Pese
a lo que les comentaba ayer sobre la pujanza de Londres, bastaba con poner unos
pocos minutos los informativos en televisión o echar un vistazo a los
periódicos para constatar que el brexit sigue siendo el gran problema interno
del país, que ha logrado fracturar todos los estamentos y estructuras y que, a
medida que se acerca el plazo para consumarlo, genera una división y
enfrentamientos cada vez mayores. Si la economía de la city es pujante, el
marasmo político es tan inmenso como las nuevas torres que flanquean las callejuelas
financieras. Y si estas segundas parecen sólidas, está por ver si lo primero
las hará rentables y llenará de actividad.
Básicamente
hay tres grupos de opinión en el país sobre qué es lo que debe suceder. Uno es
el de los anti brexit, que engloba a gran parte de las clases urbanas,
empleados de servicios y representantes de finanzas, comercio y sectores
modernos. Siguen desesperados por el resultado del referéndum y claman porque
UK se dé la vuelta, solicitando incluso la convocatoria de un segundo
referéndum para volver a ser Europa en condiciones. Políticamente esta postura
la encabezan figuras como el
actual alcalde de Londres, Sadiq Khan, que ha manifestado públicamente la
necesidad de esa nueva consulta. Khan es laborista, pero no representa el
sentimiento común de su partido, liderado por un Jeremy Corbyn que nada entre
dos aguas y que no es capaz de poner el europeísmo en la agenda de su partido
porque tampoco cree en él. Envuelto en polémicas antisemitas y caracterizado
por una visión política más propia del trasnochado izquierdismo de los ochenta,
Corbyn no parece estar más cerca de las tesis del brexit blanco. Esta es la
segunda corriente, que parece de momento la dominante, y que es la que rige en
el gobierno que encabeza la conservadora May. Los blandos, por así llamarlos,
quieren acceder a un brexit de menú de desayuno de hotel, que les permita
separarse de la UE pero quedándose en el mercado único. Buscan disfrutar de las
ventajas del club europeo sin ser parte de él ni cargar con los costes de su día
a día. Es una posición que, vista desde fuera, resulta algo egoísta y teñida de
un componente de ingenuidad muy elevado. Las propuestas que está elaborando el
gobierno a este respecto son ambiguas, queriendo quedarse en la tierra de
nadie, y desde Bruselas se insiste que así no se va a ninguna parte. No son
partidarios de un segundo referéndum y tratan de descafeinar en lo posible las
consecuencias del primero. El tercer grupo, el de los duros, es el de los partidarios
del Brexit sin complejos, de la salida casi total del concepto de Europa. Su
postura en la negociación es la de pedir unos máximos en derechos y casi nada
en compensaciones, no teniendo miedo alguno a que no se llegue a un acuerdo en
la fecha límite, 29 de marzo del año que viene. Sus ataques, curiosamente, no
se dirigen tanto a la propia UE como a las facciones conservadoras que
defienden la postura blanda. Encabezados por parte del partido conservador, y
algunos laboristas infiltrados, atacan día tras día a May y a su gobierno, acusándolos
de cobardes y de traicionar el espíritu del referéndum. Son quizás la fracción
más ruidosa de las tres, aunque probablemente la más numerosa, y no cesan en
sembrar rumores sobre la posibilidad de hacerse con el gobierno y descabezar a
May, de una manera similar a como aquí Sánchez echó a Rajoy. Poseen cabeceras de
prensa influyente, sensacionalistas en muchos casos, que les sirven de altavoz
para pregonar su discurso y se muestran convencidos y combativos. Entre estas
tres posturas se posiciona el debate, que como vemos ha fragmentado a los
tradicionales grandes partidos británicos, y que amenaza incluso con generar
escisiones en algunos de ellos.
Poner
la tele y seguir las noticias sobre el brexit en Reino Unido supone, en la práctica,
asistir a un escenario de división absoluta y total enfrentamiento rentre
posturas irreconciliables, que muestran un marasmo político de primer orden. Entre
advertencias de los costes económicos del proceso y de lo que supone el cierre
de mercados o su encarecimiento para un país que importa el 40% de la comida
que consume, día tras día se producen debates, entrevistas y encuentros que
acaban sin acuerdo alguno y que recuerdan, en parte, a nuestro caótico
escenario político. El país se encuentra sumido en un marasmo político y social
al respecto y no tengo ni idea de cómo va a acabar todo esto. Yo me apuntaría a
la segunda consulta y a que los proeuropeos la ganásemos, pero creo que es el
escenario que cuenta con menos probabilidades. A saber.
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