La política portuguesa se ha
vuelto muy interesante. Si no recuerdan mal, hace unas semanas les comenté que
ni con las elecciones allí había sido posible que los medios le dedicasen al
país vecino la atención debida. El resultado de esa jornada no arrojó sorpresas
sobre el ganador de las mismas, el conservador Pasos Coelho, ni sobre los
segundos y terceros (socialistas y comunistas respectivamente) pero la pérdida
de la mayoría absoluta de los conservadores dibujó un panorama inédito hasta el
momento y abrió la posibilidad de una coalición de izquierdas entre el segundo
y el tercero para desbancar al primero. ¿Les suena?
El Presidente de la república,
Aníbal Cavaco Silva, que ostenta un cargo representativo pero carente de poder
real, como nuestro Rey, llamó a consultas a los representantes de los distintos
partidos y, tras escucharles, instó a Pasos Coelho a formar gobierno, entre
amenazas de un frente de izquierdas que ya fraguaba un acuerdo para derribar el
posible nuevo gobierno conservador. Dicho y hecho, Coelho formó un gobierno que
resultó investido en segunda vuelta y empezó a trabajar, y once días después,
once nada más, el once del once, que es hoy, el gobierno ya no existe. Ayer
fue derribado mediante una moción de censura auspiciada por la citada coalición
de izquierdas. Ahora la pelota vuelve a estar en el tejado de Aníbal, el
Presidente, que tendrá que mandar formar gobierno a un nuevo candidato. También
puede optar por encomendar al tarea nuevamente a Pasos Coelho, pero es muy
probable que la historia se vuelva a repetir, por lo que lo más lógico es que,
ante la posibilidad de convocar nuevas elecciones, que supondrían un retraso en
los plazos y una pérdida de tiempo valiosa, Aníbal encomiende la tarea al
representante de los socialistas, Antonio Costa. Y todo ello en medio del,
podrán ustedes imaginarlo, marasmo político más absoluto y acusaciones de todo
tipo entre los conservadores y el resto de las bancadas en el Congreso de
Lisboa. ¿Qué nos está diciendo Portugal? Algo tan simple y obvio como que los
partidos cosechan votos, pero los gobiernos se eligen en los parlamentos, y es
la mayoría de escaños en las cámaras la que faculta que se pueda gobernar o no.
Es legítimo defender tanto el gobierno del partido más votado como el de la
formación que reúna en torno a sí al mayor número de parlamentarios, y en los
casos en los que, como el que nos ocupa, las dos opciones otorgan dos
combinaciones diferentes, es mucho más segura la mayoría que se basa en el
pacto parlamentario, dado que un gobierno de minoría es, por defecto,
inestable, y en todo momento debe conseguir acuerdos para refrendar sus leyes y
presupuestos. En las últimas elecciones municipales y autonómicas en España
hemos asistido a situaciones muy similares, en este caso con el patrón general
de un PP siendo el partido más votado en la elección que se tratase y la
formación de un gobierno de coalición entre segundos y terceros, generalmente
de izquierdas, que se hacían con el poder en disputa. Se ha puesto el grito en
el cielo ante esta situación, pero la verdad es que es completamente normal, y
propia de regímenes democráticos representativos, donde son los parlamentarios
nacionales o autonómicos, y los concejales, los que ostentan la
representatividad otorgada mediante el voto. Sólo en unas elecciones
presidencialistas, definidas en un sistema de dos vueltas, como es el caso de
las municipales y presidenciales francesas, logran que el candidato más votado
sea el que más representación obtiene, al llegar al final a un resultado en el
que alguien, por lógica, debe superar el 50% del voto emitido, en primera o
segunda instancia. En España eso no existe ni se le espera, por lo que el
debate sobre la legitimidad del acuerdo entre “perdedores” carece de sentido.
Y esto nos lleva a pensar en las
elecciones generales del 20D. Las encuestas, volátiles a más no poder, sólo
coinciden en tres cosas. Ganará el PP, perderá la mayoría absoluta, y el juego
ya no será cosa de dos, sino de al menos tres (y quizá cuatro). En función de
los votos, y la asignación de escaños por provincias (esto es muy difícil de
simular, mucho cuidado) es perfectamente posible que una coalición PSOE
Ciudadanos pudiera desbancar al PP, como era posible hace un año que la
combinación PSOE Podemos lograse el gobierno. Lo sucedido ayer en Portugal, inédito
allí, muestra que todo puede pasar. Nuevamente, debiéramos hacer más caso a lo
que sucede al otro lado de la raya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario