Theresa
May aguanta al frente del Reino Unido sin que muchos tengan claro aún cómo lo
logra. Asediada desde fuera y, sobre todo, desde dentro de su propio partido,
parece estar cada vez más sola y perder poder a cada minuto que pasa, pero ahí
sigue. Y ayer osó atacar al oso ruso, que actúa en las islas británicas sin
mucha consideración y ninguna prudencia. Acusó
formalmente al GRU (el villano favorito) de estar detrás del intento de
asesinato de Skripal y su hija, y de la muerte accidental de una ciudadana
británica al entrar en contacto con el veneno que los servicios secretos rusos
usaron en el primer, y finalmente fallido, ataque.
Las
caras de los presuntos agentes rusos que ilustran la noticia que les enlazo
bien podrían encontrarse en las portada o solapas de cualquier buena novela de
espionaje de Le Carré, pero no estamos ante ninguna trama inventada, sino ante
un serio asunto, que se repite tras lo sucedido hace años con Litvinenko, y que
muestra tanto el vengativo comportamiento del gobierno de Putin respecto a
aquellos a los que considera traidores como la impunidad con la que sus
servicios secretos se mueven fuera del país, especialmente en un Reino Unido
que parece estar lleno de ellos. Muchos son los oligarcas rusos que han
encontrado en las islas británicas, especialmente en Londres, acomodo a sus
fortunas y vía de escape de la garra de Putin, por lo que este tipo de
actuaciones vengativas, puramente mafiosas, dirigidas en principio hacia ex
agentes rusos, son un buen toque de atención que el Kremlin manda a todos esos
millonarios que han abandonado su patria y las obligaciones con ella (con las
de la mafia “putina” en primer lugar).
“Os tenemos controlados”, “os vemos” viene a ser el mensaje que se obtiene de
estos actos, y la absoluta impunidad con la que se realizan refuerza
notablemente esta idea. Impunidad derivada del poder real, duro, que Rusia
ejerce sin cortapisas, dado que no tiene por qué someterse a opiniones
públicas, medios de comunicación u oposiciones políticas. Para la autocracia
rusa todo es más sencillo que para las regladas democracias occidentales, y si
se considera que a un opositor o periodista crítico se le debe eliminar, se le
elimina y punto. ¿Qué puede hacer Reino Unido ante este caso? Más bien poco. El
conjunto de la UE apenas es capaz de mantener las sanciones que promulgó contra
Rusia tras la invasión de Crimea, y los largos brazos del gas ruso son capaces de
forjar alianzas en el este y Centroeuropa que debilitan una posición común para
aumentarlas. Países como los del grupo de Visegrado contienen una poco
disimulada envidia no de Rusia, que les ha oprimido a lo largo de décadas, pero
sí de Putin como hombre fuerte y la forma en la que rige los destinos de su
nación. Orban y compañía ven en Putin un modelo autocrático, la imagen de lo
que quieren ser, el líder fuerte, carismático y respetado por su pueblo (al que
oprime para que eso siga siendo así) y en el fondo seguro que no ven mal que
actúe con fuerza frente a aquellos que considera traidores a su régimen. Si
ellos no estuvieran limitados por cosas absurdas como constituciones, estados
de derecho, responsabilidad pública o separación de poderes, por citar algunas,
quizás estarían tentados en imitarle, no hasta las últimas consecuencias del
asesinato, pero pudiera ser que el encarcelamiento y la represión de opositores
entrasen en sus planes. Por ahí Putin sólo tiene inconscientes enamorados de su
imagen. Y de otras naciones como Francia poco parece que se puede esperar en la
práctica. Para estas cuestiones España ni cuenta ni existe, dado que para los
asuntos internacionales seguimos mostrando la misma pereza y ausencia de los últimos
siglos, que nos ha condenado a ser una mera comparsa.
Por
eso, quizás, la única opción posible que le quedaba a May era hacer pública la
información, divulgarla a los cuatro vientos, mostrar las caras de los
presuntos atacantes y que algo de vergüenza global caiga sobre un Kremlin al
que eso poco le importa, pero que tampoco le viene bien: Sabe además Reino
Unido que, en todo lo que tenga que ver con Rusia, ya no cuenta con la
colaboración del amigo americano, porque en la Casa Blanca se sienta, quizás,
el mayor admirador de Putin fuera de las murallas de la fortaleza moscovita, y
quién sabe si el hombre que más en deuda está con el sátrapa ruso por su
presunta ayuda para ganar las elecciones de 2016. Sí, Londres está sola, May lo
sabe, y poco más puede hacer que gritar que un par de asesinos están sueltos
por ahí, y señalar a quien les paga y manda.
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