Esta
noche ha comenzado la campaña electoral para las elecciones generales del 20D.
La principal diferencia es que ahora los omnipresentes candidatos también
pueden pedir su voto de manera expresa, cosa prohibida por la ley antes del
inicio de la campaña. La ley electoral tiene cosas absurdas, como esa, como el
día de reflexión o la imposibilidad de realizar encuestas más allá del Domingo
13. Pero no piense usted que la vida moderna y sus costumbres arrinconan al
pasado, no. Ese es un error que cometen muchos y les lleva a grandes fracasos
ante rivales a los que ven ya derrotados de antemano.
Ejemplo claro. Este pasado
miércoles Rajoy acudió al programa de entrevistas de Bertín Osborne, cosechando
una audiencia tremenda. No lo vi en su totalidad, porque me pasó lo mismo que
las anteriores veces, no demasiadas, en las que he intentado ver ese programa,
que más allá del despliegue inmobiliario que muestra, no me gusta ni el tono ni
la forma del espacio. Pero es un éxito. Felicidades a Bertín y al resto del
equipo que trabaja para realizarlo. La cuestión es que mientras veía otras
cosas, especialmente al entrevista a Albert Rivera en el 24 horas que coincidía
con la charla de La 1 (casualidad, o no) veía como twitter se llenaba de
comentarios en tono de mofa sobre lo que pasaba en la entrevista de Osborne, en
lo que decía uno y otro. En esta red social el componente político es acusado,
entre otras cosas porque tiene un diseño ideal para dejar mensajes, eslóganes y
consignas. Los tuiteros proclaman a los cuatro vientos sus ideas y se
atribuyen, en muchos casos, el monopolio de la verdad. Yo, que escribo en esa
red, trato de ser moderado, entre otras cosas porque la vida es muy compleja y
no cabe ni en ciento cuarenta (mil millones) de caracteres, y creo que lo
consigo, pero no lo se. Twitter es una magnífica herramienta para el
seguimiento de la información, también la política, pero hay que tratarla con
mucho cuidado si la utilizamos para que sirva como espejo de la realidad
social, porque nos estaremos equivocando de plano. Sus usuarios suponemos una
muestra de la sociedad, en este caso la española, de una representatividad
dada, que puede serla muy ajustada para algunos parámetros y lo más distorsionada
que imaginarse uno pueda para otros. En el plano electoral hay que tener muy
muy claro que seguidores de un candidato no significan militantes de un
partido, y que tuits y retuits no son votos. No lo son. Conseguir un éxito mediático
en esa red puede ser condición necesaria para lograr votos el día de las
elecciones, pero no tiene por qué estar directamente relacionado. ¿Y qué relación
tiene todo esto con el programa de Osborne? Pues que les aseguro que la mayoría
de los espectadores de dicha emisión del miércoles, que votarán o no a Rajoy,
no tienen twitter, ni saben lo que allí sucede. La televisión, tomada al asalto
por los candidatos de unos años a esta parte, y por Rajoy desde hace un par de
semanas, llega a todas las capas de la población, a todos los espectros de
voto, a todos los locales públicos y hogares que pueden votar el 20D, y por eso
ejercicios extraños como el de ver bailar a Soraya, tocar la guitarra a Pablo
Iglesias o cocinar a Rajoy y Sánchez pueden parecer horteras y carentes de
sentido para muchos (desde luego para mi) pero son la mejor inversión posible
por parte de esos candidatos para ganarse audiencia y voto. Cada uno de esos
ejercicios de populismo barato cosechará, casi seguro, palos y lapidaciones vía
tuits, pero acabará generando votos por parte de telespectadores. Es así de
simple. Funciona, y ya está. Guste o no.
Vivimos en una sociedad en plena transformación,
en la que el consumo de televisión y entretenimiento tienen poco que ver con la
manera en la que se hacía hace apenas diez años, y probablemente sea muy
distinto de lo que suceda dentro de otros diez, pero en este periodo electoral
la televisión “de siempre” con otros formatos, se ha erigido en la reina en lo
que hace a la transmisión de mensajes y encumbramiento de liderazgos. Eche un
ojo a lo que se cuece en twitter, es valioso, pero tenga por seguro de que las
tendencias que ahí se marcan no son mayoritarias. Como a todo en la vida, démosle
la importancia que tiene, que no es poca, pero no más. Sino el riesgo de
equivocarnos será elevado.
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