Este
fin de semana se acaba la cumbre del clima que, desde hace dos semanas, se reúne
en la aún doliente París. Delegaciones de todo el mundo trabajan para
alcanzar un acuerdo que permita suplir al protocolo de Kyoto, que creo que justamente
hoy cumple dieciocho años. Para que ese acuerdo sirva para algo debe tener tres
características. La de ser amplio, abarcando todas las materias afectadas,
global, porque en la atmósfera no hay fronteras entre países, y vinculante, que
posea sanciones o penas de algún tipo para quien lo incumpla. Si alguna de
estas características no se da, el posible acuerdo parisino se quedará en muy
poca cosa.
Coincidiendo con la cumbre, el
petróleo ha seguido su senda descendente en los mercados y esta semana, de
manera clara, la referencia en EEUU ha perdido el valor de los 40 dólares. Son
varias las fuerzas que actúan para provocar este movimiento, tanto desde una
oferta que no se reduce por parte de los productores, y que irá a más con la
incorporación de Irán, como de una demanda que flaquea en los países emergentes
afectados por una crisis que les va a condicionar en los próximos años, como
por movimientos geopolíticos en los que Arabia Saudí trata de arruinar a la
industria del fracking norteamericano. Es un asunto muy complejo y apasionante,
pero el barril está barato, y eso se nota en la gasolinera y en el bolsillo del
consumidor. Para un país como España la bajada de la gasolina equivale
directamente a una inyección de dinero en los bolsillos, a un aumento de renta
al perder valor uno de los costes fijos de nuestra economía, tanto para los
particulares como para la industria y los servicios. Es un revulsivo económico
de primera magnitud, uno de esos vientos de cola que empujan la recuperación económica.
Pero para el asunto del clima un petróleo barato no es tan bueno. Su bajada de
precio encarece, automáticamente, las alternativas renovables, y supone un
freno a la introducción de tecnologías limpias. La gasolina barata dispara el
uso del coche privado y llena las ciudades de nuestros humos, frente a la
alternativa de un coche híbrido, que resulta mucho más cara cuanto menos cueste
el litro de gasolina. Una de las alternativas más obvias que existen al
problema del cambio climático, dado que no se penaliza la externalidad de la
contaminación como es debido, es lo que los economistas denominamos “solución
precio”. Si algo se vuelve muy caro resulta un gran negocio inventar una
alternativa, y esta surge por el hecho de que ese beneficio esperado alienta el
ingenio del personal. Un petróleo caro dispararía el uso del coche eléctrico y,
sobre todo, la investigación en torno a él, porque el desarrollo de baterías más
eficientes se convertiría en un negocio mucho más próspero. De ese modo, las
alternativas irían ganando mercado y el petróleo, caro, vería caer su precio en
el futuro por pura falta de demanda. Ante un precio del combustible barato, y que
tiene pinta de mantenerse así durante un cierto tiempo es evidente que este
proceso será mucho más lento, al no existir ese aliento. Dependerá de la
voluntad de los consumidores, de la sensibilidad de la sociedad no ya ante un
problema global como el cambio climático, sino ante los problemas diarios que
la contaminación genera en nuestras urbes, que están tan de moda,
lamentablemente, en este otoño veraniego y de estabilidad absoluta que nos ha
tocado vivir. En definitiva, para un acuerdo consistente en París, la bajada
del petróleo no es, precisamente, un estímulo, sino todo lo contrario.
Resulta interesante ver que algunos de los países
que más se oponen a un acuerdo sobre el clima no son sólo los contaminantes,
sino, sobre todo, los productores de petróleo. Los golfos de las monarquías del
Golfo pérsico se encuentran a la cabeza de los países que más pegas ponen, a
sabiendas de que un cambio de modelo energético les condenaría a la ruina más
absoluta. Un barril por debajo de 40 dólares les hace mucho daño, aunque siga
siendo rentable para ellos, pero la idea de que la era del petróleo se encamine
hacia su ocaso les produce auténtico pavor. Ese camino ya ha comenzado pero, no
nos engañemos, aún estamos en sus primeros pasos. Con decisión y constancia aún
pasarán muchos años antes de que el petróleo empiece a ser un activo residual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario