miércoles, diciembre 23, 2015

Resumen de un convulso año 2015

2015 comenzó el 7 de enero, en la calle parisina en la que se encuentran la redacción de Charlie Hebdo, y terminó el 13 de noviembre, no muy lejos de allí, en la sala de conciertos Bataclán. Un año corto, como el corto siglo XX, enmarcado entre dos atentados salvajes, uno con objetivo certero, otro puramente indiscriminado, que han mostrado a Europa, y a todo el mundo, hasta qué punto el terrorismo yihadista se ha convertido en una peligrosa amenaza global que no conoce fronteras ni límites en su capacidad de matar y hacer daño. París ha sido este año la capital sentimental y del dolor global. Su llanto es también el nuestro.

Una París sita en una Europa que ha afrontado, junto con la del terrorismo, otras dos graves crisis que la amenazan en lo más profundo de su ser. Una de ellas es la económica, que no se acaba nunca, otra vez con Grecia como epicentro del temor. Poco antes del verano la temperatura, que ya era demasiado alta en las calles, se disparó entre Atenas y Bruselas, y a punto estuvieron de saltar los plomos. La rendición de Tsipras ante la cruda realidad, no sin que antes la población helena sufriera en sus carnes las consecuencias de su irresponsable política, amainó las aguas, pero el problema griego, y en general, la disfunción económica en el seno de la UE, permanece, y es probable que rebote si, como creo, 2016 será un año económico peor de lo que muchos analistas estiman. La otra gran crisis europea ha sido la de los refugiados, en la que hemos visto lo mejor y lo peor. Lo mejor por parte de quienes huyen del horror, y de algunos que les han acogido, y de naciones como la alemana, que han dado un ejemplo. Lo peor, en la parálisis de la UE en su conjunto, en el levantamiento de fronteras y vallas por doquier, en el auge de populismos nacionalistas en gran parte del continente, especialmente en el este, que basan en el egoísmo y el miedo toda su política, por llamarla así. La crisis de los refugiados ya no sale en los medios, pero su drama, diario, sigue ahí, y no, no hacemos nada para evitarlo. La fuente del problema de los refugiados, el islamismo radical y la guerra de Siria, han sido el gran asunto internacional del año. Siria, por quinto ejercicio, se sigue desangrando en un conflicto salvaje, total, enrevesado hasta lo diabólico, en el que no cesan de aumentar las partes en conflicto. Se han creado grupos de trabajo y conferencias que pretenden auspiciar un plan de paz para la zona, pero se encuentran ante una oscura realidad a la que sólo miramos de reojo, pero que no deja de generar sangre, muerte, destrucción (y sí, obviamente, refugiados) cada día que pasa. No es probable que el año que viene esto cambie mucho. El derrumbe absoluto del precio del petróleo y del conjunto de materias primas, el frenazo de la economía china y la recesión brasileña, la subida de tipos de la FED y la bajada del comercio mundial, aunque sean materias que parecen sólo económicas, han condicionado la política, geoestratégia y vida de gran parte del planeta, y así seguirá siéndolo el año que viene, salvo gran sorpresa. Un año nuevo que vendrá condicionado por las elecciones norteamericanas de noviembre, esperemos que sin el impresentable Donald Trump ni de candidato, y por la amenaza del referéndum de salida de Reino Unido de la UE, el temido “Brexit”.

En España el año económico ha sido mejor de lo esperado, gracias a méritos propios y coyunturas externas. Invadidos por turistas, el PIB ha crecido más de un 3% en medio del constante soniquete del desafío independentista de un cada vez más acosado por sus corruptelas Artur Mas. La política patria ha esperado casi a las campanadas para ofrecernos el parlamento más complejo y divertido de las últimas décadas, y nos mantendrá entretenidos, quizás hasta el hastío, durante buena parte de 2016. Y como era de esperar, no hemos sido relevantes en ninguna de las grandes cuestiones internacionales citadas.

Subo hoy a Elorrio a pasar las Navidades y año nuevo. Salvo sorpresa, el próximo artículo será el martes 5 de Enero de 2016. Disfruten de unas fantásticas fiestas, sean muy felices, y hagan felices a los suyos. Y que nos sigamos leyendo.

martes, diciembre 22, 2015

Mis libros preferidos de 2015

Como todos los años, selección de las novelas y ensayos que más me han gustado en este 2015 entre todas las que he leído

Mejor libro de ficción: El año del verano que nunca llegó, de William Ospina, Editorial Random House, 304 páginas
Mejor libro de no ficción: La música en el castillo del cielo, de Sir John Elliot Gardiner, editorial Acantilado, 928 páginas


* El bar de las grandes esperanzas, de J.R. Moehringer, Duomo editorial, 480
* Hombres buenos, de Arturo Pérez Reverte, editorial Alfaguara, 592 páginas
* Operación dulce, de Ian McEwan, editorial Anagrama, 400 páginas
* El vientre de la ballena, de Javier Cercas, editorial Random House, 336 páginas
* Música para feos, de Lorenzo Silva, editorial Destino, 224 página.
* La rubia de ojos negros, de Benjamin Black (John Banville), editorial Punto de Lectura, 336 páginas.
* Contra la juventud, de Pablo D’Ors, editorial Galaxia Gutemberg, 384 páginas
* Historia y Antología de la ciencia ficción en España, editorial Cátedra, 520 páginas
* Nueva York, historia de dos ciudades. VVAA, editorial Nórdica, 408 páginas
* El huérfano, de Adam Johnson, editorial Booket, 624 páginas

Mejor libro de no ficción: La música en el castillo del cielo, de Sir John Elliot Gardiner, editorial Acantilado, 928 páginas

* Endurance, la prisión blanca, de Alfred Lansing, editorial Capitán Swing, 352 páginas
* Ostende, de Volker Weidermann, Alianza Editorial, 152 páginas
* El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty, editorial Fondo de Cultura Económica, 663 páginas
* En movimiento, de Óliver Sacks, editorial Anagrama, 378 páginas
* Hanns y Rudolf, de Thomas Harding, editorial Galaxia Gutemberg, 384 páginas.
* Política, de David Runciman, editorial Turner, 192 páginas
* Abrir en caso de Apocalipsis, de Lewis Dartnell, editorial Debate, 384 páginas.
* Sarajevo, de Alfonso Armada, Malpaso Ediciones, 208 páginas
* Tierra negra, de Timothy Snyder, editorial Galaxia Gutenberg, 528 páginas
* ISIS, el retorno de la Yihad, de Patrick Cockburn, editorial Ariel, 136 páginas
* Tu pez interior, de Neil Shubin, editorial Capitán Swing, 274 páginas

lunes, diciembre 21, 2015

Bienvenidos al caos de la nueva política española

Dentro de lo que cabe, el terremoto político que vivimos ayer en España estaba descontado, aunque muchos no lo dieran por posible. El bipartidismo, que tan mal se veía en las encuestas, sufre, es verdad, pero obtiene unos resultados muy dignos. La suma PP y PSOE, quizás la opción de gobierno más coherente, alcanza los 213 diputados, y en el mapa provincial los colores azules y rojos dominan de manera aplastante. Sin embargo esos 213 son el registro más bajo de la suma de ambas formaciones desde el principio de la democracia. Y esa diferencia ha ido a parar a Ciudadanos, menos, y a Podemos, más.

El Parlamento que sale de estas elecciones es endiablado. Quien gana, el PP, con 123 escaños, se queda muy lejos de esa frontera absoluta de los 176. Sufre una pérdida de 63 diputados desde su registro anterior, y se encuentra en una posición muy delicada. Su posible intención de realizar un pacto con Ciudadanos, o de vivir a costa de su abstención, ha saltado por los aires tanto por los malos resultados propios como por los, buenísimos pero insuficientes, 40 diputados obtenidos por Podemos. La suma de ambas fuerzas, 163, se queda a 13 lejanos escaños de la absoluta. En el lado de la izquierda el PSOE rompe el suelo de Rubalcaba y saca 90 escaños, su peor resultado. En su extremo se sitúa Podemos, que aúna la marca propia y las formaciones en coalición (qué noche de sumas nos dieron ayer, qué noche) que logra los 69 escaños. La suma de ambos otorga 159, cuatro menos que PP más ciudadanos, y desde luego suficientes para impedir una investidura del PP. ¿Hay otros grupos políticos? Sí, los nacionalistas de siempre, que pierden peso pero, pudiera ser, ganan influencia. Con esta aritmética los 8 escaños que saca el destrozado partido de Artur Mas y los 6 del PNV se convierten en oro puro, ya que sumados a alguno de los grupos antes mencionados nos llevan a superar los ansiados 176. ERC saca el mejor resultado de su historia, 9 escaños, pero es poco probable que vaya a colaborar con alguna de las fuerzas mayoritarias del Congreso. El resto de formaciones, IU y Bildu con dos escaños y Coalición Canaria con uno, son accesorias en lo que hace a la formación de una mayoría estable. ¿Qué escenario tenemos, por tanto, ante nosotros? El caos. Y más del descrito arriba porque esa asociación de las cuatro formaciones en dos bandos que he diseñado es, como mínimo, falsa. Podemos desea, sobre todo, destrozar y suplantar al PSOE, a quien Pablo Iglesias ya atacó con fuerza en su nocturno discurso tras el recuento, y una unión de ambos sería letal para los intereses de Ferraz, y lo saben. Ciudadanos, por su parte, no estaría dispuesto a pactar con un PP encabezado por Rajoy ni sin que esta formación realizara muchas reformas que, en ámbitos como la educación o la corrupción, son líneas rojas señaladas uno y otro día por Rivera y los suyos. La propia figura de Rajoy sea, quizás, lo que más unanimidad suscita en el resto de formaciones, generando un rechazo unánime en todas ellas. Por eso, las combinaciones de gobierno que puedan surgir con estos números, hay bastantes, parece en la mayor parte de los casos inestables, cortoplacistas y sujetas a vaivenes de intereses que pueden dar al traste con las mismas en cualquier momento. Un tiempo nuevo, sí, y muy muy complejo.

