viernes, septiembre 07, 2018

“Garganta profunda” en La Casa Blanca contra Trump


¿Será el de esta semana el escándalo definitivo que arruine la presidencia de Trump y le haga abandonar el cargo? Antes de que alguno descorche el champán que largamente está conservado, aconsejo prudencia. El de “esta semana” es el último de una serie de escándalos, polémicas y revelaciones que, en cualquier otro caso, hubieran bastado y sobrado para derribar la figura presidencial, pero si algo demuestra Trump es que también es anómalo en este sentido. Ya lo dijo en campaña, “podría ahora ponerme a disparar a la multitud en Times Square y me votarían igualmente”. Quizá, al paso que vamos, algún día lo hará, y entonces comprobaremos si ni siquiera eso es suficiente para que su mandato expire.

El artículo anónimo del New York Times no revela nada que no se supiera de antemano. Si se ha leído “Ruido y furia, de Michael Wolff podrá asistir a revelaciones similares noveladas de una manera profesional, y recuerden que aquel momento fue considerado como muchos el final de la presidencia, y desde entonces varios han sido los escándalos que se han sucedido. Sin embargo, dos son las novedades que, a mi entender, aporta el texto, que afectan a las dos instituciones que libran este pulso. Por una parte, en este caso no se puede acusar al autor del libro, Wolff entonces, Boodward ahora en un nuevo texto de muy reciente publicación, de distorsionar las palabras de los testigos y ser el creador del relato, dado que el testimonio es, en este caso, escrito directamente por la fuente, que trabaja en la Casa Blanca. Por lo tanto, todas las historias que hemos escuchado de funcionarios y personal de aquel centro de poder que asisten, atónitos, a su demolición y desprestigio, y tratan de evitarlo, cobran plena verosimilitud en boca, mejor dicho texto, de uno de ellos. No estamos ante una novela o ensayo, sino ante el testimonio directo de una fuente. El otro factor diferencial es el papel que adopta el periódico al publicar un texto anónimo, cuya fuente se supone es conocida y creíble, dado que se juega mucho si finalmente esto no es así. Afirma el NYT que no va a revelar quién es el confidente que cuenta esta historia, en lo que está llamado a ser un nuevo episodio de “garganta profunda”, la anónima fuente que en su momento resultó esencial para desvelar la trama del caso Watergate. Muchos años después supimos quién era el autor de aquellas revelaciones, y la prensa, en su derecho, mantuvo el secreto mientras la fuente así se lo solicitó. Es una actitud habitual de los medios, a la que tienen derecho, y posee su lógica, pero les pone en un serio brete al hacerles defender argumentos sin que puedan explicitarlos hasta el final. Y todo en un contexto muy distinto al del caso de Nixon, no porque este presidente sea mucho más querido (más bien lo contrario) sino por la debilidad en la que viven hoy en día los medios impresos, tanto por la revolución tecnológica como la posición financiera en la que han quedado y, desde luego, por el ataque constante, fiero e implacable que sufren desde la propia presidencia de Trump. Hubiera sido inaudito que Nixon cargase contra los medios un día sí y otro también y les acusara de falsos, mentirosos, traidores y otras lindezas por el estilo, pero es lo que hace desde antes de llegar a la presidencia. La guerra que viven ahora mismo la prensa y la Casa blanca debilita a ambos, y no me queda muy claro cuál de las dos partes es más vulnerable. En el escenario de polarización absoluta que se vive en EEUU, y también en nuestros países, el votante de Trump tiene tanta fe en él como odio a los que le atacan, y ve al NYT y otros medios como traidores a la patria, opositores enmascarados y sembradores de mentiras. Así, en un ambiente cada vez más tóxico, es probable que de estos enfrentamientos sólo salgan perdedores, de mayor o menor grado, pero todos dejándose algo en una batalla que no parecen poder ganar.

Lo único que realmente puede hacer perder poder real a Trump son las elecciones de mitad de mandato, que se celebrarán en dos meses. Ahora mismo los republicanos controlan ambas cámaras y eso hace que todo lo que firme Trump sea respaldado y entre en vigor. Si pierden una de ellas la presidencia quedará tocada, y ya vimos que los últimos años de Obama, con ambas cámaras perdidas, fueron ejercicios baldíos. Pero las cámaras se pierden en las elecciones, y no en los editoriales. ¿Seguirán los votantes de Trump votándole, aunque esté a punto de ponerse a disparar contra ellos? Esa es la pregunta trascendente, y de momento, según señalan las encuestas, el sí gana al no.

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