Una pantalla oscura, con unas
titilantes estrellas de fondo y, de repente, unas letras enormes, redondeadas,
de fina silueta amarilla, sin fondo, que permiten ver a las estrellas, y el
sonido atronador de una fanfarria que eleva a todo el que lo oiga a una
dimensión sideral… Es el inicio de La Guerra de las Galaxias, la cabecera que
todo el mundo es capaz de imaginar, el principio de una saga que no deja indiferente
a nadie, un icono no ya del cine, sino del imaginario popular que trasciende a
todo lo conocido, y que siempre arrastra multitudes. Ha llegado el 18 de
diciembre tan esperado. Hoy se estrena el Episodio VII de esta franquicia.
Tengo entrada para asistir al
evento esta misma noche, y voy a entrar en la sala de cine con una extraña
mezcla de sensaciones. Ilusión, y mucha, porque tras meses, años de espera, en
los que han ido saliendo noticias con cuentagotas de cómo iba a ser esta nueva
trilogía que ahora se nos presenta, el momento ha llegado. Disney, la nueva
propietaria de la marca, ha realizado un ejemplar uso del marketing para
aumentar aún más si cabe la ansiedad de los fanáticos de la serie, que son
muchos, y ha elevado mucho el listón de las expectativas. Al conocerse que el
castillo de Blancanieves se había hecho con la matriz de Lucas film cundió el
pánico entre los fieles de la fuerza. “Seguro que nos meten un número musical
entre R2D2 y C3PO” pero los avances mostrados de la producción han ido
generando la sensación de que estamos ante una película seria, no una versión
“Frozen” de la helada batalla de Hoth. Ese temor también tenía una base sólida
en el pasado, porque la nueva trilogía, la estrenada a partir de mediados de
los noventa, que sitúa los acontecimientos antes de los narrados en la vieja
trilogía, supuso una profunda decepción para el público y crítica. Soy de los
que al ver las citadas letras amarillas y escuchar la música de John Williams
ya me emociono, pero resulta obvio que las películas viejas son mejores que las
nuevas, más entretenidas, más serias, más adultas, sin que los efectos
especiales se las coman, y sin la presencia de personajes absurdos que acaparan
un protagonismo que no tiene sentidos alguno (los recopilatorio de las miles de
maneras de asesinar a Jar Jar Bings fueron un clásico en su momento) por lo
que, al conocerse que iban a rodarse nuevas películas la citada ilusión se tornó
en miedo, miedo a que ese reverso tenebroso de Lucas, esa pasión por el
merchandising y el negocio pudiera frente a la necesidad de contar una buena
historia. Parece que, por lo que se comenta, Disney ha logrado la cuadratura
del círculo, porque es imposible realizar una campaña de marketing más intensa
de la que hemos vivido con esta película, cuyas cifras económicas son de auténtico
vértigo, y pese a ello se palpa la sensación de que el producto cinematográfico
es bueno, de que vamos a ver una buena película de aventuras. Si esto es así
estaremos ante un auténtico milagro. El ultimo al que pudimos asistir de este
estilo fue “El señor de los anillos” donde tres grandes películas no quedaban
sepultadas por una avalancha de monigotes, camisetas, tazas, cortinas, peluches
y todo lo imaginable. El negocio fue compatible con el arte. Confiemos en que esta
vez también sea así
Por todo ello, acudir hoy al estreno de la película
es algo complejo. Las críticas que han ido publicándose a lo largo de la semana
han sido bastante favorables, a excepción de la expuesta por Carlos Boyero. No me resisto a
enlazarles el fascinante (¿cuándo no?) artículo de ayer de Marta Fernández,
afortunada ella que ya la ha visto. Sus palabras son como un bálsamo que
genera descanso ante el miedo del seguidor de la saga, y le lleva a las puertas
de la sala de cine con la garantía de que va a asistir a algo muy especial. Ya
les contaré, no se cómo ni cuándo, mis impresiones sobre la película, pero la
cosa promete. Y, por supuesto, que la fuerza les acompañe hoy, el Domingo
cuando vayan a votar, y siempre.
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