El PP, con Rajoy a la cabeza, ganador de las elecciones, debe ser el primero en tratar de buscar un pacto con otras formaciones para garantizar una investidura cuya primera votación, por mayoría absoluta, se celebraría el 13 de Enero. No descarten nada. Ni acuerdos impensables, ni coaliciones con aquellos a los que se odiaba hasta ayer, ni retirada de cabezas de partido, ni candidatos sorpresa, ni por su puesto unas nuevas elecciones en caso de que todas las combinaciones posibles fallen. Por de pronto el Ibex abre en tres cuartos de hora con este escenario político de inestabilidad, que puede estar descontado, o no. Su reacción de hoy será una primera señal a todas las formaciones políticas de la importancia de lo que tienen entre manos. Pase lo que pase, desde luego, no nos vamos a aburrir.

sábado, diciembre 19, 2015

Es verdad, la Fuerza ha despertado

Ayer por la noche, muchos volvimos a vivir la magia del cine. Una magia basada en una historia bien contada, en unos efectos espectaculares, en un relato entretenido, con chispa, con gracia, con intriga, con momentos emotivos, trágicos. Una magia basada en unos personajes que, hace ya mucho tiempo, desde una galaxia muy lejana, dejaron de ser encarnaciones de actores, nombres y referencias, para convertirse en mitos modernos. Ayer la Fuerza, ese concepto etéreo y místico que surgió a finales de los setenta, se desbordó, otra vez, en una sala de cine.

Es muy difícil hablar del Episodio VII de Star Wars sin desvelar algo de lo que pasa a lo largo de su metraje, pero no tenga miedo, amigo lector, porque no voy a cometer semejante sacrilegio. Sólo quiero reiterar el hecho de que, por esta vez, esa inmensa campaña de promoción, marketing y negocio relacionada con la franquicia de las Galaxias está apoyada en una excelente película de aventuras que, en continuo homenaje a sus viejas hermanas IV, V y VI, y orillando las técnicas virtuosas pero efectistas de las, simplemente correctas, películas de la primera trilogía, logra que el público se vuelva a reenganchar a una historia compleja, de buenos y malos, de familias enfrentadas, de sagas que se suceden a lo largo de las décadas en una galaxia por la que no pasa la innovación pero sí la lucha, esperanza y deseo de venganza y redención. Un guión fresco, que contiene la trama necesaria, los giros debidos, y las sorpresas, buenas y malas, que le otorgan credibilidad. Un plantel de actores, veteranos y noveles, que hacen un trabajo muy correcto, especialmente Harrison Ford, que encandilará a todas, todas, todas, y la protagonista femenina, Daisy Riley, que da a su personaje Ray la credibilidad y complejidad necesaria. Un villano correcto, que en línea con las últimas tendencias, se muestran en ocasiones débil, dudoso, poliédrico, que aspira a seguir los pasos de Darth Vader pero que, en ningún caso, ni en el personaje figurado ni en el guión, trata de suplantarlo. Un droide, BB-8, lleno de gracia y personalidad, digno heredero de R2 D2, y unos efectos y presupuesto apabullante, que se distingue en todo momento, pero que se encuentra al pleno servicio de la historia, que no abusa de la realidad virtual y hace que, en todo momento, estemos más pendientes de lo que les pasa a los personajes que del diseño de vestuarios, interiores y demás parafernalia. Una película adulta, con escenas de acción en donde no se abusa de la violencia gratuita, pero que en ningún momento se rehúye de la misma, que es dosificada con tino y que, en las batallas decisivas, se muestra con toda la crudeza y seriedad necesaria. Unas escenas y caracteres que nos devuelven al pasado mítico de la saga y que logran emocionar a los espectadores que, en muchos casos, han visto, hemos visto, las películas viejas y nuevas tantas y tantas veces como para sabérnoslas casi de memoria…. Y una música, una atronadora, incesante, gloriosa música de un John Williams que está en los cielos de esa galaxia mítica, que logra dar cuerpo a cada escena de una manera precisa, certera, completamente ajustada. Sus dos horas, o más, de música, son monumentales y logran cuadrar el círculo que aúna ilusión, añoranza, modernidad y espectáculo en grado sumo.

JJ Abrams, el director, no tenía en sus manos un proyecto, no. Se hizo cargo de un mito moderno, de una responsabilidad inmensa de cara a los seguidores y al pasado de una saga que trasciende más allá del cine. Y su trabajo lo encumbrara a lomos de legiones de fieles que han visto colmadas sus expectativas, sí, pero también y, sobre todo, por los que siguen acercándose al cine en busca de entretenimiento de calidad, disfrute adulto, aventuras con las que pasar un buen rato, divertirse y salir feliz y satisfecho. Abrams, en tiempos de infantilismo digital, ha triunfado. Ha logrado despertar la Fuerza que se creía perdida.

viernes, diciembre 18, 2015

Hoy se estrena Star Wars VII, El Despertar de la Fuerza

Una pantalla oscura, con unas titilantes estrellas de fondo y, de repente, unas letras enormes, redondeadas, de fina silueta amarilla, sin fondo, que permiten ver a las estrellas, y el sonido atronador de una fanfarria que eleva a todo el que lo oiga a una dimensión sideral… Es el inicio de La Guerra de las Galaxias, la cabecera que todo el mundo es capaz de imaginar, el principio de una saga que no deja indiferente a nadie, un icono no ya del cine, sino del imaginario popular que trasciende a todo lo conocido, y que siempre arrastra multitudes. Ha llegado el 18 de diciembre tan esperado. Hoy se estrena el Episodio VII de esta franquicia.

Tengo entrada para asistir al evento esta misma noche, y voy a entrar en la sala de cine con una extraña mezcla de sensaciones. Ilusión, y mucha, porque tras meses, años de espera, en los que han ido saliendo noticias con cuentagotas de cómo iba a ser esta nueva trilogía que ahora se nos presenta, el momento ha llegado. Disney, la nueva propietaria de la marca, ha realizado un ejemplar uso del marketing para aumentar aún más si cabe la ansiedad de los fanáticos de la serie, que son muchos, y ha elevado mucho el listón de las expectativas. Al conocerse que el castillo de Blancanieves se había hecho con la matriz de Lucas film cundió el pánico entre los fieles de la fuerza. “Seguro que nos meten un número musical entre R2D2 y C3PO” pero los avances mostrados de la producción han ido generando la sensación de que estamos ante una película seria, no una versión “Frozen” de la helada batalla de Hoth. Ese temor también tenía una base sólida en el pasado, porque la nueva trilogía, la estrenada a partir de mediados de los noventa, que sitúa los acontecimientos antes de los narrados en la vieja trilogía, supuso una profunda decepción para el público y crítica. Soy de los que al ver las citadas letras amarillas y escuchar la música de John Williams ya me emociono, pero resulta obvio que las películas viejas son mejores que las nuevas, más entretenidas, más serias, más adultas, sin que los efectos especiales se las coman, y sin la presencia de personajes absurdos que acaparan un protagonismo que no tiene sentidos alguno (los recopilatorio de las miles de maneras de asesinar a Jar Jar Bings fueron un clásico en su momento) por lo que, al conocerse que iban a rodarse nuevas películas la citada ilusión se tornó en miedo, miedo a que ese reverso tenebroso de Lucas, esa pasión por el merchandising y el negocio pudiera frente a la necesidad de contar una buena historia. Parece que, por lo que se comenta, Disney ha logrado la cuadratura del círculo, porque es imposible realizar una campaña de marketing más intensa de la que hemos vivido con esta película, cuyas cifras económicas son de auténtico vértigo, y pese a ello se palpa la sensación de que el producto cinematográfico es bueno, de que vamos a ver una buena película de aventuras. Si esto es así estaremos ante un auténtico milagro. El ultimo al que pudimos asistir de este estilo fue “El señor de los anillos” donde tres grandes películas no quedaban sepultadas por una avalancha de monigotes, camisetas, tazas, cortinas, peluches y todo lo imaginable. El negocio fue compatible con el arte. Confiemos en que esta vez también sea así

Por todo ello, acudir hoy al estreno de la película es algo complejo. Las críticas que han ido publicándose a lo largo de la semana han sido bastante favorables, a excepción de la expuesta por Carlos Boyero. No me resisto a enlazarles el fascinante (¿cuándo no?) artículo de ayer de Marta Fernández, afortunada ella que ya la ha visto. Sus palabras son como un bálsamo que genera descanso ante el miedo del seguidor de la saga, y le lleva a las puertas de la sala de cine con la garantía de que va a asistir a algo muy especial. Ya les contaré, no se cómo ni cuándo, mis impresiones sobre la película, pero la cosa promete. Y, por supuesto, que la fuerza les acompañe hoy, el Domingo cuando vayan a votar, y siempre.

jueves, diciembre 17, 2015

Una agresión a un político lo es a todos nosotros, para Mariano Rajoy

17 años. En la imagen se le ve serio, quieto, expectante, pensando su próximo movimiento, aunque no sea pensar precisamente lo que sucede en el interior de su cabeza. De complexión ancha, se mantiene pegado a quien va a ser su víctima, sin separarse de él pero sin hacer movimiento extraño alguno. De repente, coge un impulso feroz, rota su cuerpo de manera perfectamente coordinada y con el puño del brazo izquierdo, el situado más lejos de su víctima, lanza un directo contra la cabeza de la misma que impacta plenamente en su objetivo, despojando de las gafas al agredido, haciendo que se tambalee y dejándolo medio grogui. Con sólo 17 años.

