jueves, diciembre 03, 2015

El aire sucio de Madrid y el clima de París

Tiene sentido que, para unirse a los debates que se celebran en París con motivo de la cumbre del clima, el Ayuntamiento de Madrid haya tenido que poner en marcha otra vez la fase 2 del protocolo de contaminación, añadiendo a la limitación a 70 km/hora de velocidad en la M30 y vías anexas la prohibición de aparcar en el interior de dicha carretera de circulación a los no residentes. Es la segunda vez que se pone en marcha esta medida en menos de un mes, fruto de la continua emisión de contaminantes y de un persistente anticiclón de bloqueo que provoca que no llueva en Madrid, concretamente desde hace un mes. Y la cosa parece que sigue así en el futuro.

Como ya sabrán, en París, blindada por las fuerzas de seguridad, se celebra esa conferencia mundial por el clima, que trata de lograr un acuerdo internacional vinculante (los dos conceptos son claves) parta reducir las emisiones contaminantes y atajar así la prevista subida de las temperaturas. Aún es pronto para saber si se llegará a un acuerdo en esta cita, y de lograrlo si se cumplirá y servirá para algo. A corto plazo soy bastante pesimista en este aspecto. Las naciones en vías de desarrollo no van a querer renunciar a un consumo energético que ha sido uno de los pilares del crecimiento de los países desarrollados, y es obvio que miles de millones de chinos, indios, nigerianos y otras nacionalidades vana a aumentar sus emisiones más de lo que podamos reducirlas otros países, si realmente lo hacemos. Y como en el aire no hay fronteras, los humos de unos son los de todos. A medio plazo las emisiones se frenarán porque confío en la tecnología, tanto por el desarrollo de fuentes alternativas como por la mejora en las baterías, que permitan electrificar el parque móvil global, como las tecnologías de captura de CO2, pero me da que aún tendremos que esperar mucho para que esa nueva base tecnológica sea capaz de suplir a la que actualmente (no nos olvidemos) nos permite vivir. Y si de la tecnología es difícil hacer predicciones, del clima futuro aún más. Los modelos climáticos son, por definición, complejos y caóticos, y pueden ofrecer variantes muy diversas que, en unas zonas, supongan riesgos y desastres y en otras beneficios. Lo que parece claro y aceptado por todos los científicos es que el impacto de la humanidad en el clima global es perceptible, existe, y lo va a alterar en una dirección y dimensión que, aunque seamos incapaces de precisar con detalle, generará consecuencias en el futuro. Y esas tendencias, las del clima y la contaminación, se caracterizan por, entre otras cosas, poseer mucha inercia. Si ahora mismo dejáramos de emitir por completo, los efectos puestos en marcha en el clima no desaparecerían en semanas, sino en varios años, por lo que la incidencia de las medidas de reducción de emisiones, sean cuales sean, sólo podrán verse evaluadas en un plazo muy largo de tiempo, suficiente para que muchos de los habitantes del mundo actual no lo vean como una necesidad imperiosa. El problema del clima, aparte de su complejidad, se enfrenta al endiablado dilema económico conocido como la “tragedia de los bienes comunes” y es que la actitud individual de cada una de las personas y naciones en pos de la reducción de emisiones sólo genera, a corto plazo, perjuicio para quien la realiza. A largo plazo es beneficiosa para el conjunto, pero la pérdida inicial desincentiva a ponerlas en marcha de manera individual y esa es la garantía para que en un plazo no muy largo, toda la colectividad se vea perjudicada en su conjunto. Los incentivos individuales son perversos y juegan a la contra del bien común, y esa es la mejor garantía para que los acuerdos, firmados o no, se incumplan, y las situación global no mejore, sino que mantenga su tendencia actual al empeoramiento.

Una posible solución a este dilema sería encontrar un aliciente a corto plazo que sirva para que todo el mundo se conciencie que actuar de manera limpia y racional es beneficioso ya, no en un remoto futuro. Y ese incentivo puede ser el de mirar hoy por la ventana en una ciudad como Madrid, París, o cualquier otra capital sumida en un manto contaminante. Más allá de lo que pase con el complejo clima futuro, evitar la contaminación presente reduce los cánceres de mañana, y eso ya es un incentivo muy intenso como para desarrollar hábitos de comportamiento y, sobre todo, tecnologías que reduzcan las emisiones. Nuestro mundo no puede funcionar sin coches, intentarlo es absurdo, pero si logramos que no emitan eliminaremos bastante más de la mitad del humo que respiramos. Ese es nuestro reto hoy.

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