lunes, diciembre 14, 2015

Atentado en Afganistán

Fue este viernes por la tarde, a lo largo de muchas horas de confusión en lo que lo único que se sabía con certeza es que un ataque talibán estaba afectando a la embajada de España en Kabul. Se dijo en un principio que no había fallecidos, aunque sí, heridos, y que el objetivo del ataque era una casa de huéspedes que se encuentra contigua a la legación española. Lo cierto es que la embajada fue la más afectada por un ataque que, finalmente, se ha saldado con el crudo balance de doce muertos. Dos civiles afganos, cuatro terroristas, cuatro policías afganos y dos policías españoles, que murieron a consecuencia de las heridas de las explosiones y disparos.

Tras años de misiones extranjeras en el exterior, la muerte de militares en accidente o acto de servicio se puede entender como algo más o menos normal, pero la presencia de policías es bastante novedosa en este tipo de misiones, y por ello sus bajas son, afortunadamente, mucho menores. No es este caso, en el que dos jóvenes, padres de familia, vuelven a sus casas para descansar para siempre bajo su tierra. Dejan mujer e hijos pequeños, los últimos poco entenderán de lo que pasa, la primera, demasiado. La globalización, que ha cambiado nuestro mundo y nos ha puesto en bandeja la comunicación, producción y consuno sin límites, nos ha traído también su dosis de peligro. Resulta incomprensible pensar que alguien nacido en, por ejemplo, La Bañeza, de donde procedía el primero de los fallecidos, pueda acabar muriendo en un lugar tan lejano e inhóspito como Afganistán, pero es así. No prestamos la atención debida a la información internacional, pero el mundo al que nos dirigíamos hace tiempo, y al que hemos llegado, es tal que nuestra crisis financiera puede ser desatada por una hipoteca quebrada en Nueva Orleans o causar la muerte de un par de policías españoles a manos de unos integristas coránicos en la otra punta del mundo. En esta misma campaña electoral la atención que las fuerzas política, todas ellas, están destinando a lo internacional es, tristemente, nula. Ni una palabra sobre nuestro papel en las crisis que hay ahora mismo abiertas en el mundo, apenas algunas declaraciones forzadas por la prensa sobre la postura española en la recientemente terminada cumbre del cambio climático de París, ni idea sobre qué opina nuestros representantes, presentes y futuros, sobre la situación de Siria, o Libia, pero es que tampoco se oye palabra alguna sobre la intención británica de celebrar un referéndum sobre su permanencia en la UE, el problema del llamado “Brexit”, o sobre la gestión de los refugiados, donde lo único que parece claro es que nos hemos desentendido del todo. Esta ausencia de perfil exterior, de jugar al escondite frente a lo que sucede allende nuestras fronteras, hace que gran parte de la opinión pública ni entienda ni se sienta concernida por esos problemas, hasta que le salpican, claro está, porque eludirlos no implica estar a salvo de ellos. Ejercemos como sociedad un infantilismo muy preocupante respecto a lo que pasa fuera de nosotros mismos, y no sabemos por tanto reaccionar como es debido cuando se produce algo, un atentado, un suceso, un problema complejo, y tratamos de echar las culpas a otros, de no vernos involucrados, de no asumir hasta qué punto nos afecta. El caso de la crisis financiera internacional, que no era un asunto político o partidista, fue bastante claro, y nos comportamos, como sociedad, como niños pataleando durante un tiempo precioso, quejándonos de que algo externo nos afectase, cuando la verdad es que ya no hay nada externo a nosotros.

En la gestión de la comunicación del ataque de Kabul, el gobierno ha vuelto a cometer errores de principiante, empezando por un irracional optimismo por parte de presidencia del gobierno cuando la información era escasa y muy confusa. La reunión del pacto antiyihadista del sábado enmendó en parte algunos de esos fallos, pero resulta asombroso, y triste, que se sigan produciendo. Mañana los cuerpos de los fallecidos retornarán a España, y podrán ser acogidos por sus familiares y el conjunto de una sociedad enardecida por una campaña, otra, de vuelo corto y sin miras a lo lejos, de donde viene casi todo. Lo bueno y, esta vez, también, lo peor.

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