A la salida del local donde, de manera improvisada, las fuerzas de seguridad han reducido al atacante, un grupo de simpatizantes y amigos lo jalean, aplauden y vitorean mientras el agresor, orgulloso, es introducido en el coche que lo va a llevar a comisaría no sin antes levantar los pulgares en un signo de alegría y orgullo por la acción realizada, porque haya llegado a buen término. Esa escena, la del atacante orgulloso y la de los que lo jalean, es la más grave de las que pudimos ver ayer, la del exhibicionismo de la violencia y el apoyo de la misma. Ese chaval sabía lo que iba a hacer, y tenía el apoyo de muchos. Sabía que atentar contra una autoridad es hacerlo contra la institución, que pegar a un político es pegar a sus votantes, que herir a un representante público es herir a una democracia que es la que ha determinado que ese representante lo sea. Toda violencia política busca torcer el resultado de unas urnas, a las que considera débiles, huecas y vacías. Cuando esa violencia política se ejerce trata, sobre todo, de amedrentar a la ciudadanía, de coartar la libertad del votante. En la figura del agredido el violento golpea, pega, dispara, mata, apalea, veja, a todos a quienes le votaron en un momento, o pudieron hacerlo, o lo harán en el futuro. Es el lenguaje del matonismo, del fascismo, frente al de los votos. Durante muchas décadas es lo que día a día hemos vivido en el País Vasco, donde una banda de matones a suelto jaleados por un grupo de la sociedad trataba de amedrentar a todos los que no compartían su xenófoba, fascistoide y racista visión de la sociedad. Hubo momentos en los que ese amedrentamiento fue total, logró excluir a gran parte de la sociedad de la política, por el miedo, por el terror, por la efectividad de una violencia a la que nada ni nadie ponía freno ni castigo. Hoy en día, pasados los años oscuros, ese recuerdo debe permanecer siempre en la memoria, no sólo para homenajear a las víctimas, que también, sino para recordar que la democracia se defiende siempre frente a los violentos que, vestidos de los pelajes e ideologías que en cada momento mejor les venga, tratan de coartarla. Corresponde a los demócratas defendernos de actos que, como los de ayer, provienen de un mismo fanatismo, encauzado mediante visiones religiosas, políticas o de cualquier otro tipo, que alcanzará el máximo grado de violencia a la que pueda acceder, pero que siempre tendrá una idea en mente. La de la dominación de los demás, la destrucción de la libertad y la ley que otorga derechos a todos, la opresión de la mayoría diversa y plural por parte de una minoría homogénea, única, cerrada y cerril, que no admite otra visión del mundo que no sea la suya. La de la implantación de una dictadura que oprima a todos. Ese es el único objetivo de los violentos y totalitarios.

Ayer la cara de Mariano Rajoy encarnó la de todos nosotros. En su rostro todos fuimos golpeados, sus gafas caídas eran la metáfora de nuestros derechos, golpeados y maltrechos, arrancados de su lugar por el puño violento de un fanático. Nada justifica la violencia contra un cargo político. Nada. Nunca. Y hay que repetirlo una y otra vez para que el virus del fanatismo, que siempre, siempre está ahí, no logre arraigar. La democracia vencerá a sus enemigos, pero para ello los demócratas debemos tener siempre claro lo que nos separa de ellos. La ley y el respeto a las ideas. Las nuevas gafas de Rajoy serán la imagen de esa defensa, de esa democracia que, golpeada, sigue y se levanta frente a los violentos.

miércoles, diciembre 16, 2015

Cervantes ya luce, de verdad, en el cielo

Pocas veces tenemos la oportunidad de ver cómo una metáfora se torna en realidad. Habitualmente decimos que el genio literario de Cervantes reluce como el sol, que es la estrella en torno a la que orbitan las otras figuras de la narrativa española y mundial, que su brillo se extiende a lo largo de los siglos y las distancias, que sirve de ejemplo a todos los que alguna vez se han lanzado a la escritura, sabiendo que la luz de su obra siempre estará como guía… muchos son los símiles, acertados, en torno a la inmensa figura del insigne escritor ya  su universal obra. Y hasta ahora eran eso, símiles, metáforas, cervantinos juegos de palabras.

Pero ya no. Desde ayer hay una estrella de verdad, que está en el Universo, que se llama Cervantes, por decisión de la Unión Astronómica Internacional tras la votación popular que tuvo lugar en Internet desde mediados de agosto a finales de octubre. La idea era bautizar con un nombre “humano” al sistema Mu Arae, sito a casi 50 años luz de distancia, muy cerca de aquí en términos astronómicos, en la constelación de Ara. El sistema Mu Arae tiene una estrella en su centro, de tamaño y luminosidad similar al Sol, aunque un poco más vieja y, conocidos hasta la fecha, cuatro planetas que orbitan en torno a ella. La propuesta española, ganadora finalmente, consistía en bautizar como Cervantes a la estrella y poner los nombres de Quijote, Sancho, Rocinante y Dulcinea a los cuatro planetas, en un homenaje interestelar a la más famosa de las obras del genio de Alcalá de Henares. Casi el 70% de los votos recogidos por la UAI se han decantado por esta propuesta, y desde ayer la elección es oficial. El nombre de Cervantes competía con otros que, en general, se decantaban por la mitología clásica. Palmira e Hypatia han quedado como medallas de plata y bronce en este interesante y bello concurso, y resulta llamativa la ventaja en votos que el literato hispánico ha logrado respecto al resto de sus dignos competidores. Así que ya sabe usted, hoy es el día en el que en una constelación que es bastante difícil de ver en España, porque si no me equivoco está sita en el hemisferio sur, brilla la estrella cervantina. Este nombramiento cubre el habitual y crónico déficit de denominaciones nacionales que podemos observar a la hora de ver mapas de cuerpos ajenos, como suelen ser La Luna o Marte. En ellos dominan, por encima de todos, los nombres clásicos de origen latino, pero de haber algún nombre propio no tengan duda alguna de que se tratará de denominaciones anglosajonas. Esto tiene sentido, porque es quién descubre quien nombra. Ver los mapas de California o Florida da una buena idea de qué país es el que los conquistó, lo mismo que un paseo por la Luisiana te hace recordar a un Versalles tropical. La ciencia española, habitualmente arrinconada por la desidia de los gobernantes y, para que negarlo, el desinterés de gran parte de la población, ha visto cómo sus representantes actuaban, en muchos casos, como auténticos quijotes, y a veces de manera literal, tomados por chalados por muchos, debiendo enfrentarse a reales molinos encarnados por administraciones obstaculizadoras, financiación escasa y olvido, y buscando siempre el bálsamo de fierabrás del reconocimiento de su trabajo y la aceptación y validez de sus descubrimientos. En otras naciones, con mayor visión científica y empresarial, saben que sus investigadores son un pilar fundamental de su sociedad, tanto por lo que descubren como por el innegable rendimiento económico que puede surgir de sus trabajos. En estos aspectos, en España, seguimos a años luz de distancia, a veces parece que mucho más lejos aún que la distante, ahora más cercana estrella Cervantes.

Como participante en la votación, creo que lo hice en torno a septiembre, me siento muy alegre por el resultado y por la infinitésima parte del mérito que me corresponde. Y quiero desde aquí dar las gracias a Javier Armentia y a todo el equipo del Pamplonetario que, con la sabiduría de Sancho y el atrevimiento de Quijote, se embarcaron un día en esta aventura a lomos de un Rocinante que hemos acabado siendo miles y miles de personas en todo el mundo, enamorados de la Dulcinea que representa la ciencia, en este caso la Astronomía, y de su hermanamiento con la literatura, en una conjunción estelar de belleza sin par. Suyo es el mérito de lanzarse a esta aventura, y como tal hay que reconocérselo.

martes, diciembre 15, 2015

Bronca a bronca Rajoy Sánchez

Iba el cara a cara ayer por el camino acostumbrado, con dimes, diretes, alternativas, un aspirante correoso que sabía que estaba ante su gran oportunidad y un presidente cancerbero que paraba los golpes y desviaba las preguntas. Unas tablas más o menos esperadas, en un duelo dialéctico intenso, menos rígido que en ocasiones anteriores, sin los corsés habituales, en un escenario sobrio hasta el extremo y con una realización que, como el formato, parecía antigua, demasiado fija y seria. Iba, como decía, la cosa por sus cauces hasta que, en un momento dado, se desmadró, y el programa dejó de ser apto para menores.

Miserable, zafio, ruin (Ruiz, traicionado Rajoy por el subconsciente) indecente… el cruce de lindezas que los candidatos se lanzaron sin pausa ni piedad durante unos minutos de descontrol fue el culmen en la intensidad de un debate que, por momentos, parecía demandar barro sobre el escenario impoluto, dado que guantes y ring serían unos atributos demasiado dignos para lo que podíamos ver. Enzarzados a cuenta de la corrupción, Sánchez y Rajoy ofrecieron la peor versión de sí mismos, la que arroja en el otro la culpa del problema y las acusaciones. Cada uno acudía al debate con una losa propia de corrupción, con mayor agravante en el caso de Rajoy por ser presidente y por haber estado en su mano evitarla. En el caso de los EREs, si bien Sánchez no los creo, tampoco ha hecho nada para explicarlos, pero es verdad que no ha tenido poder para ello (en este caso la culpa recae en Susana Díaz y en sus antecesores). Rajoy, durante el resto de su existencia, será perseguido por el fantasma de Bárcenas, por aquel infame SMS en el que se mostraba preocupado por el futuro de un sinvergüenza propio, de los suyos. Toda su credibilidad en el tema de la corrupción, todas las normas que, a posteriori, implantadas por una insoportable presión popular, puedan haber sido aprobadas, sucumben ante la devastadora imagen de aquel mensaje y la sensación de compadreo que se dio. Rajoy, entonces, ahora y en el futuro, sólo tiene una manera de eludir esa carga, que es pedir perdón por ello cada vez que salga el asunto. No hay otra, nada de lo que diga distinto del perdón será considerado válido por una sociedad, la nuestra, que tolera y se regodea en la corrupción propia pero que ve muy mal la ajena, y más aún cuando la crisis impide la propia. Y esto es así nos guste o no. Y le guste a Rajoy o no. Sánchez, sabedor que ese tema es una herida abierta en el costado de un PP que, incomprensiblemente, se niega a curarla, hecho toda la sal posible en la misma, y eso irritó muchísimo a un Rajoy que perdió los nervios, quizás la única alternativa posible ante las cámaras, aunque no la mejor (pedir perdón). Y el cruce de insultos se disparó, y el debate se convirtió en una especie de “Sálvame” en el que los invitados se ponían verdes unos a otros, regodeándose en sus miserias, mientras la audiencia, asombrada, crecía, como me supongo que pasó ayer. Sólo el Rey, el Rey!!! Juan Carlos I se ha disculpado públicamente por un error cometido, gordo, que fue la gota que le costó su corona, pero se disculpó. Ni el PSOE por los EREs ni el PP por Gürtel han tenido el más mínimo asomo de disculpa ni propósito de enmienda. Sólo el Rey, el Rey!!! Felipe VI tomo la decisión de apartar a su hermana (su hermana) y degradarla, y ni PP ni PSOE han hecho nada parecido con los suyos, implicados en casos de corrupción, salvo cuando han visto que las encuestas les penalizaban mucho. Por eso el debate, el fango de la corrupción de ayer, ensuciaba a ambos y les hacía perder puntos a chorros, más allá de las razones de cada uno.

