Estamos rodeados de ambiente
electoral, no sólo propio, sino también ajeno. El pasado fin de semana tuvieron
lugar elecciones legislativas en Venezuela, con una esperanzadora victoria de
la oposición al chavismo, y primera vuelta de las regionales en Francia, en las
que el Frente Nacional se convirtió en la formación más votada. Le Pen hija,
pese a que pueda perder algunas regiones en segunda vuelta (la única manera de
que, de verdad, gobierne la lista más votada) tiene en sus manos casi la mitad
del poder local francés. Solo pensarlo da miedo, imaginarlo es pavoroso.
Ese triunfo en Francia me ha
generado un cierto consuelo respecto a la situación política en España. Me explico.
Sometidos como hemos sido a una devastadora crisis, cuyas secuelas van a ser
muy muy largas, las distintas alternativas políticas en España luchan por el
votante centrado, y huyen de exabruptos derechistas o izquierdistas. Vacunados como
seguimos ante movimientos fascistas por el pasado dictatorial, los discursos
comunistas de Podemos espantan tanto que sus líderes, más por tacticismo que por
convicción, han decidido esconderlos. Y eso, que sea el voto moderado el que
decida quién accede al poder, es una buena noticia en sí misma, de la que
debemos sentirnos orgullosos. En Francia el panorama es muy distinto. Es un país
mucho más rico y culto que nosotros, desarrollado en un amplio sentido de la
palabra, que enfrentado a la misma crisis que nosotros, que allí ha tenido una
incidencia mucho menor (basta con ver las estadísticas de paro) se ha lanzado
en brazos de movimientos populistas, xenófobos y radicales en todos los
sentidos del término. El Frente Nacional es una vergüenza como partido,
portador de un discurso insoportable que, en manos de su fundador, llegó a defender
el negacionismo del holocausto. Marine Le Pen, su hija y actual máxima dirigente,
tras haber ejecutado el ritual del “asesinato” del padre, ha demostrado ser más
lista que su progenitor, y en este caso lista es sinónimo de peligrosa. Ha
modulado su discurso racial en función del público al que se dirige, ha
modernizado la formación y su estética, y lanzada a por todas, ha visto en la
crisis y los perjudicados por la misma el perfecto caldo de cultivo en el que cocinar
sus recetas, caducas, falsas y peligrosas, pero que consiguen atrapar
electores. Es entre los desempleados y trabajadores de clase media y baja donde
Le Pen logra sus mejores resultados. Asusta pensar que esas personas, golpeadas
por la crisis, ven en un discurso más propio de los años treinta del siglo
pasado la solución a sus problemas. Y lo votan, y lo vuelven a votar. No hay
elección en Francia desde hace bastantes años que no muestre un continuado
ascenso de los registros de voto de Le Pen y sus hordas. Ha conseguido asustar
a la derecha clásica, encabezada ahora por un Sarkozy que ve como sólo
radicalizando su discurso puede mantener una segunda posición honrosa, no a
gran distancia de la vencedora. Y el socialismo francés, cada vez más hundido,
no logra obtener un resultado que pueda considerar como un suelo a partir del
cual reconstruirse. La decisión de Hollande de retirarse en varias regiones y
pedir expresamente el voto para Sarkozy frente a Le Pen es toda una humillación.
En estas elecciones han jugado un papel decisivo, también, los atentados de París,
que han sido gasolina para el motor de la xenofobia de Le Pen. El resultado
francés, visto desde cualquier óptica, es muy preocupante, y requiere que nos paremos
un poco a pensar cómo, desde la moderación, Europa puede revertir una situación
así.
Pero no sólo es Francia. Polonia
hace unos meses, Hungría desde hace tiempo, poseen gobiernos que no están
girados hacia la derecha, no, sino que viven en el más zafio de los populismos,
y suponen un riesgo para el desarrollo económico y social de sus naciones y
para el futuro del proyecto europeo. Y en EEUU Donald Trump, un sujeto salido
de una muy mala película, proclama un discurso abiertamente xenófobo y, sobre
todo, estúpido, que no se si por cachondeo o no, es respaldado en las encuestas
por los posibles votantes republicanos. Daría risa si no fuera porque da pena y
,cada vez más, miedo. El panorama político de cara a 2016 pinta sombrío en
nuestro vecindario.
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