¿Será
el de esta semana el escándalo definitivo que arruine la presidencia de Trump y
le haga abandonar el cargo? Antes de que alguno descorche el champán que largamente
está conservado, aconsejo prudencia. El de “esta semana” es el último de una
serie de escándalos, polémicas y revelaciones que, en cualquier otro caso,
hubieran bastado y sobrado para derribar la figura presidencial, pero si algo
demuestra Trump es que también es anómalo en este sentido. Ya lo dijo en
campaña, “podría ahora ponerme a disparar a la multitud en Times Square y me
votarían igualmente”. Quizá, al paso que vamos, algún día lo hará, y entonces
comprobaremos si ni siquiera eso es suficiente para que su mandato expire.
El
artículo anónimo del New York Times no revela nada que no se supiera de
antemano. Si se ha leído “Ruido y furia, de Michael Wolff podrá asistir a
revelaciones similares noveladas de una manera profesional, y recuerden que
aquel momento fue considerado como muchos el final de la presidencia, y desde
entonces varios han sido los escándalos que se han sucedido. Sin embargo, dos son
las novedades que, a mi entender, aporta el texto, que afectan a las dos
instituciones que libran este pulso. Por una parte, en este caso no se puede
acusar al autor del libro, Wolff entonces, Boodward ahora en un nuevo texto de
muy reciente publicación, de distorsionar las palabras de los testigos y ser el
creador del relato, dado que el testimonio es, en este caso, escrito directamente
por la fuente, que trabaja en la Casa Blanca. Por lo tanto, todas las historias
que hemos escuchado de funcionarios y personal de aquel centro de poder que
asisten, atónitos, a su demolición y desprestigio, y tratan de evitarlo, cobran
plena verosimilitud en boca, mejor dicho texto, de uno de ellos. No estamos
ante una novela o ensayo, sino ante el testimonio directo de una fuente. El
otro factor diferencial es el papel que adopta el periódico al publicar un
texto anónimo, cuya fuente se supone es conocida y creíble, dado que se juega
mucho si finalmente esto no es así. Afirma el NYT que no va a revelar quién es
el confidente que cuenta esta historia, en lo que está llamado a ser un nuevo
episodio de “garganta profunda”, la anónima fuente que en su momento resultó
esencial para desvelar la trama del caso Watergate. Muchos
años después supimos quién era el autor de aquellas revelaciones, y la prensa,
en su derecho, mantuvo el secreto mientras la fuente así se lo solicitó. Es una
actitud habitual de los medios, a la que tienen derecho, y posee su lógica,
pero les pone en un serio brete al hacerles defender argumentos sin que puedan
explicitarlos hasta el final. Y todo en un contexto muy distinto al del caso de
Nixon, no porque este presidente sea mucho más querido (más bien lo contrario)
sino por la debilidad en la que viven hoy en día los medios impresos, tanto por
la revolución tecnológica como la posición financiera en la que han quedado y,
desde luego, por el ataque constante, fiero e implacable que sufren desde la
propia presidencia de Trump. Hubiera sido inaudito que Nixon cargase contra los
medios un día sí y otro también y les acusara de falsos, mentirosos, traidores
y otras lindezas por el estilo, pero es lo que hace desde antes de llegar a la
presidencia. La guerra que viven ahora mismo la prensa y la Casa blanca
debilita a ambos, y no me queda muy claro cuál de las dos partes es más
vulnerable. En el escenario de polarización absoluta que se vive en EEUU, y también
en nuestros países, el votante de Trump tiene tanta fe en él como odio a los
que le atacan, y ve al NYT y otros medios como traidores a la patria, opositores
enmascarados y sembradores de mentiras. Así, en un ambiente cada vez más tóxico,
es probable que de estos enfrentamientos sólo salgan perdedores, de mayor o
menor grado, pero todos dejándose algo en una batalla que no parecen poder
ganar.
Lo
único que realmente puede hacer perder poder real a Trump son las elecciones de
mitad de mandato, que se celebrarán en dos meses. Ahora mismo los republicanos
controlan ambas cámaras y eso hace que todo lo que firme Trump sea respaldado y
entre en vigor. Si pierden una de ellas la presidencia quedará tocada, y ya
vimos que los últimos años de Obama, con ambas cámaras perdidas, fueron
ejercicios baldíos. Pero las cámaras se pierden en las elecciones, y no en los
editoriales. ¿Seguirán los votantes de Trump votándole, aunque esté a punto de
ponerse a disparar contra ellos? Esa es la pregunta trascendente, y de momento,
según señalan las encuestas, el sí gana al no.
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