Imaginaba, después de esa memorable escena, que desafortunadamente tardaremos tiempo en olvidar, la imagen de Albert Rivera o Pablo Iglesias acariciando sus respectivos gatitos de angora desde sus guaridas, contemplando como sus rivales se acuchillaban y enlodazaban en público, arrojándose miserias pasadas y, esta vez sí, mostrándose como viejos políticos de un viejo pasado que mantiene a este país atrapado en sus vicios eternos. Fueron ellos dos los más beneficiados por semejante espectáculo, y saben que a partir del Lunes que viene, cuando probablemente nadie tenga una gran mayoría, esa imagen de bronca será la que pongan sobre la mesa para descalificar a los dos grandes partidos, a los que esperan tener bien agarrados por sus partes innobles.

lunes, diciembre 14, 2015

Atentado en Afganistán

Fue este viernes por la tarde, a lo largo de muchas horas de confusión en lo que lo único que se sabía con certeza es que un ataque talibán estaba afectando a la embajada de España en Kabul. Se dijo en un principio que no había fallecidos, aunque sí, heridos, y que el objetivo del ataque era una casa de huéspedes que se encuentra contigua a la legación española. Lo cierto es que la embajada fue la más afectada por un ataque que, finalmente, se ha saldado con el crudo balance de doce muertos. Dos civiles afganos, cuatro terroristas, cuatro policías afganos y dos policías españoles, que murieron a consecuencia de las heridas de las explosiones y disparos.

Tras años de misiones extranjeras en el exterior, la muerte de militares en accidente o acto de servicio se puede entender como algo más o menos normal, pero la presencia de policías es bastante novedosa en este tipo de misiones, y por ello sus bajas son, afortunadamente, mucho menores. No es este caso, en el que dos jóvenes, padres de familia, vuelven a sus casas para descansar para siempre bajo su tierra. Dejan mujer e hijos pequeños, los últimos poco entenderán de lo que pasa, la primera, demasiado. La globalización, que ha cambiado nuestro mundo y nos ha puesto en bandeja la comunicación, producción y consuno sin límites, nos ha traído también su dosis de peligro. Resulta incomprensible pensar que alguien nacido en, por ejemplo, La Bañeza, de donde procedía el primero de los fallecidos, pueda acabar muriendo en un lugar tan lejano e inhóspito como Afganistán, pero es así. No prestamos la atención debida a la información internacional, pero el mundo al que nos dirigíamos hace tiempo, y al que hemos llegado, es tal que nuestra crisis financiera puede ser desatada por una hipoteca quebrada en Nueva Orleans o causar la muerte de un par de policías españoles a manos de unos integristas coránicos en la otra punta del mundo. En esta misma campaña electoral la atención que las fuerzas política, todas ellas, están destinando a lo internacional es, tristemente, nula. Ni una palabra sobre nuestro papel en las crisis que hay ahora mismo abiertas en el mundo, apenas algunas declaraciones forzadas por la prensa sobre la postura española en la recientemente terminada cumbre del cambio climático de París, ni idea sobre qué opina nuestros representantes, presentes y futuros, sobre la situación de Siria, o Libia, pero es que tampoco se oye palabra alguna sobre la intención británica de celebrar un referéndum sobre su permanencia en la UE, el problema del llamado “Brexit”, o sobre la gestión de los refugiados, donde lo único que parece claro es que nos hemos desentendido del todo. Esta ausencia de perfil exterior, de jugar al escondite frente a lo que sucede allende nuestras fronteras, hace que gran parte de la opinión pública ni entienda ni se sienta concernida por esos problemas, hasta que le salpican, claro está, porque eludirlos no implica estar a salvo de ellos. Ejercemos como sociedad un infantilismo muy preocupante respecto a lo que pasa fuera de nosotros mismos, y no sabemos por tanto reaccionar como es debido cuando se produce algo, un atentado, un suceso, un problema complejo, y tratamos de echar las culpas a otros, de no vernos involucrados, de no asumir hasta qué punto nos afecta. El caso de la crisis financiera internacional, que no era un asunto político o partidista, fue bastante claro, y nos comportamos, como sociedad, como niños pataleando durante un tiempo precioso, quejándonos de que algo externo nos afectase, cuando la verdad es que ya no hay nada externo a nosotros.

En la gestión de la comunicación del ataque de Kabul, el gobierno ha vuelto a cometer errores de principiante, empezando por un irracional optimismo por parte de presidencia del gobierno cuando la información era escasa y muy confusa. La reunión del pacto antiyihadista del sábado enmendó en parte algunos de esos fallos, pero resulta asombroso, y triste, que se sigan produciendo. Mañana los cuerpos de los fallecidos retornarán a España, y podrán ser acogidos por sus familiares y el conjunto de una sociedad enardecida por una campaña, otra, de vuelo corto y sin miras a lo lejos, de donde viene casi todo. Lo bueno y, esta vez, también, lo peor.

viernes, diciembre 11, 2015

La caída del petróleo y la cumbre del clima de París

Este fin de semana se acaba la cumbre del clima que, desde hace dos semanas, se reúne en la aún doliente París. Delegaciones de todo el mundo trabajan para alcanzar un acuerdo que permita suplir al protocolo de Kyoto, que creo que justamente hoy cumple dieciocho años. Para que ese acuerdo sirva para algo debe tener tres características. La de ser amplio, abarcando todas las materias afectadas, global, porque en la atmósfera no hay fronteras entre países, y vinculante, que posea sanciones o penas de algún tipo para quien lo incumpla. Si alguna de estas características no se da, el posible acuerdo parisino se quedará en muy poca cosa.

Coincidiendo con la cumbre, el petróleo ha seguido su senda descendente en los mercados y esta semana, de manera clara, la referencia en EEUU ha perdido el valor de los 40 dólares. Son varias las fuerzas que actúan para provocar este movimiento, tanto desde una oferta que no se reduce por parte de los productores, y que irá a más con la incorporación de Irán, como de una demanda que flaquea en los países emergentes afectados por una crisis que les va a condicionar en los próximos años, como por movimientos geopolíticos en los que Arabia Saudí trata de arruinar a la industria del fracking norteamericano. Es un asunto muy complejo y apasionante, pero el barril está barato, y eso se nota en la gasolinera y en el bolsillo del consumidor. Para un país como España la bajada de la gasolina equivale directamente a una inyección de dinero en los bolsillos, a un aumento de renta al perder valor uno de los costes fijos de nuestra economía, tanto para los particulares como para la industria y los servicios. Es un revulsivo económico de primera magnitud, uno de esos vientos de cola que empujan la recuperación económica. Pero para el asunto del clima un petróleo barato no es tan bueno. Su bajada de precio encarece, automáticamente, las alternativas renovables, y supone un freno a la introducción de tecnologías limpias. La gasolina barata dispara el uso del coche privado y llena las ciudades de nuestros humos, frente a la alternativa de un coche híbrido, que resulta mucho más cara cuanto menos cueste el litro de gasolina. Una de las alternativas más obvias que existen al problema del cambio climático, dado que no se penaliza la externalidad de la contaminación como es debido, es lo que los economistas denominamos “solución precio”. Si algo se vuelve muy caro resulta un gran negocio inventar una alternativa, y esta surge por el hecho de que ese beneficio esperado alienta el ingenio del personal. Un petróleo caro dispararía el uso del coche eléctrico y, sobre todo, la investigación en torno a él, porque el desarrollo de baterías más eficientes se convertiría en un negocio mucho más próspero. De ese modo, las alternativas irían ganando mercado y el petróleo, caro, vería caer su precio en el futuro por pura falta de demanda. Ante un precio del combustible barato, y que tiene pinta de mantenerse así durante un cierto tiempo es evidente que este proceso será mucho más lento, al no existir ese aliento. Dependerá de la voluntad de los consumidores, de la sensibilidad de la sociedad no ya ante un problema global como el cambio climático, sino ante los problemas diarios que la contaminación genera en nuestras urbes, que están tan de moda, lamentablemente, en este otoño veraniego y de estabilidad absoluta que nos ha tocado vivir. En definitiva, para un acuerdo consistente en París, la bajada del petróleo no es, precisamente, un estímulo, sino todo lo contrario.

