Ayer tuvimos otra noche de
sobreexposición política en los medios, especialmente las televisiones. En
Telecinco Piqueras entrevistaba a Albert Rivera, que el día anterior acudió al
Hormiguero de Antena3, en
la Primera, en el exitoso programa de entrevistas de Bertín Osborne, Pedro
Sánchez desgranaba su vida, milagros y avatares en medio de copas y
cocinillas y Rajoy, siempre fiel a su estilo, comentaba un partido de fútbol en
la COPE, en un acto de rendición al vil deporte del balón que deja bien a las
claras cuáles son las prioridades del actual gobernante y, me temo, las de gran
parte del país.
Ha sido esta la legislatura de
las televisiones, cuatro años de larga, inacabable y continuada campaña
electoral desarrollada en los platós de televisión, que han reemplazado en gran
medida al debate parlamentario, gracias a los errores de unos y la visión de
otros. Ni el gobierno ni el PSOE han sido capaces de percibir las devastadoras,
profundas y duraderas consecuencias de una crisis, que ahora se muestra
benévola, pero que sigue ahí, y que ha transformado gran parte del panorama
social español, se quiera ver o no. A los pocos meses de llegar al poder el PP
se desdijo de todas las promesas electorales que, en 2011, le llevaron a una
mayoría absoluta que estaba cantada dado el desastre de gestión del PSOE. Con
una oposición laminada y sin ideas, y un gobierno zarandeado por la cruda
realidad y con ganas de seguir ausente, muchos ciudadanos se quedaron sin
representación, y ya saben que la naturaleza aborrece el vacío. Líderes
políticos empezaron a surgir como setas tras la lluvia en unos canales de
televisión que, medio arruinados, han apostado por la tertulia como forma
barata hasta el extremo de llenar horas de programación. Y entonces se produjo
el extraño milagro de estos años, en los que el debate político congrega a una
inmensa audiencia, que recordemos que es lo único que le interesa a los
canales, la audiencia, para así poder facturar más cara la publicidad y ganar
dinero, que es su objetivo. Pablo Iglesias fue el primero que vio la
oportunidad y quien, por entonces, mejor supo aprovecharla. Se convirtió en un
telepredicador de izquierda, el azote de un gobierno tocado en los años de la
devastación y la ira, por cada prédica populista que soltaba su popularidad
crecía y la audiencia con ella, y los ingresos mediáticos en paralelo. Las
cadenas empezaron a sustituir espacios y formatos de noche de fin de semana,
habitualmente centrados en el entretenimiento (a mi siempre me habían aburrido)
por tertulias políticas, en las que el grito y el “y tú más” se llevan a un
grado de profesionalización extremo y, diríase, de impostura insuperable. El
tertuliano se convirtió en el opinador de guardia, en el gurú de la realidad,
en la voz ominosa que tronaba y sabía la solución fácil, sencilla a indolora a
todo problema, fuera cual fuese su complejidad. Qué bien
lo describe en su artículo del Domingo Rubén Amón. Y de esas tertulias surgieron
candidatos a alcaldías, portavoces políticos, líderes mediáticos y futuros
congresistas y senadores. Una vez vista la estrategia Iglesias y sus réditos
otros quisieron seguirla, amparados en la brillante idea de que el discurso lo
aguanta todo y que la realidad puede ser obviada si la demagogia es lo
suficientemente amplia. Y así las formaciones clásicas y el resto de las
emergentes se subieron al carro mediático, mejor circo, ofreciendo tardes y
noches de gloria en las que las discusiones en los platós igualaban en volumen
a las discotecas de chunda chundaque, antaño, reinaban en las noches del
sábado, ahora relegadas por el nuevo éxito de la política, o eso que así lo
llaman
Ciudadanos pulió algunos errores de la
estrategia de Iglesias y creó una versión de liderazgo mediático 2.0 más
eficiente que la anterior, y ahora mismo, a menos de tres semanas de las
elecciones, Rivera es la estrella que todas las cadenas quieren llevar. Por su
parte PP y PSOE, arrastradas a este juego, hacen lo que pueden, sobre todo un
PP que sigue enarbolando la anticomunicación como bandera, con un líder que
será estudiado en las escuelas de negocios de medio mundo como ejemplo de lo
que no se debe hacer en esta materia. Sánchez, por su parte, aspira a ser
Rivera, pero no puede con la frescura del catalán, ya muy bregada y que nada
tiene que perder. E Iglesias, destronado del olimpo mediático, sueña con
aquellas noches en las que las masas se congregaban, como en la lectura bíblica,
entorno a su sermón de la montaña televisiva.
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