miércoles, septiembre 19, 2018

Londres imparable


Uno lee cosas sobre lo que sucede en el exterior y se crea imágenes que pueden resultar ciertas o no, ya que al llegar a los sitios de los que ha leído es cuando comprueba hasta qué punto le leído se ajusta a la realidad. También la impresión del observador puede ser distorsionada, porque siempre se aprecia una pequeña parte de la realidad, pero la imagen general que se obtiene debe cuadrar con lo que se supone que se sabe para que no haya una sensación de distorsión, de chirrido, de grietas que no debieran estar y que se hacen más grandes a medida que el contraste avanza. Esas grietas han crecido cada día que he pasado en Londres.

En teoría el Brexit nos va a hacer daño a todos, a nosotros menos y a los británicos más. Y llega uno a Londres y encuentra una ciudad desatada, descontrolada, poblada de grúas por todas partes que no dejan de levantar nuevas torres de oficinas o de carísimos apartamentos. No hay zona de la ciudad que no posea un nuevo desarrollo inmobiliario en progreso que, sumado a los que ya se han concluido, han trasformado por completo el perfil de una ciudad que ya es inabarcable a lo plano y que empieza a serlo a lo alto. Complejos como la City o el Cannary Wharf, que hasta hace poco exhibían rascacielos en número manejable se han convertido en auténticos cogollos, minimanhattans en los que una nueva torre suplanta a la anterior como la más alta y donde la última joya apenas ya es visible oculta por todas las demás. El capital que alimenta todos estos proyectos es enorme, tanto como el número y dimensión de los mismos, y tiene pinta de que la ciudad se ha convertido en el destino de muchos ahorros de millonarios asiáticos y árabes, que son los principales promotores de estos complejos. Apartamentos que empiezan sus ventas en precios en millón de libras, y que suben hasta varios millones a medida que los metros, tampoco exagerados, y la altura del piso, envidiable, crecen y crecen. ¿Quién puede comprar todo eso ¿ No parece que sean accesibles al trabajador de a pie, al que forma parte de la mítica y mayoritaria clase media británica. Barrios como Chelsea o Mayfair, hasta hace poco lugares de exclusividad para los ricos de la ciudad, se han extendido, no en dimensión ni en edificaciones, pero sí en concepto, para albergar a clases pudientes de medio mundo que han encontrado en Londres su lugar de residencia, trabajo y, desde luego, ocio. Y al calor de todas esas inversiones, desarrollos y capitales entrantes, la actividad comercial y de negocio de la ciudad no deja de crecer. Las riadas de gente que cada día entran y salen de la urbe son tan enormes como asombrosas, y muestran el dinamismo de una economía local que sigue a su rollo, ajena a ese temor del brexit que sobrevuela conversaciones y noticias sin cesar, y que se ve capaz de superar lo que le echen, como ya lo hizo en décadas pasadas. El “commuter” ese residente que vive en las afueras de la ciudad y que va y vuelve todos los días de su casa al trabajo, es un invento británico, según creo, y el concepto está en plena forma. Ayudado por el despiadado mercado inmobiliario de la ciudad, que hace inaccesibles la compra y el alquiler, los extraradios de Londres crecen sin cesar a lo largo del Támesis y sus orillas, creando una ciudad gigantesca que, a kilómetros de alcanzar su corazón, se convierte ya en una trama desordenada de calles, casas, tiendas, comercios y, ocasionalmente, torres de pisos. Y al fondo, la perspectiva de los cogollos centrales de la ciudad, que cada vez son visibles desde zonas más distantes dada sus dimensiones. La sensación que da la ciudad es de actividad intensa, de trabajo sin fin y de crecimiento económico.

¿Es cierta esa imagen? ¿Es una parte de la historia peo oculta otra? Probablemente, por lo que he oído, lo que sucede fuera de Londres es distinto, y la actividad del resto del país está mucho más alicaída. Y en la propia ciudad las desigualdades han crecido a la par que lo han hecho esas moles que reflejan inversiones calientes y, a veces, muy ajenas a la idiosincrasia local. Pero es evidente que, paseando por sus calles, se observa un bullicio y agitación en la que, sí, hay turistas, pero también locales, en una trama urbana llena de oportunidades. Dura y competitiva como pocas, Londres ofrece ahora mismo una imagen de pujanza que llama la atención al visitante, y la sitúa entre las ciudades más dinámicas e importantes del mundo. Como pensaba una tarde en un descanso de mis paseos, París está hecha para gastar dinero, pero Londres es donde ese dinero se crea. Y se nota.

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