Resulta interesante ver que algunos de los países que más se oponen a un acuerdo sobre el clima no son sólo los contaminantes, sino, sobre todo, los productores de petróleo. Los golfos de las monarquías del Golfo pérsico se encuentran a la cabeza de los países que más pegas ponen, a sabiendas de que un cambio de modelo energético les condenaría a la ruina más absoluta. Un barril por debajo de 40 dólares les hace mucho daño, aunque siga siendo rentable para ellos, pero la idea de que la era del petróleo se encamine hacia su ocaso les produce auténtico pavor. Ese camino ya ha comenzado pero, no nos engañemos, aún estamos en sus primeros pasos. Con decisión y constancia aún pasarán muchos años antes de que el petróleo empiece a ser un activo residual.

jueves, diciembre 10, 2015

Le Pen ya tiene poder, y Trump lo busca

Estamos rodeados de ambiente electoral, no sólo propio, sino también ajeno. El pasado fin de semana tuvieron lugar elecciones legislativas en Venezuela, con una esperanzadora victoria de la oposición al chavismo, y primera vuelta de las regionales en Francia, en las que el Frente Nacional se convirtió en la formación más votada. Le Pen hija, pese a que pueda perder algunas regiones en segunda vuelta (la única manera de que, de verdad, gobierne la lista más votada) tiene en sus manos casi la mitad del poder local francés. Solo pensarlo da miedo, imaginarlo es pavoroso.

Ese triunfo en Francia me ha generado un cierto consuelo respecto a la situación política en España. Me explico. Sometidos como hemos sido a una devastadora crisis, cuyas secuelas van a ser muy muy largas, las distintas alternativas políticas en España luchan por el votante centrado, y huyen de exabruptos derechistas o izquierdistas. Vacunados como seguimos ante movimientos fascistas por el pasado dictatorial, los discursos comunistas de Podemos espantan tanto que sus líderes, más por tacticismo que por convicción, han decidido esconderlos. Y eso, que sea el voto moderado el que decida quién accede al poder, es una buena noticia en sí misma, de la que debemos sentirnos orgullosos. En Francia el panorama es muy distinto. Es un país mucho más rico y culto que nosotros, desarrollado en un amplio sentido de la palabra, que enfrentado a la misma crisis que nosotros, que allí ha tenido una incidencia mucho menor (basta con ver las estadísticas de paro) se ha lanzado en brazos de movimientos populistas, xenófobos y radicales en todos los sentidos del término. El Frente Nacional es una vergüenza como partido, portador de un discurso insoportable que, en manos de su fundador, llegó a defender el negacionismo del holocausto. Marine Le Pen, su hija y actual máxima dirigente, tras haber ejecutado el ritual del “asesinato” del padre, ha demostrado ser más lista que su progenitor, y en este caso lista es sinónimo de peligrosa. Ha modulado su discurso racial en función del público al que se dirige, ha modernizado la formación y su estética, y lanzada a por todas, ha visto en la crisis y los perjudicados por la misma el perfecto caldo de cultivo en el que cocinar sus recetas, caducas, falsas y peligrosas, pero que consiguen atrapar electores. Es entre los desempleados y trabajadores de clase media y baja donde Le Pen logra sus mejores resultados. Asusta pensar que esas personas, golpeadas por la crisis, ven en un discurso más propio de los años treinta del siglo pasado la solución a sus problemas. Y lo votan, y lo vuelven a votar. No hay elección en Francia desde hace bastantes años que no muestre un continuado ascenso de los registros de voto de Le Pen y sus hordas. Ha conseguido asustar a la derecha clásica, encabezada ahora por un Sarkozy que ve como sólo radicalizando su discurso puede mantener una segunda posición honrosa, no a gran distancia de la vencedora. Y el socialismo francés, cada vez más hundido, no logra obtener un resultado que pueda considerar como un suelo a partir del cual reconstruirse. La decisión de Hollande de retirarse en varias regiones y pedir expresamente el voto para Sarkozy frente a Le Pen es toda una humillación. En estas elecciones han jugado un papel decisivo, también, los atentados de París, que han sido gasolina para el motor de la xenofobia de Le Pen. El resultado francés, visto desde cualquier óptica, es muy preocupante, y requiere que nos paremos un poco a pensar cómo, desde la moderación, Europa puede revertir una situación así.


Pero no sólo es Francia. Polonia hace unos meses, Hungría desde hace tiempo, poseen gobiernos que no están girados hacia la derecha, no, sino que viven en el más zafio de los populismos, y suponen un riesgo para el desarrollo económico y social de sus naciones y para el futuro del proyecto europeo. Y en EEUU Donald Trump, un sujeto salido de una muy mala película, proclama un discurso abiertamente xenófobo y, sobre todo, estúpido, que no se si por cachondeo o no, es respaldado en las encuestas por los posibles votantes republicanos. Daría risa si no fuera porque da pena y ,cada vez más, miedo. El panorama político de cara a 2016 pinta sombrío en nuestro vecindario.

miércoles, diciembre 09, 2015

El debate lo ganó Antena3

Supongo que ustedes también vieron el debate a cuatro de la noche del Lunes, celebrado por la corporación A3Media y retransmitido por sus canales de televisión y radio. Una fantástica audiencia de nueve millones de espectadores, con picos de más de diez, hacen de que la probabilidad de que algunos lectores lo siguieran, en todo, en parte, a ratos o a saltos. Como ya se ha escrito muchísimo sobre los aciertos y errores de cada uno y sobre quién ganó o perdió no les voy a insistir en ese punto. Quiero centrarme en el papel de los medios y en la objetividad con la que tratan estos debates y, en general, las exclusivas.

Hace una semana El País organizó el primer debate a cuatro de la historia de España, finalmente reducido a tres, que podía seguirse por Internet, y al que luego se sumaron algunas cadenas de TDT. Durante los días anteriores eran varias las páginas del periódico dedicadas al mismo y, el día después, no todo, pero muchísimas de las páginas de la edición se dedicaban a glosar hasta los mínimos detalles de lo que habíamos visto y lo que no. Un despliegue apabullante. Ayer, en su edición de Martes, el país apenas dedicaba una página al debate de Antena3. Teniendo en cuenta que el efecto de este segundo debate ha sido mucho más importante que el del primero, el contraste en atención resulta aún más llamativo. ¿Por qué pasa esto? La respuesta es obvia. El primer debate lo organizaban ellos y para ellos era lo más importante, y el segundo lo organizaban otros y, por tanto, seguirlo era promocionar a una empresa competidora. Esta mala actitud por parte de El País es exactamente la misma que siguió Antena3, solo que justo al revés. Apenas hizo mención de pasada en sus informativos y webs (la radio es otra cosa) al primer cuarteto – trío, y sobre el debate del lunes montó un especial televisivo que ríase usted de las coberturas de la “champion”. El objetivo de ambos era el mismo, rentabilizar al máximo el producto propio, conseguir la mayor cantidad de audiencia posible y, obviamente, ganar pasta. Esto, que visto desde la óptica empresarial no tiene discusión alguna, se torna escurridizo, por lo menos, desde el punto de vista de las noticias. Resulta muy peligroso comprobar nuevamente que es noticia no lo que realmente lo sea, sino aquello por lo que se ha pagado para poder cubrirlo. Esto es algo que sucede mucho en los deportes. Si recuerdan, cuando TVE tenía los derechos del mundial de motociclismo, había días en los que parecía que los telediarios de fin de semana los iban a presentar subidos a unas motos, porque sólo se hablaba de eso. Una vez que perdió los derechos, el resultado de esas carreras, que la verdad ni me van ni me vienen, aparece como un comentario breve al final de un bloque deportico comandado por el fútbol. ¿Las motos ya no son el acontecimiento trascendente que lo eran? Sí para sus seguidores, y también para el canal que ahora tenga los derechos y le de el mayor bombo posible. Pero no me negarán que el contraste no resulta ridículo. Pues bien, me preocupa mucho que este comportamiento, bastante infantil en el fondo, salte de materias intrascendentes como son las deportivas a asuntos realmente serios. Ya desde hace tiempo los informativos (bastante malos) de la cadena privada más vista se rigen por la audiencia, y el morbo de los sucesos vende más que las noticias internacionales, por lo que muchas veces Siria se convierte, con suerte, en un breve en ese espacio informativo en medio de sucesos truculentos que, sin que logre entenderlo, arrebatan al espectador medio.

Lo peor de un proceso de este tipo no sólo es el hecho de que debilite a la cadena o medio que lo emite, que también, sino que puede llegar a distorsionar completamente la percepción de la realidad que tiene el espectador de lo que realmente pasa en el mundo. En una época con toda la información y muchísimo ruido al alcance de la mano, la mayoría de los ciudadanos, electores o no, se informan usando pocos medios, y la expresión “lo han dicho en la tele” sigue siendo una fuente argumental muy sólida. Por ello, la necesidad de comparar entre medios, canales, periódicos y fuentes de información, que siempre ha sido básica, lo es cada vez más. Pero eso requiere un esfuerzo activo por parte del consumidor de información. ¿Queremos hacerlo?

lunes, diciembre 07, 2015

“El puente de los espías” y la figura del héroe

Spielberg nunca defrauda. Sus películas son sinónimo de calidad, seriedad y oficio. Podrá gustar más o menos, pero es innegable el empeño que pone en ellas y el producto que genera, de un nivel inmenso en comparación con el resto de lo que se produce hoy en día. Su último trabajo “El puente de los espías” narra un episodio de la guerra fría, de intercambio de espías entre EEUU y la URSS en unos años en los que la tensión entre ambas potencias era máxima, el riesgo de guerra global, muy alto, y los nervios entre todos les llevaban a la histeria.

