miércoles, diciembre 16, 2015

Cervantes ya luce, de verdad, en el cielo

Pocas veces tenemos la oportunidad de ver cómo una metáfora se torna en realidad. Habitualmente decimos que el genio literario de Cervantes reluce como el sol, que es la estrella en torno a la que orbitan las otras figuras de la narrativa española y mundial, que su brillo se extiende a lo largo de los siglos y las distancias, que sirve de ejemplo a todos los que alguna vez se han lanzado a la escritura, sabiendo que la luz de su obra siempre estará como guía… muchos son los símiles, acertados, en torno a la inmensa figura del insigne escritor ya  su universal obra. Y hasta ahora eran eso, símiles, metáforas, cervantinos juegos de palabras.

Pero ya no. Desde ayer hay una estrella de verdad, que está en el Universo, que se llama Cervantes, por decisión de la Unión Astronómica Internacional tras la votación popular que tuvo lugar en Internet desde mediados de agosto a finales de octubre. La idea era bautizar con un nombre “humano” al sistema Mu Arae, sito a casi 50 años luz de distancia, muy cerca de aquí en términos astronómicos, en la constelación de Ara. El sistema Mu Arae tiene una estrella en su centro, de tamaño y luminosidad similar al Sol, aunque un poco más vieja y, conocidos hasta la fecha, cuatro planetas que orbitan en torno a ella. La propuesta española, ganadora finalmente, consistía en bautizar como Cervantes a la estrella y poner los nombres de Quijote, Sancho, Rocinante y Dulcinea a los cuatro planetas, en un homenaje interestelar a la más famosa de las obras del genio de Alcalá de Henares. Casi el 70% de los votos recogidos por la UAI se han decantado por esta propuesta, y desde ayer la elección es oficial. El nombre de Cervantes competía con otros que, en general, se decantaban por la mitología clásica. Palmira e Hypatia han quedado como medallas de plata y bronce en este interesante y bello concurso, y resulta llamativa la ventaja en votos que el literato hispánico ha logrado respecto al resto de sus dignos competidores. Así que ya sabe usted, hoy es el día en el que en una constelación que es bastante difícil de ver en España, porque si no me equivoco está sita en el hemisferio sur, brilla la estrella cervantina. Este nombramiento cubre el habitual y crónico déficit de denominaciones nacionales que podemos observar a la hora de ver mapas de cuerpos ajenos, como suelen ser La Luna o Marte. En ellos dominan, por encima de todos, los nombres clásicos de origen latino, pero de haber algún nombre propio no tengan duda alguna de que se tratará de denominaciones anglosajonas. Esto tiene sentido, porque es quién descubre quien nombra. Ver los mapas de California o Florida da una buena idea de qué país es el que los conquistó, lo mismo que un paseo por la Luisiana te hace recordar a un Versalles tropical. La ciencia española, habitualmente arrinconada por la desidia de los gobernantes y, para que negarlo, el desinterés de gran parte de la población, ha visto cómo sus representantes actuaban, en muchos casos, como auténticos quijotes, y a veces de manera literal, tomados por chalados por muchos, debiendo enfrentarse a reales molinos encarnados por administraciones obstaculizadoras, financiación escasa y olvido, y buscando siempre el bálsamo de fierabrás del reconocimiento de su trabajo y la aceptación y validez de sus descubrimientos. En otras naciones, con mayor visión científica y empresarial, saben que sus investigadores son un pilar fundamental de su sociedad, tanto por lo que descubren como por el innegable rendimiento económico que puede surgir de sus trabajos. En estos aspectos, en España, seguimos a años luz de distancia, a veces parece que mucho más lejos aún que la distante, ahora más cercana estrella Cervantes.

Como participante en la votación, creo que lo hice en torno a septiembre, me siento muy alegre por el resultado y por la infinitésima parte del mérito que me corresponde. Y quiero desde aquí dar las gracias a Javier Armentia y a todo el equipo del Pamplonetario que, con la sabiduría de Sancho y el atrevimiento de Quijote, se embarcaron un día en esta aventura a lomos de un Rocinante que hemos acabado siendo miles y miles de personas en todo el mundo, enamorados de la Dulcinea que representa la ciencia, en este caso la Astronomía, y de su hermanamiento con la literatura, en una conjunción estelar de belleza sin par. Suyo es el mérito de lanzarse a esta aventura, y como tal hay que reconocérselo.

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