jueves, noviembre 26, 2015

Ponga un político en su televisor

Ayer tuvimos otra noche de sobreexposición política en los medios, especialmente las televisiones. En Telecinco Piqueras entrevistaba a Albert Rivera, que el día anterior acudió al Hormiguero de Antena3, en la Primera, en el exitoso programa de entrevistas de Bertín Osborne, Pedro Sánchez desgranaba su vida, milagros y avatares en medio de copas y cocinillas y Rajoy, siempre fiel a su estilo, comentaba un partido de fútbol en la COPE, en un acto de rendición al vil deporte del balón que deja bien a las claras cuáles son las prioridades del actual gobernante y, me temo, las de gran parte del país.

Ha sido esta la legislatura de las televisiones, cuatro años de larga, inacabable y continuada campaña electoral desarrollada en los platós de televisión, que han reemplazado en gran medida al debate parlamentario, gracias a los errores de unos y la visión de otros. Ni el gobierno ni el PSOE han sido capaces de percibir las devastadoras, profundas y duraderas consecuencias de una crisis, que ahora se muestra benévola, pero que sigue ahí, y que ha transformado gran parte del panorama social español, se quiera ver o no. A los pocos meses de llegar al poder el PP se desdijo de todas las promesas electorales que, en 2011, le llevaron a una mayoría absoluta que estaba cantada dado el desastre de gestión del PSOE. Con una oposición laminada y sin ideas, y un gobierno zarandeado por la cruda realidad y con ganas de seguir ausente, muchos ciudadanos se quedaron sin representación, y ya saben que la naturaleza aborrece el vacío. Líderes políticos empezaron a surgir como setas tras la lluvia en unos canales de televisión que, medio arruinados, han apostado por la tertulia como forma barata hasta el extremo de llenar horas de programación. Y entonces se produjo el extraño milagro de estos años, en los que el debate político congrega a una inmensa audiencia, que recordemos que es lo único que le interesa a los canales, la audiencia, para así poder facturar más cara la publicidad y ganar dinero, que es su objetivo. Pablo Iglesias fue el primero que vio la oportunidad y quien, por entonces, mejor supo aprovecharla. Se convirtió en un telepredicador de izquierda, el azote de un gobierno tocado en los años de la devastación y la ira, por cada prédica populista que soltaba su popularidad crecía y la audiencia con ella, y los ingresos mediáticos en paralelo. Las cadenas empezaron a sustituir espacios y formatos de noche de fin de semana, habitualmente centrados en el entretenimiento (a mi siempre me habían aburrido) por tertulias políticas, en las que el grito y el “y tú más” se llevan a un grado de profesionalización extremo y, diríase, de impostura insuperable. El tertuliano se convirtió en el opinador de guardia, en el gurú de la realidad, en la voz ominosa que tronaba y sabía la solución fácil, sencilla a indolora a todo problema, fuera cual fuese su complejidad. Qué bien lo describe en su artículo del Domingo Rubén Amón. Y de esas tertulias surgieron candidatos a alcaldías, portavoces políticos, líderes mediáticos y futuros congresistas y senadores. Una vez vista la estrategia Iglesias y sus réditos otros quisieron seguirla, amparados en la brillante idea de que el discurso lo aguanta todo y que la realidad puede ser obviada si la demagogia es lo suficientemente amplia. Y así las formaciones clásicas y el resto de las emergentes se subieron al carro mediático, mejor circo, ofreciendo tardes y noches de gloria en las que las discusiones en los platós igualaban en volumen a las discotecas de chunda chundaque, antaño, reinaban en las noches del sábado, ahora relegadas por el nuevo éxito de la política, o eso que así lo llaman

Ciudadanos pulió algunos errores de la estrategia de Iglesias y creó una versión de liderazgo mediático 2.0 más eficiente que la anterior, y ahora mismo, a menos de tres semanas de las elecciones, Rivera es la estrella que todas las cadenas quieren llevar. Por su parte PP y PSOE, arrastradas a este juego, hacen lo que pueden, sobre todo un PP que sigue enarbolando la anticomunicación como bandera, con un líder que será estudiado en las escuelas de negocios de medio mundo como ejemplo de lo que no se debe hacer en esta materia. Sánchez, por su parte, aspira a ser Rivera, pero no puede con la frescura del catalán, ya muy bregada y que nada tiene que perder. E Iglesias, destronado del olimpo mediático, sueña con aquellas noches en las que las masas se congregaban, como en la lectura bíblica, entorno a su sermón de la montaña televisiva.

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