Tiene sentido que, para unirse a
los debates que se celebran en París con motivo de la cumbre del clima, el
Ayuntamiento de Madrid haya tenido que poner en marcha otra vez la fase 2 del
protocolo de contaminación, añadiendo a la limitación a 70 km/hora de
velocidad en la M30 y vías anexas la prohibición de aparcar en el interior de
dicha carretera de circulación a los no residentes. Es la segunda vez que se
pone en marcha esta medida en menos de un mes, fruto de la continua emisión de
contaminantes y de un persistente anticiclón de bloqueo que provoca que no
llueva en Madrid, concretamente desde hace un mes. Y la cosa parece que sigue
así en el futuro.
Como ya sabrán, en París,
blindada por las fuerzas de seguridad, se celebra esa conferencia mundial por
el clima, que trata de lograr un acuerdo internacional vinculante (los dos
conceptos son claves) parta reducir las emisiones contaminantes y atajar así la
prevista subida de las temperaturas. Aún es pronto para saber si se llegará a
un acuerdo en esta cita, y de lograrlo si se cumplirá y servirá para algo. A
corto plazo soy bastante pesimista en este aspecto. Las naciones en vías de
desarrollo no van a querer renunciar a un consumo energético que ha sido uno de
los pilares del crecimiento de los países desarrollados, y es obvio que miles
de millones de chinos, indios, nigerianos y otras nacionalidades vana a aumentar
sus emisiones más de lo que podamos reducirlas otros países, si realmente lo
hacemos. Y como en el aire no hay fronteras, los humos de unos son los de
todos. A medio plazo las emisiones se frenarán porque confío en la tecnología,
tanto por el desarrollo de fuentes alternativas como por la mejora en las baterías,
que permitan electrificar el parque móvil global, como las tecnologías de
captura de CO2, pero me da que aún tendremos que esperar mucho para que esa
nueva base tecnológica sea capaz de suplir a la que actualmente (no nos
olvidemos) nos permite vivir. Y si de la tecnología es difícil hacer
predicciones, del clima futuro aún más. Los modelos climáticos son, por
definición, complejos y caóticos, y pueden ofrecer variantes muy diversas que,
en unas zonas, supongan riesgos y desastres y en otras beneficios. Lo que
parece claro y aceptado por todos los científicos es que el impacto de la
humanidad en el clima global es perceptible, existe, y lo va a alterar en una
dirección y dimensión que, aunque seamos incapaces de precisar con detalle,
generará consecuencias en el futuro. Y esas tendencias, las del clima y la
contaminación, se caracterizan por, entre otras cosas, poseer mucha inercia. Si
ahora mismo dejáramos de emitir por completo, los efectos puestos en marcha en
el clima no desaparecerían en semanas, sino en varios años, por lo que la
incidencia de las medidas de reducción de emisiones, sean cuales sean, sólo
podrán verse evaluadas en un plazo muy largo de tiempo, suficiente para que
muchos de los habitantes del mundo actual no lo vean como una necesidad
imperiosa. El problema del clima, aparte de su complejidad, se enfrenta al
endiablado dilema económico conocido como la “tragedia de los bienes comunes” y
es que la actitud individual de cada una de las personas y naciones en pos de
la reducción de emisiones sólo genera, a corto plazo, perjuicio para quien la
realiza. A largo plazo es beneficiosa para el conjunto, pero la pérdida inicial
desincentiva a ponerlas en marcha de manera individual y esa es la garantía
para que en un plazo no muy largo, toda la colectividad se vea perjudicada en
su conjunto. Los incentivos individuales son perversos y juegan a la contra del
bien común, y esa es la mejor garantía para que los acuerdos, firmados o no, se
incumplan, y las situación global no mejore, sino que mantenga su tendencia
actual al empeoramiento.
Una posible solución a este dilema sería
encontrar un aliciente a corto plazo que sirva para que todo el mundo se
conciencie que actuar de manera limpia y racional es beneficioso ya, no en un
remoto futuro. Y ese incentivo puede ser el de mirar hoy por la ventana en una
ciudad como Madrid, París, o cualquier otra capital sumida en un manto
contaminante. Más allá de lo que pase con el complejo clima futuro, evitar la
contaminación presente reduce los cánceres de mañana, y eso ya es un incentivo
muy intenso como para desarrollar hábitos de comportamiento y, sobre todo,
tecnologías que reduzcan las emisiones. Nuestro mundo no puede funcionar sin
coches, intentarlo es absurdo, pero si logramos que no emitan eliminaremos
bastante más de la mitad del humo que respiramos. Ese es nuestro reto hoy.
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