viernes, septiembre 28, 2018

El fin de la privacidad


Una de las reflexiones que me han surgido a la luz de las grabaciones de Villarejo es que este sujeto era un adelantado a su tiempo. Ayer cumplió google veinte años, pero antes de eso el presunto comisario se dedicaba a grabar y almacenar vidas, a conocerlas en detalle, como lo hace el querido buscador, y a clasificar esa información por si fuera de interés en el futuro usarla o acceder a ella. Es un sistema muy retorcido de extorsión, sobre todo por el enorme volumen de información que posee el sujeto, y el trabajo que le habrá costado conseguirla y guardarla, pero en cierto modo Villarejo hacía de Google cuando el buscador aún no existía.

Y dado que nuestras vidas hoy en día están tan monitorizadas por las aplicaciones y los servicios de internet que tanto saben de nosotros, y cuentan con nuestra propia disposición a contar intimidades en el caso de que ellas no puedan acceder a ellas, da mucho repelús que esa información pueda ser utilizada no ya por los muchos Villarejos que en el mundo hay, sino directamente por los gobiernos o empresas, cuyos fines y objetivos serán, en muchas ocasiones, distintos de los nuestros. Se ha dicho, y es verdad, que ninguno aguantaríamos el escrutinio público de una charla convencional en una cena de amigos, o de un acto privado en el que nos sabemos resguardados de los ojos ajenos. Esto es así y así debe ser, porque la privacidad es el ámbito de lo íntimo, en todos los sentidos, y debemos saber y ser conscientes de la seguridad de no ser violentados en ese punto. ¿Asistimos a la muerte de la privacidad? En gran parte sí. Quizás sea una de las derivadas más inesperadas e inquietantes del actual progreso tecnológico, que ya ofrece herramientas para monitorizar vidas de una manera que hasta hace poco nos parecía propia de películas de ciencia ficción, de las que pintan un mundo tétrico. El programa de crédito social chino, que otorga puntos y multas a los ciudadanos en función de su comportamiento público, sólo es posible en una sociedad hiperconectada tecnológicamente como la nuestra, y es el primer experimento real de uso y abuso de la total información de los ciudadanos por parte del estado, en este caso poseedor de un componente totalitario que ya se daba antes de que tecnología moderna alguna se implantase en el país del dragón., Este control social es fuente de estabilidad, porque la gente actúa temerosa ante las consecuencias de portarse como no es debido, siendo lo debido lo que el régimen imponga. ¿Posee cosas buenas? Sí, en el sentido de que la paz social que genera será estable y generalizada, pero es una paz falsa, la que se deduce de una sociedad que realiza cada día el teatro de fingir lo que no es para que el poder no le castigue. ¿Acaso hay grandes diferencias con respecto a la distopía orwelliana? No muchas, la verdad. Un desarrollo masivo de este tipo de técnicas crearía sistemas de delación y chivatazo de todo lo que ocurre en la vida íntima de los demás porque, a buen seguro, serían recompensados con puntos canjeables por méritos o bienes. Se podría llegar a la perfección de que el sujeto, incentivado a ello, sea el principal colaborador del sistema de espionaje, y que la tecnología sea el recolector y acumulador de información, pero no el agente dominante que la extraiga. Quizás la peor dictadura es la deseada, la autoimpuesta, y no descarten que algo así se pueda producir no ya en un futuro lejano, sino a la misma vuelta de la esquina. El internet de las cosas y su omnipresencia nos va a colocar dispositivos en todos los puntos de nuestra vida que, queramos o no, nos verán, seguirán y controlarán. A veces por nuestro bien, otras, les aseguro, no tanto.

La autocensura que nos imponemos, conscientes o no, al escribir artículos o tuitear por el miedo a la reacción que pueda suscitar que tan bien denuncia Pérez Reverte es la primera losa de todas las que vendrán en el futuro con la idea de cercenar nuestra libertad, de acotarla, de controlarla hasta el extremo. Llegaremos a esa autocensura perfecta sin que nos demos cuenta y entonces veremos como normal lo que hasta hace pocos años nos parecía un atropello (y lo era) a nuestra libertad de expresión. Y de ahí en adelante, todo lo demás. Y gobiernos y grandes empresas rentabilizando y garantizándose el control del poder. ¿Es esto una pesadilla? No, parece que es simplemente lo que estamos empezando a vivir. De momento nuestras habitaciones en el hogar parecen inviolables, pero créanme, se hará y haremos lo necesario para que dejen de serlo. ¿Les gusta? A mi no.

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