Más que en la temática de la guerra fría, muy de actualidad hoy en día dada la nueva versión que estamos viviendo de este conflicto, quiero centrarme en la figura del protagonista, encarnado por un sólido Tom Hanks. Es un abogado, especializado en seguros, al que el gobierno llama para que actúe primero como abogado del espía ruso detenido en suelo norteamericano, para darle al juicio que va a tener lugar las garantías y, sobre todo, la apariencia de neutralidad. El personaje de Hanks hace muy bien su trabajo, aunque obviamente pierde un juicio que estaba decidido de antemano, como muy bien se muestra, pero se mantiene firme en su creencia del imperio de la ley y la superioridad moral de su país frente a la URSS y a cualquier otro rival. Esa creencia le hace ser visto por sus superiores, y gran parte de la ciudadanía, como un traidor, como un vendido al comunismo, a los que desean exterminar a EEUU. Sufre el menosprecio de sus jefes (qué lujo poder volver a ver actuar a Alan Alda) y algunos atentados en su propia casa por parte de extremistas, a los que la policía no busca con ningún empeño. En este calvario moral encuentra consuelo, paradójico, en el espía al que defiende, que ve desde su celda como ese abogado encarna unos valores que quizás en unos tiempos fueron los que a él le animaron a sumarse a la revolución soviética, pero que ya sabe están olvidados y perdidos. “Siempre de pie” es una expresión que usa el espía al explicarle al abogado una historia de su infancia en la que el resistente a la opresión se levanta cada vez que le golpean y eso, su muestra de valor, es lo que le permite sobrevivir. La película avanza y la captura de un espía norteamericano por parte de los rusos permite la posibilidad de un intercambio entre ambas potencias, para lo cual el gobierno norteamericano vuelve a requerir al abogado para que actúe como mediador, sin representar a poder ni gobierno alguno, en un Berlín cuyo muro acaba de ser levantado, y donde el frío y el miedo anidan en cada esquina. Tras varias vicisitudes y desencuentros, complicados por la presencia de otro norteamericano retenido esta vez en el Berlín oriental, se produce la escena culminante, en el puente de Glienicke, cerca del barrio de Wannsee, muy al oeste de la ciudad. Allí se produce el intercambio entre espías y es donde por última vez Hanks ve a su defendido, a sabiendas ambos de que el futuro que les espera es muy distinto. El abogado volverá a un país sometido al derecho, no exento de problemas, pero en el que se lucha por mantener la libertad, mientras que el espía regresará a un estrado policial en el que su paso por las cárceles del enemigo será siempre una sombra de sospecha sobre el posible colaboracionismo en el que haya podido incurrir. La escena es muy poderosa, llena de gestos, imágenes que lo dicen todo y muy pocas palabras. Hanks se siente satisfecho por lo que ha hecho, por vencer a todos los que se ha enfrentado, en su país y en el rival, pero el dolor de saber lo que va a pasarle a su defendido lo embarga. La victoria no existe. El héroe triunfa, en apariencia, pero se sabe derrotado en su propósito último.

Dice en sus memorias Joachim Fest, insigne historiador alemán, que cuando el nazismo surgió en su país y la población, poco a poco, se fue pasando al bando de Hitler porque era lo conveniente para progresar y hacer carrera, su padre le alentó un lema, extraído del Evangelio de San Mateo, que fue su bandera a lo largo de su vida “etiam si omnes, ego non” “Aunque los demás lo hagan, yo no”. Eso le costó su carrera y casi la vida. Hanks encarna esta vez, otra vez, a ese héroe corriente, no vestido de colores raros, pero que sí se enfrenta a un superpoder, y que lo vence con la honra, entrega y firmeza de sus valores. Mensaje idóneo para cualquier tiempo, y más para este, lleno de ausencias de valores, en una película entretenida y muy recomendable

viernes, diciembre 04, 2015

Rajoy, Bertín, votos y tuits

Esta noche ha comenzado la campaña electoral para las elecciones generales del 20D. La principal diferencia es que ahora los omnipresentes candidatos también pueden pedir su voto de manera expresa, cosa prohibida por la ley antes del inicio de la campaña. La ley electoral tiene cosas absurdas, como esa, como el día de reflexión o la imposibilidad de realizar encuestas más allá del Domingo 13. Pero no piense usted que la vida moderna y sus costumbres arrinconan al pasado, no. Ese es un error que cometen muchos y les lleva a grandes fracasos ante rivales a los que ven ya derrotados de antemano.

Ejemplo claro. Este pasado miércoles Rajoy acudió al programa de entrevistas de Bertín Osborne, cosechando una audiencia tremenda. No lo vi en su totalidad, porque me pasó lo mismo que las anteriores veces, no demasiadas, en las que he intentado ver ese programa, que más allá del despliegue inmobiliario que muestra, no me gusta ni el tono ni la forma del espacio. Pero es un éxito. Felicidades a Bertín y al resto del equipo que trabaja para realizarlo. La cuestión es que mientras veía otras cosas, especialmente al entrevista a Albert Rivera en el 24 horas que coincidía con la charla de La 1 (casualidad, o no) veía como twitter se llenaba de comentarios en tono de mofa sobre lo que pasaba en la entrevista de Osborne, en lo que decía uno y otro. En esta red social el componente político es acusado, entre otras cosas porque tiene un diseño ideal para dejar mensajes, eslóganes y consignas. Los tuiteros proclaman a los cuatro vientos sus ideas y se atribuyen, en muchos casos, el monopolio de la verdad. Yo, que escribo en esa red, trato de ser moderado, entre otras cosas porque la vida es muy compleja y no cabe ni en ciento cuarenta (mil millones) de caracteres, y creo que lo consigo, pero no lo se. Twitter es una magnífica herramienta para el seguimiento de la información, también la política, pero hay que tratarla con mucho cuidado si la utilizamos para que sirva como espejo de la realidad social, porque nos estaremos equivocando de plano. Sus usuarios suponemos una muestra de la sociedad, en este caso la española, de una representatividad dada, que puede serla muy ajustada para algunos parámetros y lo más distorsionada que imaginarse uno pueda para otros. En el plano electoral hay que tener muy muy claro que seguidores de un candidato no significan militantes de un partido, y que tuits y retuits no son votos. No lo son. Conseguir un éxito mediático en esa red puede ser condición necesaria para lograr votos el día de las elecciones, pero no tiene por qué estar directamente relacionado. ¿Y qué relación tiene todo esto con el programa de Osborne? Pues que les aseguro que la mayoría de los espectadores de dicha emisión del miércoles, que votarán o no a Rajoy, no tienen twitter, ni saben lo que allí sucede. La televisión, tomada al asalto por los candidatos de unos años a esta parte, y por Rajoy desde hace un par de semanas, llega a todas las capas de la población, a todos los espectros de voto, a todos los locales públicos y hogares que pueden votar el 20D, y por eso ejercicios extraños como el de ver bailar a Soraya, tocar la guitarra a Pablo Iglesias o cocinar a Rajoy y Sánchez pueden parecer horteras y carentes de sentido para muchos (desde luego para mi) pero son la mejor inversión posible por parte de esos candidatos para ganarse audiencia y voto. Cada uno de esos ejercicios de populismo barato cosechará, casi seguro, palos y lapidaciones vía tuits, pero acabará generando votos por parte de telespectadores. Es así de simple. Funciona, y ya está. Guste o no.

Vivimos en una sociedad en plena transformación, en la que el consumo de televisión y entretenimiento tienen poco que ver con la manera en la que se hacía hace apenas diez años, y probablemente sea muy distinto de lo que suceda dentro de otros diez, pero en este periodo electoral la televisión “de siempre” con otros formatos, se ha erigido en la reina en lo que hace a la transmisión de mensajes y encumbramiento de liderazgos. Eche un ojo a lo que se cuece en twitter, es valioso, pero tenga por seguro de que las tendencias que ahí se marcan no son mayoritarias. Como a todo en la vida, démosle la importancia que tiene, que no es poca, pero no más. Sino el riesgo de equivocarnos será elevado.

jueves, diciembre 03, 2015

El aire sucio de Madrid y el clima de París

Tiene sentido que, para unirse a los debates que se celebran en París con motivo de la cumbre del clima, el Ayuntamiento de Madrid haya tenido que poner en marcha otra vez la fase 2 del protocolo de contaminación, añadiendo a la limitación a 70 km/hora de velocidad en la M30 y vías anexas la prohibición de aparcar en el interior de dicha carretera de circulación a los no residentes. Es la segunda vez que se pone en marcha esta medida en menos de un mes, fruto de la continua emisión de contaminantes y de un persistente anticiclón de bloqueo que provoca que no llueva en Madrid, concretamente desde hace un mes. Y la cosa parece que sigue así en el futuro.

Como ya sabrán, en París, blindada por las fuerzas de seguridad, se celebra esa conferencia mundial por el clima, que trata de lograr un acuerdo internacional vinculante (los dos conceptos son claves) parta reducir las emisiones contaminantes y atajar así la prevista subida de las temperaturas. Aún es pronto para saber si se llegará a un acuerdo en esta cita, y de lograrlo si se cumplirá y servirá para algo. A corto plazo soy bastante pesimista en este aspecto. Las naciones en vías de desarrollo no van a querer renunciar a un consumo energético que ha sido uno de los pilares del crecimiento de los países desarrollados, y es obvio que miles de millones de chinos, indios, nigerianos y otras nacionalidades vana a aumentar sus emisiones más de lo que podamos reducirlas otros países, si realmente lo hacemos. Y como en el aire no hay fronteras, los humos de unos son los de todos. A medio plazo las emisiones se frenarán porque confío en la tecnología, tanto por el desarrollo de fuentes alternativas como por la mejora en las baterías, que permitan electrificar el parque móvil global, como las tecnologías de captura de CO2, pero me da que aún tendremos que esperar mucho para que esa nueva base tecnológica sea capaz de suplir a la que actualmente (no nos olvidemos) nos permite vivir. Y si de la tecnología es difícil hacer predicciones, del clima futuro aún más. Los modelos climáticos son, por definición, complejos y caóticos, y pueden ofrecer variantes muy diversas que, en unas zonas, supongan riesgos y desastres y en otras beneficios. Lo que parece claro y aceptado por todos los científicos es que el impacto de la humanidad en el clima global es perceptible, existe, y lo va a alterar en una dirección y dimensión que, aunque seamos incapaces de precisar con detalle, generará consecuencias en el futuro. Y esas tendencias, las del clima y la contaminación, se caracterizan por, entre otras cosas, poseer mucha inercia. Si ahora mismo dejáramos de emitir por completo, los efectos puestos en marcha en el clima no desaparecerían en semanas, sino en varios años, por lo que la incidencia de las medidas de reducción de emisiones, sean cuales sean, sólo podrán verse evaluadas en un plazo muy largo de tiempo, suficiente para que muchos de los habitantes del mundo actual no lo vean como una necesidad imperiosa. El problema del clima, aparte de su complejidad, se enfrenta al endiablado dilema económico conocido como la “tragedia de los bienes comunes” y es que la actitud individual de cada una de las personas y naciones en pos de la reducción de emisiones sólo genera, a corto plazo, perjuicio para quien la realiza. A largo plazo es beneficiosa para el conjunto, pero la pérdida inicial desincentiva a ponerlas en marcha de manera individual y esa es la garantía para que en un plazo no muy largo, toda la colectividad se vea perjudicada en su conjunto. Los incentivos individuales son perversos y juegan a la contra del bien común, y esa es la mejor garantía para que los acuerdos, firmados o no, se incumplan, y las situación global no mejore, sino que mantenga su tendencia actual al empeoramiento.

