Iba el cara a cara ayer por el
camino acostumbrado, con dimes, diretes, alternativas, un aspirante correoso
que sabía que estaba ante su gran oportunidad y un presidente cancerbero que
paraba los golpes y desviaba las preguntas. Unas tablas más o menos esperadas,
en un duelo dialéctico intenso, menos rígido que en ocasiones anteriores, sin los
corsés habituales, en un escenario sobrio hasta el extremo y con una
realización que, como el formato, parecía antigua, demasiado fija y seria. Iba,
como decía, la cosa por sus cauces hasta que, en un momento dado, se desmadró,
y el programa dejó de ser apto para menores.
Miserable,
zafio, ruin (Ruiz, traicionado Rajoy por el subconsciente) indecente… el
cruce de lindezas que los candidatos se lanzaron sin pausa ni piedad durante
unos minutos de descontrol fue el culmen en la intensidad de un debate que, por
momentos, parecía demandar barro sobre el escenario impoluto, dado que guantes
y ring serían unos atributos demasiado dignos para lo que podíamos ver.
Enzarzados a cuenta de la corrupción, Sánchez y Rajoy ofrecieron la peor
versión de sí mismos, la que arroja en el otro la culpa del problema y las
acusaciones. Cada uno acudía al debate con una losa propia de corrupción, con
mayor agravante en el caso de Rajoy por ser presidente y por haber estado en su
mano evitarla. En el caso de los EREs, si bien Sánchez no los creo, tampoco ha
hecho nada para explicarlos, pero es verdad que no ha tenido poder para ello
(en este caso la culpa recae en Susana Díaz y en sus antecesores). Rajoy,
durante el resto de su existencia, será perseguido por el fantasma de Bárcenas,
por aquel infame SMS en el que se mostraba preocupado por el futuro de un
sinvergüenza propio, de los suyos. Toda su credibilidad en el tema de la
corrupción, todas las normas que, a posteriori, implantadas por una
insoportable presión popular, puedan haber sido aprobadas, sucumben ante la
devastadora imagen de aquel mensaje y la sensación de compadreo que se dio.
Rajoy, entonces, ahora y en el futuro, sólo tiene una manera de eludir esa
carga, que es pedir perdón por ello cada vez que salga el asunto. No hay otra,
nada de lo que diga distinto del perdón será considerado válido por una
sociedad, la nuestra, que tolera y se regodea en la corrupción propia pero que
ve muy mal la ajena, y más aún cuando la crisis impide la propia. Y esto es así
nos guste o no. Y le guste a Rajoy o no. Sánchez, sabedor que ese tema es una
herida abierta en el costado de un PP que, incomprensiblemente, se niega a
curarla, hecho toda la sal posible en la misma, y eso irritó muchísimo a un
Rajoy que perdió los nervios, quizás la única alternativa posible ante las cámaras,
aunque no la mejor (pedir perdón). Y el cruce de insultos se disparó, y el
debate se convirtió en una especie de “Sálvame” en el que los invitados se ponían
verdes unos a otros, regodeándose en sus miserias, mientras la audiencia,
asombrada, crecía, como me supongo que pasó ayer. Sólo el Rey, el Rey!!! Juan Carlos
I se ha disculpado públicamente por un error cometido, gordo, que fue la gota
que le costó su corona, pero se disculpó. Ni el PSOE por los EREs ni el PP por
Gürtel han tenido el más mínimo asomo de disculpa ni propósito de enmienda. Sólo
el Rey, el Rey!!! Felipe VI tomo la decisión de apartar a su hermana (su
hermana) y degradarla, y ni PP ni PSOE han hecho nada parecido con los suyos,
implicados en casos de corrupción, salvo cuando han visto que las encuestas les
penalizaban mucho. Por eso el debate, el fango de la corrupción de ayer,
ensuciaba a ambos y les hacía perder puntos a chorros, más allá de las razones
de cada uno.
Imaginaba, después de esa memorable escena, que desafortunadamente
tardaremos tiempo en olvidar, la imagen de Albert Rivera o Pablo Iglesias acariciando
sus respectivos gatitos de angora desde sus guaridas, contemplando como sus
rivales se acuchillaban y enlodazaban en público, arrojándose miserias pasadas
y, esta vez sí, mostrándose como viejos políticos de un viejo pasado que
mantiene a este país atrapado en sus vicios eternos. Fueron ellos dos los más
beneficiados por semejante espectáculo, y saben que a partir del Lunes que
viene, cuando probablemente nadie tenga una gran mayoría, esa imagen de bronca
será la que pongan sobre la mesa para descalificar a los dos grandes partidos,
a los que esperan tener bien agarrados por sus partes innobles.
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