lunes, septiembre 03, 2018

Si, cambiemos la hora, volvamos a Greenwich


Son la 07:54 de la mañana en Madrid en el momento en el que escribo esto y, tras la tosmenta de la pasada noche, algunas nubes se mueven por un cielo que en Madrid es aún más oscuridad que amanecer. Perdemos más de un minuto de luz tanto en la salida como en la puesta del sol, y si hace unas semanas llegaba a esta hora a la oficina a pleno sol ahora la cosa es bien distinta, y dentro de unas pocas lo haré en la más absoluta oscuridad del otoño ya entrado. Alcanzaremos el mínimo de horas de luz natural en el solsticio de invierno, aunque ya saben que el amanecer más tardío y el anochecer más temprano no tienen por qué coincidir exactamente con esa jornada.

La Comisión Europea ha tirado de televoto para declarar algo que ya era bastante sabido, que es la irrelevancia económica del proceso de cambio horario que se realiza en la UE, y no sólo, desde hace décadas. Recordemos que esta medida se implantó para ahorrar dinero, porque con la crisis del petróleo de los años setenta el coste de la energía se disparó. Los sistemas de iluminación de entonces y, sobre todo, la existencia de horarios de trabajo mucho más rígidos, hacía que tuviera sentido, y efecto, una medida como esta. Con el paso de los años la tecnología ha avanzado mucho, se ha reducido nuestra dependencia del crudo y la complejidad del sector servicios, el dominante en nuestras economías, hace que la hora de entrada y (me temo que sobre todo) salida del trabajo sea algo flexible. Año a año el pretendido ahorro es menor, y crecientes han sido las voces que abogaban por dejar de hacer esa rutina del cambio de manecillas o dígitos. La Comisión se apunta a esta idea y propone, en efecto, eliminarla, dejando a cada país que sea el que decida con qué horario se queda, si con el de verano o el de invierno. Los países más septentrionales tienen querencia por el de verano, porque así al menos durante una parte del año tienen tardes largas que compensar sus cortísimos días de invierno, sea cual sea el horario con el que se midan. A medida que nos desplazamos al sur la distorsión entre el día de verano e invierno es menor, por lo que debiera ser el criterio natural el que predominase, entendiendo como natural el de escoger la hora más cercana al meridiano que nos toca. En España es sabido que, por decisión franquista, se adelantó la hora que teníamos desde que se establecieron los husos horarios para acompasarla con el llamado horario central europeo, que rige en París o Berlín. Hasta entonces teníamos el de Londres, que es una hora menor que el central europeo, que está marcado por el meridiano de Greenwich, que pasa por el este de nuestro país. Esa decisión de cambio de hora era política, y luego, tras el final de la II Guerra Mundial, se decidió no tocar lo establecido aunque eso supusiera que íbamos con la hora de un Berlín que, o era territorio aliado o comunista, ambos enemigos acérrimos del franquismo. Así hasta ahora. Por ello, en el llamado horario de inviernos vamos con una hora de desfase sobre el horario natural que nos corresponde, y cuando cambiamos al de verano, la distorsión se duplica, siendo de dos horas. Amanece tarde y anochece tardísimo, hasta llegar a casos como Galicia, donde pasadas las 22:30 de la noche puede ser pleno día en verano, algo absurdo. Por ello, en el debate abierto sobre si tenemos que quedarnos con el horario de verano o de invierno, resultado que en la práctica deberá determinarse dentro de uno o dos años, lo lógico sería decantarse por el de invierno, porque la distorsión es menor, pero lo mejor sería retrasar dos horas el reloj respecto a lo que marca ahora mismo, a 3 de septiembre, y que nuestra hora fuera la de Reino Unido, Portugal o Canarias, que es la que nos toca por posición, siendo una menos que la que señalaría en París, Bruselas, Roma o Berlín. Como ven, es una decisión que también tiene su lectura política en clave europea

Una vez abierto el debate, hay argumentos para todos los gustos, y opiniones a favor y en contra de uno u otro horario. Dado el peso del turismo y la hostelería en nuestro país existe mucha presión para mantener el horario de verano, que distorsiona las tardes, en la idea de que se facturará más cuanto más en la terraza o chiringuito cuanto más larga sea la tarde, idea que no resalta el hecho de que, haciendo calor, es por la noche cuando más llenos están esos establecimientos. En fin, nos espera un acalorado debate al respecto, en el que como siempre, dentro de nuestro sinsentido, se producirá una división territorial e ideológica irreconciliable entre uno y otro horario, volviendo a mostrar que una cosa es la hora y otra el siglo, retrógrado, en el que viven muchos de los que nos rodean.

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