Una posible solución a este dilema sería encontrar un aliciente a corto plazo que sirva para que todo el mundo se conciencie que actuar de manera limpia y racional es beneficioso ya, no en un remoto futuro. Y ese incentivo puede ser el de mirar hoy por la ventana en una ciudad como Madrid, París, o cualquier otra capital sumida en un manto contaminante. Más allá de lo que pase con el complejo clima futuro, evitar la contaminación presente reduce los cánceres de mañana, y eso ya es un incentivo muy intenso como para desarrollar hábitos de comportamiento y, sobre todo, tecnologías que reduzcan las emisiones. Nuestro mundo no puede funcionar sin coches, intentarlo es absurdo, pero si logramos que no emitan eliminaremos bastante más de la mitad del humo que respiramos. Ese es nuestro reto hoy.

miércoles, diciembre 02, 2015

Debates electorales para uno, dos, tres y cuatro

Mañana empieza la campaña electoral de las elecciones generales (sí, sí, ya oigo sus carcajadas) y los debates serán, esta vez más que nunca, uno de los ejes fundamentales de la misma. Los mítines caminan hacia su extinción y, dadas las fechas, juntar a un montón de jubilados en una plaza de toros a la hora del telediario de la noche puede matarlos de frío, así que todos serán a cubierto, en recintos medianos donde será fácil llegar al lleno sea el partido que sea el convocante. Pero reitero, esta será la campaña de los debates.

Ya hemos tenido uno a cuatro, que se quedó en tres, el lunes que viene tendremos otro a cuatro y luego habrá un cara a cara Rajoy Sánchez en formato clásico, con Manuel Campo Vidal y todo. El debate de este lunes pasado, que no pude ver en su totalidad, fue un buen reflejo del escenario político en el que estamos. Al mismo acudieron los cabezas de lista del PSOE, Ciudadanos y Podemos, y el PP rechazó la invitación, ofreciendo a Soraya o a otro nombre, pero en ningún caso a Rajoy. Adujo el presidente una agenda muy ocupada, que la tiene, aunque a veces saca sitio para retransmitir partidos de fútbol. Días después de la renuncia el Génova debieron darse cuenta del error estratégico que suponía la imagen de un atril vacío, y Rajoy decidió que volvería rápido el Lunes de la cumbre de París para dar una entrevista en Telecinco a las 21, justo a la hora en la que empezaba el debate del trío, contraprogramando. Apenas pude ver la entrevista, llegué tarde a casa, y vi algo más del debate, sobre todo porque se extendió bastante más de lo inicialmente previsto, pero en ambos casos quedaba claro que la televisión, que ha sido la plaza en la que se ha jugado la legislatura, volverá a ser definitiva en este tramo final de la campaña. Rajoy juega el papel de estadista que sólo acude a debates con el jefe de la oposición, oposición socialista que le interesa sea lo más fuerte posible, y desprecia al resto de aspirantes, por considerarlos carentes de experiencia. Es un guion sabido, efectista, que tiene parte de razón y que engancha a cierto público. El resto de candidatos, enfrentados tanto entre sí como contra el PP, juegan la baza de la renovación, de la limpieza, de no poder ser pillados en renuncios ni en corruptelas porque no han gobernado. Es una estrategia diametralmente opuesta, que también tiene sus ventajas e inconvenientes. La principal baza de esta forma de actuar es que estos partidos creen que la sociedad española, baqueteada tras años de crisis, está en esa onda de novedad, de manos limpias, de ausencia de corruptelas y necesidad de reformas, y que su discurso tiene ahora una oportunidad mayor que en cualquier otro momento electoral. Es obvio que estas elecciones van a ser distintas a todas las anteriores, no por el hecho de que no vaya a haber mayorías absolutas, sino por la presencia en el Congreso, en dimensiones aún imposibles de precisar, de cuatro formaciones políticas de ámbito nacional que se van a disputar el poder. Parece claro a día de hoy que el PP va a ser el partido más votado y el que conseguirá mayor número de escaños, y todo apunta a que el PSOE, Ciudadanos y Podemos se situarán en ese orden por detrás, pero las encuestas, siempre variables, son veletas sitas en el huracán en estos tiempos de locura demoscópica. Algunos sondeos dan a Ciudadanos la segunda posición, cosa que a día de hoy me parece muy aventurada, pero está claro que vamos a un Congreso inédito y, desde luego, a un juego de alianzas y partidos como nunca hemos visto en España. Guste o no, eso es así.


Por eso, la idea de Rajoy de rehuir al resto de contrincantes y sólo presentarse al debate a dos, “como siempre ha sido” me parece un profundo error estratégico. Se puede vender como se desee, pero el PP sabe que se equivoca en cuestión de imagen y de mensaje. Y sabe aún más que a partir del Lunes 21 va a tener que sentarse con esos cuatro grupos para negociar un gobierno que, puede llegar a encabezar o no, en función de los resultados finales. La estrategia de esconderse de Rajoy, que a veces funciona, me parece un error muy claro en esta ocasión. Será difícil saber qué efecto va a tener sobre el resultado final, pero desde luego creo que será negativo.

martes, diciembre 01, 2015

Yo también fui a la EGB (para mis compañeros de quinto y maestra)

Está de moda la EGB. Circulan mails con presentaciones en las que se ensalzan los cachivaches que llevábamos entonces a clase, se editan libros, se producen musicales, existe un orgullo desmedido por aquella época escolar, quizás porque realmente la ESO que vino después es tan mala como se dice, o porque las generaciones que estudiamos en ese formato educativo hemos llegado a la edad en la que nos hacemos con las riendas del país, sus empresas y su economía (yo no, pero alguno habrá que sí) o porque se da, como siempre, una visión idealizada de un pasado, lo fuera realmente o no.

Yo, como muchos otros, hice la EGB, y una de las señas distintivas de aquellos años de estudio es la cena que, cada último sábado de noviembre, se organiza en mi pueblo por parte de los que estuvimos juntos en clase en quinto de EGB. ¿Por qué quinto? Quinto era un año distintivo. Era el último en el que la profesora que había comenzado nuestra educación, y acompañado a lo largo de tantos cursos, nos dejaba. A partir de sexto cada materia la impartía un profesor en exclusiva, cada maestro era “él de” matemáticas, lengua, inglés o lo que fuese, pero hasta quinto el maestro, maestra en nuestro caso, era uno. Esa palabra lo englobaba todo, todo lo bueno y todo lo malo, ella lo sabía todo, era para nosotros como una madre comunitaria que respondía a nuestras preguntas y nos acompañaba. De ahí el intenso vínculo que la clase generaba entorno a su maestra. Quiso la casualidad que esa mujer fuera también de nuestro pueblo, por lo que a los lazos educativos se le unieron los de amistad y conocimiento que, con los años, se han mantenido. De hecho es ella, junto a uno de los compañeros de clase, la que organiza cada año la cita, la que reserva el local, mesa y mantel, y en torno a la que nos acabamos juntando todos. En esta ocasión hemos sido bastante más de la veintena los congregados a una reunión ciertamente curiosa. Muchos de ellos, aún residentes en el pueblo o localidades cercanas, suelen verse con una cierta frecuencia. Otros, los menos, que vivimos más lejos, les vemos a trozos, por así decirlo. A veces te cruzas con alguno, saludas y charlas un poco, pero es más esporádico. Sin embargo resulta curioso, y hasta cierto punto entrañable, comprobar que el paso de los años (ya no tenemos diez u once) no hace mella ni en el aspecto que uno recuerda de los demás ni en muchos patrones de conducta que, desde entonces, se mantienen estables. Los que éramos charlatanes lo seguimos siendo, las personas tímidas permanecen con el pudor asociado y, a la hora de relatar anécdotas de aquellos años, que a mi me las tienen que contar porque mi memoria es desastrosa, me asombra pensar que muchas de ellas fueron protagonizadas por niños que, hoy en día, se hubieran comportado probablemente de una manera muy similar, incluso siendo exactamente los mismos los protagonistas. En mi caso puedo jurarles que sí, con el paso de los años creo que no he cambiado para nada en ciertos rasgos de mi persona que ya hace unas décadas eran muy marcados, para bien y para mal, y que hoy siguen conmigo. En esas anécdotas, añoranzas, y charlas de café dominaba en todo momento un magnífico ambiente, y aunque la vida de cada uno ha transcurrido por unos derroteros muy distintos, con suerte dispar, como es lógico, creo que todos conservamos un agradable recuerdo de aquellos años, y que el reencuentro fue, para todos, un momento agradable en el que compartir, desde los ojos y rostro de la madurez, la risa, el miedo y al emoción de una época en la que todo estaba aún por descubrir, en la que el mundo era tan joven para nosotros como nosotros mismos para él. Ahora, con algo más de cuarenta años, el reto es mantener esas ganas de conquistar una vida que ya no es joven, pero que siempre se renueva, aunque no nos lo parezca.

