá una división territorial e ideológica irreconciliable entre uno y otro horario, volviendo a mostrar que una cosa es la hora y otra el siglo, retrógrado, en el que viven muchos de los que nos rodean.