Fue este viernes por la tarde, a
lo largo de muchas horas de confusión en lo que lo único que se sabía con
certeza es que un ataque talibán estaba afectando a la embajada de España en Kabul.
Se dijo en un principio que no había fallecidos, aunque sí, heridos, y que el
objetivo del ataque era una casa de huéspedes que se encuentra contigua a la
legación española. Lo cierto es que la embajada fue la más afectada por un
ataque que, finalmente, se ha saldado con el crudo balance de doce muertos. Dos
civiles afganos, cuatro terroristas, cuatro policías afganos y dos policías
españoles, que murieron a consecuencia de las heridas de las explosiones y
disparos.
Tras años de misiones extranjeras
en el exterior, la muerte de militares en accidente o acto de servicio se puede
entender como algo más o menos normal, pero la presencia de policías es
bastante novedosa en este tipo de misiones, y por ello sus bajas son,
afortunadamente, mucho menores. No es este caso, en el que dos jóvenes, padres
de familia, vuelven a sus casas para descansar para siempre bajo su tierra. Dejan
mujer e hijos pequeños, los últimos poco entenderán de lo que pasa, la primera,
demasiado. La globalización, que ha cambiado nuestro mundo y nos ha puesto en
bandeja la comunicación, producción y consuno sin límites, nos ha traído también
su dosis de peligro. Resulta incomprensible pensar que alguien nacido en, por
ejemplo, La Bañeza, de donde procedía el primero de los fallecidos, pueda
acabar muriendo en un lugar tan lejano e inhóspito como Afganistán, pero es así.
No prestamos la atención debida a la información internacional, pero el mundo
al que nos dirigíamos hace tiempo, y al que hemos llegado, es tal que nuestra
crisis financiera puede ser desatada por una hipoteca quebrada en Nueva Orleans
o causar la muerte de un par de policías españoles a manos de unos integristas
coránicos en la otra punta del mundo. En esta misma campaña electoral la atención
que las fuerzas política, todas ellas, están destinando a lo internacional es,
tristemente, nula. Ni una palabra sobre nuestro papel en las crisis que hay
ahora mismo abiertas en el mundo, apenas algunas declaraciones forzadas por la
prensa sobre la postura española en la recientemente terminada cumbre del
cambio climático de París, ni idea sobre qué opina nuestros representantes,
presentes y futuros, sobre la situación de Siria, o Libia, pero es que tampoco
se oye palabra alguna sobre la intención británica de celebrar un referéndum
sobre su permanencia en la UE, el problema del llamado “Brexit”, o sobre la
gestión de los refugiados, donde lo único que parece claro es que nos hemos
desentendido del todo. Esta ausencia de perfil exterior, de jugar al escondite
frente a lo que sucede allende nuestras fronteras, hace que gran parte de la
opinión pública ni entienda ni se sienta concernida por esos problemas, hasta
que le salpican, claro está, porque eludirlos no implica estar a salvo de
ellos. Ejercemos como sociedad un infantilismo muy preocupante respecto a lo
que pasa fuera de nosotros mismos, y no sabemos por tanto reaccionar como es
debido cuando se produce algo, un atentado, un suceso, un problema complejo, y
tratamos de echar las culpas a otros, de no vernos involucrados, de no asumir hasta
qué punto nos afecta. El caso de la crisis financiera internacional, que no era
un asunto político o partidista, fue bastante claro, y nos comportamos, como
sociedad, como niños pataleando durante un tiempo precioso, quejándonos de que
algo externo nos afectase, cuando la verdad es que ya no hay nada externo a
nosotros.
En la gestión de la comunicación del ataque de
Kabul, el gobierno ha vuelto a cometer errores de principiante, empezando por
un irracional optimismo por parte de presidencia del gobierno cuando la información
era escasa y muy confusa. La reunión del pacto antiyihadista del sábado enmendó
en parte algunos de esos fallos, pero resulta asombroso, y triste, que se sigan
produciendo. Mañana
los cuerpos de los fallecidos retornarán a España, y podrán ser acogidos por
sus familiares y el conjunto de una sociedad enardecida por una campaña,
otra, de vuelo corto y sin miras a lo lejos, de donde viene casi todo. Lo bueno
y, esta vez, también, lo peor.
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