Cuando conté en mi trabajo que iba a la cena de quinto de EGB hubo caras de sorpresa. Ha querido la casualidad de que en mi oficina haya personas mayores que yo y otras algo más jóvenes, pero apenas representantes de mi quinta, en la que navego casi en solitario. Lo veían como algo exótico, más propio quizás de los pueblos que de una ciudad en la que el resto de los compañeros de clase se pierde, por causas vitales, con mucha mayor facilidad. Hoy cuando me pregunten por la experiencia, podré contarles alguna batallita a los jóvenes y cuentos de niños a los mayores, pero creo que todos acabarán con una cierta sensación de envidia, no tanto por lo bien que lo pasamos como por la oportunidad de poder reencontrarse con viejos amigos. Lo valioso que es eso.

viernes, noviembre 27, 2015

Estamos tontos con el Black Friday

Nos lo meten por los ojos y, sin protesta alguna, nos lanzamos como posesos a por ello, tenga sentido o no. Hace unas semanas ya se vivió en Madrid una situación digna de estudio con la inauguración de la tienda de Primark, que revolucionó la Gran Vía durante semanas, todo por acceder y comprar en una tienda de ropa, algo que a mi se me escapa por completo. No se si hoy las colas serán muy grandes o no, pero como se celebra el Black Friday muchos se lanzarán a comprar atraídos por grandes descuentos que, en muchos casos, esconden mayores engaños.

No saben la mezcla de pena y risa que me produce todo esto. Resulta que en EEUU esta festividad consumista, una especie de extraño postre de la cena de acción de gracias, empieza a perder fuelle porque la compra por internet y el cambio en las costumbres hacen que las ofertas sean continuas, por lo que la significatividad de este día, allí, ya no es la de antaño. Pero da igual, aquí no tiene sentido alguno ni conceptual ni festivo ni lingüístico, pero la cartelería de un montón de tiendas de todo tipo exhibe enormes anuncios negros en los que las palabras “black Friday” incomprensibles para muchos ciudadanos, gritan desde ellos llamando a un consumo desaforado. Y lo más sorprendente es que, a lo mejor, funciona. Oí ayer que se estima en 200 euros de media lo que cada español se va a gastar este día, especialmente en ropa y productos tecnológicos, y al escucharlo pensaba que alguien va a tener que arruinarse un poco porque mi aportación a este día va a ser completamente nula. ¿Cómo funciona esto? ¿Por qué en apenas un par de años hemos importado esta extraña costumbre, carente de sentido tanto allí como aquí? No lo se, no me lo explico, y no salgo de mi asombro. Hay algunos que relacionan este fenómeno con lo que ha pasado con Halloween, fiesta anglosajona que, sospecho, ya es propia del todo, y cuyo éxito se extiende cada vez más por todo el mundo. Nos gustan las fiestas y, como tenemos pocas, importamos más para no descansar ningún día. Están también los que hablan del poder de los medios de comunicación, de lo que te enseñan las películas y series, de la vida que te venden y uno compra en un pack conjunto que incluye casa en el extrarradio, coche elefantiásico y estilo de vida, fiestas incluidas. ¿Acabaremos celebrando la cena de acción de gracias por estos lares? Quizás sí, porque nuestra capacidad de imitación, aborregamiento y seguidismo sólo es comparable a nuestra incultura. Ya saben los que me conocen que no soy un gran amante de las celebraciones tradicionales, ni las propias ni las ajenas, me parecen en general una muestra de folclore propio de otras épocas en las que la representación social, el figurar ante los demás y al cohesión de las comunidades rurales frente al extraño eran básicas para defenderse. No procesiono en Semana Santa, ni me acerco a la pradera en San Isidro, ni me visto de arrantzale para hacer unos bailes ni nada por el estilo. Son tradiciones curiosas, cierto, pero las veo con una cierta sensación de extrañeza. Y si eso me pasa con cosas que, año tras año desde que estoy vivo, se repiten sin cesar, qué no les diré con tradiciones de apenas un par de ejercicios, que son vividas con pasión por parte de un montón de personas, que bailan sardanas y chotis agarrados, o no, pero que se lanzan como posesas a las puertas de los grandes almacenes para comprar, cosa que me asombra hasta un punto que no son capaces de imaginar. No le encuentro sentido alguno.

Sea porque nos lo han metido o porque de buena gana lo hemos aceptado, hemos convertido el consumo en la religión del momento, a los centros comerciales en sus catedrales, a los dependientes en sacerdotes y al bien, a la ropa, al objeto de compra, en la hostia consagrada con la que comulgamos. Guardamos cola ante las puertas de la tienda como fieles creyentes ente el templo, con una devoción equivalente, y al abrirse la barrera corremos gritando Aleluya!!! Y compramos, y gastamos, y nos dejamos el dinero sin control alguno. Y los sacerdotes de esta religión y sus congregaciones no dejan de enriquecerse. Que venga el Dios mercado y lo vea.


Subo a Elorrio este fin de semana, lunes incluido. Si no pasa nada raro, hasta el Martes 1 de Diciembre de, este que ya se acaba, 2015

jueves, noviembre 26, 2015

Ponga un político en su televisor

Ayer tuvimos otra noche de sobreexposición política en los medios, especialmente las televisiones. En Telecinco Piqueras entrevistaba a Albert Rivera, que el día anterior acudió al Hormiguero de Antena3, en la Primera, en el exitoso programa de entrevistas de Bertín Osborne, Pedro Sánchez desgranaba su vida, milagros y avatares en medio de copas y cocinillas y Rajoy, siempre fiel a su estilo, comentaba un partido de fútbol en la COPE, en un acto de rendición al vil deporte del balón que deja bien a las claras cuáles son las prioridades del actual gobernante y, me temo, las de gran parte del país.

Ha sido esta la legislatura de las televisiones, cuatro años de larga, inacabable y continuada campaña electoral desarrollada en los platós de televisión, que han reemplazado en gran medida al debate parlamentario, gracias a los errores de unos y la visión de otros. Ni el gobierno ni el PSOE han sido capaces de percibir las devastadoras, profundas y duraderas consecuencias de una crisis, que ahora se muestra benévola, pero que sigue ahí, y que ha transformado gran parte del panorama social español, se quiera ver o no. A los pocos meses de llegar al poder el PP se desdijo de todas las promesas electorales que, en 2011, le llevaron a una mayoría absoluta que estaba cantada dado el desastre de gestión del PSOE. Con una oposición laminada y sin ideas, y un gobierno zarandeado por la cruda realidad y con ganas de seguir ausente, muchos ciudadanos se quedaron sin representación, y ya saben que la naturaleza aborrece el vacío. Líderes políticos empezaron a surgir como setas tras la lluvia en unos canales de televisión que, medio arruinados, han apostado por la tertulia como forma barata hasta el extremo de llenar horas de programación. Y entonces se produjo el extraño milagro de estos años, en los que el debate político congrega a una inmensa audiencia, que recordemos que es lo único que le interesa a los canales, la audiencia, para así poder facturar más cara la publicidad y ganar dinero, que es su objetivo. Pablo Iglesias fue el primero que vio la oportunidad y quien, por entonces, mejor supo aprovecharla. Se convirtió en un telepredicador de izquierda, el azote de un gobierno tocado en los años de la devastación y la ira, por cada prédica populista que soltaba su popularidad crecía y la audiencia con ella, y los ingresos mediáticos en paralelo. Las cadenas empezaron a sustituir espacios y formatos de noche de fin de semana, habitualmente centrados en el entretenimiento (a mi siempre me habían aburrido) por tertulias políticas, en las que el grito y el “y tú más” se llevan a un grado de profesionalización extremo y, diríase, de impostura insuperable. El tertuliano se convirtió en el opinador de guardia, en el gurú de la realidad, en la voz ominosa que tronaba y sabía la solución fácil, sencilla a indolora a todo problema, fuera cual fuese su complejidad. Qué bien lo describe en su artículo del Domingo Rubén Amón. Y de esas tertulias surgieron candidatos a alcaldías, portavoces políticos, líderes mediáticos y futuros congresistas y senadores. Una vez vista la estrategia Iglesias y sus réditos otros quisieron seguirla, amparados en la brillante idea de que el discurso lo aguanta todo y que la realidad puede ser obviada si la demagogia es lo suficientemente amplia. Y así las formaciones clásicas y el resto de las emergentes se subieron al carro mediático, mejor circo, ofreciendo tardes y noches de gloria en las que las discusiones en los platós igualaban en volumen a las discotecas de chunda chundaque, antaño, reinaban en las noches del sábado, ahora relegadas por el nuevo éxito de la política, o eso que así lo llaman

Ciudadanos pulió algunos errores de la estrategia de Iglesias y creó una versión de liderazgo mediático 2.0 más eficiente que la anterior, y ahora mismo, a menos de tres semanas de las elecciones, Rivera es la estrella que todas las cadenas quieren llevar. Por su parte PP y PSOE, arrastradas a este juego, hacen lo que pueden, sobre todo un PP que sigue enarbolando la anticomunicación como bandera, con un líder que será estudiado en las escuelas de negocios de medio mundo como ejemplo de lo que no se debe hacer en esta materia. Sánchez, por su parte, aspira a ser Rivera, pero no puede con la frescura del catalán, ya muy bregada y que nada tiene que perder. E Iglesias, destronado del olimpo mediático, sueña con aquellas noches en las que las masas se congregaban, como en la lectura bíblica, entorno a su sermón de la montaña televisiva.