2015 comenzó el 7 de enero, en la
calle parisina en la que se encuentran la redacción de Charlie Hebdo, y terminó
el 13 de noviembre, no muy lejos de allí, en la sala de conciertos Bataclán. Un
año corto, como el corto siglo XX, enmarcado entre dos atentados salvajes, uno
con objetivo certero, otro puramente indiscriminado, que han mostrado a Europa,
y a todo el mundo, hasta qué punto el terrorismo yihadista se ha convertido en
una peligrosa amenaza global que no conoce fronteras ni límites en su capacidad
de matar y hacer daño. París ha sido este año la capital sentimental y del
dolor global. Su llanto es también el nuestro.
Una París sita en una Europa que
ha afrontado, junto con la del terrorismo, otras dos graves crisis que la
amenazan en lo más profundo de su ser. Una de ellas es la económica, que no se
acaba nunca, otra vez con Grecia como epicentro del temor. Poco antes del
verano la temperatura, que ya era demasiado alta en las calles, se disparó
entre Atenas y Bruselas, y a punto estuvieron de saltar los plomos. La
rendición de Tsipras ante la cruda realidad, no sin que antes la población
helena sufriera en sus carnes las consecuencias de su irresponsable política,
amainó las aguas, pero el problema griego, y en general, la disfunción
económica en el seno de la UE, permanece, y es probable que rebote si, como
creo, 2016 será un año económico peor de lo que muchos analistas estiman. La
otra gran crisis europea ha sido la de los refugiados, en la que hemos visto lo
mejor y lo peor. Lo mejor por parte de quienes huyen del horror, y de algunos
que les han acogido, y de naciones como la alemana, que han dado un ejemplo. Lo
peor, en la parálisis de la UE en su conjunto, en el levantamiento de fronteras
y vallas por doquier, en el auge de populismos nacionalistas en gran parte del
continente, especialmente en el este, que basan en el egoísmo y el miedo toda
su política, por llamarla así. La crisis de los refugiados ya no sale en los
medios, pero su drama, diario, sigue ahí, y no, no hacemos nada para evitarlo.
La fuente del problema de los refugiados, el islamismo radical y la guerra de
Siria, han sido el gran asunto internacional del año. Siria, por quinto
ejercicio, se sigue desangrando en un conflicto salvaje, total, enrevesado
hasta lo diabólico, en el que no cesan de aumentar las partes en conflicto. Se
han creado grupos de trabajo y conferencias que pretenden auspiciar un plan de
paz para la zona, pero se encuentran ante una oscura realidad a la que sólo
miramos de reojo, pero que no deja de generar sangre, muerte, destrucción (y
sí, obviamente, refugiados) cada día que pasa. No es probable que el año que
viene esto cambie mucho. El derrumbe absoluto del precio del petróleo y del
conjunto de materias primas, el frenazo de la economía china y la recesión
brasileña, la subida de tipos de la FED y la bajada del comercio mundial,
aunque sean materias que parecen sólo económicas, han condicionado la política,
geoestratégia y vida de gran parte del planeta, y así seguirá siéndolo el año que
viene, salvo gran sorpresa. Un año nuevo que vendrá condicionado por las
elecciones norteamericanas de noviembre, esperemos que sin el impresentable
Donald Trump ni de candidato, y por la amenaza del referéndum de salida de
Reino Unido de la UE, el temido “Brexit”.
En España el año económico ha
sido mejor de lo esperado, gracias a méritos propios y coyunturas externas. Invadidos
por turistas, el PIB ha crecido más de un 3% en medio del constante soniquete
del desafío independentista de un cada vez más acosado por sus corruptelas
Artur Mas. La política patria ha esperado casi a las campanadas para ofrecernos
el parlamento más complejo y divertido de las últimas décadas, y nos mantendrá
entretenidos, quizás hasta el hastío, durante buena parte de 2016. Y como era
de esperar, no hemos sido relevantes en ninguna de las grandes cuestiones
internacionales citadas.
Subo hoy a Elorrio a pasar las Navidades y año
nuevo. Salvo sorpresa, el próximo artículo será el martes 5 de Enero de 2016. Disfruten
de unas fantásticas fiestas, sean muy felices, y hagan felices a los suyos. Y
que nos sigamos leyendo.
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