La
información, eso tan etéreo, es una de los condicionantes principales a la hora
de que un mercado económico sea más o menos eficiente. Correcta información,
que circula entre todos los agentes garantiza transacciones más justas. Falsa
información, o asimetrías en torno a quién la posee y no genera enormes
distorsiones con ganadores y perdedores, o simplemente perdedores en distinto
grado. Stiglitz ganó su Nobel por estudios sobre mercados en los que, por
definición, una de las partes sabe algo que la otra no, y cómo eso distorsiona
precios. El ejemplo clásico son los seguros, donde (de momento) el particular
que los contrata sabe más de los riesgos que corre que la empresa que los
vende.
Este
agosto ha sido una locura en el mercado de coches en España, y todo por
cuestiones de información. Dos han sido las variables fundamentales que lo han
condicionado. Por un lado, ya con cierto recorrido, al demonización del diésel
y los constantes mensajes penalizadores sobre su uso. El diésel antiguo es un
combustible tóxico, sí, pero los vehículos diésel nuevos son tan limpios, o
sucios si lo prefieren, como los gasolina equivalentes, pero el concepto diésel
está herido y eso influye en las decisiones de compra. Eso ha espoleado las
ventas de los últimos y la retirada creciente de los primeros. Por otro lado, y
de forma coyuntural, este pasado sábado 1 de septiembre entraba en vigor el
nuevo protocolo de anticontaminación europeo, conocido por las siglas WLTP, de
tal manera que no se pueden matricular vehículos que no lo cumplan. Esto ha
hecho que los concesionarios, que tienen muchos coches en stock, tuvieran a lo
largo de agosto que desprenderse de los que ya no iban a poder vender a partir
de septiembre ¿Cómo? Dos vías. Una, prematricularlos en el pasado mes para
desde el día 1 poder venderlos como vehículos de kilómetro cero, que no deja de
ser un segmento d segunda mano, y otra, regalándolos. Ofertas de descuento del
40% o 50% se han visto a lo largo de las últimas semanas en una campaña muy
agresiva con tal de quitarse de en medio los coches invendibles que,
recordemos, eran nuevos. ¿Consecuencias? Este
ha sido el agosto con mayores ventas desde hace muchos años, quizás el
mayor del registro histórico, con una cifra que supera con margen los cien mil
vehículos. Un dato asombroso. En la serie de ventas anuales agosto va a
aparecer como un pico salvaje, precedido de meses que no fueron malos, pero que
se mostraron algo más fríos de lo previsto, y seguido más que probablemente por
un septiembre de ventas muy inferiores a la media, dado que salvo las
necesidades de reposición muchas de las ventas previstas e anticiparon al mes
pasado. La distorsión de la serie de ventas es evidente, y en primer lugar les
va a causar quebraderos de cabeza a los analistas de datos, que se van a
encontrar con unos registros sucios, que esconden un efecto derivado de una
serie de informaciones que han distorsionado el mercado. Lo malo es que este
hecho puntual de agosto no sería muy grave si no fuera porque los
errores de información respecto al diésel, que siguen, como se pudo ver ayer en
el episodio del globo sonda del impuesto, están generando un auténtico problema
industrial en el sector de la automoción. El desplome de ventas de esa
motorización ha cogido por sorpresa a unas fábricas de montaje que, siendo una
de las industrias más complejas y eficientes de las que existen, requiere
tiempo para realizar ajustes. Varias plantas españolas, como la navarra de
Volkswagen, han tenido que cerrar líneas este mes de septiembre y mandar
empleados a casa con un ERE temporal porque no tienen motores gasolina para
poder montar los vehículos que demanda el mercado. Estas distorsiones bruscas generan
costes, profundos, que se transmiten en la cadena productiva al conjunto de proveedores,
y que, obviamente, son negativos.
Como
he señalado varias veces, el mundo de la automoción está inmerso en una
revolución, la de la movilidad, que puede cambiar por completo su forma de
trabajar, ser y existir, sin que a día de hoy esté nada claro cuál va a ser el
resultado final, ni de las tecnologías que triunfen ni las que logren
mantenerse, pero es evidente que un sector tan importante para todas las economías,
y ni les cuento para la nuestra, siendo España uno de los principales (y
mejores) ensambladores de coches del mundo, requiere una cierta estabilidad y
una mirada a largo plazo. Las inversiones que realiza el sector son enormes, en
tiempo y volumen financiero, y cambiarlas es complicado y muy costoso. La distorsión
de agosto puede ser algo anecdótica con el tiempo, pero es otra señal de un mar
de fondo en el mundo del automóvil que no deja de agitarse.
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