Spielberg nunca defrauda. Sus
películas son sinónimo de calidad, seriedad y oficio. Podrá gustar más o menos,
pero es innegable el empeño que pone en ellas y el producto que genera, de un
nivel inmenso en comparación con el resto de lo que se produce hoy en día. Su
último trabajo “El puente de los espías” narra un episodio de la guerra fría,
de intercambio de espías entre EEUU y la URSS en unos años en los que la
tensión entre ambas potencias era máxima, el riesgo de guerra global, muy alto,
y los nervios entre todos les llevaban a la histeria.
Más que en la temática de la
guerra fría, muy de actualidad hoy en día dada la nueva versión que estamos
viviendo de este conflicto, quiero centrarme en la figura del protagonista,
encarnado por un sólido Tom Hanks. Es un abogado, especializado en seguros, al
que el gobierno llama para que actúe primero como abogado del espía ruso
detenido en suelo norteamericano, para darle al juicio que va a tener lugar las
garantías y, sobre todo, la apariencia de neutralidad. El personaje de Hanks
hace muy bien su trabajo, aunque obviamente pierde un juicio que estaba
decidido de antemano, como muy bien se muestra, pero se mantiene firme en su
creencia del imperio de la ley y la superioridad moral de su país frente a la
URSS y a cualquier otro rival. Esa creencia le hace ser visto por sus
superiores, y gran parte de la ciudadanía, como un traidor, como un vendido al
comunismo, a los que desean exterminar a EEUU. Sufre el menosprecio de sus
jefes (qué lujo poder volver a ver actuar a Alan Alda) y algunos atentados en
su propia casa por parte de extremistas, a los que la policía no busca con
ningún empeño. En este calvario moral encuentra consuelo, paradójico, en el
espía al que defiende, que ve desde su celda como ese abogado encarna unos
valores que quizás en unos tiempos fueron los que a él le animaron a sumarse a
la revolución soviética, pero que ya sabe están olvidados y perdidos. “Siempre
de pie” es una expresión que usa el espía al explicarle al abogado una historia
de su infancia en la que el resistente a la opresión se levanta cada vez que le
golpean y eso, su muestra de valor, es lo que le permite sobrevivir. La
película avanza y la captura de un espía norteamericano por parte de los rusos
permite la posibilidad de un intercambio entre ambas potencias, para lo cual el
gobierno norteamericano vuelve a requerir al abogado para que actúe como
mediador, sin representar a poder ni gobierno alguno, en un Berlín cuyo muro
acaba de ser levantado, y donde el frío y el miedo anidan en cada esquina. Tras
varias vicisitudes y desencuentros, complicados por la presencia de otro
norteamericano retenido esta vez en el Berlín oriental, se produce la escena
culminante, en el puente de Glienicke, cerca del barrio de Wannsee, muy al
oeste de la ciudad. Allí se produce el intercambio entre espías y es donde por
última vez Hanks ve a su defendido, a sabiendas ambos de que el futuro que les
espera es muy distinto. El abogado volverá a un país sometido al derecho, no
exento de problemas, pero en el que se lucha por mantener la libertad, mientras
que el espía regresará a un estrado policial en el que su paso por las cárceles
del enemigo será siempre una sombra de sospecha sobre el posible
colaboracionismo en el que haya podido incurrir. La escena es muy poderosa,
llena de gestos, imágenes que lo dicen todo y muy pocas palabras. Hanks se
siente satisfecho por lo que ha hecho, por vencer a todos los que se ha
enfrentado, en su país y en el rival, pero el dolor de saber lo que va a
pasarle a su defendido lo embarga. La victoria no existe. El héroe triunfa, en
apariencia, pero se sabe derrotado en su propósito último.
Dice en sus memorias Joachim Fest, insigne
historiador alemán, que cuando el nazismo surgió en su país y la población,
poco a poco, se fue pasando al bando de Hitler porque era lo conveniente para
progresar y hacer carrera, su padre le alentó un lema, extraído del Evangelio
de San Mateo, que fue su bandera a lo largo de su vida “etiam si omnes, ego
non” “Aunque los demás lo hagan, yo no”. Eso le costó su carrera y casi la
vida. Hanks encarna esta vez, otra vez, a ese héroe corriente, no vestido de
colores raros, pero que sí se enfrenta a un superpoder, y que lo vence con la
honra, entrega y firmeza de sus valores. Mensaje idóneo para cualquier tiempo,
y más para este, lleno de ausencias de valores, en una película entretenida y
muy recomendable
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